Por Chen Blanc
Generación 2013, Escuela de Periodismo Auténtico
Junio 2013
Muchos conocen a Oscar Olivera como el vocero y organizador de la guerra del agua en Cochabamba en el año 2000. A pesar de tener un nombre bélico como “guerra,” Olivera recuerda cómo los bolivianos lucharon pácificamente para recuperar el agua que había sido privatizada. Otros conocen su experiencia como trabajador en fábricas, en donde aprendió a organizar los sindicatos para proteger y defender los derechos de los obreros. Pero para Oscar Olivera él es nada más un niño.
“Un hombre creativo y alegre es un niño que ha resistido,” dice Olivera.
Oscar Olivera durante una sesión plenaria de la Escuela de Periodismo Auténtico 2013. (DR Noah Friedman-Rudovksy)
Cree que los verdaderos revolucionarios son los niños, pues con su creatividad y su alegría pueden cambiar al mundo. A los 9 años, vio como su mejor amigo moría por las balas de un soldado. “¿Por qué tiene que morir un niño?” se preguntó ese día.
El 10 de enero de 1955 nació Oscar Olivera en Oruro, Bolivia, en una zona minera. Él describe este lugar como una gran planicie de arena que se junta con el cielo, unas montañas enormes cubiertas de nieve.
“Es un lugar frío. Cuando pienso en él veo gente que se abriga del clima pero nos cuesta desabrigarnos el corazón” describe Olivera.
Creció en una gran familia de 10 hermanos y recuerda que desde los 6 años ha trabajado. Después de la escuela le ayudaba a su madre picando 10 kg de carne para hacer las empanadas que eran el negocio familiar.
“El cuchillo era más grande que mi brazo,” dice Olivera.
La organización con su familia le enseñó mucho sobre como trabajar en grupo y la importancia de la división del trabajo, la disciplina y la responsabilidad. Su padre, un militar, estaba trabajando siempre en algún lugar al que había sido enviado. Los fines de semana eran un momento importante para la familia: Olivera lustraba los zapatos de todos, otro de sus hermanos limpiaba la casa, una de sus hermanas bañaba a los pequeños. Cuando su padre estaba en casa ponía música que todos escuchaban en una victrola.
Un día, su madre, que siempre llevaba un hermoso y largo cabello tuvo que cortarlo. Ese mismo día llegó con comida para todos. El lo supo hasta tiempo después, pero ella había vendido su cabello para que todos comieran ese día. Cuando él preguntó por qué lo había hecho, ella simplemente contestó que pesaba mucho. Según Olivera, fue de ella de quien aprendió la generosidad.
Con 16 años, Oscar comenzó a trabajar en una fábrica de zapatos. El conocía a seminaristas que hacían trabajo comunitario y los recomendó pues creía que aportarían a la fábrica. El gerente se enfadó con Olivera pues estos seminaristas estaban ubicados como comunistas. Los despidió a los tres, pues estaban ya organizando a los obreros y habían desarrollado compañerismo.
“¿Por qué temían los jefes a los sindicatos?” cuestiona Olivera.
Después de este suceso pasó por varios sindicatos y organizaciones de obreros. Fue dirigente de la Federación de Trabajadores Fabriles de Cochabamba, mensajero de la Central Obrera Boliviana y delegado del Sindicato de Trabajadores de la Manaco, la cual fue la organización sindical más fuerte del movimiento obrero en su conjunto.
En 2003 fundaron, con representantes sociales de diferentes sectores del país, el Estado Mayor del Pueblo Boliviano, donde fungió de portavoz. En este mismo año, fue también reelegido por quinta vez como máximo dirigente de la Federación de trabajadores Fabriles de Cochabamba.
Sin embargo, fue su trabajo como portavoz de la Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida en el 2000 que le otorgo reconocimiento internacional como un luchador por los derechos humanos.
Oscar Olivera creció en un lugar en donde los servicios como el agua y la luz, no eran muy accesibles. Para obtener la luz, tuvieron ellos mismo que hacer una larga instalación. Para tener agua, tenían que ir todos juntos a traerla desde el pozo. No siempre había agua en el pozo, por eso tenían que racionarla. No podían quedarse sin agua, ni ellos ni sus animales.
A cambio de un préstamo bancario para crear de obras de infraestructura caminera en Bolivia, el gobierno decidió cambiar la ley sobre los recursos naturales, expropiando y permitiendo la privatización del agua. Además le otorgó beneficios sólo al nuevo propietario, que podría crear un mercado con el agua por 40 o 50 años, a su antojo. Esto le estaba siendo impuesto a la población, quien debía pagar un precio, por el agua, de 300% en comparación con su precio anterior. Esto equivalía a veces hasta al 20% de los ingresos de una familia.
Olivera creía que para convencer a los demás que participasen en la lucha, habría que mirar hacia a la historia “mirarla de frente como si fueran nuestros abuelos y les preguntáramos que hacer”, explica Olivera. Así que establecieron una campaña para informar a la gente.
Manifestación durante la Guerra del Agua en Cochabamba, Bolivia en el año 2000.
Colgaron banderas bolivianas: no era una fiesta de la patria ni había otro motivo para colocarlas. La gente comenzó a acercarse a preguntar por qué estaban ahí. Los pocos que eran entonces, les explicaban lo que estaba sucediendo. Comenzó entonces a unirse la gente. Hicieron otras acciones simbólicas como quemar los recibos del agua que no serían pagados a una transnacional por su excesivo valor.
El movimiento generaba otras acciones para impulsar la acción. Un ejemplo de esto fue el uso del pañuelo, normalmente símbolo de fiesta. Lo llevaban todos porque estaban juntos y eso los hacía felices.
“Estos acontecimientos nos hicieron volver a hablar entre nosotros, reconocernos y sentirnos iguales,” dice Olivera. “Sentíamos el miedo de los de arriba, cuando escuchaban los nombres de nuestras acciones, teníamos armas importantes como la solidaridad, la reciprocidad y el respeto”.
Oscar Olivera se convirtió entonces en vocero de la Coordinadora de defensa del agua y la vida. En las asambleas con varios portavoces de la ciudad y el campo, buscaban recuperar el vínculo con el agua.
“Es la sangre de la tierra, el regalo de la Pachamama,” dice Oliveira haciendo referencia a la palabra regional para la “Madre Tierra”.
Era muy difícil hacer muchas asambleas así que tomaron los medios de comunicación, la radio y la televisión, sin violencia. Personas ordinarias comenzaron a reportar los acontecimientos sobre la lucha y el estado del movimiento en las barricadas. También usaron poesía para comunicar el sentimiento de la gente. Lo siguiente fue tomar la ciudad.
“Somos los dueños de la ciudad y la tomaremos por medio de la paz”, comenta Olivera.
Se cerro cada entrada a la ciudad durante 5 meses. El ejército había sido fue enviado a combatir a la población erguida para generar represión. El gobierno dijo que la gente que estaba en las barricadas eran 5 vándalos y delincuentes financiados por el narcotráfico y que no negociarían con ellos. Eso hizo que más gente inesperadamente se uniera al movimiento, porque sabían que estaban en una lucha justa. Así que la palabra había sido un importante factor de nuevo para beneficio del movimiento.
En un momento de la lucha algunas personas fueron encarceladas, Oscar incluido en este grupo. Sin embargo, no les preocupaba porque había toda la otra gente que seguía afuera luchando porque en las asambleas siempre se había mantenido la horizontalidad.
La Coordinadora se había organizado para una manifestación a la que acudió tanta gente que al gobierno no le quedó otra opción mas que negociar con la Coordinadora y aceptar que el movimiento en defensa del agua era sólido y auténtico. Se volvió a modificar la ley, los presos fueron liberados y se indemnizó a los familiares de los dañados.
“No sólo recuperamos el agua, rompimos con un modelo
económico que no sólo nos expropiaba la materia, también el espíritu, rompimos con el autoritarismo. Les hicimos ver que nosotros realizamos las decisiones,” dice Olivera.
Años después, cuando el luchador social Evo Morales ganó la presidencia de Bolivia en 2005, le propuso unirse al la política como un ministro. Pero Olivera tiene la firme creencia de que el poder que tienen los gobernantes o los políticos, es absolutamente efímero y que el verdadero poder lo tiene la Pachamama. Después de la ardua labor Oscar volvió con su familia y como no estuvo muy presente para sus hijos en ese último tiempo, ha preferido darle a sus hijos la prioridad.
Oscar Olivera ahora trabaja en escuelas rurales donde hacen huertos escolares. Hacen espacios de encuentro entre niños y adultos componiendo la armonía con la naturaleza, la relación con las semillas, el agua, la tierra. La gente le pregunta por qué hace jardines. Oscar contesta:
“Hago lo mismo que en 2000. Pongo cercas como antes, pero ahora son para los conejos y otros animales”, concluye.