Santa Marta en El Salvador, comunidad autónoma que muchos describen como la llegada a la Utopía

Los habitantes de Santa Marta decidieron comunizar sus tierras y ponerlas todas a nombre de la asociación comunal



Santa Marta: ¿Cómo se alcanza una utopía?

Hoy me gustaría hablarles sobre un lugar que visité recientemente. Un paraje donde la gente lleva décadas trabajando unida y en una sola dirección: Santa Marta.

Santa Marta es una comunidad situada en el municipio de Victoria, en el departamento de Cabañas, al norte de El Salvador. Para entender la situación actual de los vecinos de Santa Marta, es imprescindible hacer un repaso a sus últimos treinta años de su historia:
A mediados de los setentas llegan a la comunidad los primeros sacerdotes de la llamada Teología de la Liberación. Esta vertiente religiosa hace una interpretación de la fe cristiana a partir de la experiencia de los pobres y plantea una crítica al modelo social Latinoamericano y a sus instituciones. Como fruto del trabajo de los sacerdotes, se creó en Santa Marta una “asociación de base” que aglutinaba a los vecinos y los instaba a movilizarse para mejorar su situación. Esta primera asociación comunal impulsó tímidas mejoras en educación y en sanidad.
Por otro lado, la dictadura militar (desde 1931) había intensificado la represión. Se crearon los primeros grupos paramilitares (los Escuadrones de la Muerte) para luchar contra los movimientos socialistas y hubo en todo el país centenares de asesinatos de líderes comunales, sacerdotes, sindicalistas, etc. En 1980, después de una oleada de represiones que culminó con el asesinato del Arzobispo de San Salvador, Monseñor Romero, estalló la guerra civil.

En el norte del país se habían formado varios grupos de guerrilla popular. Cabañas fue uno de los departamentos escogidos para lanzar la primera acción contra la guerrilla. Siete mil soldados fueron enviados por el ejército. Ante esta escalada de violencia, las familias de Santa Marta se vieron obligadas a huir del país, cruzando la frontera con Honduras. Por el camino, muchas familias fueron víctimas de masacres por parte de los paramilitares y del ejército hondureño, afín al régimen salvadoreño.
La mayoría de familias de Santa Marta fueron acogidas en el campo de refugiados de Mesa Grande, bajo la custodia de las Naciones Unidas. Sin embargo, muchos hombres y mujeres abandonaron Mesa Grande para volver a El Salvador y unirse a la guerrilla. A pesar de la coyuntura social adversa, el proceso asociativo que se había iniciado en Santa Marta se trasladó al campo de refugiados donde continuó su labor en pos del desarrollo de la comunidad.

Tras siete años de guerra, la situación empezaba a decantarse a favor de los militares.:
Los EE.UU mandaron fuertes contingentes de ayuda en forma de armamento, formación y tropas al gobierno. En el otro bando, la URRS mandaba armas a la guerrilla, que sobrevivía escondida en los bosques, pero con la huída de la población rural había perdido gran parte de su base social. Fue entonces, en pleno conflicto, cuando las familias de Santa Marta decidieron volver a casa. El 10 de noviembre de 1987, dos mil vecinos llegaron al descampado donde hoy se ubica el campo de fútbol. Su primera acción fue lidiar con los paramilitares (agricultores que se habían beneficiado de la reforma agraria…) para lograr la paz entre vecinos. Paralelamente, se reanudó la ayuda a la guerrilla con alimentos, medicinas y cobijo.

Tras algunos años de penurias, la situación en la zona se estabilizó y permitió la reconstrucción de la comunidad. Aprovechando el vacío legal de los últimos años del conflicto, los habitantes de Santa Marta decidieron comunizar sus tierras y ponerlas todas a nombre de la asociación comunal. Al mismo tiempo se construyó una escuela, un hospital y se creó una asociación para el desarrollo social, ADES. Poco se pudo hacer en aquel entonces, pues a pesar del trabajo unido de todos los vecinos, los recursos eran muy escasos. Sin embargo, este marco asociativo fue clave para el desarrollo de Santa Marta a partir de 1992. Cuando finalizó la guerra, se dio entrada a una gran cantidad de organizaciones de ayuda internacional. Estas ONG’s encontraron en Santa Marta el marco social ideal para llevar a cabo sus proyectos. Fue gracias a la ayuda internacional que se logró, en un tiempo récord, que la comunidad gozara de sistema domiciliar de agua, electricidad, escuelas desde parvulario hasta bachillerato, instalaciones deportivos, centro de salud… en fin, una cantidad de equipamientos impensable para ninguna comunidad rural del país.
En cuanto a la gestión de los recursos, todo se puso en manos de la asociación comunal, formada por todos los vecinos y con una junta escogida democráticamente. A más a más, fue la comunidad quien planificó el plan de estudios de las escuelas con el fin de que las nuevas generaciones heredaran el espíritu que había impulsado el desarrollo de la comunidad. También se impulsó un programa para becar a los jóvenes que quisieran ir a la universidad con fondos de la comunidad y ayuda internacional.

Actualmente, esta política de apuesta por la educación ha dado sus frutos. La comunidad cuenta con más de 40 docentes titulados, médicos y doctores de diferentes especialidades, informáticos… toda una hornada de jóvenes que, al finalizar sus estudios, vuelven a Santa Marta para contribuir al desarrollo social. La distribución de las parcelas sigue estando gestionada por la junta comunal así como la planificación territorial, evitando la especulación que tanto daño ha causado en otros lugares.

En Santa Marta cada campesino trabaja tanta tierra como puede y siembra lo que quiere, no se ponen límites al desarrollo personal pero cada individuo trabaja, por encima de todo, para el bien de su sociedad:

Tal es su utópica naturaleza.
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La memoria, valor histórico tras 24 años de resistencia
La organización colectiva de regreso a casa en El Salvador
Desinformémonos

Hoy, Santa Marta, con sus pobladores de antes y de ahora mantiene formas de organización propia, lejos de los partidas presupuestales gubernamentales ni injerencias significativas de los partidos políticos.
Por Ricardo Martínez Martínez

Mesa Grande, Honduras y Santa Marta, El Salvador. En la franja fronteriza entre El Salvador y Honduras se extienden centenas de comunidades que comenzaron a poblarse y repoblarse desde hace 24 años. Lo que antes eran zonas asoladas e inhóspitas en el contexto de la guerra civil salvadoreña de los años 80, hoy son un collar de organizaciones sociales y comunitarias.

Entre veredas y zonas boscosas de montaña baja en los departamentos de Chalatenango, Cabañas y Morazán, donde la ex guerrilla del FMLN mantuvo campamentos y centros de entrenamiento, la retaguardia de sus fuerzas insurgentes, los actuales pobladores, muchos de ellos antiguos pertenecientes a sus las filas y otros civiles, construyeron formas de auto organización social con marcadas prácticas colectivas, producto de la necesidad de sobrevivencia en un momento excepcional.

La mayoría de la población allí asentada son ex refugiados de guerra y sus descendientes, quienes nacieron en Mesa Grande, departamento de San Marcos, Honduras. Cada año conmemoran en este lugar los retornos a El Salvador luego de 12 años continuos de vivir en siete refugios bajo el paraguas legal del ACNUR, pero cercados por las fuerzas militares hondureñas, grupos paramilitares y efectivos de las fuerzas de operaciones especiales del ejército salvadoreño.

El 15 de enero de este año se llevó a cabo en Mesa Grande el encuentro “De Vuelta a Casa”, un acontecimiento extraordinario de los actuales pobladores de la comunidad Santa Marta, que en 1987 surgió como parte de tres repoblaciones en zonas del departamento de Cabañas, El Salvador.

Alrededor de 200 jóvenes visitaron la extensa meseta al sur de Honduras donde nacieron y vivieron los primeros años de su niñez. Llegaron para hacer memoria sobre los sucesos que los marcaron para siempre, “un legado de resistencia y ejemplo de nuestros padres, reconocer la verdad de dónde venimos y las misiones que tenemos por delante en la lucha por la paz y la justicia”, como indicó Junior Alfaro, quien a sus 27 años siente como propia esta tierra a escasos 45 kilómetros de la frontera salvadoreña.

De aquellos asentamientos irregulares solo quedan vestigios de construcciones edificadas por las Naciones Unidas, pozos de agua y hospitales, un cementerio donde yacen los restos de quienes murieron en esa época y en ese lugar, y algunas zonas boscosas carcomidas por la tala indiscriminada de las empresas madereras que en años recientes se hicieron de hectáreas.

Pero siempre queda algo, ese sentimiento colectivo de la historia. Dice Junior: “Sin embargo, queda lo que tengo aquí en el corazón, esta tierra que para mí es Dios, que me acogió y que significa el lugar de donde vengo, de una historia, de una lucha en medio de la guerra y de saber que fuimos parte de esa lucha del pueblo salvadoreño y que hoy continuamos haciéndola en nuestra otra tierra”.

Lo cierto es que Mesa Grande es el territorio de la memoria colectiva de estos jóvenes que lograron recrear en otros lugares de esta zona fronteriza, lo que una vez soñaron: organización, comunidad y mejores condiciones de vida.

Mesa Grande, lugar memorial de pequeñas colectividades

Durante la guerra civil en El Salvador, tres generaciones de refugiados vivieron en Mesa Grande. Las condiciones fueron difíciles, sin acceso a alimento, cobijo, espacio para vivir y trabajo para sostenerse. Alrededor de 12 mil personas en un perímetro reducido de escasos 30 kilómetros vivieron con la angustia de ser alcanzados por proyectiles y disparos, o ser secuestrados o desaparecidos si sobrepasaban los “límites permitidos”, decretados por el gobierno de Honduras que mantuvo adhesión con las dictaduras salvadoreñas.

Pese a las malas condiciones, los refugiados lograron entre ellos establecer vínculos de amistad, solidaridad, compañerismo, y crearon formas de trabajo colectivo, lo que mantuvieron por años hasta regresar a sus lugares de origen con una nueva forma de organización que hasta el momento perdura.

Rubio Franco de la comunidad de Juargila, Chalatenango, sostuvo: “Fuimos a Honduras a 45 Kilómetros de la frontera, eran 11 mil 500 refugiados ahí, a pesar de eso nos fortalecimos, nos conocimos y crecimos en la organización”.

En Honduras convivieron comunidades enteras de las zonas occidental, paracentral y oriental de El Salvador. Allí construyeron estanques gigantes de agua dulce con el fin de producir peces para la masiva manutención, montaron talleres artesanales de vestido, calzado, herramientas de labranza; colectivizaron la tierra para la siembra y el trabajo pecuario que abastecía a la población; dieron educación a sus hijos en escuelas propias bajo la guía de la educación popular; se organizaron las mujeres y los jóvenes en grupos y colectivos; nombraron representantes por cada refugio, por cada colonia, por cada actividad, y sobre todo colectivizaron el conocimiento de los sucesos que vivía El Salvador.

Todos los refugiados, adultos y niños, formaron verdaderas correas de transmisión de conocimientos en torno a los hechos de la guerra, sobre las comunidades desplazadas, los combates entre las fuerzas militares y la guerrilla, los decretos gubernamentales, el asesoramiento contrainsurgente de los Estados Unidos. Todas las familias tenían el sentido de pertenencia a la insurgencia, muchos eran familiares, sus hijos organizados en las agrupaciones sindicales y campesinas como EL FAPU, el BPR; y otras colaboradoras del FMLN que permitía en ocasiones especiales abastecimiento desde los refugios.

Elvis Nataren, joven organizado y quien nació en Mesa Grande, describe como había comisiones de refugiados que mantuvieron comunicaciones con los comandos guerrilleros: “Por la noches lograban llegar los compas, algunas veces anunciaban nuevos desplazamientos de gente, otras venían por provisiones de alimento de granos básicos y uniformes que aquí se confeccionaban en los talleres. Luego se iban antes del amanecer mientras otros se quedaban y pasaban a ser parte de la organización civil.”

Los siete refugios fueron siete asambleas de discusión y debate en medio de la animadversión de los ejércitos, hondureño y salvadoreño, que los señalaba como “cómplices de la guerrilla”.

Los retornos en medio de los bombardeos

Los retornos a El Salvador por parte de la población desplazada se dieron a partir de 1987 cuando la situación en los refugios se agravó producto de los secuestros y asesinatos selectivos. La Comisión de la Verdad surgida de los Acuerdos de Paz en 1992 registró que en Honduras operaban los comandos especiales Bracamonte, Belloso y Atlacatl, responsables de muchas masacres de población civil en los años 80 y los cuales con la anuencia o silencio de los gobiernos hondureños mantenían el terror en los alrededores de los refugios.

En 1990, pobladores de Mesa Grande regresaron a la comunidad San Ignacio Ellacuría en Chalatenango. “A penas regresamos de Honduras a rehacer nuestras vidas como comunidad, cuando de pronto una mañana, el 11 de febrero, comenzamos a escuchar helicópteros y bombardeos, tiroteos”, relató Yeny Romero, otra joven nacida en los refugios.

Las fuerzas militares salvadoreñas comenzaron a aplicar las tácticas de tierra arrasada, que significó la destrucción física, material y anímica de las poblaciones repatriadas.

Yeny Romero, sobreviviente de la masacre de la comunidad Guancora, hoy Ignacio Ellacuría, comienza a relatar los sucesos que marcaron la historia terrible de su comunidad. “Fue un ataque de todo un día, sabemos que cuando empezaron no iban a terminar hasta desaparecernos”, dijo quien contó los sucesos grabados como un tatuaje en la memoria desde los cinco años de edad.

“Mi madre estaba embarazada y me puso boca abajo sobre la tierra y ella encima cubriéndome. Cada vez que ella escuchaba un bombardeo o tiroteo ella me dice que deseaba hacer un hoyo en la tierra para que no me pasara nada”, relató.

Luego de 36 horas de bombardeos, algunas familias lograron sobrevivir, pero muchas perecieron. Yeny recuerda como unas personas al escuchar el inicio de los bombardeos se fueron a esconder al molino comunal. Eran tres familias completas y fueron masacrados allí, adultos y niños. Nadie sobrevivió al ataque.

Los elementos de la fuerza armada tomaron la población y catearon las casas. Detuvieron a los hombres y se los llevaron. “Llegaron a mi casa tres militares y le dijeron a mi mamá que si había guerrilleros aquí nos iban a matar a todos”, dijo.

“Luego de no encontrar algún elemento incriminatorio, voltearon hacia mí y dijeron que me iban a llevar, que les diera mi mamá a la niña, yo con cinco años de edad, que me iban a dar de comer, llevar a la escuela, me llené de terror que hasta estos días recuerdo.” Al final lograron ser rescatadas por la Cruz Roja Internacional y la organización de las comunidades eclesiales de base que para ese entonces mantenían estrechos vínculos con los pobladores que venían de Honduras.

Santa Marta, comunidad repoblada

Después de ese suceso, la familia de Yeny decidió peregrinar hacia un lugar más seguro. La única posibilidad de mantenerse protegidos era bajo el cobijo de las fuerzas insurgentes que respondían al fuego enemigo. Ya para entonces su hermano mayor, Henry, formaba parte de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las fuerzas integrantes del FMLN.

Llegaron hasta el departamento de Cabañas, al nororiente salvadoreño. Santa Marta seguía siendo comunidad y campamento de la guerrilla, una región donde el pueblo mandaba y el ejército revolucionario protegía esas formas de autogobierno en plena guerra civil. Desde 1990, la familia de Yeny se incorporó de lleno a la lucha armada, a la organización popular, a la colectividad. Cuatro niñas y un varón, madre y padre, participaron en tareas y responsabilidades insurgentes.

“Dos años de formación activa en comunidad fueron suficientes para alcanzar los sentimientos más solidarios que una persona puede experimentar. La comunidad lo es todo y uno vive pleno y libre en ella.”

Hoy, Santa Marta, con sus pobladores de antes y de ahora mantiene formas de organización propia, lejos de los partidas presupuestales gubernamentales ni injerencias significativas de los partidos políticos.

Con la herencia de sus padres y madres, los pobladores actuales conforman un enclave de resistencia y organización colectiva. “La comunidad se ve representada por sus pobladores; hemos tenido que buscar diversas maneras para resolver sus problemas, ya que se nos han negado muchos derechos, como es el de la educación, la salud y la vida digna con trabajo y respeto a nuestra cultura. Derechos que se ha defendido y que hoy en día se ven hechos realidad.”

Tras el primer retorno a Santa Marta, por allá de 1987, la población tuvo la necesidad de continuar un proceso educativo que ya practicaba en Mesa Grande. Como era de esperarse, el entonces Ministerio de Educación de la última dictadura militar negó asumir tal responsabilidad humana. Fue la misma comunidad y su gente, los promotores de salud y educación, quienes asumieron el rol educativo. Pusieron en práctica el modelo de Educación Popular, que ya se practicaba en los caseríos y en los campamentos de las bases de apoyo de las diversas organizaciones revolucionarias, la tesis de aprender enseñando.

“Este proyecto educativo adquiere relevancia porque se hace desde la comunidad y sus integrantes lo llevan adelante acuñando proyectos como la salud y la higiene de las personas entre otros”, cuenta Yeny, quien se integró en este proceso hasta convertirse en educadora popular.

Este modelo de Educación Popular rompe los esquemas de la educación tradicional, esa educación que prepara para el asistencialismo, para que los alumnos y alumnas imiten y no para pensar ni crear a partir de sus conocimientos prácticos. La vida y la acción concreta de transformación les dieron bases a la comunidad para comenzar a resolver otros problemas de mayor complejidad.

La población de estudiantes en Santa Marta crecía al paso del tiempo y ya para los años 90 se concretó el primer bachillerato con decenas de jóvenes estudiando. La formación pedagógica alcanzó niveles de aprovechamiento altos y reconocimientos por la forma de aprender, al grado de ser la primera comunidad rural en El Salvador con profesores reconocidos desde los refugios y con más de 60 estudiantes universitarios ahora en las universidades de El Salvador, una cantidad considerable de una comunidad alejada y en la frontera norte del país, con escasos recursos, pero con lo más importante, la organización.

“El Ministerio de Educación no aceptaba que fueran personas no graduadas las que impartían las clases, aunque sí extendían los certificados de los alumnos y las alumnas a partir de la movilización y el reclamo de la gente.” Indicó Yeny.

“Los maestros que venían de un proceso organizativo popular y de educarse al calor de la lucha lograron mantener una educación de calidad con la población, incluyendo ancianos, ancianas, mujeres, hombres, niños y niñas, quienes verdaderamente son los constructores de este proceso.”

Este proceso educativo hizo que los y las jóvenes sintieran el compromiso con la comunidad. “En este sentido reivindicamos a todos nuestros mártires y personas que dieron la vida por su pueblo. Les debemos mucho a las personas adultas que con sus experiencias también nos han enseñado muchas cosas, es decir, a tener un compromiso con la gente que dio la vida para que un día pudiéramos vivir mejor y con dignidad.”

Yeny se encuentra ahora en su proceso de graduación como universitaria. Tras 5 años de estudios en la carrera de Psicología quiere seguir aportando sus conocimientos a favor y en pro de Santa Marta. “Los que ahora somos jóvenes podemos disfrutar del fruto de la lucha y la organización, participando en los diversos talleres que se dieron como parte del Proyecto de Salud Mental para niños y adolescentes, en donde eran adolescentes orientado a niños con el tema como liderazgo, autoestima, justicia, paz, habilidades sociales y muchas más, todo esto acompañado con la participación, con música, teatro y danza. Todos estos son proyectos que han ayudado mucho a la creación de una identidad con la comunidad y al desarrollo del compromiso social desde la época de la lucha social, el movimiento guerrillero de resistencia y la etapa actual de lucha por la autodeterminación.”

En esta comunidad Santa Marta, también otros proyectos se ejecutan. Cuentan con peceras donde cultivan pescado; montaron un invernadero donde cultivan pepino, tomate y chile que es socializado a bajo precio entre sus pobladores; las tierras son cultivadas cada quien con su terruño, pero el usufructo después de alimentar a su familia, es repartido entre la comunidad. También tiene áreas deportivas y recreativas, y su pequeña iglesia donde se profesa la palabra de Dios bajo la guía de la Teología de la Liberación y la Opción por los Pobres.

Como parte de los esfuerzos comunitarios, lograron construir Radio Victoria, un trasmisor comunicativo alternativo de alcances departamentales pues logra cubrir todo Cabañas, y parte de Honduras.

Yeny se integró a los comités de promoción de la cultura y la salud a través de la radio. Su experiencia es compartida. “Dentro de la comunidad hay diversas áreas de trabajo y este es un trabajo voluntario. Están las diversas organizaciones de jóvenes que en diferentes áreas se destacan y desarrollan en un proceso sistemático de aprendizaje e información, pero llevan objetivos que no se apartan de la línea del trabajo en comunidad y la organización social.”

Por ejemplo, dice que los jóvenes del Comité Contra el Sida (CoCoSI) surge en la comunidad, que no les importó las críticas y no aceptaron callarse y silenciar su voz. “El trabajo que estos chicos y chicas realizan les ha situado en un plano muy importante dentro de la comunidad y fuera de ella, ya que se desplazan a cantones y caseríos donde el Ministerio de Salud no llega, pero esto no es obstáculo para este grupo de jóvenes que siguiendo un proyecto de ayudar a los demás van hasta donde se les llama.”

CoCoSI también tiene un espacio radial en Radio Victoria donde trata el tópico de VIH-SIDA, salud sexual y reproductiva. Además se encuentra el grupo Rebelión, un grupo de jóvenes políticamente más activos que se dedica a la organización de actos conmemorativos, populares, discute las líneas políticas para llevarlas a asambleas de la comunidad, atiende los problemas más serios de los jóvenes como delincuencia y falta de alternativas. Difunden su medio escrito Abriendo Brecha, en el cual cada mes tratan temas de su comunidad, locales, nacionales e internacionales.

Aniversarios en organización

Para Elvis Nataren, cada aniversario de los retornos de Honduras, significa una celebración de victorias sociales y comunitarias. “Todo el camino por el que venimos pasando observamos comunidades que cuentan con su propia historia como Santa Marta, comunidades que lejanas e aparentemente incomunicadas, tiene su propio desarrollo que definirá el fututo de toda esta franja fronteriza.”

Y es que aquí, se anudan episodios históricos importantes. En la primera mitad del siglo XX se dieron asentamientos indígenas después de la masacre de 1932, donde murieron al menos 30 mil personas. En 1960 se desata la guerra entre Honduras y El Salvador; en los años 70 y 80 la organización popular guerrillera mantiene influencia. Y hoy es zona codiciada por empresas mineras y madereras, así como acaparadoras de yacimientos de agua.

“Las comunidades acá cuentan con tradición de lucha, resistencia, algo que ya no podrá desaparecer y tenemos como defendernos”, concluyó Elvis.
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La radio

Tras casi dos décadas y muchas amenazas, Radio Victoria continúa su trabajo en El Salvador

Cristina Starr y Ramiro Lainez*

Jueves 26 de julio de 2012, por Revista Pueblos
¿Por qué Radio Victoria ha recibido más de cuarenta amenazas en los últimos seis años? Radio Victoria ha acompañado desde hace más de 18 años las propuestas de desarrollo de las comunidades más remotas del Departamento de Cabañas, en El Salvador,para que éstas sean escuchadas por los gobiernos central y local. Este trabajo ha causado la molestia de ciertos grupos de poder conservadores, quienes no han tardado en amenazar a muerte al personal de este medio.

Radio Victoria es una emisora comunitaria que nació en julio de 1993 en la comunidad de Santa Marta, en el norte de El Salvador, por iniciativa de la Asociación de Desarrollo Económico y Social Santa Marta (ADES). Ha sido administrada y dirigida desde sus orígenes por jóvenes de esta zona rural… y algunas de estas personas ya llevan más de quince años participando. Gracias a su experiencia, estos jóvenes se han ido conviertiendo en profesionales y siguen capacitando a las nuevas generaciones. Por su destacada labor formativa, educativa y cultural, Radio Victoria ocupa a nivel local el primer lugar en cuanto a audiencia, por encima de radios de cobertura nacional.

Emite durante 18 horas los siete días de la semana de todos los días del año. La programación de la radio consiste en espacios educativos y entretenidos como un noticiero diario llamado “En Voz Alta” que prioriza noticias locales.

Radio Victoria forma parte de una red de noticieros a nivel nacional, la Asociación de Radios y Programas Participativos de El Salvador (ARPAS), y de otra a nivel internacional, la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER). En estos espacios se intercambian noticias, de modo que se logra una cobertura a nivel de país y muchas veces de todo el continente.

Otros espacios consisten de programas propios elaborados por organizaciones locales: grupos de mujeres, activistas medio-ambientales, agricultores y educadores para la prevención del VIH-SIDA y de la violencia doméstica. Existen espacios para fomentar una opinión crítica, programación infantil y micro-espacios educativos creados por nuestra área de producción educativa.

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Fotos: Radio Victoria (El Salvador)

Durante un proceso de análisis llevado a cabo por el equipo se identificaron cinco enfoques transversales: derechos humanos, equidad de género, protección del medio ambiente, identidad cultural y participación ciudadana. El reto ahora es ir incorporando estos enfoques en todo el trabajo diario, tanto en lo radiofónico como en la convivencia.

Uno de los proyectos que Radio Victoria encamina en la actualidad es la Red de Corresponsales Comunitarios, una iniciativa que tiene como propósito identificar y capacitar a jóvenes para que desde sus comunidades den a conocer sus luchas, retos, sueños y logros. Otro de estos proyectos se llama Radio Victoria Camina a las Comunidades y consiste en que miembros de la emisora visitan comunidades de difícil acceso para conversar con la gente y conocer así sus necesidades, sueños y vivencias cotidianas. Sus palabras salen al aire y se cuestiona la falta de atención por parte de los gobiernos locales.

Tres premios han reconocido por el momento el esfuerzo periodístico de Radio Victoria: Derechos Humanos de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos de El Salvador(2009); Premio de la Asociación Pro-Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos (2009) y Derechos Humanos Herbert Anaya (2011).

Luchas de ayer, luchas de hoy

La primera lucha que enfrentó Radio Victoria estaba dirigida a conseguir una frecuencia legal. Esta lucha pronto se volvió política, ya que en ese tiempo no les convenía a las autoridades otorgar frecuencias a las radios comunitarias: la guerra civil apenas había terminado con acuerdos de paz y las radios que estaban surgiendo eran iniciativas de comunidades campesinas de zonas que habían sido conflictivas.

Los tiempos han cambiado pero las amenazas continúan: hoy llegan porque Radio Victoria ha tomado una posición clara en contra de la contaminación ambiental provocada por las industrias extractivas en el Departamento. Se ha ofrecido cobertura a la persecución y asesinato de ambientalistas que habían luchado en contra de la explotación minera promovida por la empresa canadiense Pacific Rim. En los últimos tres años esta lucha se ha cobrado la vida de cinco personas.

El personal de Radio Victoria y la Red de Amistades que apoya la emisora no dejan de preocuparse, puesto que las reiteradas amenazas tienen el claro propósito de amedrentar y terminar con el trabajo periodístico y la organización campesina. Después de seis años, las autoridades no ofrecen ninguna pista acerca de quiénes son los autores materiales e intelectuales de esta campaña de terror, lo que evidencia la falta de voluntad política de, principalmente, la Fiscalía de la República.

Redes de apoyo

El respaldo de la solidaridad internacional, que con admiración ha apoyado públicamente a Radio Victoria en defensa de la verdad y la justicia en El Salvador, ha sido clave en los momentos más difíciles que ha pasado todo el personal de la radio. Asimismo, la situación de la radio despertó el apoyo incondicional de las comunidades de la zona, especialmente de la comunidad Santa Marta, a solidarizarse e incluso a hacer comisiones de hombres y mujeres para venir personalmente a cuidar las instalaciones. De este modo, se realizaron guardias cada noche durante cuatro meses seguidos.

El apoyo de asociaciones de radios progresistas y organismos nacionales e internacionales tampoco se hizo esperar. Escribieron comunicados y cartas para exigirle a la Fiscalía y a la Policía que investigaran el origen de esta campaña de terror que atenta contra la vida del personal de la radio y de líderes comunitarios.

Pese a los riesgos existentes, Radio Victoria sigue adelante gracias al invariable compromiso de un colectivo de jóvenes fiel a los ideales que dieron origen a este importante medio de comunicación popular. Radio Victoria no renunciará a su misión: hace esfuerzos por fortalecer su capacidad para realizar mejor su actividad periodística y promover los derechos humanos de la población de Cabañas.

Una de estas luchas es por la democratización de los medios. En El Salvador la mayoría de los medios de comunicación están en manos de pocos empresarios y la posibilidad de que organizaciones sin fines de lucro o universidades públicas tengan acceso a una frecuencia es casi nula, ya que se consigue por subasta. La relatora especial de libertad de expresión de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Catalina Botero, señaló que este método es ilegal considerando que el espectro radioeléctrico fue declarado en 2001 patrimonio de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Es decir: las ondas son bienes de la humanidad y no deberían estar controladas por entes privados que difunden información sólo según sus intereses.

*Cristina Starr y Ramiro Lainez forman parte de Radio Victoria (El Salvador), www.radiovictoriaes.org.

Este artículo ha sido publicado en el nº 51 de Pueblos - Revista de Información y Debate - Segundo Trimestre de 2012
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Vea colección de fotos: http://www.contrapuntotv.net/tvfoto/Comunidad-Santa-Marta-Cabanas/#a.jpg
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