¿Vida, desarrollo o muerte?

Hace años los abuelos y las abuelas nos decían.
¿Qué será del hombre y mujer sin los animales, sin los ríos, sin los árboles, sin el calor del tayta inti, sin la frescura de la madre luna, sin el cobijo materno de la madre tierra, sin la delicada trama de la vida, protegido y cuidado por el Pachakama y la Pachamama?



¿VIDA, DESARROLLO O MUERTE?
Por: Rasu Manuel Paza
Ecuachaski

Hace años los abuelos y las abuelas nos decían.
¿Qué será del hombre y mujer sin los animales, sin los ríos, sin los árboles, sin el calor del tayta inti, sin la frescura de la madre luna, sin el cobijo materno de la madre tierra, sin la delicada trama de la vida, protegido y cuidado por el Pachakama y la Pachamama?
Si nosotros los humanos no somos dueños de la vida, ni siquiera de la frescura del aire o del fulgor del agua que nace en las entrañas de los apukuna. Para el runa y para los pueblos de Abya Yala es sagrado cada parte de esta tierra, cada una de las distintas manifestaciones de vida, cada brillante y frondoso árbol, cada gota de rocío en los profundos pajonales, el trinar de las aves, el zumbido de cada insecto aunque parezca insignificante, el chillido del búho en las noches obscuras, el vuelo de las golondrinas en las lluviosas tardes, el croar de las ranas anunciando la fertilidad, la vida.
La sabia que corre por las venas de los árboles son los recuerdos y esencia del runa. Nosotros somos tierra, cosmos, ese mismo árbol, ese mismo búho y, así mismo, ella, la madre tierra es nuestra madre, nos alimenta, nos cuida, nos protege, por eso es sagrado para la memoria y existencia de los pueblos milenarios de Abya Yala, del runa.
Los distintos colores de las flores que embellecen nuestra existencia son nuestros hermanos y hermanas. Las mariposas, las aves; la Kurikinka, ave sagrada y dorada es la memoria de los Puruháes. El día, la noche, los cerros, el fuego, el agua, la lluvia, el viento, el palpitar de la madre tierra pertenece a la misma familia.
El calor del tayta inti y la frescura de la madre killa son importantes para nosotros los runakuna. El murmullo del agua entre las grandes vertientes nos indica fertilidad, vida y, nos sacian nuestra sed, nos lavamos nuestra cara para embellecernos y limpiar el polvo del día del trabajo. Los rayos sagrados del medio día cuenta la historia y la vos de mi padre; el suave murmullo de las noches cuenta la alegría de mi madre. Los y las montañas, las lagunas, el agua que corren por nuestro cuerpo cuenta sucesos y memoria de los abuelos/as y de los pueblos que estuvieron. Si la contaminas, la envenenas mueres y desapareces. Por lo tanto, respételo, trátalos con la misma dulzura que a tu hermano, hermana, padre y madre. Ellos son tu misma carne, tu misma célula, tu mismo hijo e hija.
Nos da tristeza al saber que los seres humanos de estirpe occidental no comprenda nuestra filosofía de vida runa, él/ella no sabe distinguir el sabor del agua de una fuente y otra, para él o ella es lo mismo, porque ellos son extraños para nuestras culturas apegados a la madre, al cosmos, al todo. El todo está relacionado con todo, todo lo que yo haga con la madre tierra y la madre naturaleza, me hago a mi mismo. Para él o ella la sagrada agua solo es mercancía.
Para el/la hermano/a de estirpe y mentalidad europeo/a la madre tierra no es su hermana, es su esclava, un objeto, un ser inerte, objeto de compra y venta, de obtención, de ganancia, de acumulación, por eso no respeta. Su apetito y codicia devora y deja desértica todo a su paso. Él o ella secuestra y explota, viola todos los días a la madre tierra, madre de él o ella y de sus mismos hijos, de sus pueblos, como la nuestra.
Nuestra vida y cultura depende de la madre tierra, madre naturaleza, de ella hemos aprendido. Curamos nuestras enfermedades con la misma sabia, nos alimentamos de ella, nos saciamos la sed con su misma sangre, pero si nos contaminan ¿Qué podemos esperar?