Bolivia. A propósito de la nueva gran movilización en El Alto: Memoria de la evaluación de la Fejuve de la Ciudad de El Alto de los Acontecimientos de Septiembre-Octubre del 2003. La Guerra del Gas

¿Cómo constituir una democracia de la multitud?
¿Cómo hacer que la democracia sea el despliegue de las energías ciudadanas y comunitarias?



Memoria de la evaluación de la FEJUVE de la Ciudad de El Alto de los Acontecimientos se Septiembre-Octubre del 2003. La Guerra del Gas[1].

Raúl Prada Alcoreza

Dedicado a la Ciudad de El Alto, la ciudad que contiene a la nación, que contiene a las naciones y los pueblos. A la FEJUVE de entonces, del trágico 2003. A nuestros muertos, que entregaron su vida por emanciparnos de la dominación imperial y del despojamiento neoliberal. A los heridos, en quienes se inscribió la violencia estatal, a los combatientes y movilizados en las asonadas de este año crucial, cúspide, de la movilización prolongada, que duró seis años (2000-2005). Estas muertes, estas heridas, estas esperanzas despertadas, estas pasiones, este gasto heroico, no pueden haber sido en vano, no debe ser en vano. Ellos y ellas, los y las muertas, los y las heridas, los y las combatientes, nos convocan a continuar la lucha.

Quizás el único momento que se sabe lo que pasa es cuando suceden los acontecimientos y se sabe desde el interior mismo de los acaecimientos. Son los actores los que intuyen la totalidad que entra en juego, intuyen volitivamente la complejidad del contexto histórico que acompaña a lo que está ocurriendo, que acompaña a la manifestación de los hechos. Después de los acontecimientos es difícil recuperar la memoria de esta experiencia. Se impone la memoria de otro presente, posterior, menos rico en intensidades. Este otro momento no cuenta con el rico horizonte de experiencias abiertas de cuando se vivía los sucesos, el ritmo vertiginoso de los acontecimientos. Esta es la razón por la que se tiene cierta dificultad al buscar recrear lo sucedido. Se tiende a describir lo sucedido en la lógica de la cronología temporal, pretendiendo que la sucesión de los eventos puede explicar los desenlaces. Estos son los problemas heredados en una concepción lineal del tiempo, pero también de una concepción temporal de los acontecimientos.

Para quien hace la reconstrucción de los hechos, ya sea a través de una descripción o de una historización, por más que recurra a testimonios abundantes o archivos exhaustivos, la dificultad aparece no sólo como distancia temporal, por estar situado en otro tiempo, en otra coyuntura, en otro horizonte histórico, distinto al momento crucial de los desenlaces, sino por estar situado en otro ámbitos de experiencias. Esta diferencia no la salva la aplicación de los recursos científicos, no la salva la disciplina, el método ni el esmero del investigador. Esta diferencia es irreducible. Hay que partir de esta constatación si se quiere comprender el alcance de los acontecimientos.

No se puede ver de la misma manera que los protagonistas de los sucesos, del mismo modo que no se puede vivir de la misma forma que los sujetos involucrados en las acciones. Por eso el análisis puede no reproducir fehacientemente lo que ha ocurrido. En todo caso se trata una interpretación hipotética. Se está lejos de la vivencia inmediata. Sin embargo, a pesar de estas dificultades, de la problemática que plantea la reconstrucción de los hechos, de los procesos y acontecimientos, no dejan de tener importancia los análisis, las investigaciones, las descripciones posteriores. Estas pesquisas no dejan de ser orientaciones de la comprensión de los sucesos, sobre todo teniendo en cuenta que pueden tratarse de visualizaciones de ciertas tendencias de los acontecimientos.

Enfrentemos el desenlace acontecido a partir de otras posibilidades latentes, por lo menos acudamos a dos otros posibles escenarios que quedaron en el camino, uno de ellos tiene que ver con la salida revolucionaria y el otro con la salida autoritaria, impuesta a partir de una sañuda represión. La incorporación al análisis de estos otros escenarios puede permitir un mayor contraste de lo ocurrido, permitiendo de esta manera una mejor elucidación del desenlace realizado. El sábado 18 de octubre por la mañana ya se conocía la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la república, este fue el momento del desenlace. La carta de renuncia iba a ser leída en la sesión extraordinaria del Congreso, convocada para tal efecto. Se puede decir a ciencia cierta que este fue el resultado de la secuencia de sucesos, la consumación del lapso de la crisis política, expresado de un modo directo; como se acostumbra a decir, estos fueron los hechos. Viendo retrospectivamente y situándonos en el día jueves 16 de octubre, por la tarde, se puede apreciar que la suerte del entonces presidente estaba echada después de la multitudinaria congregación de masas efectuada por las organizaciones sociales, básicamente las juntas de vecinos, de las ciudades de El Alto y La Paz. Su presencia en el gobierno era insostenible. Sin embargo, del jueves al sábado los hechos no se habían desencadenado; todavía estaban latentes otros desenlaces. Hablamos tanto de la salida revolucionaria como de la salida autoritaria. Pueden elucubrarse otros desenlaces, pero quedémonos con estos, que parecían ser los más probables. Podemos especular un poco más en relación al perfil de estas salidas. En un caso se vislumbró la posibilidad de un Gobierno Provisional Revolucionario, en el otro caso la posibilidad de un golpe de Estado o de una salida autoritaria, impuesta con una mayor escalada represiva, con sus consecuentes masacres. Aunque se habló más de la segunda posibilidad que de la primera, no puede dejarse de lado la primera alternativa. Ambas situaciones no descartan el escenario dramático de la guerra civil.

Se puede decir que mientras no se realice una posibilidad, las otras posibilidades concurren, compiten para efectivizar el desenlace. Incluso el sábado por la mañana dos analistas políticos pedían un plazo de noventa días para Gonzalo Sánchez de Lozada. Esto nos muestra que otras posibilidades también concurrían, a pesar de que estas fuesen las menos probables[2]. Sabemos ahora que lo que ha acontecido es la sucesión constitucional, la sucesión de la presidencia al Vicepresidente de la República, Carlos Mesa Gisbert. ¿Cómo entonces interpretar lo que ha ocurrido? ¿Qué campo de fuerzas explica esto? ¿Qué composiciones organizativas y subjetivas han condicionado el desenlace?

Con lo dicho podemos observar la complejidad del problema, las grandes dificultades de la interpretación y del análisis de los acontecimientos en cuestión. Ciertamente se pueden optar por métodos y procedimientos de investigación, se puede recurrir a recursos teóricos, como los relativos a modelos presupuestos; pero, estos instrumentos no logran resolver el problema que plantea la diferencia de coyunturas, de horizontes y de contextos, que terminan siendo diferencias de memorias.

Se puede comenzar por una caracterización de la formación social boliviana. Esto puede suponer hacer historia, encontrar en ella sus dislocaciones, desniveles, rupturas y discontinuidades. Lo que se haga apunta siempre a comprender el presente. Este presente puede ser tomado como lugar de convergencia o como el único lugar posible de realización del acontecimiento. En el primer caso se puede dar lugar a distintas interpretaciones, una de ellas puede ser evolutiva, la misma que no puede desprenderse de un finalismo. Algo así como que el presente revela el pasado. Otra interpretación, relativa al primer caso, puede concebir un presente como grado de acumulación. El segundo caso nos lleva a configurar un presente como eterno retorno, como retorno a lo mismo y a la diferencia, de modo cíclico, como instante donde el futuro y el pasado se encuentran. Esta interpretación invierte el enunciado de que el presente revela el pasado, haciendo, mas bien, que sea el pasado el que revela al presente. Demos ejemplos de estos dos enunciados. Una clara muestra del primer enunciado es cuando se propone que la anatomía del hombre ilumina sobre la anatomía del mono, también cuando se dice que el modo de producción capitalista ilumina sobre la comprensión de las formaciones sociales precapitalistas y no capitalistas. Un ejemplo para el segundo enunciado es cuando se recurre a la memoria histórica para comprender el presente, cuando se hace un análisis del presente a través de una mirada retrospectiva del pasado, cuando se responde a la pregunta ¿cómo hemos llegado a ser lo que somos en el momento presente? El segundo enunciado rompe con una visión evolucionista o linealista. El presente es el lugar de los acontecimientos, de las acciones, de las prácticas, de los actos; el presente es actualidad. Llamemos a esta perspectiva genealogista. Como se puede ver, la genealogía se diferencia radicalmente del historicismo.

Manteniéndonos en la perspectiva del primer enunciado, se dice que la formación social boliviana es una formación histórica compleja, que articula diferentes modos de producción, pero condicionados por un modo de producción hegemónico, el modo de producción capitalista. En este sentido se ha llegado a proponer que Bolivia es una formación capitalista de desarrollo desigual y combinado. Situándonos ahora en el segundo enunciado, la formación histórica boliviana se encuentra estratificada, fragmentada, sedimenta, en distintos niveles, planos, mesetas. No es posible concebir una articulación de modos, condicionados por un modo hegemónico. En este caso la complejidad es irreducible, constantemente abierta a distintos juegos de entrelazamiento, dependiendo de las selecciones hechas en un momento determinado, en un lugar dado o en otro. Entonces nos encontramos ante un conjunto en constante variación. En este caso las formas no capitalistas no pertenecen al pasado sino al presente, se hacen presentes, se actualizan. Esto no hay que entenderlo como que estos modos o estas formas sociales se hayan mantenido en el tiempo tal cual fueron en el pasado; de modo diferente, hay que entender que estas formas y modos se actualizan manteniendo sus propios diseños históricos. Cuando pasamos de las consecuencias del primer enunciado al segundo, vemos que pasamos de una complejidad más simple a una complejidad cualitativamente mayor.

El problema entonces está planteado no tanto en el sentido de por cuál interpretación optar, sino de cómo podemos describir la historia efectiva, cómo lograr una descripción más apegada a los detalles, a la multiplicidad de las singularidades, a los sentimientos, a las pasiones de la gente involucrada en las acciones. Cómo podemos acercarnos a la minuciosidad de los hechos, a la filigrana de los detalles, cómo podemos reconstruir los mapas de las fuerzas, que concurrieron en los momentos cruciales. Cómo visualizar las posibilidades latentes, posibilidades que no dejan de entrar en juego constantemente. La dificultad radica en estas preguntas, la problemática se muestra en toda su cobertura cuando nos proponemos esta clase de aproximaciones a los acontecimientos.

Perfiles del movimiento social contemporáneo
El Conflicto social y político en Bolivia. Las Jornadas de Septiembre-Octubre del 2003

Pregunta 1:

¿Son los acontecimientos histórico-políticos o es el movimiento social lo que está en consideración? ¿Cuál de estos eventos va a ser analizado? ¿Uno u otro, ambos? No podemos dejar de establecer que el movimiento social es un acontecimiento histórico-político, sin embargo, no es el único acontecimiento histórico-político. Hay otras formas de acontecimientos histórico-políticos, como las crisis, las guerras, las distintas formas de la lucha de clases, las emergencias institucionales, los debacles institucionales, etc. En tanto movimiento social interesa estudiarlo no sólo en el plano del acontecimiento sino también en el recorte de su especificidad propia, movimiento, devenir, constitución y des-constitución de sujetos, conflicto social. Por eso es importante establecer tanto el plano del acontecimiento como el recorte de intensidades, que es el movimiento social.

Definiciones 1:

Entendemos por acontecimiento una multiplicidad de singularidades. Hablamos de acontecimiento histórico y político cuando recortamos la multiplicidad desde la perspectiva de su significación política y su significación histórica. Comprendamos el movimiento social como el desplazamiento de la lucha de clases en el contexto de formaciones sociales determinadas. Se trata del conflicto social, conflicto que se traduce en reivindicaciones sociales en los periodos todavía matizados de la crisis, que se traduce en proyectos revolucionarios y de liberación en periodos agudos de la crisis.

Referencia 1:

Cuando nos remitimos a un evento histórico político no dejamos de hacer referencia a las condiciones estructurales y prácticas de una formación social dada. La formación social en cuestión es la formación social boliviana. Formación social comprendida como formación histórica fragmentada en distintos planos temporales, los mismos que se encuentran conectados por desplazamientos sociales y culturales en distintos grados de metamorfosis, planos temporales que se encuentran articulados por procesos de desterritorialización, fuertemente vinculados al mercado y al desarrollo de las relaciones capitalistas. Los procesos de desterritorialización pueden revertirse y sostener procesos de reterritorialización; esto sucede cuando se dan repliegues estatales, cuando se pliega una “ideología”, cuando se recoge en la religión la crítica de la moral y de la ética, cuando se hace un gran esfuerzo de fundamentar las experiencia del movimiento social, es decir, cuando se regresa a una forma fundamentalista. En el caso que nos toca, este ensayo sobre los acontecimientos histórico-políticos y los movimientos sociales, desatados el 2000 y que tienen su curso hasta el 2003, se tiene un particular interés por las condiciones de posibilidad del movimiento social.

Problema 1:

Las jornadas de septiembre-octubre en Bolivia, concentradas en el Altiplano norte y en dos ciudades colindantes, El Alto y la Ciudad de la Paz, aparecen como el resultado de un proceso de acumulación de los movimientos sociales desatados en abril del 2000 y continúan sus cursos propios durante cuatro años (2000-2003). Las significaciones histórico-políticas las podemos encontrar desde dos ángulos diferentes. La significación histórica puede ser evaluada por la relación que tienen estas jornadas con el pasado, la actualización de antiguas luchas, la reivindicación de las victimas arrojadas al tiempo y sepultadas en el olvido, la densidad que adquiere la memoria en el momento presente. La significación política se puede evaluar por la repercusión que tienen estas jornadas en las estructuras de poder, en los dispositivos y agenciamientos políticos del Estado. El problema de las jornadas de septiembre-octubre, que desafía a su comprensión y conocimiento, se encuentra relacionado al contenido de sus potencialidades y posibilidades, así como al alcance de sus desenlaces. ¿Estas posibilidades y sus latentes desenlaces forman parte de un proceso de ruptura con el Estado? ¿Forman parte de la constitución nacional o, de modo diferente, anuncian el quiebre de la nación, su diseminación? ¿Constituyen la configuración de una nueva geografía política, compuesta por autonomías? ¿Forman parte de la revolución social, revolución que apunta al trastrocamiento profundo del Estado, la nación y la sociedad?

Descripción 1

Se llegó a septiembre del 2003 con conflictos sociales sin solución. Los pliegos que se vinieron planteando desde la Guerra del Agua (abril del 2000) hasta el inicio de las jornadas de septiembre del 2003, con los sucesos de Warisata, Sorata e Ilabaya, quedaron en las rondas de negociaciones y en las mesas de diálogo. Lo que se logró arrancar al gobierno de entonces con la Guerra del Agua, que consiste en la salida de la trasnacional del agua, Aguas del Tunari, en la anulación del proyecto de privatización del elemento vital, en la evitación del súbito incremento de las tarifas del agua, quedó a mitad del camino en la medida que la Coordinadora del Agua no logró convertirse en una empresa autogestionaria. Terminó administrando modestamente la antigua dependencia estatal del agua, Servicio Municipal de Agua Potable, SEMAPA, institución restringida a proyectos y recursos para atender las necesidades del campo y de la ciudad en cuanto al líquido elemento. El añorado proyecto de Misicuni, que atendería en tres etapas la demanda del agua del departamento de Cochabamba, no acaba de materializar ni siquiera su primera etapa. En cierto sentido se puede notar una latente frustración al respecto. El gran esfuerzo social llevado a cabo en la Guerra del Agua no cristalizó todavía en una autodeterminación y en una autogestión social.

Han transcurrido cuatro años desde la Guerra del Agua hasta la Guerra del Gas, el epicentro del conflicto se ha traslado de la ciudad del Valle, Cochabamba, a las ciudades de El Alto y de La Paz, siendo la primera el motor del conflicto desatado en octubre y la segunda el escenario donde se dirime la correlación de fuerzas del campo político. En el transcurso de este intervalo se sucedieron dos asonadas sociales en tres de las cuatro grandes urbes del llamado eje central, Cochabamba, El Alto y La Paz. La de abril del 2000 y la de septiembre-octubre del 2003. La ciudad de Santa Cruz no quedó al margen del conflicto social, sólo que fue lugar de resonancia de las luchas sociales desatadas en el occidente boliviano. Obviamente no estuvo al margen de los conflictos locales, estos se dieron en el tamaño de su localismo, como el repetido conflicto relativo a la demanda salarial de los maestros, a la demanda de presupuesto de la universidad pública, a distintos reclamos sectoriales y recientemente; como consecuencia de las jornadas de octubre, se dio lugar el intrépido ingreso de la marcha campesina al centro de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Sin embargo, esta populosa urbe todavía no ha producido un perfil propio, no ha logrado una participación propia, en las definiciones del conflicto social. En otras palabras, no ha conseguido expresar nacionalmente lo que le acontece localmente. En otras palabras, no ha podido traspasar los límites de su localismo, convirtiendo sus singularidades en desplazamientos transformadores en el contexto nacional. Sin embargo, a pesar de esta inhibición o esta latencia, como quiera entenderse, en cualquiera de estas situaciones, en todo caso la Guerra del Gas ha comprometido a todos los sectores sociales involucrados en los movimientos sociales desde el 2000, ha logrado unificar al movimiento social que se hallaba diseminado en sus distintos componentes regionales. La consigna de la defensa del gas resultó ser no sólo una consigna unificadora sino también una consigna nacional. Una consigna que sintetiza varios planos de las luchas sociales. Uno de los planos tiene que ver con la resistencia a la globalización privatizadora, a la ejecución de las políticas neoliberales, a la rebelión social contra el ajuste estructural y las consecuencias agravantes de las reformas estructurales. Otro plano tiene que ver con la recuperación de la soberanía nacional frente a la supeditación nacional al nuevo orden mundial. Un tercer plano tiene que ver con la recuperación de los recursos naturales y la lucha por el excedente. Un cuarto plano viene dibujado por la lucha de clases; fue el movimiento popular el que reivindicó, desde las profundidades de su propia memoria, el gas para los bolivianos, para los trabajadores, para los desocupados, para las familias humildes. En esta perspectiva se plantea un enfoque de distribución social del recurso energético. Un quinto plano, y quizás un primordial eje articulador histórico, condicionante de los otros planos, atravesados por éste, es el relativo a las reivindicaciones indígenas, entendidas como reivindicaciones culturales, nacionales y étnicas. Todos estos planos se entrelazaron en la Guerra del Gas. La consigna de la defensa del gas resumió las demandas desplegadas en todos los planos, despliegues que anidan sus propias particularidades, sus específicas lógicas de desenvolvimiento. No sólo se trata de una consigna nacional sino de una consigna que replantea popularmente la concepción de nación. Quizás sea esta la razón por la que la defensa del gas estaba casada con la consigna popular de la Asamblea Constituyente.

Entre la Guerra del Agua y la Guerra del Gas se suscitaron conflictos de importancia en el campo, en el área rural. El bloqueo nacional campesino de caminos (septiembre del 2000), que aisló a las cuatro ciudades del eje central, además de tener comprometidas a otras ciudades capitales departamententales, como Oruro, Potosí y Chuquisaca. El bloqueo parcial de caminos en el Altiplano norte (julio del 2001), que mostró el carácter fragmentario de los movimientos sociales, los límites y debilidades locales. En el mismo momento se deslizó la marcha diezmada de la COMUNAL[3], que hizo patente las dificultades de extender nacionalmente una experiencia como la Coordinadora del Agua de Cochabamba. La marcha indígena de tierras altas y de tierras bajas por la Asamblea Constituyente, un poco antes de las elecciones nacionales. Esta marcha expresó otra perspectiva del movimiento indígena, no sindicalista, mas bien comunitarista, organizada en torno a las autoridades originarias. Aunque con menos densidad demográfica que las convocatorias de la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), sin embargo, hizo sentir su interés particular en la Asamblea Constituyente para resolver el heredado problema colonial y la demanda indígena de territorio. La constante conflictividad social, política y policial en la región del Chapare, combinando esporádicos con férreos bloqueos carreteros, dependiendo de la situación. Las sucesivas marchas de los maestros. La toma de la superintendencia de bancos por parte de los y las prestatarias, después de haberse agobiado en sus penosas largas y rutinarias marchas, en incansables reclamos, en renovadas inventivas formas de interpelación, incluyendo su protesta al desnudo ante el impávido ciudadano paceño. La dramática marcha de los jubilados y rentistas. Después de febrero del 2003, el bloqueo de caminos de los cooperativistas mineros, quienes recordaban el fantasma del comunismo minero. No podemos olvidarnos de la renovada toma de tierras del Movimiento de los Sin Tierra (MST), movimiento que viene convirtiendo últimamente a la cuestión de tierras, propiedad y posesión de tierra y territorio, en el tema social más conflictivo. Como dijimos estos conflictos sociales no se encuentran articulados ni se desarrollan en un continuo espacio-temporal. La mayoría de ellos son expresiones locales, sin mayor irradiación que sus propios territorios, si descartamos la irradiación informativa y los reportajes ocasionales. Se diferencian no solamente por el lugar en que se dan, ni tan solo por las estructuras que ejecutan sus desplazamientos, sino por las variaciones de sus intensidades. Paradójicamente su fuerza y su debilidad radican en este ámbito de singularidades. Considerando este contexto, las preguntas que debemos hacernos son: ¿De qué modo se acumula la memoria del movimiento social? ¿Cómo se ha llegado al grado de unificación en torno a la Guerra del Gas?

Antes de responder a estas preguntas debemos recapitular un antecedente importante de los sucesos de septiembre-octubre, el motín policial y el subsiguiente desencadenamiento social, en febrero del 2003, con la toma y quema de edificios públicos, sedes de partidos, y saqueo de centros comerciales, además de los depósitos de la Aduana. Quizás sea en febrero cuando se da lugar al comienzo de la transformación de los comportamientos en lo que respecta al relacionamiento entre bases y dirigentes del movimiento social. Una relación heredada, todavía vertical, entre dirección y bases, se rompe y comienza a ser sustituida por la emergencia de la espontaneidad de las masas, por su irrupción sin consulta, por su elocuencia diseminada, pero con alto contenido afectivo, con intempestivos y fugaces tonos de intensidad. Es posible que esto tenga que ver con una suerte de acumulación de la experiencia social, experiencia que se traduce en la modificación de los usos organizacionales. También es probable que esta emergencia se deba a la crisis que sobrelleva la conducción del movimiento social. El desarrollo del movimiento social cuestiona el monopolio de la representación política por parte de los partidos, así mismo, siguiendo el curso de este requerimiento, se hace también evidente el monopolio y la centralización de la representación social por parte de la dirigencia sindical. Las prácticas y gestiones comunitarias exigen adecuar las expresiones representativas al control social de las asambleas. La emergencia de las bases es una verdadera revolución en el trámite, ya conservador, de la elaboración de la representación social. Las direcciones y los dirigentes que motivaron el estallido de los conflictos recientes (2000-2003), terminaron convirtiéndose en estructuras inhibidoras de las iniciativas sociales, incluso altamente conservadoras, comparándolas con los objetivos implícitos que persiguen los procesos de liberalización de los movimientos sociales. Febrero del 2003 hizo patente la crisis estatal, los aparatos del Estado se desmoronaron, entrando al agenciamiento de una guerra intestina, Estado contra Estado, aparatos de Estado contra aparatos de Estado, policía contra ejército. Las posibilidades del gobierno se desmoronaron y con ello la legalidad del Estado quedó hecha trizas. El presidente desapareció de la escena, también su gabinete; se hizo reiterativa la evaporación del congreso en plena beligerancia del conflicto social. La suerte quedó echada en manos de los directos actores y protagonistas del drama social. La muerte también se hizo presente dejando su huella en los cuerpos martirizados, abiertos morbosamente por la metralla. Reapareció el nuevo verdugo de la represión, quien mostró su cara oculta ya en la Guerra del Agua, sólo que ahora era un recurso abiertamente usado, los francotiradores. De febrero a octubre va a darse lugar a la consecuencia de esta discontinuidad del relacionamiento entre bases y dirección, va emerger la forma organizada de la multitud. Se va a dar lugar a una grandiosa movilización social, construida inductivamente por proliferantes asambleas de base, múltiples direcciones territoriales, las mismas que extienden rápidamente sus redes, articulando un gran movimiento autogestionario. Las jornadas de septiembre-octubre mostraron un nuevo perfil del movimiento social. Hablamos de un movimiento social templado por la experiencia de la lucha, maduro para gestar decisiones desde abajo, sometido al irradiante control social. Un movimiento social que comienza a elaborar su nueva criatura, el desarrollo del intelecto general autónomo, politizado. Hablamos de la subversión de los saberes, de su independencia respecto de los saberes institucionalizados, de su manumisión respecto de la dominancia de los medios de comunicación, de su inconexión respecto de la jerarquía del prestigio de la intelectualidad crítica. Este es un tema que sopesa las potencialidades del movimiento social.

Las transformaciones organizacionales no sólo se dieron en las ciudades sino también en el campo, en el área rural. Esta modificación en la forma de gestión social se hizo sentir en el Altiplano norte. Warisata, Sorata, Ilabaya, fueron los escenarios comunales de los dramáticos acontecimientos de septiembre, pero también fueron los escenarios de la emergencia de las relaciones horizontales en las gestiones de la representación social y la toma de decisiones. Fueron tres las convocatorias a bloqueos de caminos por parte de la CSUTCB; los comunarios sólo acudieron a la tercera convocatoria. La tercera convocatoria fue gestada por mallkus y mama t’allas, secretarios generales y esposas; es decir, la convocatoria fue elaborada por las bases sindicales y comunitarias. Mallkus y mama t’allas, secretarios generales y esposas acudieron a una huelga de hambre en la Radio San Gabriel de la ciudad del Alto. Desde allí, micrófono en mano, mantuvieron un contacto estrecho con sus comunidades. El bloqueo inmovilizó el transporte y detuvo a contingentes de turistas; particularmente en Sorata se encontraba un conglomerado significativo de turistas extranjeros. El gobierno presionado por las embajadas decidió acudir con una expedición de rescate con fuerzas combinadas de la policía y el ejército. La expedición punitiva dejó un saldo de seis muertos. Este fue el costo del rescate de los sorprendidos turistas, atrapados en el vórtice del conflicto, anclados en su circunstancial retención. Fueron la excusa de la violencia estatal desatada contra los campesinos. La masacre de campesinos desató una ola de protestas y la expansión irreversible de los bloqueos. Fue el aguijón que desencadenó la fuerza acumulada en la más populosa urbe del país, fuerza acumulada en una larga historia de luchas en la ciudad de El Alto. La confraternidad entre la ciudad del Alto y las comunidades campesinas no es un dato reciente. La ciudad de El Alto está conformada demográficamente mayoritariamente por aymaras, migrantes en distintos niveles generacionales. Aunque la mayoría de la población urbana ha nacido en la dinámica urbe, la memoria migratoria es fresca. Sin embargo, no siempre las relaciones entre esta ciudad y el campo han sido armónicas; están atravesadas también por contradicciones derivadas de los procesos urbanos, aunque ciertamente endémicos en una ciudad olvidada; empero, suficientemente diferenciadores como para demarcar nuevas identidades colectivas. Los aymara urbanos no son ya campesinos, a pesar de sus viajes itinerantes, de sus retornos a las festividades comunales, a pesar de que conlleven en sus costumbres ciertos aires rurales, aunque siembren en sus patios y domestique animales. El contexto urbano condiciona una transformación de las relaciones, las estructuras y las praxis sociales. El lenguaje no es suficiente para mantener la continuidad; el lenguaje, los usos del lenguaje, también se modifican, su hibridación es más rápida, la mestización de la población urbana se hace más pronunciada. La movilidad social, el desclasamiento y el re-enclasamiento, se hacen patentes. Estos procesos lejos de empobrecer el desarrollo y la actualización de las identidades, las enriquecen en su exuberante variedad y en su abigarrada complejidad. Las jornadas de septiembre-octubre no fueron únicamente la continuidad de los desplazamientos del movimiento indígena, sino que los indígenas se incorporaron a luchas y movimientos sociales de alcance nacional, irradiaron en estos movimientos con sus propios contenidos y perfiles, pero también vivieron transformaciones que implican estas expansiones. No se puede reducir lo acontecido en la ciudad de El Alto a las circunstancias y al contorno de las reivindicaciones indígenas. Va más allá, incorporando lo indígena como eje articulador a un amplio movimiento social y a una lucha de liberación nacional, más rica en sus connotaciones, más profunda en su memoria histórica, más expansiva en sus alcances políticos, abierta a los distintos atravesamientos e influencias del moviendo social y las luchas nacionales.

El Alto la Ciudad que Contiene a la Nación

Cuando René Zavaleta Mercado usa esta figura de continente, se refiere al proletariado minero. El tropo es el siguiente: El proletariado minero, la clase que contiene a la nación. El proletariado minero sería el continente, el contenido sería la nación misma con toda su complejidad, la formación social abigarrada. ¿Qué significa esta relación entre continente y contenido? ¿Cómo puede la nación ser contenida en una clase social, más aún siendo ésta el proletariado minero? ¿Es que el proletariado contiene a la nación en su memoria? ¿O se trata, mas bien, de la experiencia que tiene la clase? En sentido dialéctico se podría decir que el proletariado es la síntesis de la nación, en tanto formación social compleja, condicionada por el modo de producción capitalista. El proletariado minero sintetiza la historia del capitalismo en Bolivia, la explotación minera articulada a las otras formas de explotación, no sólo la de los trabajadores mineros, ex-mitayos, indígenas, mestizos fuerza de trabajo conformada por la separación de estos campesinos, estos artesanos, estos seres humanos de las relaciones de producción no capitalistas. La explotación minera se encuentra articulada a las formas de explotación rurales, haciendas, empresas, circuíos mercantiles simples, a diversa formas de subsunción formal del trabajo al capital. La explotación minera se encuentra articulada a las pervivientes formas de explotación coloniales. Por lo tanto el proletariado minero resume en su cuerpo social, en su memoria colectiva, en su experiencia de lucha, en su intelecto general, las múltiples memorias, las múltiples experiencias, los múltiples saberes. Hace de síntesis de todos estos recorridos, de todas estas formas históricas atravesadas por las relaciones capitalistas. Hace también de centralidad política en tanto y en cuanto se convierte en el motor de las luchas sociales. Hay un entorno del proletariado minero directamente afectado por sus costumbres sindicales, se trata del entorno inmediato a la clase, es decir, el conjunto de la población allegada al proletariado, el agregado de los familiares. Hay también otros entornos indirectamente afectados por la centralidad minera, esos entornos tienen que ver con las otras clases sociales populares.

Ahora bien cuando se usa esta figura de continente para el caso de la ciudad del Alto, las connotaciones no tienen que ser necesariamente las mismas, a pesar de las analogías. Cuando se dice El Alto es la ciudad que contiene a la nación, se hace referencia a una ciudad y no a una clase, a pesar de que El Alto puede acercarse a ser una ciudad proletaria. En este caso está más claro que una ciudad es más literalmente un continente; contiene a la urbe que contiene a la población de ciudadanos que habitan en ella. A la ciudad acuden distintos flujos migratorios de toda la nación; en el caso de El Alto particularmente del Altiplano. Si bien este puede ser uno de los significados de la ciudad que contiene a la nación, no es ciertamente el único ni tampoco el más importante. Cuando se dice contiene a la nación se lo hace en el sentido fuerte del tropo, en el sentido histórico y político. Es como decir que la historia de Bolivia se condensa en esta ciudad, la demanda política de los movimientos sociales se condensa en esta ciudad. El conjunto de los movimientos sociales desatados, desde abril del 2000 hasta octubre del 2003, de alguna manera confluyen y son recogidos por las organizaciones sociales de esta populosa ciudad en un momento de desprendimiento y de vivencias intensas. Esto ocurre cuando la ciudad de El Alto apuesta a su gasto heroico, cuando se sacrifica y entrega sus muertos a los dioses de la historia en la Guerra del Agua. Entonces se puede decir que El alto contiene a la nación de modo sacrificial, pero también de una forma volitiva, además de hacer causa de una demanda nacional, la recuperación de los hidrocarburos, la recuperación de los recursos naturales, la recuperación de la soberanía; lo hace como memoria histórica y conciencia trágica.

René Zavaleta Mercado dice que en noviembre de 1979 se rompe definitivamente con el pacto militar campesino y las masas se liberan de la ideología del nacionalismo revolucionario. Los sindicatos campesinos kataristas rompieron con la Confederación de Campesinos de Bolivia oficialista, tomaron las oficinas de la Confederación campesina, que se encontraban en el Ministerio de Asuntos Campesinos (MACA), como para certificar patentemente su vínculo clientelista con el gobierno. La incorporación de Confederación Única de Campesinos Tupac Katari de Bolivia a la Central Obrera Boliviana dibuja un nuevo mapa de fuerzas en un modificado campo político. La nueva disponibilidad social, obreros y campesinos, define el perfil de la multitud, la que termina atravesando los límites del nacionalismo revolucionario, dejando este ideologuema en la penuria de sus propias incompatibilidades. Sin embargo, esta ruptura institucional del pacto militar campesino fue producto de una acumulación y de una ruptura efectiva anterior. El vínculo clientelista del pacto se rompió efectivamente en 1974, cuando la dictadura militar del General Banzer Suárez respondió a la demanda campesina con la masacre del valle. La masacre del valle mostró la auténtica cara del pacto militar campesino, la represión quebró con el pacto prebendal entre militares y campesinos. El gobierno de facto mandó tropas y tanques a Episana, Tolata y otras comunidades del valle. El epicentro de la rebelión campesina fue el valle de Cochabamba, pero en la medida que se expandía llegó incluso a propagarse la onda de la protesta hasta el Altiplano. La carretera a Oruro fue bloqueada a la altura de Lahuachaca. Hasta allí también alcanzó su brazo de hierro la represión. Persecución y muerte inscribieron un entramado dramático en la memoria de estas tierras, por donde paso el pacto militar campesino, dejando su huella sangrienta en el recorrido. Lo que vino después de noviembre de 1979, en lo que respecta a los movimientos sociales, los substratos de los imaginarios colectivos inherentes a estos movimientos, las ideologías concurrentes, las prácticas discursivas y los diseños políticos concomitantes a los movimientos, trascendió el ideologuema del nacionalismo revolucionario. Hasta 1982 las masas acompañaron a la Unión Democrática y Popular (UDP), expresión todavía anclada al nacionalismo revolucionario, con desgarradoras contradicciones y grandes dubitaciones, comprensibles en un frente de masas compuesto por distintas fuerzas sociales, diferentes corrientes ideológicas, encontradas latencias políticas, que guardaban para sí dicotómicas expectativas. Kataristas, movimientistas de izquierda, marxistas y sindicalistas se agolparon en el frente popular, persiguiendo distintos fines. Se puede decir que el ciclo del nacionalismo revolucionario se cerró en este dramático periodo que conjugó elecciones truncadas, interregnos democráticos, intercaladas por dictaduras militares, para finalizar con el gobierno popular pedido en el laberinto de su turbulencia. El ciclo del nacionalismo revolucionario dura menos de medio siglo, en el transcurso de la curvatura accidentada del tiempo social, que es la memoria colectiva, concavidad irreducible de la historia. Se podría decir que el ciclo ideológico del nacionalismo revolucionario comienza en la década de los cuarenta, compartiendo el recuerdo doloroso de la Guerra del Chaco, cuando se comenzó a inscribir en la conciencia social el discurso del nacionalismo revolucionario, pero también el conjunto de creencias que lo acompañan. Perdura hasta 1984, cuando se interrumpe abruptamente la gestión del gobierno de Hernán Siles Suazo, obligado a renunciar por un chantajista Congreso de mayoría opositora, afligido por el embrollo económico al que llevó al país la hiperinflación, exigido por las demandas del movimiento obrero que quería ver materializadas sus expectativas en el frente popular.

La derrota popular deja un vacío político, que es llenado por las pretensiones exacerbadas del neoliberalismo; discurso con ínfulas técnicas, seducido por los pronósticos apocalípticos del fin de la historia y la muerte de las ideologías; empero, circunscrito en la práctica a una labor de cajero esmerado, limitado a los contornos de una pericia monetaria, relativa a las diligencias de una ortodoxia administrativa. El neoliberalismo ingresa al gobierno en 1985, como se dice vulgarmente, pateando puertas. Su arrogancia desbordaba en los púlpitos, que uso como cajas de resonancia, por los medios de comunicación de masa, que usó como instrumentos de marketing y espacios de publicidad política. Alardeaba ante un perplejo y atónito entramado social, que no terminaba de comprender su propia derrota. Sin embargo, esta petulancia liberal contrasta con su vertiginoso paso por el gobierno, sólo llegó a durar una década y media. Terminó expulsado por la multitud proliferante, que lo había visto ascender estupefacta, y ahora se vengaba de aquella derrota; pero, en un escenario político completamente distinto. Las heridas cicatrizaron, la conmovedora experiencia política tuvo efectos acumulativos y se terminó convirtiendo en memoria del presente. El 2003 emergió la gramática de la multitud de las profundidades de la geología de la formación social abigarrada, emergieron las formas organizativas de la multitud, las prácticas asambleístas de la multitud, definiendo no sólo un nuevo mapa político, sino nuevo espacio de relacionamientos sociales. El control social, la fuerzas de las bases, la intelección del intelecto general, la democracia de la multitud, son las figuras puestas en escena.

Falta responder a las preguntas sobre las formas de acumulación de los movimientos sociales desatados en Bolivia el 2000 y que se extienden hasta octubre del 2003. Este es un tema de análisis más que de descripción, en este sentido es menester su traslado a los enfoque teóricos. Aunque no busquemos, por el momento, una exposición amplia de la relación entre memoria colectiva y praxis del movimiento social, podemos optar por una exposición sucinta recurriendo a algunas hipótesis alumbradoras del problema.

Hipótesis 1

Según Paolo Virno, la memoria es recuerdo del presente[4], de acuerdo a las tesis de Walter Benjamín, el pasado hace valer su pretensión mesiánica en el presente[5]. Es en el presente cuando se actualizan antiguas luchas, en el presente se abre la herida extemporánea para reivindicar a las víctimas del pasado. Ambos enfoques convierten al presente en el lugar privilegiado del acontecimiento; en un caso, como el juego entre in-actualidad (potencia) y actualidad, en otro caso como momento mesiánico. Retomando estos enfoques podemos proceder a responder la pregunta sobre la acumulación de fuerzas en el movimiento social, acumulación de fuerzas lograda en el ámbito del juego entre memoria y praxis.

El movimiento social es acción (praxis), actualiza su potencia, se podría decir, despliega su potencia, que es un todo no temporal de fuerzas, al hacerlo temporaliza las fuerzas, las fragmenta, las dispersa en el espacio. El movimiento no realiza toda su potencia, pues esta es infinita; si lo haría suprimiría su propia potencia. La potencia es pues perduración. La memoria retiene el acto, difiere el acto, invierte el acto y hace como si este viniera después de la memoria, entonces todo aparece como si la acción recordara algo, pero en realidad se trata de un recuerdo del presente. El movimiento social construye su memoria para interpretar sus propias acciones. La construcción adquiere dos tonalidades, una mesiánica, cuando reivindica a sus víctimas, otra política, significando las actuales luchas mediante analogías con la utopía.

Los campesinos, mineros, gremialistas, desocupados, estudiantes, vecinos, citadinos y distintos sectores involucrados en el movimiento social boliviano del 2000 al 2003, han acumulado sus fuerzas, que es lo mismo que decir que han valorizado su propia experiencia, apoyados en la construcción de una memoria mesiánica (katarista) y política (marxista), dando un significado histórico a sus acciones en el momento presente. Estos estratos sociales son la multitud desbordante, el intelecto general autonomizado, los saberes colectivos sublevados contra la globalización, el capitalismo y el colonialismo. La multitud de múltiples rostros, pero también de múltiples acciones, de múltiples vivencias y de una enorme geografía bullente de localismos intensos. La multitud hace confluir sus heterogéneas acciones hacia la efectuación del acontecimiento, hacia un presente convergente, que carga con todo el peso de estas acciones, con todo la gravitación del conglomerado de voluntades y de fines perseguidos. Potencia y acto dan lugar al momento histórico. La potencia hace de condición de posibilidad del acto y el acto efectúa la potencia. La potencia es el pasado inactual que acompaña constantemente al ahora, esta concomitancia es entendida como momento histórico. El momento recupera el pasado potencial, también los pasados empíricos, otros ahora dados; su acontecer adquiere significación histórica por cuanto el presente se sostiene sobre esta densidad. El momento histórico es bidireccional, avanza y retrocede. Es como decir, todo avance es retrospectivo y toda regresión es un devenir. Presente y futuro se asientan en el pasado potencial, pero también en el pasado empírico. El pasado potencial al ser infinito no se realiza plenamente, se realiza fragmentariamente, su realización incompleta se halla en el pasado empírico; por eso, en el momento histórico, se trata de completar lo incompleto, si se quiere, se trata de realizar la utopía, se trata de rellenar los vacíos. Este rellenado es el futuro. Se da pues una predisposición de la multitud a construir un futuro con los recursos que le brinda el pasado, tanto en su sentido potencial como en su sentido empírico. La acumulación de fuerzas, la fuerza de la memoria, no se da sólo por sedimentación de la experiencia sino también debido a la simultaneidad de potencia y acto, pasado potencial y praxis. Llamemos a esto concomitancia diacrónica[6]. Un momento histórico rico en intensidades, como la relativa a las jornadas de septiembre-octubre, no solamente contiene una gran disponibilidad de fuerzas, es altamente convocativo, sino que dispone de la contemporaneidad de lo no contemporáneo[7], dispone de la simultaneidad de acontecimientos pasados, vividos también con gran intensidad, que se hacen presentes como reclamando completarse.

El gasto Heroico
Las memorias de la rebelión social

¿Cuáles son las temporalidades que se conjugan en la actual movilización social, de octubre del 2003? La que vuelve a aparecer de manera nítida desde septiembre del 2000, acompañada de los bloqueos de caminos y el sitio a las ciudades, es la memoria larga de las rebeliones indígenas. En los sucesos de Warisata y Sorata esta memoria de las antiguas luchas se hace presente, emerge con la fuerza de las organizaciones sindicales, atravesadas en su composición por la transfiguración orgánica del ayllu; actualiza las rebeliones del siglo XVIII, las actualiza obviamente en un nuevo contexto histórico-político-cultural. Pero, la temporalidad unificadora parece ser la devenida de una memoria más corta, aquella que recoge la huella dejada por la guerra del Chaco en la subjetividad de los bolivianos. La defensa del petróleo se ha convertido ahora en la defensa del gas; la guerra del Chaco se ha transformado en la guerra del gas. Ciertamente el enemigo no es el pila[8], tampoco lo era en aquel entonces (1932); el enemigo estaba en casa, el enemigo era la propia oligarquía encaramada en el poder. La guerra del petróleo convirtió a bolivianos y paraguayos en enemigos; esta enemistad duraría lo que duró la guerra. La guerra del petróleo entre los grandes consorcios capitalistas se encuentra mediatizada por la guerra del chaco entre dos países pobres de Sur América, Bolivia y Paraguay. Una guerra por el monopolio de los recursos entre compañías petroleras, una norteamericana, la Standard Oil, la otra inglesa, la Royal Duch Shell[9]. Se tardo un tiempo en descubrir que el enemigo estaba en casa, la oligarquía. Ahora, a más de setenta años de la conflagración bélica, hay nuevos enemigos, uno de ellos es la nueva oligarquía y el otro es la red de las trasnacionales. El enemigo es el gobierno que está al servicio de los intereses de las trasnacionales. El enfrentamiento es entre el pueblo y el Estado, por lo menos con la forma estatal constituida, con la forma de gobierno, con el proyecto de gobernabilidad instaurado desde 1985, particularmente en lo que respecta a su concreción política, el simulacro democrático. Llamemos a este teatro político la supresión de la democracia, que corresponde a la supresión de la política, es decir a la instauración de un orden policial[10]. En lo que corresponde a Bolivia, hablamos de una combinación perversa entre una forma posdemocrática y una forma predemocrática de suprimir la política. Sin embargo, a pesar de las diferencias históricas y estructurales entre la guerra del petróleo y la guerra del gas, hay analogías que son sintomáticas. Una de ellas tiene que ver con la defensa del territorio y del preciado recurso natural; otra, que, tanto antes como ahora, es una guerra en la que tiene que ver el capital financiero y empresas trasnacionales; otra analogía digna de mencionarse tiene que ver con el monopolio de las reservas, los recursos, la comercialización y la industrialización, es decir con la dependencia. Tanto ahora como en aquel entonces estamos ante una lucha a muerte, pues se trata de una lucha por la existencia misma.

Quedándonos sólo con el dibujo de estas dos temporalidades, de estas dos memorias constitutivas, interesa interpretar el imaginario colectivo radical de las movilizaciones. Dos identidades colectivas emergen con fuerza, la identidad indígena y la identidad nacional. De ninguna manera estas identidades se excluyan, como se ha pretendido en los discursos políticos del momento, discursos formativos, organizativos, pero discursos inacabados, incompletos. Estos discursos no expresan la totalidad del acontecimiento instituyente del imaginario social. Corrigiendo este sesgo podemos lanzar una interpretación alternativa:

Hay un renacimiento de la conciencia nacional, una remembranza de esta conciencia social en otro contexto, distinto al relativo a la guerra del Chaco y distinto a lo acontecido en el horizonte de la revolución de 1952; sin embargo, conciencia nacional, unificadora de los densos componentes de la sociedad. Conciencia de defensa de los recursos naturales, conciencia que se constituye en la polarización nación-antinación[11]. Hay ciertamente analogías con las formaciones discursivas de la década de los cuarenta y de los cincuenta, pero estas analogías se dan en contextos diferentes, lo que marca también las diferencias entre la constitución de la conciencia nacional hoy y la de ayer. Esta retoma de la conciencia se puede seguir a través de su propia genealogía. Los abuelos combatieron en la guerra del Chaco, los padres participaron en la revolución de 1952 o fueron milicianos del periodo desventurado de la revolución. Actualmente los nietos, los hijos, se alzan de nuevo en contra la moderna oligarquía. La convocatoria de la defensa del gas es integradora; la nación busca renacer.

Asistimos a la reconfiguración de la identidad indígena, a su recomposición vital, a su despliegue y repliegue en la reconstitución de las subjetividades indias. Todo esto viene acompañado por la recuperación de la lengua, la restitución de los horizontes culturales, el recogimiento de las antiguas instituciones como parámetros de comportamientos sociales, por proyectos políticos que se dibujan en el horizonte de la soberanía de las y los indígenas. Esta reconstitución indígena adquiere profundidad y expansividad cuando se logra movilizar a grande sectores sociodemográficos distribuidos en la geografía política, concentrados y dispersados, dependiendo de las estrategias espaciales. Esta constitución cala hondo cuando la identidad es el motivo de la movilización y del reconocimiento.

Ambas constituciones de subjetividades, de memorias colectivas, de identidades sociales, no se contradicen, se conjugan, se complementan, llevando esta combinación y entrecruzamiento a una reciprocidad potencial inauguradora de un nuevo horizonte político. De alguna manera se puede resumir esto de modo esquemático: Cuando se es indio se es más boliviano, cuando se es más boliviano se es más indio. Estos juegos de identidad no excluyen a nadie, los mestizos, los criollos. Al contrario, proponen los escenarios enriquecidos de las acciones comunicativas, substrato de formación de consensos constituyentes. Un indio es boliviano, como un mestizo o un criollo. Pero el criollo y el mestizo tienen la alternativa, la oportunidad, de ser indios. No llamemos por ahora, a este campo de posibilidades interculturalidad, pues esta palabra está afectada por los usos gubernamentales y por lo tanto desprovista de toda la riqueza de connotaciones hermenéuticas. Hablemos llanamente de una comunicación irradiante que compromete la diferencia entre horizontes histórico-culturales, hablemos de fusión de horizontes. Hay comunicación entre horizontes histórico-culturales a partir de lenguajes diferentes, valores diferentes, símbolos y significaciones distintas, cuando hacemos circular estos lenguajes, estos valores, estos símbolos y estas significaciones. Cuando reconocemos su fuerza conmutativa, su potencia hermenéutica, su intercambio posible. Hablando francamente, hay comunicación cuando no hay discriminación. La comunicación sólo es posible por medio de una descolonización radical.

Esta interpretación puede servir para aproximarnos a una exégesis de la compleja realidad social y política, afectada por los movimientos sociales. Esta interpretación puede permitir pensar una matriz de conexiones diversas, de diferentes composiciones, una matriz móvil de espacios de dispersión. Lo indígena se abre a su propio acontecimiento diferido en el tiempo y en el espacio de dispersión de constituciones subjetivas, imaginarios sociales, significaciones colectivas y prácticas discursivas. En este horizonte comprendemos los espacios constitutivos y de dispersión aymara, quischwa, guarani, tacana, moxeño, espacios de dispersión que comprenden comunidades asentadas en el Altiplano, la cordillera, las zonas lacustres, los valles, las caídas subtropicales de la cordillera, los montes, los llanos, el Chaco, las zonas de afluentes de los ríos, las cuencas y lo recorridos acuáticos amazónicos. Comprenden también ciudades intermedias y ciudades capitales, en este sentido comprenden espacios de dispersión y concentración urbanas. Estas condicionantes espaciales, territoriales, rurales y urbanas, hablan de distintos escenarios donde se constituyen las subjetividades en los contextos de las redes de relaciones sociales y estructuras institucionales. En otras palabras se producen mezclas y mestizajes indígenas. La actualización de la identidad es un viaje[12], el recorrido de la identidad cultural es nómada. Obviamente, este panorama sociocultural se complica aún más cuando relacionamos esta matriz indígena con la matriz mestiza y criolla. Hablamos de un mestizaje superpuesto a los mestizajes indígenas[13], un mestizaje compuesto a partir de la vertiente española y la vertiente indígena. Sin embargo, no se puede olvidar de ninguna manera el mestizaje entre la vertiente europea y la vertiente africana; el mestizaje afroamericano es extenso y variado en América Latina y el Caribe. Se llamó criollo al descendiente europeo ibérico en el continente de las indias, ahora, después de varias migraciones a América, la dispersión criolla es más abierta. Tal parece que lo que más se ha extendido y proliferado son los mestizajes en toda la geografía social del continente. En este sentido podemos hablar de un espacio de dispersión de los mestizajes.

En Bolivia la genealogía sociocultural tiene su propia densidad, sobre todo debido a la condensación de la vertiente indígena aymara y quischwa. Bolivia es desde 1825 una delimitación geográfica política moderna, delimitación constituida bajo el estatuto de república; este recorte geográfico correspondió en tiempos del incanato al Collasuyo, parte del Tawantinsuyu[14]; este espacio sociocultural terminó administrada por dos virreinatos, primero el del Perú y luego el de la Plata; este espacio estuvo circunscrito jurídicamente a la llamada Audiencia de Charcas, que fungió por ser una administración especial del interior de los virreinatos, de una región rica en minerales, en poblaciones indígenas y extensos llanos. Las mezclas, los mestizajes, los espacios de dispersión, la constitución de subjetividades, se dieron en esta república sobre la base de la vertiente indígena y la vertiente criollo-mestiza española.

La Quimera Estatal

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad histórica de un nacimiento político? ¿Es suficiente el concurso de las voluntades? ¿Basta el síntoma de las movilizaciones sociales? ¿Se puede certificar la clausura de un régimen por el agotamiento de un modelo económico? ¿Qué del modelo político? ¿Cuáles son los datos del agotamiento? Obviamente las preguntas no quedan aquí, pues pueden seguir y ahondar el cuestionamiento. Por ejemplo, se pueden plantear preguntas que comprenden los ciclos largos, ¿del capitalismo o mas bien del colonialismo? ¿El retorno manifiesto de los movimientos indígenas, que conllevan nuevas características, propias de las contradicciones sociales y políticas contemporáneas, son la señal de una nueva lucha anticolonial, ciertamente en sus nuevas versiones, el neocolonialismo, las formas cambiantes del colonialismo interno? ¿O, mas bien, la unificación de los movimientos en torno a la defensa de los recursos naturales, prioritariamente los hidrocarburíferos, particularmente el gas, son un síntoma de una nueva forma del renacimiento de la conciencia nacional? Sin dejar de desprender más preguntas, vale la pena detenerse un rato, para hurgar reflexivamente los dos grupos de preguntas. Nombremos al primer grupo de preguntas como las relativas a la crisis múltiple que agobia al Estado y a la República, llamemos al segundo grupo de preguntas como las referidas a la genealogía histórica de las dominaciones. Para responder a las preguntas debemos caracterizar la crisis envolvente que asola el panorama social, político y económico del país. Para responder al segundo grupo de preguntas debemos teorizar sobre la genealogía colonial y la historia efectiva de la nación o de las naciones, si se quiere. Son estas dos tareas las que vamos a retomar con la urgencia del caso.

Los confines de la crisis

Se dice que la actual crisis económica tiene sus comienzos durante la década de los setenta, tiene que ver con el agotamiento de un modelo capitalista, el relativo al ciclo del capitalismo norteamericano. Esta crisis repercute en la periferia con cierto diferimiento diferencial, dependiendo de las regiones y las economías nacionales, esto sobre todo en relación a su particular articulación con el mercado mundial. Esta crisis económica deriva en crisis política en la medida que las instituciones, los Estados, los proyectos político-culturales, asumen las consecuencias de la crisis de uno u otro modo, dependiendo de las estrategias discursivas que se desprenden. La crisis del petróleo va a marcar un hito en el enfrentamiento entre lo que llamaremos, a modo de simplificar la discusión, centro y periferia del modo de producción capitalista. Los países árabes ricos en petróleo, las organizaciones que aglutinan la administración del oro negro, deciden retener el excedente en sus manos, por lo menos por un momento, y deciden subir los precios del petróleo. Esto ocasiona un marasmo económico en el centro hegemónico del capitalismo. Los países centrales deciden ahorrar energía, hacer grandes esfuerzos por lograr este ahorro. Los países petroleros se benefician rápidamente con la situación, atrayendo grandes sumas de dinero, debido a la ganancia de la diferencial de los precios del hidrocarburo. Una pregunta inmediata al respecto, ¿este dinero se convierte en capital? La administración jerárquica de esta riqueza súbita opta por una estrategia de inversión en la industria y el mundo del negocio de los países centrales, más que una estrategia de inversión en sus propias economías. Los países petroleros están lejos de haberse convertido en países industriales. La estrategia de los países centrales va a ser distinta, van a buscar transferir el desbalance que producen la subida de los precios de las materias primas hacia los países periféricos, países no industriales, subiendo a su vez la valorización de su tecnología, ensanchando la brecha del intercambio desigual, consolidando la abismal diferencia jerárquica en los términos de intercambio. El intercambio desigual entre materias primas y productos industriales vuelve al escenario bajo los parámetros de las nuevas condiciones, cada vez más injustas. Desde entonces a la fecha el boquete tecnológico se ha vuelto abismal. La subida de los precios del petróleo, que viene acompañada por la relativa subida de los precios de las materias primas, situación, que en principio, beneficia a las arcas de las economías nacionales periféricas, sobre todo de los países árabes, termina convirtiéndose en un boomerang. Los países centrales, industrializados y de concentración de capitales, no tardan en recuperarse de la situación crítica en la que se ven sometidos en un principio de la crisis del petróleo, recuperan rápidamente el control de la circunstancias, retomando el mando de la economía del mundo. La dependencia va tomar nuevas formas, quizás más virulentas, en unos casos, más sofisticadas en otros. Una prueba palpable del ejercicio de la hegemonía mundial, de los efectos de poder, en el marco de la dominación global desplegada, es el papel de guardián imperial desempeñado por parte de uno de los países centrales, vencedores de la guerra fría. Se trata de los Estados Unidos de Norte América, que se ha convertido en la híper-potencia que monopoliza la violencia global, que hace de centro gravitatorio y de centro tecnológico-mediático-político-militar en el contexto del nuevo orden mundial. Esta exacerbada configuración imperial, que expresa su poder global de manera desmesurada, ha convertido al mundo en objeto de un panoptismo universal. Con esto se habría pasado de los diagramas disciplinarios de la modernidad a los diagramas de control de la postmodernidad. El imperio ya cuenta en su haber con una larga cadena de guerras preventivas, que fungen de intervenciones policiales, pero que en la práctica inhabilitan las soberanías nacionales y suspenden el derecho internacional.

Durante la década de los setenta, Bolivia se vió beneficiada por la subida de los precios de las materias primas. Esta situación apreciable desde un punto de vista económico fue, como quien dice, despilfarrada por la dictadura militar de entonces, la del General Banzer. Estos ingresos fueron la base para acrecentar raudamente los montos de la deuda externa, por otra parte se hicieron grandes transferencias del excedente por concepto de préstamo al demandante empresariado del oriente boliviano, particularmente el cruceño. El discurso parecía a primera vista convincente, invertir en la diversificación de la industria y de las exportaciones. Ganaderos, agroindustriales, azucareros, industriales se hicieron grandes prestamos, que nunca devolvieron al fisco. La verdad es que la mayor parte de esos préstamos no se invirtieron en el desarrollo económico sino sirvieron para circular en las redes especulativas del capital financiero. Los préstamos se extranjerizaron. Las grandes empresas estatales, como COMIBOL y YPFB se vieron afectadas, al convertirse en entidades que transferían su excedente y no ser consideradas sujetos de reinversión. No hubo ni prospección geológica significativa, tampoco recomposición tecnológica, ni mucho menos puede verse, de ninguna manera, el fenómeno económico ligado a la acumulación ampliada de capital. Bolivia no dejaba de ser una economía de enclave, un campamento capitalista destinado a transferir su excedente a los centros de acumulación ampliada de capital.

Podemos decir que las repercusiones de la crisis cíclica del capitalismo, que tiene su nacimiento durante la década de los setenta, adquiere sus particulares formas locales en las estrechas dimensiones de las economías nacionales latinoamericanas. La crisis se comenzó a gestar en esa década paradójica, de ilusoria bonanza perentoria, pero también de despilfarro por parte de dictaduras militares, que accedieron a montos importantes de los ingresos provenientes de las exportaciones de las materias primas. Desviaron esos recursos dinerarios a un uso, como dicen los economistas, no productivo, mas bien, suntuario, desviaron los recursos de acuerdo a la lógica de las redes de relaciones clientelistas.

Por lo tanto habría que considerar ciclos socioeconómicos y económico-políticos más largos para poderse explicar la crisis múltiple que atraviesa Bolivia, en el contexto de crisis regionales, continentales y mundiales. La crisis económica del capitalismo a nivel mundial comienza en la década de los setenta, esta crisis corresponde al ciclo del capitalismo norteamericano, expansivo y territorialista, ciclo que comienza con la decadencia del ciclo inglés, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En Bolivia esta crisis no se nota de manera directa, es mas bien diferida. Lo primero que se vive son los beneficios circunstanciales de la subida del precio de las materias primas. La crisis va a hacerse sentir en Bolivia y en los países periféricos cuando bajen los precios de las materias primas, particularmente de los recursos no hidrocarburíferos, de los recursos minerales. La dependencia económica es particularmente notoria respecto a la explotación, refinamiento, fundición y comercialización del estaño. Las consecuencias sociales de esta crisis tendrán su resonancia más tarde, repercusiones que quizás aparecen como síntomas preocupantes durante la década de los ochenta; se agravan con la aplicación de medidas neoliberales, políticas de shock, ajuste estructural, reformas estructurales. Con la privatización de las empresas estatales y con la virtualización de la economía nacional, medidas que traen a colación una perdurable recesión económica, termina agravándose la crisis social. Esto se puede observar empíricamente en el ascenso galopante del desempleo y el subempleo, la terceriarización de la economía, la profundización y expansión de la pauperización de las clases subalternas, además de constatar estos fenómenos en el deterioro de las condiciones socidemográficas. Se podría ver el proceso de la siguiente manera: El despliegue de la crisis económica desemboca en el ahondamiento de la crisis social, ambas crisis hacen estallar la crisis política, crisis que, de todas maneras, se encontraba más o menos latente, más o menos manifiesta. No se vea esto como que una crisis ocasiona a la otra, sino que las tres crisis se empujan, se entrecruzan, dibujando en el presente el panorama de una crisis múltiple.

Genealogía de las dominaciones

La conquista no se dio de un golpe, fue mas bien un proceso, desde el avistamiento de la primera isla en el Caribe a la vuelta marítima al nuevo continente y posterior circunnavegación del planeta, pasando por el estrecho que llevará el nombre de Magallanes llegando a Filipinas y de ahí después a España (1492-1522), de la conquista emprendida por Hernán Cortés en el Yucatán a la conquista de Diego de Almagro y Francisco Pizarro en el Perú, de la conquista de Tenochtitlán a la conquista del Cuzco. En el transcurso de poco menos de medio siglo cambia la faz de la tierra y el horizonte histórico cultural del mundo. Hasta se podría decir que la conquista continuo a lo largo de los distintos periodos coloniales. Incluso más, derivó en guerras de reconquistas por parte de las repúblicas criollas, aunque estas se hayan dado en el contexto de sus particularidades locales. Este diferimiento colonial concurre de una manera diferencial en el caso de los países con preponderante población indígena o con una densidad demográfica indígena significativa. Concurre de manera completamente diferente en los países donde la guerra contra los indios se lleva prácticamente hasta su extinción. En el primer caso podemos citar países como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, incluyendo a México donde el mestizaje adquiere connotaciones históricas en el perfil barroco de su población. En el segundo caso aparecen países como los Estados Unidos de Norte América, Argentina, Chile y Uruguay. Quizás deba incluirse en este caso, teniendo en cuenta las respectivas significativas disparidades, dando lugar por lo tanto a cualitativas distinciones, a países donde el mestizaje proviene de la hibridación afroamericana. Después del impacto demográfico negativo de la conquista y la colonia en los originarios, ocasionado el daño, en términos de la extinción de las poblaciones nativas, en estos países se sustituye esta falta por la incorporación sustantiva de las poblaciones africanas, traídas a América por la violencia del comercio de esclavos en el proceso de la acumulación originaria de capital. Este es el caso de las islas del Caribe, de parte de Centroamérica, de la parte norte de Suramérica y particularmente del Brasil.

En Bolivia, la genealogía de las dominaciones tiene sus procedencias en el diferido proceso de conquista, proceso desplegado tanto en las llamadas tierras altas del Altiplano, la cordillera y los valles, como en las llamadas tierras bajas de la Amazonia y el Chaco. En unos casos prepondera el estilo militar de la conquista y en los otros se realiza por medio de los procedimientos de conquista espiritual. Este es el caso peculiar de la colonización religiosa desarrollada en toda la geografía ocupada por las misiones. Sin embargo, no se puede obviar, que la combinación entre avanzadas militares y religiosas siempre se da, aunque conservando sus particularidades locales. La procedencia de las dominaciones es reiterativa en contextos mas bien locales, en las sucesivas reconquistas criollas en tierras indígenas. Este es el caso de la reimplantación del “tributo indígenal” al comienzo de la vida republicana. Aunque es patente y dramático el uso de la expropiación de tierras comunitarias, desde la Ley de Exvinculación, bajo el gobierno de Melgarejo. De 1871 hasta 1900 se desata una guerra indígena contra las formas administrativas de estas renovadas expoliaciones de tierras, que ni siquiera respetaron el pacto colonial[15]. Aunque parezca paradójico, el periodo liberal (1900-1952) se caracteriza por la legitimación de este procedimiento de reconquista colonial.

La Reforma Agraria de 1953 devuelve la tierra a los indígenas, pero lo hace bajo los marcos de la propiedad privada familiar. No se respetan las 3000 comunidades que todavía subsistían, sobrevivientes de esta diferida guerra de reconquista. Un nuevo mapa de fuerzas dispone los diagramas de poder en el contexto histórico definido por la Revolución Nacional de 1952. Las dominaciones ahora pasan por el tamiz de la mestización cultural, la campesinización y la proletarización. Un nuevo pacto sostendrá al régimen populista. La construcción de lo nacional-popular es el telos del proyecto contenido en las prácticas discursivas del nacionalismo revolucionario. Los sindicatos campesinos y obreros, junto al aparatoso partido del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) formaran parte de este nuevo Estado, que derivara rápidamente en un gigantesco Estado prebendal y en una compleja sociedad civil atravesada por las redes de relaciones clientelistas. A la caída del régimen de una revolución que terminó de rodillas en 1964[16], el pacto entre el Estado nacional y los sindicatos campesinos será convertido grotescamente en el pacto militar campesino. El artífice de este pacto de pacotilla es nada menos que un títere del Pentágono y del Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norte América, el General René Barrientos Ortuño. Durante el periodo de los gobiernos de dictadura militar el engranaje de las dominaciones pasa de la mediación estatal a las mediaciones intervencionistas del imperialismo norteamericano. ¿Un anticipado paso a la globalización? Se puede aceptar esta hipótesis interpretativa si es que se lee retrospectivamente este periodo de gobiernos de facto (1964-1982).

Con la derrota del frente popular, la UDP, se culmina con un modelo de acumulación estatal (1952-1985), que puede ser entendido como un modelo de transferencia de capital, en el contexto de las políticas desarrollistas o de sustitución de importaciones. En 1985 se ingresa al llamado periodo neoliberal, que se va a caracterizar por la incorporación traumática al proceso de globalización, mediante políticas de shock, acompañado del escabroso proceso de privatización de las empresas públicas, que en Bolivia adquirirán el equívoco nombre de capitalizaciones. Bajo estas premisas políticas y económicas se desatan las reformas estructurales, que pasan por redefinir el papel del Estado, convirtiéndolo en un Estado regulador, que transfiere la administración de sus recursos a las trasnacionales. Estas reformas vienen acompañadas por la aplicación de políticas de descentralización locales, en las que los municipios se convierten en los actores de gestiones locales, diseminadas y débiles, en un mapa fracturado por las circunscripciones territoriales y míseros recursos de la coparticipación para atender las demandas sociales acumuladas en la historia reciente. La reforma educativa forma parte de estas reformas estructurales que buscan supuestamente atender al carácter multicultural y plurilingüe de la nación boliviana, empero terminan como instrumentos de legitimación de un régimen que impone a un pueblo hambriento la transnacionalización de su economía y la transferencia inusitada de sus recursos naturales. La reforma jurídica y la reforma estatal no dejan de ser paliativos anacrónicos en el contexto de destructivos procesos de privatización, que vienen rápidamente acompañados por expansivas pauperizaciones de las clases sociales. En este horizonte, el engranaje de las dominaciones pasa a formar parte del nuevo orden mundial, del imperio, en la compulsiva virulencia del capitalismo desterritorializado. Una consecuencia notoria de esta máquina abstracta de poder resulta en la radical supeditación de los estados subalternos a las formas efectivas de transnacionalización. Las resistencias sociales adquieren sus nuevos perfiles en una proliferación de los enfrentamientos. Estas contradicciones se pueden resumir en la configuración del antagonismo entre imperio y multitud. Antagonismo que adquiere sus propias tonalidades diversas en el ámbito variado de las formaciones sociales centrales y periféricas, entremezcladas y barrocas, incorporando los singulares localismos a los violentos procesos de globalización[17].

La Proliferación de los Conflictos

Desde el miércoles 8 de octubre del 2003, asistimos a la proliferación de los conflictos sociales. Asistimos al desenvolvimiento de la conflictividad a partir de estallidos locales y sectoriales, cada uno con su pliego de demandas, aunque todos coincidiendo con el compartido tema de la defensa del gas. Esta última fase forma parte del ciclo de los movimientos sociales desatados en abril del 2000, cuando la guerra del agua termina expulsando a una trasnacional, que pretende monopolizar el recurso vital y lograr ganancias comerciales de este monopolio, cobrando precios exorbitantes por el consumo. Sin embargo, se distingue de lo que ocurre con los movimientos sociales durante aproximadamente tres años (2000-2002). Dos o tres epicentros organizacionales se convirtieron en los núcleos gravitacionales del movimiento: Las siete federaciones sindicales del Chapare, la Confederación Única de trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), la Coordinadora del Agua. Las organizaciones tendían a la síntesis simbólica de sus respectivos líderes: Evo Morales, Felipe Quispe y Oscar Olivera. Los discursos de interpelación terminaban emitidos por estos caudillos, particularmente los dos primeros. El debate con el gobierno, las discusiones en las mesas de diálogos, también tenían escenarios mediatizados, donde actores individualizados protagonizaban la pugna, los lideres asumían plenamente su papel. En todo este periodo el papel de los individuos, de estos líderes caudillos, jugó una función organizativa y atractiva. Pero, a partir de un determinado momento, la concentración del liderato terminó inhibiendo la espontaneidad de los movimientos sociales, terminó obstaculizando el desenvolvimiento organizacional de las bases. Una contradicción latente entre bases y dirigentes apareció más de una vez de modo explicito. Esto no sólo se hizo evidente en las asambleas y en las decisiones tomadas desde abajo, sino sobre todo en la crisis orgánica de los sindicatos y de los instrumentos políticos. Esta crisis se hizo patente después de las elecciones (2002), cuando un importante contingente de dirigentes indígenas, sindicales e izquierdistas ocupó casi la mitad del parlamento nacional. El divorcio entre dirigentes y bases se hizo patente. La lógica parlamentaria terminó absorbiendo la lógica del movimiento social. Poco a poco se hizo sentir la censura de las bases a sus dirigentes. Esta contradicción inherente a la organización de los movimientos sociales no derivó en divisiones, salvo lo ocurrido con el Movimiento Indio Pachacuti (MIP), sino que fue superada por el desborde de las bases sociales sobre sus dirigencias, la proliferación de nuevos dirigentes salidos de las bases, la expansión del conflicto a las ciudades, particularmente a la ciudad de El Alto. Ahora no hay dos o tres epicentros, sino muchos, la multiplicación del conflicto ha ganado fuerza y cobrado vida, la singularidad de lo local se ha convertido en lectura especifica de las demandas concretas. Sin embargo, al mismo tiempo, como desarrollando una dialéctica propia al dualismo entre expansión y concentración, entre proliferación y unificación, los movimientos sociales fragmentados encontraron su proceso de unificación desde las bases. La consigna unificadora es la defensa del gas, el proceso unificador es la construcción de un intelecto general, que se expresa como saber múltiple y compartido del valor histórico de los recursos naturales. Usando un lenguaje antiguo, diríamos que este intelecto colectivo, articulado a través de la información alternativa, el rumor social, y las reuniones de formación, es el renacimiento de la conciencia nacional, en las condiciones de posibilidad que determina las composiciones de la multitud.

Los bloqueos abarcan la zona de Yapacaní, sobre la carretera que va de Cochabamba a Santa Cruz, pasando precisamente por esta población estratégica, donde se asientan colonizadores, campesinos y grupos vinculados a los del movimiento de los sin tierra. La ciudad de El Alto, desde la declaración del paro indefinido hasta el viernes 17 de octubre del 2003, ha vivido una jornada sangrienta, sobre todo durante el fatídico transcurso entre el sábado y el domingo del 11 al 12 de octubre. La ciudad de La Paz vivió la repetición de la sangrienta jornada al día siguiente, un lunes negro del que no se podrán olvidar los vecinos de Apaña, Obejuyo, Chasquipampa, Cota Cota y los campesinos de las comunidades aledañas, particularmente la comunidad de Uni. El paro alteño comenzó con una gran concentración y marcha, cuando en la ciudad de La Paz, se anunciaban variadas marchas sectoriales. Aunque La Paz esté acostumbrada a ser la sede del conflicto social, por lo tanto de marchas, protestas y bloqueos, no sospechó al amanecer del domingo que es lo que le esperaba vivir en dos días consecutivos de enfrentamientos y muertes. La salida de las cisternas de gasolina de Senkata y de los camiones de garrafas de gas, acompañadas por su protección militar, sembró la muerte en su recorrido, habiendo dejado el sello de la muerte antes de salir, con la militarización de la ciudad de El Alto. En la caprichosa topografía de la hoyada paceña esas muertes llegaron como puñalada a la sensibilidad de los barrios. La solidaridad con la ciudad de El Alto se hizo sentir con anuncios de marchas sobre la zona sur. Estas marchas fueron detenidas sangrientamente.

El bloqueo de caminos del Altiplano norte continúa acompañada por la huelga de los mallkus y mama t’allas en la radio San Gabriel. Este conflicto de los campesinos con el Estado es arrastrado desde las últimas semanas de septiembre; ingresa a la segunda semana de octubre sin visos de solución. El conflicto tomó nuevo rumbo después de la intervención militar en Ilabaya, Warisata y Sorata, dejando como recuerdo seis muertos y varios heridos. Después de la matanza en El Alto y en La Paz, los muertos se aproximan a la centena y los heridos ya suman cerca de quinientos. Este nuevo tramo del conflicto esta signado por el fantasma de la guerra civil. Sin embargo, este fantasma no se ha hecho presente, no se ha convertido en espectro, tampoco se ha encarnado; lo que sigue cobrando vida es la reiterada forma expansiva del bloqueo y de las marchas. En este contexto proliferante de los conflictos, los mineros anunciaron una marcha hacia la sede de gobierno, marcha que partiría de Caracollo; bifurcación importante que reparte la carretera principal del Altiplano a Oruro y a Cochabamba. Esta marcha ya se lleva a cabo y es detenida en Patacamaya, donde la represión se llevó tres muertos y varios heridos.

En el atardecer del jueves, 16 de octubre del 2003, la ex defensora del Pueblo Ana María Romero de Campero anunciaba la incorporación a una Huelga de Hambre de un grupo destacado de intelectuales y personajes, de reconocimiento social, en la iglesia de “los carmelitas”. En un comunicado los huelguistas expresan un rotundo basta a las matanzas y piden la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la república. La noche del mismo día otro piquete de huelga se sumaba al mismo pedido en la iglesia de San Miguel, en el corazón mismo de la zona sur. Al poco tiempo los piquetes de huelga llegan a ochenta y tres en todo el país. Esta irradiación de la huelga recuerda a la huelga de hambre de las mujeres mineras de 1978, huelga que creció rápidamente con la cuantificación de los piquetes, huelga que derrotó a la dictadura del General Banzer, dictadura militar que persistió siete años en el gobierno de facto. La analogía entonces es sintomática, aunque hay que establecer las diferencias. Ciertamente no es la huelga de hambre la que derrota al símbolo del régimen neoliberal, al odiado “gringo”, Gonzalo Sánchez de Lozada, sino es el gigantesco movimiento social, que combina la participación de las juntas de vecinos, de las organizaciones gremialistas y de los sindicatos coaligados en la Central Obrera Regional (COR), composición de lucha a la que se suma la valiosa participación de los mineros y de contingentes campesinos, que marcharon durante días a la sede de gobierno.

La expansión y desarrollo del conflicto social hacia las ciudades se hace sentir con el desplazamiento de la geografía del conflicto y la agregación de significativos representantes y sectores de las clases medias. Esta adición sintomática al conflicto, la reciente incorporación de las clases medias al movimiento social, es un dato que ya habla de una modificación cualitativa del conflicto, pues la irradiación del movimiento social alcanza a las bases de legitimación del régimen neoliberal. Con lo que se muestra que la crisis no sólo es orgánica, además de contener la crisis de legitimación, sino que manifiesta patentemente la insostenibilidad el gobierno. Este cambio del estado de cosas, esta modificación en la situación del campo de fuerzas, no solamente nos hace ingresar a nuevos escenarios sino que comienza a modificar el perfil mismo del movimiento social. Perfil que no deja de ser popular, que no deja de ser plebeyo, que no deja su raigambre indígena, llegando a comprometer a la populosa ciudad de El Alto, dando una connotación urbana al movimiento. Sin embargo, la expansión del conflicto, al afectar a sectores de las clases medias, es un indicador de la irradiación de la hegemonía política popular e indígena a los estratos sociales urbanos, que se acostumbraron a ser indiferentes o sostenedores de los prejuicios en torno a la democracia representativa. Con esto se verifica la crisis de valores de la democracia delegativa, llamando la atención sobre las posibilidades de inventar una democracia de la multitud. El detonante de esta irradiación e incorporación fue la indignación generalizada por las matanzas. El atentado masivo contra la vida por parte de un desencadenado terrorismo de Estado fracturó las certezas de una subjetividad media, acomodada y acostumbrada a administrar dosis de indiferencia. La matanza, la desvalorización grotesca de la vida, el racismo desvergonzado de las ejecuciones, terminaron conmoviendo al ciudadano medio, despertarlo de su evanescencia ilusoria, mostrándole sin miramientos el drama multitudinario de la política, de la lucha de clases y de la pervivencia soterrada de las estructuras coloniales. Estas matanzas se suman al haber sombrío del régimen neoliberal, haber infaustamente acumulado; este fue el costo sangriento del sostenimiento de un régimen antipopular. Se comprende entonces el consenso que se forma en torno al pedido de renuncia del presidente, que cobra resonancia en el ámbito de instituciones cívicas y profesionales. Todas estas modificaciones del entramado del conflicto social mudan la estructura y la composición del campo de fuerzas en las que se sostiene el mapa político. También adquiere otro cariz la crisis en la coyuntura, que no solamente pone en el tapete los problemas estructurales planteados por los movimientos sociales, sino también se hace evidente la decadencia del armazón estatal.

Recorridos del conflicto en la cronología política

El lunes, 13 de octubre de 2003, un día después de la matanza de la Ciudad de El Alto, y a las semanas de la masacre de Warisata, varias marchas se concentraron en la ciudad de La Paz. Los bloqueos de caminos seguían en el Altiplano Norte y los yungas. Para entonces ya se había iniciado bloqueos en el Chapare, también marchas y concentraciones en otras ciudades de Bolivia. Como núcleo incandescente de este horizonte insurreccional, desencadenado por el movimiento social, continuaba ardiendo el paro indefinido en la ciudad de El Alto. En este contexto del conflicto desatado se dio lugar al pronunciamiento contundente de la Coordinadora de la Defensa del Gas. Pronunciamiento que gozaba de consenso. Todos coincidieron en lo siguiente:

Renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la República.
Derogación de la Ley de Hidrocarburos.
Derogación de la Ley privatizadora de la capitalización.
Reversión al Estado de los recursos naturales, particularmente de los hidrocarburos, entregados a las trasnacionales.
Desmilitarización de la ciudad del Alto.
Detención inmediata de la represión del pueblo movilizado.

Después de lo ocurrido, de la espiral de muerte que remontaba la represión gubernamental, estos planteamientos eran ineludibles, sobre todo aquel que tienen que ver con los motivos fundamentales del conflicto social: Renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, derogación de la Ley de Hidrocarburos y reversión al Estado de las reservas y recursos hidrocarburíferos. Sin embargo, a pesar de este consenso, unas preguntas golpeaban las mentes, estas interrogantes se puede resumir del modo siguiente: ¿Qué después de la renuncia a la presidencia? ¿Se acepta la sucesión constitucional del mando? ¿Se forma un gobierno provisional revolucionario? Dada la envergadura de la crisis resultaba claro que la sucesión constitucional no era de ninguna manera la solución a la problemática vivida como crisis estructural del régimen neoliberal y de la república criolla. La solución no se encontraba en las dependencias de la vicepresidencia, no se encontraba en el prebendal parlamento, tampoco en el corrupto poder judicial, ninguna de estas instituciones era la instancia adecuada que podía hacerse cargo de la solución de la crisis múltiple, política, ideológica, económica, social y de valores. La expansión y la profundidad alcanzada por la crisis múltiple hacen que ésta no pueda ser resuelta con las mismas instituciones que forman parte de un Estado en crisis. La crisis no puede ser resuelta en el contexto del mismo mapa político que expresa la descripción cartográfica de las instituciones en crisis. La Vicepresidencia, el Congreso y el poder judicial, es decir, los poderes del Estado, como tampoco ninguna de las otras instituciones estatales son los dispositivos adecuados para resolver la crisis estructural. Estos organismos no reúnen los atributos morales, éticos y políticos para resolver la crisis, para atacar los nudos problemáticos desde sus raíces, tampoco responden al crédito social, todo lo contrario, se han ganado de parte de la opinión publica el descrédito y la descalificación más grande. ¿Cuáles son entonces las condiciones de posibilidad de la democracia, de una democracia en el sentido pleno de la palabra, de una democracia que suspenda las dominaciones? Por los problemas abordados, recogidos y planteados por los movimientos sociales, esa condición política, esa condición histórica de transición, que sea a su vez la reunión de las fuerzas sociales, parece ser un gobierno provisional revolucionario.

El desenlace de los acontecimientos empero derivó en la sustitución constitucional. Este desenlace si bien no es la solución estructural a los problemas matriciales de la crisis, en todo caso aparece como condición perentoria para una pacificación, que puede ser momentánea o durar el periodo correspondiente a la culminación de la gestión presidencial. La transición dada por la sucesión constitucional puede ser aprovechada para abordar dos tareas prioritarias, resolver el problema de la enajenación del gas y crear las condiciones para una Asamblea Constituyente Revolucionaria.

Cuando llegamos a este punto nos golpea de lleno una pregunta: ¿Se cumplen las condiciones de posibilidad histórica para que se dé el gobierno provisional revolucionario? ¿Cuándo se da este momento histórico que podríamos llamar momento revolucionario? Según Paolo Virno el momento histórico es el presente aferrado a su genealogía, es el acto que realiza la potencia, el pasado potencial, del modo más intenso que lo permiten las circunstancias, la situación actual, las condiciones de una coyuntura especial. Podemos decir que esta coyuntura es el momento de ruptura, de discontinuidad, de salto intempestivo, momento cuando la densidad del pasado se hace presente para producir un cambio profundo. Llamemos momento revolucionario al momento productivo en el que se cuenta con la mayor disponibilidad posible de fuerzas sociales que cargan con la intencionalidad del cambio. Ahora bien, esta disponibilidad de fuerzas supone un periodo de crisis, de crisis del antiguo régimen, crisis de la estructura social hegemónica, crisis del modo de producción vigente, crisis del diagrama de poder dominante. Por lo tanto el momento revolucionario coincide con el derrumbe del antiguo régimen y la emergencia radical de un nuevo campo de fuerzas. El momento revolucionario conlleva la inmanencia de la potencia, del pasado potencial, de la predisposición al placer, al cambio, es decir al futuro. Esta predisposición es volitiva. Por eso el momento revolucionario es voluntad de poder y juego del imaginario radical, de una apertura a la constitución liberadora de sujetos sociales.

La gran concentración popular

Múltiples marchas que salieron de los barios confluyeron en una multitudinaria concentración el día jueves, 16 de octubre de 2003. También las marchas de las organizaciones sindicales, obreras y campesinas, confluyeron en esta enorme y popular congregación en la Plaza de los Héroes o Plaza San Francisco. Pocas veces se ha visto un acontecimiento numérico de monumental convocatoria, quizás fue la UDP la que logro parecidas convocatorias, sobre todo antes de su ascenso al poder. Empero, sin lugar a dudas, la espontánea asamblea popular de la Plaza San Francisco del 16 de octubre supero a aquellas. Después de esta magnífica concentración de la multitud, los acontecimientos se sucedieron raudamente hasta la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la república. Por otra parte se trató de una concentración que fue organizada desde abajo, a partir de las múltiples organizaciones de base, a diferencia de las convocatorias de la UDP, que se conformaron desde arriba, desde los aparatos partidarios.

La fabulosa concentración multitudinaria del jueves por la tarde definió el destino del régimen. La Plaza de Armas fue rodeada por una envolvente masa social, que recorría el entorno del palacio quemado. Los flujos de la multitud marchante llegaba de todos los barrios, las avenidas y calles centrales se convirtieron en ríos enriquecidos de conglomerados afluentes sociales. El alcance de la concentración sobrepasaba los límites de la Plaza San Francisco, por el norte, sur, este y oeste llegaban marchas barriales a la concentración, de la plaza salían otras marchas para recorrer las principales avenidas que circundan el centro de la ciudad. La concentración convocada por la Central Obrera Boliviana (COB) fue organizada desde abaja, por cada junta de vecinos, por cada barrio, por distintas organizaciones gremiales, por los sindicatos, por jóvenes, estudiantes y universitarios. Este acontecimiento no sólo significó la recuperación simbólica de la organización de los trabajadores, sino dibujo un nuevo mapa de alianzas sociales, donde aparecen nuevas tácticas del movimiento y una conciencia colectiva de la fuerza de la multitud. Esto quiere decir que la sociedad no sólo mostró su capacidad de organización, ni solo la acumulación expansiva de su convocatoria, sino además que es capaz de usar su fuerza para tumbar un gobierno oprobioso.

Los 12 Días que Conmovieron a Bolivia

Podría decirse que en estos doce días, que se suceden desde el 8 al 19 de octubre del 2003, se produce la configuración de un nuevo escenario, relativo a la incorporación de las ciudades al conflicto social. Desde la declaratoria de paro indefinido por parte de las organizaciones vivas de la ciudad de El Alto, particularmente la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), la Central Obrera Regional (COR) y la Federación de Trabajadores Gremiales, hasta las tonalidades concretas que adquieren los desenlaces de la coyuntura, que tienen que ver con la estructuración del nuevo gabinete, se suceden los eventos vertiginosamente, cambiando raudamente el carácter del escenario político, de acuerdo al tiempo social que emerge de las masas. La coyuntura es atravesada por el conflicto social en las dos ciudades siamesas de La Paz y El Alto. Es posible que la coyuntura no comience con el paro indefinido de la ciudad de El Alto sino mas bien con el conflicto desatado por la masacre de Warisata, Ilabaya y Sorata, sobre todo debido a las repercusiones movilizadoras de las resonancias de la muerte de campesinos; sin embargo, podemos decir con certeza que la coyuntura clausura su curva con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada y la sucesión constitucional. La coyuntura llega a un límite con los desenlaces políticos, cruza este límite, llega al umbral, donde se dibujan nuevos escenarios, dando lugar a un nuevo contexto del momento histórico. Las tonalidades del desenlace tienen que ver con la formación del gabinete del gobierno en transición de Carlos Mesa, por un lado, y el pronunciamiento de los sectores movilizados a bajar la guardia, desbloquear, desmovilizarse, aunque manteniendo la vigilancia, dando un plazo perentorio al gobierno a que cumpla con su promesa inaugural y con los pliegos que se le presentan de parte de las organizaciones sociales.

Como hemos dicho, lo peculiar del conflicto social y político de la coyuntura que se clausura es haber trasladado el epicentro del conflicto social del campo a las ciudades. Todo este traslado, por lo menos coyuntural, modifica en parte la geografía del conflicto social. Lo que inquieta es describir la singularidad de estas variaciones, interpretar el significado político de estas modificaciones y evaluar la perspectiva de las fuerzas encontradas. Esto adquiere un matiz especial con la incorporación a la movilización de parte de significativos sectores de las clases medias en el contexto de los movimientos sociales desatados desde la guerra del agua (abril del 2000). Podríamos decir que desde la caída de la Unión Democrática y Popular (UDP) las clases medias no habían vuelto a incorporarse al movimiento social. Esto se puede constatar en un indicatum peculiar, la práctica ausencia de las universidades en el conflicto social, en las movilizaciones, y en el ambiente concurrente de la formación de opinión. Después de casi veinte años de ausencia las clases medias se reincorporan al movimiento social, esto ocurre sobre todo a partir de sectores sensibles a los acontecimientos sociales y políticos, como son los intelectuales, además de ciertas entidades de la sociedad civil, compenetradas con el trabajo de los derechos y los estudios sectoriales. Las clases medias recurrieron a la huelga de hambre para manifestar su indignación ante las masacres, la elipse incontrolable de la violencia estatal, además de pedir la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia. No dejaron de optar por otras formas de manifestación como la cadena humana y la medida plebeya de las marchas. Esta incorporación de las clases medias al movimiento social no sólo tiene que ver con la expansión e irradiación del movimiento popular, particularmente indígena, sino con los efectos de poder del paro y la compacta movilización de la Ciudad de El Alto, efectos que alcanzan con su resonancia a la ciudad de La Paz, primero en los barrios periféricos, luego en los barrios centrales, para pasar a los barrios residenciales. Efectos de poder que tienen que ver con el quiebre de los márgenes de legitimación social del régimen liberal. Todo esto sucede en un contexto de modificaciones de actitudes en las bases mismas de las organizaciones sindicales; se produce lo que llamamos la emergencia proliferante de los mandos medios. Esto significa por lo menos dos cosas: La emergencia del control social y el desborde de las bases respecto a los dirigentes nacionales. Emerge la multitud de mil rostros, a diferencia del rostro público y caudillo del dirigente nacional. Aquí concurre, como se dice, la recuperación de la democracia de asamblea, el resurgimiento del accionar de la democracia directa, dejando de lado el monopolio de la palabra de los dirigentes-caudillos. Estas modificaciones replantean y desdibujan el mapa del conflicto social, para volver a configurar de nuevo la geografía del conflicto nacional; este rediseño sobre todo tiene que ver con el esbozo de las alianzas, en el contexto de la proliferación emergente del control de las bases y mandos medios.

El miércoles 8 de octubre se declara el paro indefinido, el día jueves 9 llegan los mineros de Oruro y se alojan en las instalaciones de la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Este día se producen dos bajas en el enfrentamiento con las fuerzas del gobierno, caen el minero José Luis Atahuichi Ramos y el estudiante Ramiro Vargas Astilla. El viernes 10 es patente la escasez de la gasolina en la ciudad de La Paz. El sábado 11 se suceden nuevos enfrentamientos, mueren un niño y un padre de familia. Durante el atardecer y en el transcurso de las primeras horas de la noche se producen fuertes enfrentamientos por el sector de Río Seco. Recomienza la espiral de la muerte. El día fatídico es el domingo 12 cuando se producen los más duros enfrentamientos entre la población movilizada de El Alto y las fuerzas combinadas del gobierno, las cuales custodian la caravana de cisternas que sale de Senkata y llevan la preciada gasolina y el gas licuado a la sitiada ciudad de La Paz. Esta caravana se convierte en la caravana de la muerte, deja como saldo 26 muertos y un centenar de heridos. Después de conocerse los alcances de la matanza, las ciudad de La Paz reacciona; primero, en las laderas y toda la periferia de los barrios populares; para luego ir comprometiendo a los barrios residenciales, como Miraflores, Sopocachi, también Obrajes y Cota Cota. Cuando las dos ciudades se hallan comprometidas en la vorágine del conflicto, el día martes 14 se conoce la muerte de dos mineros en Patacamaya, como consecuencia de enfrentamientos con el ejército. El día miércoles 15, cuando se hace patente la insostenibilidad del gobierno de Sánchez de Lozada, cuando los acontecimientos han llegado muy lejos como para volver atrás, se da lugar a una tardía reacción del gobierno. El presidente y su ministro de desarrollo sostenible salen al frente ofreciendo referéndum consultivo respecto a la venta del gas y la ley de hidrocarburos, empero condicionando lo segundo a la participación de las trasnacionales. Este ofrecimiento viene acompañado por un epilogo belicoso de parte del entonces presidente de la republica, quien califica a los movilizados como anarco sindicalistas y narcoterroristas. El día jueves 16 la protesta ya es nacional. En Villamontes, Villazón y el Chaco, también en el Beni, se producen marchas de protesta. Este mismo día se produce una multitudinaria concentración de centenas de barrios de La Paz y El Alto, sumándose a las organizaciones sindicales obreras y campesinas. Se dice que semejante concentración no se había producido desde el ascenso de la UDP al poder. Esta concentración fabulosa termina definiendo la correlación de fuerzas, por lo menos en lo que respecta a la valoración política. El día viernes 17 ingresan por la zona sur de la ciudad de La Paz marchas campesinas que se dirigen a las concentraciones de la Plaza San Francisco. Al día siguiente, el día sábado 18, se suceden los desenlaces. Quedaba claro que el gobierno derivaba dramáticamente en una dictadura abierta, no solamente por la opción de fuerza a la que se inclinaba, desatando una espiral de violencia incontrolable, sino porque ya no contaba con mínimos sectores sociales que puedan sostener todavía breves, fragmentarios, espacios de legitimación. Casi la totalidad de la sociedad se había pronunciado por la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, salvo los empresarios privados y dos comités cívicos cuestionables, el cruceño y el tarijeño. Obviamente todavía los partidos aliados lo seguían sosteniendo, sin embargo, la mañana del sábado se agolpan las renuncias y las deserciones del campo oficialista. El capitán Reyes Villa hace conocer su retiro del Gobierno y no ve otra salida que la sucesión constitucional. Como se dice, los dados estaban echados. Como al medio día, se rumorea por los medios de radio que la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada prácticamente era un hecho, que se iba a leer su carta de renuncia en la sesión de emergencia del Congreso convocada para la tarde. Efectivamente, en la noche se lee la carta de renuncia y el Congreso decide por mayoría la sucesión constitucional. El domingo 19 Carlos Mesa, ya hecho presidente de la república, sube a la ciudad de El Alto a una concentración de vecinos y organizaciones sociales y sindicales a rendir homenaje a los caídos en los aciagos días del conflicto.

Poiesis de la multitud

Pregunta 2

¿Cómo se llega a un desenlace? ¿Qué ocurre antes en las entrañas mismas de los acontecimientos para que se produzca el desenlace? El tiempo político nace del movimiento molecular de la multitud y se desplaza en el mapa de las fuerzas desplegada, tiene una duración particular en la geografía de las instituciones como cronograma político. La renuncia a la presidencia de la república del símbolo mayúsculo del régimen neoliberal fue una victoria del movimiento popular, cuyo eje articulador es el movimiento indígena, que atraviesa tanto al campo como a las ciudades. Sin embargo, no se puede olvidar que el desencadenamiento de las acciones como la huelga de hambre, el bloqueo de caminos, las marchas, los bloqueos de calles y avenidas, la construcción de barricadas y el cavado de zanjas para que no pasen los tanques, la fabulosa concentración de la multiplicidad de vecinos de barrios de El Alto y La Paz, que sobrepasaron a la convocatoria de más de 400 barrios, no se circunscribe al movimiento indígena, por lo tanto tampoco a su centralidad aymara. Los sindicatos campesinos del Altiplano norte adquieren un nuevo carácter en el despeñadero de los acontecimientos. Las convocatorias masivas de asambleas, la retórica y la oratoria de las exposiciones se concentran en principio en dos temas, la libertad del dirigente Huambo y la defensa del gas. Después de la masacre de Ilabaya los discursos son más encendidos, se reclama por la muerte de los compañeros y comienza a perfilarse la idea de pedir la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. La imagen de los muertos remueve los espíritus de la gente. Casi de manera inmediata las organizaciones sociales son convocadas a defender la vida, a luchar contra la represión violenta, que se ensaña con los cuerpos de los campesinos. Esta remoción tendrá una peculiar repercusión en la ciudad de El Alto. Se llegará a declarar un paro indefinido. Aunque para llegar a esta medida, para comprender esta determinación es menester revisar una historia, la historia reciente de los desplazamientos de fuerza en la tupida red de las juntas de vecinos.

Descripción 2

Desde los sucesos desatados en Warisata, Sorata e Ilabaya los eventos se trastocan rápidamente en consecuencias políticas. Se trata de la legitimidad de un régimen que ya no puede sostenerse sino por el desencadenamiento de la violencia descarnada. Se trata de un gobierno que vive su emergencia, no puede ya seguir la ruta de su añorada normalidad. La represión a los bloqueos de caminos del Altiplano norte no quiebra esta forma de protesta que detiene el tránsito, detiene la circulación, ocasionando el éxtasis de las pasiones y deseos de la multitud. Estancado el transcurrir del transporte de los productos y de la gente, interrumpido el tiempo republicano, se viaja manteniéndose en el mismo lugar, se produce el traslado repentino a otro ciclo histórico, no sólo el de la efectividad histórica o el de la historia efectiva, sino al ciclo recuperado en la memoria de antiguas luchas, que se hacen presentes en el momento. Esta actualización modifica, en el contexto actual, el significado integral de los símbolos, valores e instituciones en juego. No se trata solamente del Tawantinsuyu contra la colonización reiterada, tampoco sólo del antagonismo del Collasuyu con la República de Bolívar, sino de la circulación de estas utopías en su lucha contra el imperialismo y por la recuperación del sentido nacional. No es ninguna excusa la defensa del gas, de los recursos naturales, de la forma efectiva de la manka-pacha, es el modo de hacerse historia de una voluntad concentrada en la cultura. No hay contradicción entre utopía andina y nación. Su disociación, mas bien, puede traer un descalabro, la derrota de los movimientos sociales gestados desde abril del 2000. No es una salida liberal la que busca la realización de esta voluntad histórica, no son las autonomías liberales los perfiles que se dibujan en el corazón anhelante de los combatientes, es más bien la construcción colectiva de utopías no realizadas, en el contexto de una nación que no termina de nacer, que no termina de constituirse a partir de la intuición volitiva de sus multitudes. ¿Sino, qué sentido tiene hablar de Asamblea Constituyente Revolucionaria? Las fuerzas vivas de la sociedad quieren constituir una nación, quieren realizar su potencia, materializar históricamente su poder constituyente. Se busca no sólo hacer frente a la avalancha de las movilizaciones, a las luchas, que ponen en suspenso el engranaje chirriante de las dominaciones; las fuerzas vivas de la sociedad desean, buscan hacer política en el sentido plebeyo, quieren inventar la democracia con la imaginación radical de los indígenas y mestizos comprometidos en esta interpelación. La bandera de las autonomías ha sido asumida por las oligarquías criollas regionales de Tarija y Santa Cruz. Desde estos núcleos reaccionarios se quiere detener las reivindicaciones de los sin tierra contra el monopolio de la tenencia de la tierra de un pequeño grupo de familias latifundistas. Se quiere parar las legítimas demandas sociales en torno a la recuperación del gas para los bolivianos. Con la bandera de las autonomías liberales se intenta trastocar el sentido político construido profusamente por las multitudes movilizadas. El sentido transformador quiere ser convertido en un sentido local, circunscrito a la mezquindad de las oligarquías regionales. El resultado político, hoy por hoy adverso a las fuerzas conservadoras, quiere ser desviado a favor de estas pequeñas minorías privilegiadas y a favor de los intereses de las trasnacionales. Las autonomías liberales cobran este peculiar perfil reactivo, las fuerzas reaccionarias quieren apropiarse del objeto político y darle un sentido histórico afín a sus intereses, descomponer el espacio heredado por los hijos del Collasuyu, los hijos de los nómadas chaqueños y amazónicos, los hijos mestizos, habitantes de la Audiencia de Charcas y combatientes contra el imperio Colonial. Tienen la misma mentalidad que la vieja oligarquía, una psicología que confunde el país con sus predios, sus latifundios, sus minas. Mientras el pueblo quiere recuperar lo que le pertenece por derecho natural, los recursos, los dispositivos económicos, los dispositivos políticos. Quiere decidir su destino y el destino de estos recursos. Esto es, quiere darle un desenlace positivo a la guerra por el excedente.

Los bloqueos se expanden, se articulan a otros bloqueos que parten de otras historias locales, como los de Caranavi y los Yungas. También hay bloqueos esporádicos en el Chapare. Se producen bloqueos en el Altiplano sur y en las conexiones de la cordillera, los bloqueos se expanden a los valles. Las marchas también proliferan, llegan a los llanos. Dos enormes marchas, una de colonizadores, otra de campesinos e indígenas del norte de Santa Cruz, avanzan a la capital de la sierra. Una de las marchas logra atravesarla y llegar a la plaza de armas, donde se produce una trifulca protagonizada por jóvenes de la nación camba. Esta expansión del paisaje social de las movilizaciones, esta trama cuya narración descuella en boca de los protagonistas, que son las multitudes, las organizaciones populares, esta narratividad colectiva, que se escribe con las acciones de las movilizaciones, que desencadenan la potencia creativa de lo social desbordado, tiene como una amplitud de recorridos, pero también un orden puro del acontecimiento político. La ciudad de El Alto es la urbe popular que contiene a la nación, que contiene las ansias de la nación, las esperanzas de la nación; el gasto heroico de su población arroja sus muertos al campo de batalla de la historia, el imaginario social retoma este sacrificio como donación a los dioses que juegan al azar y a la necesidad. La memoria colectiva ya los vela, ya los cobija, ya los entierra, pero para convocarlos en los procesos de las nuevas batallas, de la guerra que no ha concluido. Los muertos no nos abandonan, están con nosotros para construir nuevas barricadas, para ayudarnos a destruir las máquinas abstractas de las dominaciones.

Problema 2

¿Cómo constituir una democracia de la multitud? ¿Cómo construir una democracia que forme parte de las prácticas sociales concurrentes y transformadoras? ¿Cómo hacer que la democracia vuelva a pertenecer a la asamblea, a la retórica, a la discusión, al arte del convencimiento y a la poiesis política? ¿Cómo hacer que la democracia sea el despliegue de las energías ciudadanas y comunitarias? Aunque parezca una tautología y una redundancia valdría la pena reducir estas preguntas en la siguiente: ¿Cómo hacer que la democracia sea democrática?

Hipótesis 2

La democracia es posible porque pone en suspenso las dominaciones. Se basa en el reconocimiento de la igualdad y a partir de este fundamento su práctica resulta en luchas contra las desigualdades. Su contenido histórico es la libertad, a partir de ella se pone en cuestión el monopolio de la riqueza y el monopolio de la moral, la virtud de los mejores. La ética social es el despliegue histórico de la libertad, que tiene que tomarse tanto en su figura colectiva como en su figura individual. La democracia es el poder constituyente de la multitud. En su sentido práctico la democracia no deja de manifestarse como conflicto. Este conflicto se puede dirimir pacíficamente en la asamblea o estratégicamente en la lucha de clases.

Corolario

La lucha indígena forma parte de la lucha contra las dominaciones, concretamente la lucha contra el colonialismo polimorfo. Desde esta perspectiva es una lucha democrática, adquiere su valor histórico en el horizonte de una democracia radical, que llegue hasta las raíces de las formas de dominación en las formaciones coloniales y postcoloniales. Esta raíz se encuentra en una violencia inicial histórica, en la guerra de conquista, esta guerra atraviesa el cuerpo social y el mapa de las instituciones en el transcurrir histórico de las formaciones sociales, vale decir, los virreinatos, los repartimientos, la Audiencia de Charcas y los periodos republicanos. Esta guerra de conquista, que desata una guerra de liberación, que cuestiona la legitimidad de los regímenes. El arjé y el telos de esta guerra de dos caras hacen inteligible el decurso de los acontecimientos que atraviesan los mapas institucionales.

[1] Este es un balance que se hizo después de un encuentro de la FEJUVE de El Alto, de entonces, respecto a los acotamientos de octubre de 2003. La reunión se efectúo en Copacabana a fines del 2003.
[2] El sábado 18 por la mañana, en un programa de la radio FIDES, Carlos Toranzo y Jorge Lazarte, apostaban por un plazo perentorio de 90 días para Gonzalo Sánchez de Lozada.
[3] La COMUNAL fue una propuesta organizacional, basada en la experiencia de la Coordinadora del Agua de Cochabamba, esta vez se quería una coordinadora de los movimientos de carácter nacional.
[4] Paolo Viro: El Recuerdo del Presente. Paidos 2003, Buenos Aires.
[5] Revisar de Michael Löwy, Walter Benjamin, Aviso de Incendio. Fondo de Cultura Económica 2002, México.
[6] Revisar de Paolo Virno, El Recuerdo del Presente, Ob. Cit., sobre todo la segunda parte: Temporalidad de la potencia, potencialidad del tiempo.
[7] Esto escribió Ernst Bloch en Herencia de Nuestro Tiempo. El escrito de Bloch data de 1935. Ha una edición italiana en Sul Progresso, 1956, y otra reedición en 1990.
[8] El mote que se le daba al soldado paraguayo por andar descalzo: Pata pila.
[9] Revisar el libro de Sergio Almaraz Paz, Petróleo en Bolivia. Juventud 1958; La Paz.
[10] Revisar de Raúl Prada Alcoreza, La supresión de la política; Comuna 2003, La Paz.
[11] Ver de Carlos Montenegro, Nacionalismo y Coloniaje.
[12] Ver de Ana Rebeca Prada Madrid, Viaje y Narración. Las Novelas de Jesús Urzagasti. IEB, Sierpe, 2002, La Paz.
[13] Los mestizajes indígenas se dieron antes de la Colonia, probablemente con mayor intensidad en el caso de la región occidental, entre urus, puquinas, aymaras y quischwas, que en el caso de las poblaciones amazónicas y chaqueñas, más apegadas a un comportamiento nómada.
[14] Ciertamente no entran a formar parte del Collasuyu las extensas tierras amazónicas y chaqueñas, donde habitaban los múltiples pueblos tacanas, tupi-guaranies, moxeños, guarayos y demás pueblos itinerantes. Empero esta enorme región tropical formara parte de la Audiencia de Charcas.
[15] Al parecer las reformas borbónicas desordenan el régimen colonial, afectan tanto a las clases dominantes como a los indígenas, removiendo el orden del pacto colonial. Paradójicamente las reformas borbónicas, que tienen por objetivo la modernización del régimen colonial, preparan el terreno para las revueltas, rebeliones indígenas y las guerras de independencia.
[16] Serio Almaraz Paz en Réquiem para una republica comenta esta frase que aparece en un periódico: “Laika Cota, sepelio de una revolución arrodillada”. Obra completa. Plural; La Paz.
[17] Revisar el libro de Antonio Negri y Michael Hardt, Imperio. Paidos 2002, Buenos Aires.