El paciente impaciente y el malestar del psicoanálisis

¿El psicoanálisis no se adapta al presente?



El paciente impaciente y el malestar del psicoanálisis
Martes.8 de octubre de 2013
¿El psicoanálisis no se adapta al presente?
Tortuga

Los herederos de Freud y Lacan son cuestionados por su falta de contacto con el drama social. Pero reconocen la crisis, defienden la profesión y proponen adecuarse al presente. - Un artículo de Héctor Pavón en el diario Clarín (Argentina, 06/09/2013).

¿Quién tiró la primera piedra contra el psicoanálisis? Fue hace tiempo, tal vez en el momento mismo que Sigmund Freud salía al escenario de la salud mental. Desde entonces la fila para lanzar cascotes y pedazos de escombros contra su criatura ha sido cada vez mayor. Quedan vidrios rotos, también hay verdades enfrentadas y algunos contusos y resentidos dentro del gran campo psi que siguen enfrentándose en nuestro país y en todo el mundo en un momento en el que las angustias, los dolores y depresiones se multiplican de forma preocupante.

La herencia que dejaron Freud y Lacan hoy está cuestionada, criticada, jaqueada aunque ninguna de estas instancias la ponga en peligro de extinción ni mucho menos. Una costumbre que para muchos es sólo francesa y argentina, pero que tiene otros centros importantes de práctica y desarrollo en Nueva York, Barcelona y San Pablo, y otros rincones latinoamericanos y europeos.

En 2005, se publicó El libro negro del psicoanálisis en Francia. En la primera línea de la introducción dice: “Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En estos dos países se admite comúnmente que todo lapsus es ‘revelador’, que los sueños inevitablemente develan ‘deseos inconfesables’ o que todo psicólogo es forzosamente un ‘psicoanalista”. El libro acusaba a los psicoanalistas de haber causado más males que soluciones o curas y sumaba cargos gravísimos de abuso y estafa por parte de psicoanalistas varios.

En 2011, el filósofo Michel Onfray lanzó otro libro que tenía a Freud y Lacan en la mira. En El crepúsculo de un ídolo acusaba a Sigmund Freud de nazi, fascista, corruptor de menores, incestuoso, estafador, mentiroso, fracasado y adepto de los regímenes totalitarios, entre otros rubros. Según Onfray, el psicoanálisis es comparable con una religión y su capacidad de curar a la gente semejante a la de la homeopatía. Los embates han sido realmente crueles. La historiadora francesa Elisabeth Roudinesco dice: “Hay un cuestionamiento radical desde la biología y las neurociencias. Consideran que el psicoanálisis no vale nada, que no es científico que todo viene del cerebro, que la locura, la neurosis, van a resolverse mediante tratamientos neurológicos. Dicen que el psicoanálisis no es eficaz. Eso es porque vivimos en sociedades en las cuales se busca la rentabilidad, los resultados y la cura inmediata.” Pero al mismo tiempo acusaba: “Los psicoanalistas actuales tienen cierto desconocimiento de la evolución política de las sociedades, muchos se volvieron conservadores. No entendieron bien la evolución de la homosexualidad, de la familia, no vieron venir los cambios. Pero no es el psicoanálisis lo que critico sino a los psicoanalistas”.

El mundo psicoanalítico reconoce la crisis y enciende una luz de alarma; especialmente cuando ve cómo se multiplican las opciones terapéuticas que ganan terreno en todo el mundo y lo dejan casi como una opción más en el universo de las curas en salud mental. Unas prometen soluciones a corto plazo y otras, el medicamento que podría atacar la raíz de un problema que en algunos casos puede ser de origen neurológico y en otros no. Algunas de ellas tienen la capacidad de producir respuestas certeras en plazos acotados. Son las que busca el paciente que vive el “aquí y ahora”.

El paciente impaciente

En los últimos tiempos –y ante el crecimiento de la demanda de atención en salud mental causada por problemáticas como catástrofes, atentados, incendios, accidentes, muertes masivas, entre otras calamidades– se acusó al psicoanálisis de ser insensible y desinteresado a analizar fenómenos sociales –en tanto tragedias colectivas– y que sólo podía dedicarse a las demandas individuales.

Debates internos y externos se multiplicaron para intentar responder a estos cuestionamientos que no son para nada abstractos y que responden a un cambio contextual en términos socioeconómicos, por lo menos en la región que nos tocó en suerte.

Los años noventa y sus consecuencias hasta el presente, generaron políticas que redujeron el papel del Estado y debilitaron los lazos sociales tanto en Latinoamérica como en gran parte del mundo. Fue un escenario en que el discurso neoliberal dio por lógicas y necesarias una serie de medidas que minaron y destruyeron una estructura social que, aunque débil, todavía protegía al individuo en tanto integrante de una comunidad. Las políticas socioeconómicas y sus consecuencias todavía se sienten y aunque hubo medidas para recomponer esa situación, miles de personas quedaron fuera del sistema. Vulnerados socialmente, sometidos a la inequidad y a la negligencia del Estado, millones de personas comenzaron a padecer esas consecuencias y a expresarlas en cuerpo y psiquis.

Esta situación repercutió en las clases bajas y medias argentinas y afectó seriamente las subjetividades ocasionando más y nuevas psicopatologías. Las problemáticas sociales que se masificaban, y que no eran excepcionales, generaban angustias y temores difíciles de subsanar. Fue entonces que en un contexto adverso, el contacto con el mundo psi comenzó a ser un hecho casi familiar. La crisis se volvió palabra frecuente, la angustia un estado permanente. Y quienes se convertían en pacientes no acudían en masa al diván del psicoanalista sino que empezaron a frecuentar terapias conductistas, sistémicas, grupales, junguianas, ligadas a las neurociencias, entre otras, que empezaron a ganar terreno ofreciendo tratamientos breves y respuestas inmediatas. Algo que mellaba la credibilidad de los largos tratamientos psicoanalíticos clásicos.

La falta de herramientas para analizar fenómenos como la desocupación, la pobreza, catástrofes, aquellas donde el Estado, la negligencia, la naturaleza o el destino operan destructivamente sobre las personas generaba un sentimiento contrario a los tiempos del diván.

En ese contexto se producen tragedias colectivas como los atentados a la Embajada de Israel (1992) y a la AMIA (1994). Ya en el siglo XXI ocurre la tragedia de Cromañón (2004); hay muertes en accidentes, canchas de fútbol, discos. Y también hubo tragedias ferroviarias que afectó, recientemente, en tres oportunidades a los pasajeros del tren Sarmiento. Especialmente la de Once donde murieron 51 personas en 2012.

“Los duelos masivos y los traumas hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos. Si ustedes quieren eludir estas crisis, tendrían que encerrarse en un búnker al que no llegue el afuera, sus turbulencias diversas, sus duelos masivos. Hemos vivido en Argentina ‘dentro’ de esa crisis multidimensional (política, social, económica y ética) que nos ha asediado en las últimas décadas”, escribe Luis Hornstein en su libro reciente Las encrucijadas del psicoanálisis dirigiéndose –enérgico– a sus propios colegas. Para él, encarar las secuelas del terrorismo de Estado, de la hiperinflación, del terror en todas sus facetas, de la corrupción y de la fragilidad institucional, es clave. Y propone: “Si son posibles cambios individuales, ¿por qué los cambios colectivos serían una utopía?”.

En ese camino anduvo Fernando Ulloa (1924-2008), quien creó un estilo terapéutico particular y efectivo y supo distinguirse en el mapa por su mirada integradora, que ubicaba la problemática del paciente dentro de un contexto totalizador y que él llamaba “cultura”. “La salud mental –definía–, ajustada a algunas circunstancias, es una producción cultural ”. Durante la dictadura estuvo exiliado en Brasil. Antes y después de partir atendió pacientes que habían sufrido la tortura. “La crueldad es el fracaso de la ternura” sostenía, y agregaba: “La crueldad; también como la ternura, es una producción sociocultural y antitética, ambas contemporáneas”.

Cuestión de fe

Pero la fe o confianza en el psicoanálisis en un país que leyó e interpretó tempranamente a Jacques Lacan está viva a pesar de los cuestionamientos constantes. Hoy se puede ver en las guardias de los hospitales que cuentan con atención psicológica, se atiende un número muy alto de consultas mensuales. Estados depresivos ligados a la situación laboral y social, angustias y ansiedad que se traducen en aislamiento social y hasta en temor a salir a la calle. La ampliación de la cantidad y tipos de psicopatologías puso en evidencia la disputa por el ampliado e interesante mercado de la salud. Es probable que la crisis de 2001 haya sido un punto de inflexión por la enorme lista de incertidumbres y estados precarios de cuestiones concretas y también subjetivas, lo que multiplicó consultas en todos los ámbitos, pero especialmente en el público y en el de la consulta a través de las prepagas.

Quizá los que han estado en el foco de la tormenta más en particular han sido los psicoanalistas lacanianos caracterizados como escuchas silenciosos. Sobre ellos se ha dicho que han subestimado el impacto traumático de un hecho trágico. Según el analista francés, Eric Laurent “La posición del analista es paradojal. Al mismo tiempo que elige el campo de elaborar las formas de lo nuevo en la cultura tiene la certeza de que hay una incompatibilidad entre la satisfacción y el programa de la civilización, lo que produce. Freud describió esta imposibilidad de reconciliación entre la satisfacción libidinal, que sería armónica, con la civilización. Lo que hay son síntomas de lo que no encaja, de lo que no va. Entonces, el analista no tiene más remedio que acompañar las formas de invención de lo nuevo en la civilización, que hay que hacer, porque cada forma de evolución de nuestra cultura enfrenta problemas nuevos. Siempre tendremos formas sintomáticas a interpretar”. Hornstein agrega que el psicoanálisis debe mirar a las ciencias sociales y de allí extraer aportes para ampliar la mirada en las problemáticas que llegan al hospital y al consultorio.

Hace pocos años un grupo de psicoanalistas organizaron unas Jornadas sobre “Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina” cuyas ponencias se publicaron en un libro del mismo nombre. Los autores señalaban que lamentablemente, ante hechos como el terrorismo de Estado, la Guerra de Malvinas, el atentado a la Embajada de Israel, el atentado a la AMIA, el estallido del arsenal de Río Tercero, los analistas argentinos fueron teniendo experiencia. Muchos de los perjudicados por el caso Cromañón, por ejemplo, han debido recibir asistencia en salud mental. Algunos de ellos fueron y son atendidos por psicoanalistas. Una experiencia que, en particular, ha sido cruelmente positiva.

La médica y psicoanalista Cecilia Moise, autora del libro Psicoanálisis y sociedad asegura, optimista, que “El psicoanálisis no sólo cura sino que también previene”. Señala que desde hace tiempo los psicoanalistas trabajan en lo social y desarrollan su actividad más allá del diván. Esta actividad no tiene una gran visibilidad, todavía los psicoanalistas son considerados intelectuales en un sentido peyorativo de la palabra. Todavía cuesta verlos integrados en un campo de asistencia popular de la salud mental.

Moise analiza las heridas del terrorismo mundial y su impacto en quienes lo han padecido y en quienes creen que lo pueden sufrir. La maldad en la política, la historia, la literatura y la vida cotidiana dan pie para hablar de experiencias traumáticas que surgen de los totalitarismos como el que padecimos a fines de los 70. La especialista también aborda el tema de la emigración. A principios de este siglo, Ezeiza se había convertido en la rampa por la que se escapaba el futuro argentino. Día a día, en un agónico e interminable drenaje, jóvenes con un título bajo el brazo salían rumbo al Primer Mundo llevando sueños, proyectos y el bagaje académico adquirido en universidades argentinas. La ilusión estaba en marcha, pero la desilusión estaba a la vuelta de la esquina. Y surgía el dolor de quienes los despedían en el aeropuerto.

Otra especialista como Silvia Bleichmar (1944-2007) tuvo conciencia del problema que enfrentaba el psicoanálisis desde temprano. Bleichmar (formada con Jean Laplanche) sacó el consultorio de la abstracción psi y lo vinculó con los problemas sociales de la época. Los nuevos y los que ya estaban compenetrados en la sociedad. México fue la tierra que la recibió durante su exilio. Allí volvió para dirigir el programa de asistencia psicológica a las víctimas infantiles del terremoto de 1985 de México creado por Unicef. En la Argentina formó parte del proyecto de la ayuda psicológica a los afectados por el atentado contra la sede de la AMIA. Bleichmar escribió un conjunto de ensayos que bajo el título de Dolor país expuso su preocupación por la cuestión social y la crisis de 2001 y de los meses siguientes y donde subrayó la necesidad de anteponer las subjetividades a los crudos números del riesgo país.

En el mismo sentido, Moise pregunta: “¿No es acaso muy reducido pensar un paciente desde el estrecho marco del consultorio ignorando lo que pasa afuera, a menos que pongan una bomba, tiren las torres gemelas o pase un huracán? ¿Hay alguien que puede nacer, crecer sin necesitar una sucesión de otros que aportarán a la construcción de su subjetividad? Otros, que en su conjunto, forman parte de esa sociedad”.

Es difícil vincular al psicoanálisis con un sentido o preocupación comunitaria. Sin embargo, el individuo pide a gritos ser comprendido en su entorno, algo que, en realidad, Freud había entendido y muy bien y que hoy merece ser releído en detalle.