Elvira Madrid, feminista radical en las calles, filozapatista, acompañante de las trabajadoras sexuales
“Llegar a La Merced fue un golpe de realidad. Vi como llegaban las camionetas de la delegación Cuauhtémoc con una licenciada que indicaba a quién se tenían que llevar porque no había pagado la cuota. Vi como jaloneaban, golpeaba y violaban a las muchachas”.
Gloria Muñoz Ramírez
Desinforménonos
México, DF. Trabajar en las calles no es para cualquiera. La crudeza de las esquinas y de los lugares más oscuros haría a huir a cualquiera. La explotación, las golpizas, el tráfico de drogas, el exceso de alcohol, la trata de personas, el subterráneo, lo más debajo de abajo, está ahí, a los ojos de cualquiera, pero no cualquiera quiere ver ni sentir, ni mucho hacer algo para cambiar las cosas. Elvira Madrid Romero es una de esas pocas personas que llegaron a La Merced para quedarse.
Su activismo de más de 20 años contra la trata de personas y la defensa de los derechos humanos y laborales de las trabajadoras sexuales, le han valido muchos enemigos. Las denuncias contra la corrupción gubernamental, la violencia policiaca y la violencia simbólica hacia las trabajadoras, al no ser ni siquiera nombradas por quienes buscan la abolición de la prostitución, “le han valido descalificaciones y difamaciones de quienes vivieron hace una décadas de la ‘causa’ de las trabajadoras sexuales y ahora viven de la industria de las víctimas de trata”, señalan Jaime Montejo, su compañero de vida, guardaespalda, activista y miembro también de la Brigada Callejera, organización que desde hace dos décadas se instaló en las calles de La Merced para acompañar, defender y denunciar.
Elvira llega a La Merced por un trabajo de investigación universitaria, de una materia de la carrera de Sociología que impartía el maestro Francisco Gómez Jara, quien escribió un libro sobre sociología de la prostitución. “Llegar a La Merced fue un golpe de realidad. Vi como llegaban las camionetas de la delegación Cuauhtémoc con una licenciada que indicaba a quién se tenían que llevar porque no había pagado la cuota. Vi como jaloneaban, golpeaba y violaban a las muchachas. También vi a las madrotas que tenían contubernio con las autoridades. Y ahí le dije al maestro que qué íbamos a hacer para cambiar esta situación. Él respondió que nada, que él sólo cooperaba con la investigación y que no le correspondía hacer nada. Dije, ah, qué cabrón, pues entonces la Sociología cómo quedaba para hacer los cambios”.
En aquél entonces Elvira tenía tres trabajos y estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. La séptima de ocho hijos de un hogar proletario, tenía 20 años de edad y decidió dedicarle dos horas diarias a hacer trabajo en las calles, a asesorar en derechos humanos, prevención de VIH Sida, y a todo lo que saliera, “pero dos horas no nos alcanzaba para nada”. Así permaneció dos años, hasta que terminó la carrera.
Jaime Montejo, Rosa Isela Madrid y Guillermo Rodríguez inician entonces un colectivo: “no teníamos nombre, sólo salíamos a visitar a las chavas, a recorrer las calles. Cuando llegamos a La Merced y vimos que la policía se llevaba a las trabajadoras, las extorsionaba y las autoridades se burlabas de ellas, nos daba mucho coraje, impotencia y ganas de hacer cosas. Ellas nos decían que había que hacer algo, pero que tenían miedo”.
Empiezan con el trabajo de hacer las denuncias ante el Ministerio Público y luego ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos, “porque las autoridades no hacían nada para resolver los problemas. Lo que empezó a funcionar fueron las denuncias ante los medios de comunicación”, refiere esta mujer menudita y de sonrisa franca, que puede convertirse en una fiera ante cualquier asomo de injusticia, como revela Mérida, una de tantas trabajadoras sexuales que encuentran refugio, apoyo y solidaridad en la Brigada Callejera.
En un mundo en el que la confianza se gana con creces, pues de las trabajadoras sexuales no falta quien quiera aprovecharse, Elvira relata su entrada: “Cuando nosotros nos metíamos en medio de la policía para no dejar que se llevaran a las chicas, nos ganamos el respeto. Las madrotas no las dejaban hablar con nosotras y las intimidaban, nos sacaban picahielos para espantarnos, y nosotros decíamos, pues hazle como quieras, nosotros sí sabemos defendernos y no nos vas a chingar. Fue ahí cuando nos ganamos el respeto y la confianza de todas ellas”.
Elvira Madrid, feminista radical en las calles y no en las aulas ni en los foros, filo zapatista desde 1994, no se calla nada. Explica como nadie las formas de trabajo de las mujeres que se adueñan de las calles y controlan a las trabajadoras: “Las madrotas son escogidas por las autoridades. Son el brazo de ellas para extorsionar, para intimidar, para golpear y para matar. Esto me consta”, dice, segura como siempre.
-¿Y cómo reclutan a las trabajadoras?
-Son los hijos de las madrotas quienes enamoran a las jóvenes, las roban o las compran. Son los que tienen el control directo para que las jóvenes y adultas hagan lo que ellos quieren. Primero tejen hilos emocionales, luego las embarazan y luego les quitan a los hijos como manera de control para que no huyan, les den dinero, y las tengan todo el tiempo sometidas.
La función de las madrotas, explica Madrid Romero, es el control de las calles, “son las que dicen quién se queda en la calle y quién no. A quienes desobedecen las desaparecen, las golpean y las llegan a matar. Las boletinan para que no les den entrada en otros puntos de trabajo”, refiere.
-¿En este contexto de violencia, se tienen muchos enemigos?
-Sí, primero que nada las autoridades, que son las que están arriba de todo y no se dejan ver tan fácilmente. Luego las intermedias, que son las madrotas; y luego los padrotes, que son los directos.
Y de todos estos sectores Elvira ha sido víctima de amenazas. “Las madrotas constantemente nos están siguiendo para que no hablemos con las chicas. En varias ocasiones me han parado diciéndome que no puedo pasar por ahí, me han sacado cuchillos, navajas, tijeras, picahielos”.
Un ejemplo: “Cuando encontramos a una menor y ponemos una denuncia, el padrote nos dice, te vas a morir, te voy a mandar matar. Nosotras decimos, pues no hay pedo, aquí estamos”.
-¿Cómo se sobrevive en este ambiente?
- No vives. Es difícil. Mucho estrés de estarte cuidando de toda esa gente, para que a la persona que estás apoyando no le pase nada. Ese es el compromiso más fuerte que tiene uno. Cuando nos metemos en un asunto lo dejamos hasta que lo terminamos, porque es la vida de la persona la que está en juego, es un compromiso que una tiene que no puedes dejar a la mitad, ni decir estoy cansada, estoy enferma, pues porque está la vida de las chicas.
-¿Y el miedo?
No, yo no tengo miedo. Cuando hay amenazas me pongo más fuerte y me doy valor. Cobardía sería no hacer nada. No se trata de hacer investigaciones, sino de estar donde tenemos que estar.
A Elvira y a todos los integrantes de la Brigada Callejera les cuestionan que defiendan la existencia de un trabajo sexual voluntario, donde hay víctimas ni victimarias. Esta definición no excluye que sí opera la trata de personas y por eso mismo la denuncian. “En las calles te das cuenta quién está por gusto y quién está obligada”.
El nacimiento de la Brigada Callejera
Cuentan los miembros de la Brigada que “después de tres años trabajando como colectivo, sin tener una razón social ni un respaldo jurídico, decidimos en 1995 constituirnos jurídicamente para tener nuestros propios espacios para trabajar junto a las trabajadoras sexuales, cubriendo sus necesidades sentidas, y no las nuestras. De ahí surge el programa de salud, porque en el hospital Gregorio Salas ya no quisieron atender a las compañeras que demandaron al doctor Zavala, director del programa de atención integral de la mujer, por extorsión y abuso de autoridad”.
A partir de ese momento, el hospital niega la entrada a las chicas que hicieron la denuncia. Y de ese acontecimiento nace el primer programa de salud de Brigada Callejera, haciendo pruebas de VIH, papanicolaou y consultas generales.
Luego surge la demanda de los condones. En 1995 a las trabajadoras sexuales les vendían a 25 pesos el condón del sector salud, que debería darlos gratuitos. “Las trabajadoras nos solicitan entonces sacar nuestra propia marca. Ni idea de cómo hacerlo. Pensábamos que necesitábamos mucho dinero y no teníamos ni la menor idea de cómo empezar. Visitamos empresas comerciales para ver en cuánto nos lo dejaban, pero conforme íbamos comprando nos iban aumentando. Empezamos a buscar fábricas y encontramos a Jorge Mena, de Profilatex, quien nos asesoró y nos abrió el camino. Fue a La Merced, conoció nuestro trabajo y se fue impresionado, convencido de que había que hacer algo”.
Posteriormente fue el mismo gremio quien bautizó al nuevo condón con el nombre de Encanto, y le pusieron una envoltura con los colores negro y rojo, “que son de lucha, pero también el rojo del amor y el negro de la elegancia; además del símbolo de la lucha contra el sida”.
Entonces, mientras el sector salud retiraba el apoyo de los condones gratuitos y los revendía en los lugares de trabajo sexual, la Brigada Callejera crea su propia marca y la distribuye a un peso, hasta el 2011, año en el que lo suben a 1 peso con 20 centavos, logrando que “cada vez las mujeres se protegieran y retomaran en sus manos su salud”.
-¿Qué es lo que es lo que más te enorgullece de estos 20 años?
El contacto con las mujeres trabadoras. Ellas me han enseñado a ver la sexualidad desde otro punto de vista; el ver cómo está el consultorio bien montado, de primera, con muchas usuarias; que ya tenemos dentista, psicólogas, acupuntura, alfabetización. Y, lo más importante, es que vienen trabajadoras y trabadores de muchos estados de la república, y ellas mismas son nuestra carta de presentación.
Dice Jaime Montejo: “Pretender comparar a Elvira Madrid con lideresas que han obtenido ganancias estratosféricas por cobrarles derecho de piso a las trabajadoras sexuales, o con quienes fueron las primeras damas de tratantes como el bombacho y el conquistador, o con exproxenetas que descubrieron una gran veta de oro en el ‘rescate de las víctimas de trata’; no es otra cosa que un acto de represión orquestado desde el gobierno. Sin embargo y a pesar de las amenazas de muerte que retumban desde el Reclusorio Oriente, su labor continúa, las precauciones se extreman y la vida sigue su rumbo”.