Los niños chilenos hoy tienen 2 horas menos de tiempo libre
Llegan a la casa tipo cinco de la tarde y deben instalarse a hacer tareas. Cuando terminan, ya está oscuro y es tiempo de comer y prepararse para dormir. No alcanzan a jugar. Y no jugar les quita autonomía, creatividad y habilidades sociales.
por Carlos Pérez E. / Jennifer Abate C. - 10/08/2013
La Tercera
Que a un niño le pregunten por su tiempo libre y responda que es el que tiene durante el trayecto que se traslada de la casa al colegio y viceversa, es que las cosas están mal. Primero porque esos lapsos son más que nada el trámite latero para llegar de un lugar a otro y, segundo, porque quiere decir que siente que esos dos son los únicos momentos en que puede hacer lo que realmente quiere hacer. Ahora, la situación es todavía peor (o más bien triste) si muchos niños responden lo mismo…
Y eso es justamente lo que pasó en 2011, cuando un estudio Fondecyt a menores de 10 y 11 años que les preguntó por el tiempo libre arrojó que los niños destacaban, en particular, como tiempo libre los trayectos de la casa al colegio y del colegio a la casa. Además, dice el estudio, apareció la queja generalizada por la falta de esos momentos no pauteados ni regidos por adultos. “Era como escuchar a adultos. Decían que el tiempo que destinarían a jugar lo usan para tareas”, dice Mónica Peña, una de las tres investigadoras del estudio, de la UDP.
Lo que hay ahí es la constatación de un fenómeno que se arrastra desde que la sociedad comenzó a entender (buena o malamente) que lo que venía era la competencia y que cada uno de sus hijos debían ganarla; que la calle ya no era para los niños y que comenzó a regir la jornada escolar completa (JEC), que aumentó en un 30% el tiempo que los alumnos pasan en el colegio. Es decir, en sólo un par de décadas esos niños perdieron cerca de dos horas diarias de tiempo libre. De juego.
Las consecuencias son muchas y, varias de ellas, imperceptibles a simple vista.
Chao monitos
Sicólogos y sicopedagogos calculan que hoy la mayoría de los niños de educación básica llegan a la casa cerca de las cinco de la tarde. Comen algo rápido e inmediatamente deben enfrentar unas dos horas y media de tareas, trabajos y lecturas complementarias que les enviaron sus profesores. En lo que resta del día (después de las siete y media) deben comer y prepararse para dormir, lo que hacen entre las 9.30 y 10.
¿Juego? Poco. “Hoy sólo pueden dedicar una hora y media al tiempo libre”, dice Montserrat Sepúlveda, sicopedagoga de Red UC. Es decir, nada. El problema es que ese nada, está probado, tiene un efecto en la pérdida de las instancias donde los hoy agobiados niños desarrollaban autonomía, habilidades sociales, creatividad, rasgos de inteligencia y otras habilidades que serán necesarias en la adultez.
Un ámbito que grafica claramente esta pérdida de los momentos en que los ni ños eran libres para hacer lo que querían es la relación que mantienen con la televisión. En la segunda mitad de los 80 ver televisión en las tardes era ver programación infantil. Existían espacios como Pipiripao en UCV (que se transmitía de cinco a… ¡nueve!), Los Transformers en TVN y el programa infantil más exitoso de la década: Robotech, en Canal 13. Hoy la cosa es totalmente distinta: los monitos desaparecieron de la tarde. Para graficar aún más el fenómeno, según el estudio Kiddo’s, de la consultora argentina Markwald, La Madrid y Asociados, que abarcó Argentina, Colombia, Brasil, Venezuela, México y Chile, la proporción de niños con televisor en la pieza subió de 55% en 2004 a 73% en 2012 en Chile (el más alto de la región junto a Venezuela); sin embargo, y paradójicamente, nuestros niños son los segundos que ven menos televisión: 20 horas y media a la semana (Brasil lidera el ranking con 25 horas).
Cuando se les pregunta a los especialistas el porqué, la respuesta es unánime: ¿En qué minuto van a ver tele? Y cuando la ven, no necesariamente es una elección voluntaria. “Muchas veces la ven porque no tienen posibilidades de salir: se desocupan tan tarde que ya no pueden salir de la casa y la televisión se convierte en un sustituto del juego”, dice Peña.
No lo parecen, pero los 120 minutos menos que tienen para jugar influyen. Y mucho. “Creo que dos horas hacen una enorme diferencia. Los niños necesitan más que cuatro horas libres al día”, explica a Tendencias Peter Gray, profesor de Sicología del Boston College. El especialista realizó un estudio en EE.UU. comparando a los niños de 1981 con los de 1997 y descubrió que estos últimos pasaban 18% más de tiempo en el colegio, 145% más haciendo tareas y 168% más haciendo compras con sus padres, y todo eso afectaba su desarrollo emocional con los consecuentes mayores índices de ansiedad, depresión, problemas de atención y autocontrol. Gray explica que esto no es nuevo: otros estudios muestran que desde la década del 50 el tiempo libre de los niños ha ido descendiendo. “En los 50 eran libres casi todo el tiempo que no estaban en el colegio. Todo el verano, todo el fin de semana, todo el tiempo después de clases”, dice el autor del texto Libres para aprender.
Tareas familiares
Dos de los principales protagonistas de este cambio en Chile son el aumento de la competitividad y la Jornada Escolar Completa, que supuso un aumento de 200 horas cronológicas anuales de clases, algo así como seis semanas del año académico antiguo que deben ingresar en la parrilla sin alterar los tiempos de vacaciones. A eso hay que agregar todas las actividades extraprogramáticas que redundan en una mejor preparación del niño y en la tranquilidad de los padres, que saben que sus hijos están en un lugar seguro. Y después de eso, cuando llegan a la casa, las tareas (cuando no tienen sicólogo o sicopedagogo o profesor particular para rendir mejor). Un ámbito que, por lo menos hasta sexto básico, debe ser vigilado y supervisado por los padres. “Si a los horarios se les suma que hay niños que son más lentos, una de las grandes quejas de los papás es que los niños están toda la tarde haciendo tareas”, explica Sepúlveda.
Entonces, ¿qué lleva a los padres a sellar un tan mal negocio? La presión porque a los niños les vaya bien en las distintas etapas de medición que tiene el sistema educativo. “Ellos saben que el mundo cambia y que tienen que darles nuevas habilidades a sus hijos, se sienten muy ansiosos y siguen planteando como solución darles más instrucción”, dice a Tendencias Hara Estroff, editora general de Psychology Today y autora del libro Una nación de débiles: El alto costo de los padres invasivos.
Aunque para María Eugenia Brante, directora de Sicología en la U. San Sebastián, tantas horas de tareas y trabajos no son necesarias: “No es justificado el envío de tantas tareas a la casa. Antes tenían el sentido de que el niño reforzara los contenidos adquiridos en el día. Pero si tenemos una jornada que se alargó, ésta debería suplir ese refuerzo de contenido”.
Según la Encuesta Nacional Sobre Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes 2012 (EANNA) del Ministerio de Desarrollo Social, en un día normal 67,8 de los niños dice hacer actividades relacionadas con el estudio. “Durante los últimos años, sin duda, ha habido un cambio en el uso del tiempo libre que hacen los niños chilenos. Lo relevante de conocer esta información es que desde ahora vamos a ser capaces de cuantificar estos cambios y poder identificar hábitos e intereses”, dice el titular de ese ministerio, Bruno Baranda.
Y es que hoy el colegio es toda una maratón. Actualmente el ingreso al sistema educacional es cada vez más temprano, así un niño de 11 años ya lleva nueve estudiando si se considera el Playgroup. Lo que obviamente cansa. Y no es un dato menor, porque paradójicamente tanto tiempo dedicado al estudio termina produciendo el efecto contrario: los desmotiva y sobreexige. “En lugar de que los elementos educativos conformen un 30% o 40% de su vida, están conformando un 80%. Es excesivo”, dice Natalia Salas, directora de Pedagogía Media, UDP.
Esto genera un círculo vicioso: al quitarles tiempo libre, pierden la instancia para desarrollar los beneficios que da el juego, como el desarrollo de la capacidad intelectual, es decir, lo que a futuro podría posibilitar el éxito académico. Un estudio longitudinal de la U. de Idaho (EE.UU.) midió la complejidad del juego con bloques en niños de cuatro años y luego siguió su desempeño académico hasta la Media. Los investigadores encontraron que la complejidad del juego con bloques predecía sus logros matemáticos en esa etapa.
Además, dejar de jugar disminuye su creatividad, algo que por definición no puede ser enseñado como instrucción. Así explica Gray, quien cita estudios en EE.UU. que demuestran que esta capacidad ha ido descendiendo progresivamente desde los 50: “Y es terrible, porque es uno de los mejores predictores del éxito futuro de los niños”.
¿Cómo debería ser, entonces, la tarde de los niños? Soledad Banús, sicopedagoga de los colegios Nuestra Señora del Camino, San Ignacio de El Bosque y Coyancura, recomienda que dividan su día en nueve horas durmiendo; ocho en actividades escolares; tres para comer, vestirse o bañarse; y en las cuatro que quedan que hagan tareas no más de una hora y tengan tres horas para jugar o hacer lo que quieran.
Y ahora, ¿cómo jugamos?
Brante explica que los niños chilenos experimentan la rutina de levantarse temprano para regresar a su establecimiento educacional y llegar ya muy tarde a su casa desde los 84 días de vida, cuando sus mamás los llevan por primera vez a la sala cuna. “Después lo viven en el jardín y en el colegio. Están siempre sometidos al control de adultos que les proponen las actividades”.
Este nuevo escenario ha provocado una reconceptualización del tiempo libre en los niños. “Antes se asumía como un tiempo de esparcimiento autónomo donde se elegía qué hacer sin la supervisión de adultos. Era menos pauteado y tenía menos esquemas elaborados por adultos”, dice Salas. Según el Estudio Internacional sobre Bienestar Infantil, 46% de los niños chilenos declara estar “poco o nunca solo sin hacer nada”.
Por eso mismo y porque todo lo que queda después de la puerta de la casa aparece peligroso, los tradicionales escenarios de la infancia también parecen haber cambiado para siempre. En 2010 un estudio de Unicef reveló que cuatro de cada 10 niños chilenos “rara vez o nunca” sale a jugar a la plaza. La mayoría opta por actividades bajo techo: 81% va siempre o frecuentemente a casas de familiares para divertirse; 71% lo hace en malls y 58% en casas con amigos.
“Hoy, por seguridad, las actividades se organizan en las casas, donde hay contextos mucho más vigilados”, dice Salas. Lo complicado es que esto genera un efecto dominó. “Una vez que hay menos niños en la calle, por la razón que sea, el espacio exterior se vuelve menos atractivo para que otros niños salgan”, comenta Gray, quien agrega que esta afición puertas adentro no es voluntaria. “A ellos realmente los atrae la idea de jugar con otros niños, pero cuando no hay nadie para hacerlo, prefieren estar dentro de sus casas, en sus computadores, donde tienen acceso a otra gente”, dice el sicólogo. Según una investigación de Adimark en 2005, 62% de los niños chilenos juega con amigos o compañeros poco más que los que lo hacen solo: 55%. Le siguen con hermanos (39%), otros niños familiares (30%), con la mamá (17%), el papá (11%) y otros adultos (5%).
Pero, como buen círculo vicioso, revertir esto es muy difícil: “Algunos niños ya ni siquiera saben cómo jugar afuera. No puedes simplemente abrirles la puerta y decirles ‘sal’, porque ni siquiera saben qué hacer afuera. Nunca han confiado en sus propios recursos, decidido por su cuenta, organizado una actividad o encontrado sus propios intereses”, advierte Estroff.
Lo complicado es que si no interactúan con otros niños pierden la oportunidad de desarrollar, por ejemplo, el lenguaje. Una investigación del sicólogo Edward Fisher analizó 46 estudios sobre los beneficios cognitivos de jugar y descubrió que cuando es sociodramático (representación de roles), produce un mejor desempeño en los dominios cognitivo-lingüístico y social-afectivo. Salas agrega que el juego “tiene un impacto en el desarrollo de habilidades sociales, de pautas de normas y en la resolución de problemas por sí mismos”.
Acá la solución con los niños parece ser tan sencilla como difícil: dejarlos jugar. “Cuando no dejas tiempo para que desarrollen sus propias habilidades, sigan su curiosidad o tomen sus propias decisiones, es cuando en vez de entregarles cosas, comienzas a quitárselas”, concluye Estroff.