Cuando se produjeron los trágicos eventos del 30 de septiembre del 2010 en virtud de los cuales una huelga policial y militar casi se transforma en golpe de Estado, el partido gobernante del Ecuador, Alianza País, acusó inmediatamente al partido de derecha, Sociedad Patriótica, del ex –presidente Lucio Gutiérrez, de ser el promotor y verdadero culpable de esos eventos. Quizá sin proponérselo, con esta acusación Alianza País estaba ubicando de forma exacta a los actores de la reforma del Estado, en un contexto en el que este partido estaba cerrando el sistema político ecuatoriano en función de sus propios requerimientos y de su propio proyecto de largo plazo. En esa reforma del Estado, Alianza País quería convertirse en el centro y referente de la política ecuatoriana y no admitía otra oposición que aquella que podría provenir de Sociedad Patriótica. Los demás partidos políticos, tanto de derecha cuanto de izquierda, así como las organizaciones sociales del Ecuador, desaparecían del horizonte político que Alianza País estaba definiendo. La única oposición que reconocía era aquella que provenía, justamente, de Sociedad Patriótica. Entre ambos partidos se inscribiría y registraría la refundación del sistema político ecuatoriano. De esta manera, Sociedad Patriótica se constituía en el verdadero alter ego de Alianza País. Las virtudes del uno se convertían en los defectos del otro, y viceversa. Cuando Alianza País miraba al espejo de la política, en su envés siempre veía las sombras de Sociedad Patriótica. A los demás partidos, Alianza País siempre los trató con el desprecio de ser parte de la corrupta “partidocracia” (término acuñado por Alianza País) que había provocado la crisis o de “izquierdistas infantiles” que no comprendían que toda estrategia de desarrollo y modernización tiene costos sociales y consecuencias ambientales inevitables. En esta relación entre Alianza País y Sociedad Patriótica habían lazos compartidos, estrategias afines y, de hecho, ambos partidos tenían en común un nada despreciable número de figuras políticas. De hecho, muchos de los militantes y cuadros más importantes de Alianza País provenían, precisamente, de Sociedad Patriótica. Muchos de los secretarios de Estado de Alianza País, fueron también ministros durante el breve gobierno de Sociedad Patriótica. El alcalde de la capital, personaje clave de Alianza País, fue también un importante cuadro del gobierno de Sociedad Patriótica, además de hombre de confianza del Banco Mundial. Algunos de los diputados más importantes de Alianza País fueron también, en su momento, funcionarios y cuadros políticos de Sociedad Patriótica. No solo eso, sino que las estrategias de refundación del sistema político ecuatoriano que se iniciaron en el año 2007 desde la asunción al poder de Alianza País, habrían sido imposibles sin la anuencia, consentimiento y colaboración implícita de Sociedad Patriótica. Esta reforma política, en consecuencia, estaba pensada para oscilar entre estos dos partidos como sus polos naturales y extremos. Por ello, en esos momentos dramáticos y de tensión que fueron los eventos de fines de septiembre del año 2010, Alianza País no pensó en nadie más que en Sociedad Patriótica. Así, este partido no era solo su alter ego sino también su Némesis. Ahora bien, la reforma política que Alianza País estaba generando no estaba hecha para ampliar los derechos, ni para posicionar mejores mecanismos de participación democrática de la sociedad, ni para transformar la estructura económica ni las estructuras del poder, sino para garantizar su propia hegemonía y, de esta manera, permitir los nuevos procesos de acumulación capitalista que en América Latina asumen la forma de reprimarización de la economía, el extractivismo, el control y la criminalización social. Un proceso que ha sido denominado, quizá por el cinismo de los nuevos discursos de poder, como “progresista” e incluso “socialista”. En esta reforma política, el partido hegemónico controla al Estado y, por esa vía, pretende controlar a la sociedad. Es por ello que tiene que cerrar todos los espacios políticos posibles. La única válvula de escape a esa presión es una oposición legítima y funcional a la hegemonía del partido gobernante. La democracia se convierte en mecanismo disciplinario. Las elecciones se transforman en dispositivos de legitimidad para la hegemonía del nuevo poder. La violencia, que en los tiempos neoliberales radicaba en el mercado, retorna a su sitio de origen: el Estado. A todo este proceso que conjuga las nuevas dinámicas de la acumulación del capital con la utilización estratégica de la política en función de la hegemonía de un partido político, mediante el control absoluto del Estado y la pretensión de control a la sociedad, lo he denominado “posneoliberalismo”, en un afán de entender que la violencia neoliberal continúa en los gobiernos posneoliberales. Ahora bien, quizá esta reflexión sea necesaria para comprender desde otra perspectiva el inminente proceso electoral ecuatoriano. Independientemente de las encuestas y los análisis de coyuntura, la cuestión de fondo es que el proceso electoral ecuatoriano está hecho, paradójicamente, para cerrar más al sistema político e impedir cualquier posibilidad de democracia y participación social. En estas elecciones no está en juego la democracia sino la hegemonía del partido de gobierno. Estas elecciones no cambiarán un milímetro las coordenadas de la acumulación capitalista ni tampoco la violencia que de ella deriva, ni las relaciones de poder que le son correlativas. Su lógica es aquella del gatopardo. Por ello, no resultaría nada extraño que los dos partidos finalistas de este proceso electoral sean, precisamente, Alianza País y Sociedad Patriótica. Serán ellos quienes, a la larga, centralicen el debate político y se sitúen en las antípodas de la reforma política excluyendo a los demás. Serán ellos quienes asuman los límites y posibilidades de la reforma política del Estado necesaria para el extractivismo y la democracia disciplinaria, y será uno de ellos quien asuma la forma política de la violencia posneoliberal. *Pablo Dávalos, economista y catedrático ecuatoriano.