Subversiones en las periferias del sistema-mundo capitalista

Crítica al esquematismo maniqueo II



Subversiones en las periferias del sistema-mundo capitalista
Crítica al esquematismo maniqueo (II)

Raúl Prada Alcoreza

El siglo XX se inaugura con la subversión de los “bóxer”, calificados así, en inglés, por los británicos, quienes se llamaban a sí mismos los guerreros del cielo celeste (Tai-ping). Los guerreros del cielo celeste estaban inspirados en una combinación hermenéutica, que hoy podríamos llamar intercultural; eran taoístas y cristianos. Esto, si se quiere, en lo que respecta a la “ideología”. En lo que respecta a la historia efectiva, que obviamente no se desentiende de la “ideología”, ni de los imaginarios, sino haciendo hincapié, a pesar de las composiciones materiales e imaginarias, en las prácticas y en las relaciones, los guerreros del cielo celeste son monjes, relacionados también, con una parte de la burocracia monárquica, que decidió enfrentar a la ocupación colonial e imperialista de los puertos chinos. Este levantamiento es una de las insurrecciones más sugerentes del siglo XX, que quizás haga inteligible las insurrecciones desatadas en este siglo, que Alain Badiou llama ultimatista, en las periferias del sistema-mundo capitalista.

Raúl Prada Alcoreza

Raúl Prada AlcorezaEscritor, docente-investigador de la Universidad Mayor de San Andrés. Demógrafo. Miembro de Comuna, colectivo vinculado a los movimientos sociales antisistémicos y a los movimientos descolonizadores de las naciones y pueblos indígenas. Ex-constituyente y ex-viceministro de planificación estratégica. Asesor de las organizaciones indígenas del CONAMAQ y del CIDOB. Sus últimas publicaciones fueron: Largo Octubre, Horizontes de la Asamblea Constituyente y Subversiones indígenas. Su última publicación colectiva con Comuna es Estado: Campo de batalla.
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Los monjes taoístas son “intelectuales” dedicados a prácticas espirituales, de meditación, de auscultación íntima; intérpretes del devenir inherente a la vida y al cosmos, el ying yang. También son monjes maestros en las artes marciales, por lo tanto guerreros, en momentos de emergencia. La ocupación imperialista en los puertos chinos, sobre todo británica, que es el imperialismo que más han ganado con el usufructo comercial de los puertos, fuera de la ocupación francesa, alemana, japonesa, incluso rusa, remueve los cimientos legendarios y milenarios del gran imperio manchú. No son las mercancías británicas las que derrumban la muralla china, como metaforiza Marx; el capitalismo “moderno”, es decir, europeo, ingresa por los puertos. Fueron los mongoles los que ya atravesaron la muralla china, siglos atrás, antes que Marx naciera. Los monjes, sobre todo taoístas, comprenden los alcances de la amenaza, pues destruía el devenir del curso de la vida. Una parte de la burocracia monárquica, que podríamos llamar “nacionalista”, usando términos “modernos”, también no corrupta, como la parte burocrática comprometida y cómplice de la ocupación, no solamente se opone, sino que prepara la resistencia y, después, la ofensiva contra los ocupantes extranjeros. La sublevación de los “bóxer” sorprende a las embajadas ocupantes, que eran territorios sojuzgados militarmente, que, además instauraron formas de vida occidentales. El ejercicio diplomático no era otra cosa que la decorosa forma “coctelera”, mediante la que se ponían de acuerdo las potencias imperialistas, fuera de ser el mecanismo de coerción y de presión frente a la monarquía china y la burocracia.

Después de los enfrentamientos con los ejércitos imperialistas en las ciudades portuarias, los guerreros del cielo celeste realizan una larga marcha, que va a ser el antecedente matricial de la larga marcha del ejército rojo chino, bajo la conducción de Mao Zetung. Hay pues un substrato cultural que conecta las dos largas marchas, aunque este substrato sea negado por la “ideología” bolchevique del PC chino. No se trata de recurrir a la tesis del inconsciente colectivo del psicoanálisis de Jung, sino de comprender una conexión histórica entre las dos marchas. De visibilizar las estructuras de larga duración que explican ciclos largos y memorias largas, que terminan sosteniendo las rebeliones anti-imperialistas. Ciertamente el marxismo en China, el uso y la adecuación del marxismo a las condiciones chinas, va a ser un instrumento de análisis y de interpretación apreciable para descifrar las claves del mundo de los ocupantes, el llamado modo de producción capitalista. Arma con la que no contaban los guerreros del cielo celeste. Empero, llama la atención la represión consciente, en sentido psicoanalítico, de los marxistas chinos, de este substrato cultural, de la memoria larga china, a pesar que será el mismo ejército rojo que recorra casi el mismo decurso de la larga marcha de los Tai-ping, recogiendo simbólicamente las armas enterradas en aquella época inicial. Estos contrastes, estas contradicciones, nos muestran los intensos síntomas de las experiencias acumuladas en las memorias de los pueblos, en este caso de las periferias de este sistema-mundo capitalista.

Desde la perspectiva de las estructuras de larga duración, los guerreros del cielo celeste son los precursores del ejército rojo chino, y el taoísmo cristianizado es el precursor de la interpretación china del marxismo, de las tesis orientales. Que esto no sea consciente es otro problema. El marxismo es un acontecimiento imaginario e “ideológico”, si se quiere, también teórico, transversal, en tanto que el substrato cultural sobre el que se asienta el taoísmo es un acontecimiento, por así decirlo, longitudinal. No es que el taoísmo sea un acontecimiento longitudinal, pues puede ser también transversal, aunque de un ciclo de más larga duración, sino el substrato cultural, el magma imaginario, usando la figura propuesta por Cornelius Castoriadis, sobre el que se asienta el taoísmo. Entonces, a partir de esta apreciación, podemos concluir en una hipótesis: La historia no es lineal, sino un espacio-tiempo curvo, que se curva por efecto de la masa gravitatoria de los acontecimientos intensos. Las dos largas marchas están más próximas de lo que creen, que están alejadas, los historiadores de la historiografía, de la historia universal y el propio materialismo histórico.

No estamos de acuerdo con la tesis de Martín Malia, que supone que la “ideología” marxista, en su versión bolchevique, explica el descomunal derroche de voluntad, que trasforma el ex-imperio zarista, en las condiciones experimentadas en la Unión Soviética, aboliendo la sociedad civil vulnerable y estatalizándola, creando una nueva “realidad” social. La “ideología” tomada como totalidad, como dice Malia, no puede convertirse en la “explicación” última de la revolución rusa y de su tragedia, incluso si se añaden condiciones catastróficas como las de la primera guerra mundial, sus efectos destructivos de la institucionalidad de la monarquía constitucional rusa. Pues faltaría explicar la fuerza de irradiación de la “ideología”, que no puede hacerse sino por su propia arqueología. El marxismo ruso también ha escondido una de sus matrices culturales, el populismo ruso, si se quiere la concepción política y teórica de la vía campesina, diríamos hoy, rusa. Se produce la misma represión consciente, como en el caso chino, de este substrato politico-cultural, sobre todo en los bolcheviques, que son los que más van a develar esta proximidad.

El mujik, el campesino, es la alteridad de la vía occidental, de la vía capitalista, pero también de la vía marxista, sobre todo en la versión de los mencheviques. Estos temas ya habían sido planteados por Maksim Kovalevsky[1] a Marx, quién los retoma en sus cuadernos, haciendo anotaciones asombrosas. La comuna campesina, MIR, como vía alternativa hacia el comunismo, saltando el capitalismo. No son los bolcheviques los que replantean esta posibilidad abiertamente, sino el mismísimo Lenin, hermano de un populista revolucionario fusilado por la represión zarista. Aunque lo hace de una manera matizada, a partir de su interpretación del reparto negro, la reforma agraria, cuando todavía tenía apreciaciones positivas sobre la comunidad campesina rusa.

La lucha larga contra el zarismo la dan las distintas corrientes populistas; ellos son los que merman la legitimidad “ideológica” del imperio zarista. No se puede comenzar la historia de la revolución rusa sólo a partir de 1917 o, ampliando un poco más, sólo desde 1905, obviando la larga tradición de luchas de los populistas, sus teorías políticas y sus interpretaciones de esta conformación histórica-social-cultural euroasiática, de aplastante mayoría campesina. Que hayan triunfado los bolcheviques y no los populistas no es razón para obviarlos, desconociendo el substrato histórico-cultural del que forman parte. La caída de los bolcheviques, después de setenta y cuatro años, no habla precisamente de un triunfo de largo plazo. Los campesinos no desaparecieron, a pesar de los Koljoz, de la colectivización y mecanización obligada. Dieron varios dolores de cabeza, desde el comienzo, al flamante Estado Soviético, después al propio gobierno todopoderoso de Stalin. Los campesinos, la presencia abrumadora de los campesinos, no sólo expresaba la otra vía al comunismo, como creían los populistas radicales, sino que fueron la corporeidad social que contiene el substrato cultural de la alteridad a la vía occidental, en esa transición dramática del comunismo de guerra, después de la ruta contrastante de la NEP, para volver a un comunismo militarizado, que no era otra cosa que la concentración de fuerzas y voluntades para la realización de la revolución industrial militarizada, idea compartida tanto por Lenin, Trotsky y Stalin.

La matriz del populismo ruso es anarquista, con lo que quiere decir esta clasificación y conceptualización en toda su variedad y diferencias. Como notoria influencia en los populistas del periodo “Tierra y Libertad” (Zemelia y Volia) se encuentra el teórico y activista anarquista Mijail Bakunin, quien tiene fuertes discusiones con Karl Marx. Este periodo se caracteriza por la “ida al pueblo”; en principio la ida al campo, a convivir, aprender y organizar la lucha con los mujik, los campesinos; después por el recurso al terror, al comienzo como defensa y respuesta a la represión, seguidamente como propaganda y publicidad, como agitación y convocatoria al pueblo a luchar; para concluir, difícilmente y con desacuerdos, en la lucha política por los derechos y la Constitución, sin abandonar el objetivo socialista, que los había acompañado en toda su historia a los populismos rusos. En esta última etapa ya se produce el retorno de la lucha a las ciudades, convocando principalmente en las universidades. El periodo de “Voluntad del Pueblo” (Narodnaia Volia) ocupa a los populistas en desentrañar el fenómeno del capitalismo y sus consecuencias en el trastrocamiento de la formación y estructura social rusa, particularmente en el campo, donde el impacto del capitalismo era devastador. Consideran, en parte, al capitalismo ruso una promoción artificial del Estado y de la autocracia, un invento suspendido, al margen de la vitalidad del pueblo ruso, primordialmente campesino. Son muy sensibles al detectar la formación de clase de una burguesía rural, conformada por los kulak, aunque consideraban el fenómeno de la proletarización campesina como arbitraria e innecesaria, llenando las ciudades de desocupados, que no eran completamente empleados en las fábricas. El periodo de la “Voluntad del Pueblo” corresponde a la lucha populista contra el capitalismo; sin dejar de afincar el proyecto socialista en los campesinos, como lo habían hecho los anteriores populismos.

El populismo ruso atraviesa el siglo XIX, particularmente es importante su participación y difusión durante la segunda mitad, llega al siglo XX influenciando a las nuevas versiones socialistas, incluso a las corrientes marxistas. A pesar de la celosa demarcación de los bolcheviques, principalmente de Lenin, respecto de la herencia populista, en relación a sus interpretaciones sobre el particularismo ruso, diferenciándose de su opción campesinista, los bolcheviques, en la práctica, manifestaron efectivamente portar esta herencia. Las tesis orientales que postulan la alianza obrero campesina como articulación revolucionaria en la transición al socialismo, combinando tareas democráticas y socialistas, basados en la teoría del desarrollo desigual y combinado, hablan de ello, confirman compartir “inconscientemente” esta herencia. Mucho más cuando en la práctica se impone el comunismo de guerra, en plena guerra civil, se convoca a los campesinos pobres a combatir a los campesinos ricos. Si terminan instalando koljoz, que no tiene nada de campesino, sino es la “revolución industrial” llevada al campo, es porque la emergencia de la crisis alimentaria en las ciudades les obliga ello, adelantándose, aunque hubieran tenido en mente hacerlo en algún momento del “desarrollo de las fuerzas productivas”.

La historia efectiva no es la historia imaginada, la reconstrucción teórica o “ideológica”; la historia efectiva despliega todos sus tejidos, texturas, redes, nudos conexiones, constantemente, en distintas composiciones y combinaciones coyunturales, periódicas, epócales. La historia efectiva es material, usando esta palabra tan conocida y problemática, es molecular, se mueve en un espesor de intensidades, que comprende distintos planos, que se curvan ante la gravitación de los acontecimientos. La historia imaginada, teórica o “ideológica”, es una reducción, una interpretación reducida, usada políticamente, para legitimar las acciones en un presente. No se puede asumir como “verdad” lo que los protagonistas dicen de sí mismos, cómo se conciben, cómo narran su propia historia; esta es una apreciación ocasionada por una perspectiva, que privilegia una referencia como si fuese absoluta. Esta perspectiva no reconoce la relatividad de la perspectiva, la relatividad de la referencia; por lo tanto, no reconoce la complejidad del acontecimiento. No se trata de pedirles a los protagonistas que lo hagan, sino decir que, en un presente como el nuestro, no se puede seguir reconstruyendo historias lineales, historias teleológicas, historias a partir de la preocupación de la legitimación, sino que estamos empujados a comprender la complejidad de los acontecimientos históricos.

En este sentido, decimos que el ejército rojo chino está más cerca, de lo que cree, de los guerreros del cielo celeste, así como los bolcheviques están más próximos, de los que consideran, de los populistas rusos. Lo mismo ocurre con la historia de las otras revoluciones dadas en la modernidad, temprana, media y tardía. Las teorías no son “verdades”, en su sentido absoluto, son instrumentos provisorios para resolver problemas, no solo de interpretación y explicación, sino, sobre todo, para la acción y las prácticas. Que se haya autonomizado la teoría y se la haya convertido en la mirada privilegiada, lugar desde donde se ordenan los hechos, como si tuviese vida propia, es un fenómeno, por así decirlo “ideológico”, un fetichismo de la teoría. Esto ocurre particularmente en las teorías llamadas “revolucionarias”. Llama la atención que ocurra patentemente, fehacientemente y excesivamente, en el marxismo, que es donde se ha desarrollado la teoría de la “ideología”, aunque esta se haya circunscrito al fetichismo de la mercancía y no haya expandido su acierto a la economía política generalizada.

La recurrente insurrección mexicana

La primera sublevación zapatista

Hay una imagen de México, entre otras, empero quizás recurrente, explotada cinematográficamente, fuera de otros estereotipos de la pantalla; esta es la imagen de México insurgente. No es una imagen desacertada; al contrario, se acerca a una veta perdurable en la historia política de México. Empero, habría que contextuar esta imagen en un campo configurante mayor, que es más pertinente, la de México intenso. Se puede decir que los mexicanos y las mexicanas viven todo de manera intensa y hasta desbordante. Hay como una inclinación pasional al momento de experimentar las vivencias, cualquiera sean éstas. En este sentido, las insurgencias se las vive con una intensidad mayúscula, sobre todo campesinas. La “cuestión agraria” forma parte inherente de la problemática histórica y social, la lucha por la tierra hace inteligible la formación social mexicana. La reforma agraria fue el tema de fondo de la revolución mexicana. La forma como se resolvió la “cuestión agraria” marca la historia posrevolucionaria. Sin embargo, el Plan de Ayala, la reforma agraria propuesta por el ejército campesino del sud, por el ejército zapatista, plantea el contraste, que forma parte del substrato del periodo revolucionario.

El Plan de Ayala dispone la devolución inmediata de las tierras a las comunidades, usurpadas por los hacendados en los gobiernos de Porfirio Díaz. La devolución se la arrancaba con las armas en la mano y ocupando tierras. Se planteaba la indemnización de las tierras con la tercera parte del valor, colocando al hacendado en la situación de que él debería demostrar ante los tribunales que la tierra les pertenecía, pues ya eran reconocidas de hecho como propiedad de las comunidades por el Plan de Ayala, validando la toma de tierra. La aplicación del Plan de Ayala significaba la conformación de lo que hoy llamaríamos territorios liberados; el establecimiento de milicias, es decir, un ejército popular, inmediatamente ligado a las comunidades; la construcción desde “abajo” de una forma política, si se quiere, de una forma de Estado. ¿Un Estado campesino? Es esto lo que hay que discutir. Es problemático aceptar la tesis de Adolfo Gilly, de que los zapatistas, de entonces, estaban entre el Estado burgués o el Estado proletario; en el periodo, ausente como propuesta política, pues el proletariado no estaba organizado como partido. Esta, obviamente, es una tesis bolchevique[2]. No por tal incorrecta, sino que, a luz de las teorías críticas del Estado, desprendidas de las dramáticas experiencias “revolucionarias” y de las experiencias restauradoras pos-revolucionarias, es difícil sostener este dilema simple entre dos opciones contrastadas, sostenidas en el papel histórico, atribuido a dos clases “fundamentales” del modo de producción capitalista.

Hay que hacerse algunas preguntas. ¿Los campesinos tienen en su imaginario al Estado, es propio de ellos? ¿Se plantean, de alguna manera, el dilema del Estado burgués o Estado proletario? Claro, que en la medida que el Estado les entrega tierras con una forma de reforma agraria, tienen en mente al Estado; también, cuando es el Estado el que les quita las tierras, conciben al Estado negativamente. Cuando el Estado participa en programas agrarios, el referente es el Estado. Pero, ¿es éste un imaginario propio, emergido del mudo campesino o es un imaginario compartido y asimilado, en sus relaciones con el resto de la sociedad y el Estado? ¿En la insurgencia campesina es este el imaginario radical campesino, usando este concepto de Castoriadis? ¿Puede darse una vía campesina? ¿Tiene que ser necesariamente Estado?

El problema de una buena parte de los historiadores de la revolución mexicana es que suponen un modelo histórico de antemano; es decir, suponen una direccionalidad dominante, una especie de fatalidad histórica; por otra parte, bastante reducida, bastante simple. Esta concepción de la historia no solamente es lineal, no solo es racionalista, en el sentido de la astucia de la razón, sino que ya tiene resuelto de antemano los problemas que debe resolver. No se trabaja la historia como espesor de posibilidades, menos como combinación abierta y composición desenvuelta de singularidades. No se responden a las preguntas cruciales: ¿Qué significaciones, qué implicaciones, tienen las insurrecciones campesinas? ¿Cómo explicar que las llamadas revoluciones socialistas proletarias se hayan dado en países de mayoría campesina? ¿Qué clase de formación social es la campesina? ¿Cuál es su racionalidad, ahora si racionalidad en el sentido de estrategias, inherente, en su relación con otras formaciones de las sociedades, con el mercado, con el capital, con el Estado? Tratar de comprender la insurgencia campesina desde el telos proletario ya es un sesgo grande, acallando al “sujeto” en cuestión, el campesino. También situar al campesinado como un bloque, más o menos homogéneo, siempre subordinado, al la nobleza, a los terratenientes, al mercado, al capital, a las ciudades, al Estado, es mirar al campesinado panorámicamente, desde las cumbres de la sociedad compacta. Llama la atención que no se haya considerado las formaciones campesinas desde sus articulaciones internas, desde sus potencialidades y posibilidades[3]. Entre los pocos que lo hicieron, se encuentran los populistas rusos.

Quizás los términos “cuestión agraria”, “cuestión campesina”, no sean términos lo suficientemente apropiados como para expresar el conjunto y los alcances de la problemática en cuestión. Recurriendo todavía al concepto marxista de capital como relación, diremos que se trata del capital, de la valorización del capital, de la acumulación del capital; cuando se expande, cuando se desarrolla, todo lo que toca lo convierte en capital, en sus distintas formas, en sus distintos grados de desvanecimiento. En lo que respecta a la tierra, la valorización a través de la renta, renta absoluta y renta diferencial.

Las tierras de comunidades, reconocidas desde la colonia, son expropiadas por los hacendados, por los latifundistas, por los agroindustriales, como los empresarios del azúcar en Morelos. La tierra se ha convertido en mercancía para el capital, aunque para los campesinos sea su herencia de la comunidad, su medio de subsistencia y, quizás, de un excédete que se lleva al mercado; es el ámbito de sus relaciones sociales, culturales y de reproducción. Los hacendados y empresarios, que, a vez, se afincan sobre la tierra comunal, expropiándola, que consideran que así se enriquecen, lo que es cierto, despojado a la gente que califican de improductiva, no dejan de ser también mediaciones en el decurso de la acumulación del capital. El Estado también, de alguna manera, lo es, una medición. El capitalismo requiere de azúcar para llevarlo al mercado internacional, en tanto que el mercado nacional requiere bienes alimenticios para nutrir a la población de las ciudades. Desde esta perspectiva, la propiedad comunitaria es desdeñable; la vulneración de derechos comunitarios se puede interpretar de otra manera, se puede establecer otras leyes que lo permitan. Esta legitimación de la violencia expropiadora es tarea fácil en un Estado, en gobiernos, al servicio del capital.

El problema aparece cuando se sublevan los campesinos y retoman sus tierras, expropiadas indebidamente por los hacendados, empresarios y el Estado, pues cortan el flujo de la acumulación de capital, hacen visible las otras caras de la tierra no-mercantiles, develan otras “realidades”, que no son productos del poder ni del capital; cuestionan el Estado, el orden impuesto, la propiedad latifundista y empresarial, y abren rutas, en los nudos de posibilidad de un presente, a otros mundos. Por eso, el problema no concluye con la reforma agraria. Continúa, dependiendo de cómo se materializa la reforma agraria, de cómo se pacta, de cómo se constituye el Estado, que renace de la crisis revolucionaria, además de depender de cuáles son las demandas del sistema-mundo capitalista en otro presente.

En contraste y dualidad con los ciclos del capital, la revolución mexicana, que se prolonga desde 1910 a 1940, es una de las formas singulares y concretas de la insurrección permanente, de lo que llamaremos, provisionalmente, contra-capital. En otras palabras, de las resistencias sociales que se oponen a la reducción abstracta de la tierra, de los territorios, de los cuerpos, de la vida, a esta desposesión, a este despojamiento, a esta explotación y subsunción que se mide y significa como valorización del valor. Las insurrecciones, las sublevaciones, las rebeliones, de los campesinos, proletarios y pueblos, no pueden concluir mientras las formas del capitalismo los amenacen con subordinarlos y subsumirlos como formas mercantilizables.

Ahora bien, como dijimos en Devenir y dinámicas moleculares, no es que el Estado y el capital existan como tales, no tienen vida propia, no son “sujetos” que actúan, cuentan con autonomías aparentes[4]. Son imaginarios, son instituciones imaginarias. Lo que les anima, les insufla una aparente “vida”, lo que ocasiona su reproducción institucional, son las dinámicas moleculares sociales capturadas. Son efectos de masa, son efectos estadísticos, de las dinámicas moleculares sociales. En este sentido, estas representaciones del poder, el Estado y el capital, son los fantasmas de diagramas de poder establecidos en el territorio.

Desde esta perspectiva, las haciendas, las empresas, su expansión, la burocracia local y nacional, la iglesia, el ejército federal, no son mediaciones, son, mas bien, dispositivos de poder, son dispositivos de diagramas de poder. En el texto mencionado, también dijimos que todo diagrama de poder, es decir, el poder, en general, tiene como obsesión, el control de la vida; en este sentido, es un biopoder. El sistema-mundo capitalista es como conjuntos de mallas, de redes, de tecnologías, de dispositivos, que desencadenan, en su funcionamiento integral, el control y el pretendido dominio de la vida, en sus variados ciclos, en sus distintas formas y dimensiones; este control y pretendido dominio tiene un alcance planetario. Las formas locales, nacionales, regionales y mundiales de la articulación del control y pretendido dominio de la vida, se complementan y coadyuvan, generando impactos a distintas escalas. Una pregunta, no adecuada, pero pertinente, es: ¿Para qué se quiere controlar y dominar la vida si una vez que se lo logre la vida muere, se detiene?

Es una ilusión estatal el creer que con el pacto posrevolucionario, que sirvió de cimiento al Estado institucional, al Estado-partido institucionalizado, se resolvió el problema de la convulsión y el conflicto social. En México no desaparecieron nunca las formas de expresión insurgente de la guerrilla, aunque se den de una manera diseminada, proliferante y micro. La estabilidad política aparente, institucionalizada, se dio desde 1940 hasta 1994, sin olvidar remesones ocasionales y circunstanciales. Y obviamente, sacando a luz, la crisis cultural de 1968, que interpeló, desde los estudiantes concentrados en la plaza de Tlatelolco, las bases imaginarias del Estado del pacto institucional. La guerrilla zapatista de 1994 volvió a poner en evidencia los vulnerables cimientos imaginarios sobre los que se sostienen el Estado-nación.

Dibujando un mapa de la distribución de fuerzas y tendencias en el campo configurante de la revolución mexicana, en sus etapas iniciales, vemos que por el norte campesinos y pequeños propietarios se levantan contra el Presidente Madero por el incumplimiento de promesas y acuerdos, denunciando patentemente su alianza con las familias porfiristas derrocadas. El levantamiento campesino en el norte, particularmente en Chihuahua, tiende a un reconocimiento de la propiedad privada familiar. En el sur, en cambio, las comunidades campesinas levadas en armas, al principio en Morelos, después extendiéndose a los estados vecinos, exigían el reconocimiento de las propiedades comunitarias, lo que implicaba el reconocimiento de formas de propiedad combinadas, comunes y privadas. En el centro, no sólo geográfico, sino político, no sólo en la capital federal, México distrito Federal, sede del gobierno federal, sino en el centro del campo burocrático, institucional y militar, los caudillos se disputan la representación presidencial, la silla de gobierno, el matiz y el perfil personal. Huerta, general de Madero, hace un golpe al presidente que lo acababa de designar para defender el gobierno y atacar a los golpistas que habían tomado el edificio de la Ciudadela, cuartel y almacén de la zona central de la Ciudad de México[5]. Cuando el gobierno es derrocado, da la orden de fusilamiento del derrotado presidente y de su vicepresidente. Con la llegada al poder de Huerta, la sublevación campesina no se detiene sino que se extiende, ahora contando con el legendario Francisco Villa como jefe de la insurgencia en el norte. El gobierno de Estados Unidos, preocupado por la extensión de la sublevación en el país vecino del sur, apoya el golpe de Huerta buscando, el retoro institucional y del comercio. En este panorama del campo social y del campo político en crisis, la composición de fuerzas que escapa redituar lo mismo, el círculo vicioso del poder, es la que corresponde la insurgencia campesina bajo el liderato de Emilio Zapata.

Bolivia: 1952, ¿revolución inconclusa o revolución nacional-popular?

Agustín P. Justo, conocido como Liborio Justo, así como por su nombre de guerra, “Quebracho”, escribió La revolución derrotada[6], refiriéndose a la revolución boliviana de 1952. De acuerdo a la teoría de la revolución permanente, las revoluciones proletarias y donde interviene el proletariado, deben concluir en una revolución socialista. Entonces, desde la perspectiva de la teoría, la revolución de 1952 es una revolución inconclusa, pues no ha devenido socialista. El “paradigma” para hacer esta interpretación de lo acaecido con la insurrección de abril de 1952 es la revolución rusa de 1917. El paradigma, no solamente contempla la transición, la conversión de la revolución democrática en una revolución socialista, sino también, el papel protagónico del partido del proletariado. Basándonos en lo que dijimos más arriba, esta interpretación corresponde a la exégesis de la voluntad revolucionaria. No vamos a caer en la discusión, también maniquea, de si esta interpretación es “subjetiva” u “objetiva”, realista o utópica, pues, ¿en qué teoría, en qué ciencia, en qué interpretación, en qué “representación”, no interviene el “sujeto”? La “objetividad”, como dice Karl Popper, es un acuerdo intersubjetivo[7]. La interpretación por la voluntad revolucionaria es una forma de saber, una de las formas del saber activista. El activismo accede a la “objetividad”, mejor dicho, construye la “objetividad, hegelianamente hablando; es decir, la construcción del concepto, por intervención de la acción. Se trata de un saber que logra un conocimiento de mayor profundidad, que el conocimiento pretendidamente alejado del compromiso, hablamos de la pose de “neutralidad”, pues accede a palpar, a la sensibilidad, de las dinámicas sociales. Si bien este saber activista emplea la teoría voluntariamente o, si se quiere, produce una teoría voluntarista, la acción que desprende no está exenta de teoría. El problema no es éste, sino, que determinado tipo de saber activista, teleológico, ha transferido la voluntad, el deseo, proyectándola en la conjetura de la astucia de la razón, de las leyes de la historia, ocasionando, paradójicamente, algo inverso a lo que se buscaba. Se anula o inhibe la capacidad creativa de la voluntad, pues se actúa según las leyes “objetivas” de la historia.

Liborio Justo forma parte de los entusiastas intelectuales bolcheviques, en su caso, viniendo del PC y después convertido al trotskismo, que se impresionan con la insurrección armada boliviana, con la destrucción del ejército y con la existencia de las milicias obreras y campesinas. Por lo tanto, desde su punto de vista las condiciones “objetivas” de la revolución socialista estaban dadas. Lo que ha fallado son las condiciones “subjetivas”; el partido revolucionario, no ha podido ayudar a pasar al proletariado de la consciencia en sí a la consciencia para sí. Se trata no sólo de un discurso teleológico, sino de un una evaluación voluntarista que busca las fallas en la “ingeniería” insurreccional, en la “ingeniería” bolchevique. De ninguna manera se trata de descalificar estos discursos, ingresando, por otro lado, al esquematismo maniqueo, sino de comprender su episteme, su formación enunciativa, así como también, sus prácticas de poder.

El antecedente de la revolución de 1952 es la guerra civil de 1949; cuando en Chuquisaca, Potosí y en Oruro, sobre todo en estos últimos departamentos, se organiza una insurrección contra el gobierno del pacto oligárquico y del PIR, que había derrotado al general nacionalista Gualberto Villarroel, que gobierna desde 1943 hasta 1946. Participan en la guerra civil militantes del POR, la parte de izquierda y obrera del PIR y el MNR, que había sido desplazado del poder, con la caída del gobierno nacionalista que apoyaba. La insurrección termina en una represión incruenta; se dice popularmente, que en Potosí faltaban los faroles para colgar a los insurrectos.

En 1951 se dan las elecciones nacionales, donde votaban sólo hombres; propietarios privados e ilustrados; incluyendo a “clases” medias y artesanos. El MNR gana las elecciones. Como respuesta a esta victoria electoral, la oligarquía responde con un golpe militar, instaurando una junta, a la cabeza del general Ballivián, que desconoce los resultados electorales, impidiendo que el MNR asuma el gobierno. Ante esta violación de derechos y vulneración de la democracia, el MNR decide conspirar y preparar un golpe militar, involucrando al ministro de gobierno, general Antonio Seleme. Cuando estalla el golpe, el 9 de abril, que involucra a la policía, la reacción del gobierno es inmediata, moviliza al ejército, y el golpe comienza a ser derrotado. En su desesperación el gobierno convoca a los sindicatos, los que responden inmediatamente, salen a las calles a luchar. Los obreros en Villa Victoria combaten heroicamente al ejército, los mineros de Milluni se descuelgan de la ceja de El Alto y toman la ciudad de La Paz. Los mineros de Oruro toman los caminos, así como la ciudad, cortando la posibilidad de la llegada de refuerzos a la sede de gobierno desde el sud. En tres días de combate se vence al ejército. Varios cuarteles se rinden; por último, los cadetes del Colegio Militar de Irpavi terminan rindiéndose a los comandos de Juan Lechín Oquendo. El golpe militar se transformó en una insurrección victoriosa.

En Historia y lecciones de la revolución boliviana, Tinta Roja escribe:

Se llega a una situación donde laroscase ve obligada a llamar a elecciones y gana el MNR el 14 de Mayo de 1951. Sin embargo, el presidente, Gral. Ballivián, las declaró nulas y continuó su gobierno hasta el 9 de Abril de 1952. Víctor Paz Estensoro, el presidente electo, se ve obligado a exiliarse en la Argentina de Perón, hasta el estallido de la revolución.

Sucede que uno de los hombres del gabinete de Ballivián, el Gral. Antonio Seleme, en una conspiración conjunta con el MNR, planean un golpe de Estado. Previamente -el 6 de Abril-, en una reunión secreta entre la elite del partido y el general, éste hace un juramento de lealtad al mismo. Todo era parte del plan que terminaría por llevar al poder a Seleme apoyado por el MNR, las tropas bajo su mando directo y la policía paceña que debía aportar armas para abastecer las milicias del partido. El plan debía ser un golpe rápido aunque, conociendo lo conflictivo del país, los implicados temían que la situación escape de su control.

Hacia el 8 de Abril, Seleme entregó algunas armas para miembros del MNR y preparó los aspectos técnicos del levantamiento. Por esas horas, el Gral. Ballivián, con serias sospechas, por los movimientos de Seleme, lo cuestiona para saber qué estaba tramando y éste le jura lealtad por enésima vez.

Desde tempranas horas de la madrugada del día 9 de Abril, el MNR se encontraba literalmente listo para la acción, esto es, esperar el llamado para copar las calles y los espacios públicos del Estado, llevando a cabo el plan predeterminado. El líder del partido era Paz Estensoro, pero al hallarse en Buenos Aires exiliado, la dirección política del levantamiento recae en manos de Hernán Siles Zuazo. En una acción coordinada, los carabineros y las milicias del MNR, se apoderan de los lugares estratégicos del Estado y tras el aparenteéxito de los rebeldes, se proclama por radio a las 6 de la mañanael triunfo. Pero desde entonces, las tropas leales se lanzan a reprimir la insurrección y empieza el combate cuerpo a cuerpo por toda la capital. El presidente Ballivián, dirige las operaciones junto a su Estado Mayor, desde el Colegio Militar de La Paz.

La capital del país se hallaba dividida en dos partes. De un lado, colmada de militares leales al gobierno y por otro las milicias del MNR que a cada instante se empiezan a sumar masivamente las clases más humildes, los pobres de la ciudad, estudiantes y trabajadores. Se levantan barricadas en cada esquina que se nutren de cada vez más y más trabajadores.

Se amplifican las milicias, de a poco van dejando de serexclusivasdel MNR. Las patrullas revolucionarias -que se improvisan en el mismo instante de la lucha-, prácticamente van al combate sin disciplina y mal armadas, contra el ejército. Pero se combate con heroísmo y alta moral revolucionaria y de querer acabar con el gobierno, de años de represión, censuras y mentiras.

Las miliciasse organizan para asaltar las armerías y con éxito saquean la plaza militar de Antofagasta. Se combate incesantemente, se derrama sangre y hay muertos de ambos bandos, pero ni siquiera hay tiempo de recoger los cadáveres. El Gral. Ballivián, desesperado, llama a todas las tropas más cercanas a la capital a sofocar el levantamiento que pronto llegarían al rescate.

A través de las radios la noticia de los acontecimientos en la capital, se expande como un rayo por todo el país. Mientras tanto, empiezan los preparativos en los campamentos mineros que acuden al socorro del levantamiento y pronto lo harán suyo. Dunkerley nos comenta que:

“En términos netamente militares, los rebeldes estuvieron en franca desventaja en abril de 1952. Empero, conviene no olvidar que un ejército de conscriptos, solamente tiene ventaja marginal ante un grupo de civiles armados cuando muchos de éstos tienen entrenamiento militar y mayor decisión que los jóvenes y nerviosos reclutas estrictamente comandados. Este factor indudablemente fue esencial la noche del 10 de abril, cuando una luna llena anuló totalmente la superioridad lograda por el ejército al ordenar un corte de energía eléctrica en toda la capital. A medida que descendían las columnas de El Alto y subían desde Miraflores y San Jorge, las tropas tomaron conciencia de que los trabajadores fabriles organizados en grupos guerrilleros maniobraban mejor que ellos por su mayor conocimiento del terreno y porque en su mayoría, obraban por iniciativa propia[8].”

La decisión y valentía de los obreros fabriles, influye en el enemigo: muchos reclutas se rinden voluntariamente, otros se pasan del lado de la revolución, pero la gran mayoría empieza a desmoralizarse.

A la mañana siguiente, el 10 de Abril, los combates no cesan, las patrullas revolucionarias van por todo y por todos sus enemigos. Es ahí cuando hacen su entrada los mineros de Milluni, armados de fusiles y cartuchos de dinamita, atacan sorpresivamente a la retaguardia del ejército. El pánico se apodera de los soldados. Mientras tanto en Oruro las jornadas de abril son realmente violentas. Los regimientos Ingavi, Camacho y Loa, fueron derrotados por las milicias mineras y el pueblo luego de intensos combates.

Lo auténticamente heroico se da cuando los mineros de Milluni, vencen a las fuerzas del Regimiento ‘Camacho’, toman la estación de tren de El Alto, se apoderan del mismo y se siguen repartiendo armas y municiones entre los pobladores. Arrojan dinamita a lo que queda del ejército, ya sin mando militar, en franca retirada. En La Paz se reinician el avance haciaLa Ceja, pegados al cerro, reptando, desde cuya cima los soldados aún disparan[9].

Una de las conclusiones descriptivas del texto expresa los resultados:

Para el 11 de Abril, siete regimientos profesionales de las FFAA son vencidos. Queda claro, que el gran vencedor de las jornadas de Abril: es la clase obrera, que con su intervención, logró quebrar en dos al ejército, ganando a un sector del mismo para la revolución.

Siguiendo con la narración, se continúa con una cita:

Veamos como caracteriza Guillermo Lora a la clase obrera en este periodo:

“La combatividad explosiva del proletariado boliviano es excepcional y denuncia la influencia campesina (cuya historia está llena de actos de heroicidad incomparable y de actos sanguinarios). Su extremada juventud (no solamente por haber aparecido recientemente, sino por la excepcional juventud física de sus miembros, cuyo promedio de vida no alcanza los 30 años) es otra de las causas de esa combatividad. Nuestros sindicatos no presentan capas aristocráticas, formadas por el pago de salarios preferenciales y por la concesión de una serie de privilegios, lo que hay es una especie de nivelación en la miseria[10].”

Y mas adelante caracterizando el proceso abierto y el lugar que le toca al MNR en el poder dice:

“El MNR se vio a la cabeza de un movimiento motorizado por el programa que le era totalmente extraño (…) Dos eran, pues, los objetivos inconfundibles de la revolución, desde el primer día, y se puede decir que sintetizaban las aspiraciones nacionales y toda la historia del movimiento revolucionario: la liquidación del latifundio (vale decir del gamonalismo como sistema) y la nacionalización de las minas[11].”

El día 15 de abril Víctor Paz Estensoro vuelve del exilio en Buenos Aires y asume como presidente “prisionero de las masas”, dependiendo del apoyo de los sindicatos y “ministros obreros”. Las milicias obreras armadas, todavía son dueñas de la ciudad de La Paz y en varios centros mineros como Oruro, los trabajadores, también permanecen armados. Todos los sindicatos en las grandes minas asumen elementos de “control obrero” de la producción y se da una situación de “doble poder”. Decimos doble poder, porque el 17 de abril se funda la Central Obrera Boliviana, a lo que como Liborio Justo, la caracteriza como un “soviet” (que en ruso, significa “consejo”).

Veamos con que mecanismos el MNR en el poder, que sube con “traje prestado”, es decir con un léxico político “revolucionario” y “progresista” cuyo verdadero objetivo es reconstruir el Estado burgués, las FFAA y la policía para volver a la normalidad burguesa, o sea, a la explotación cotidiana de la clase obrera, y por ende, a frenar la revolución. Justo nos comenta que:

“A las pocas semanas del 9 de abril, el “prisionero del Palacio Quemado”, se dio maña para postergar la nacionalización de las minas, principal demanda del pueblo de Bolivia, apelando al subterfugio de designar una comisión que estudiara el paso y dictaminara al efecto, paso en el que tuvo la colaboración de la burocracia del Lechín, y este hecho, capital en el propósito de frenar la revolución, produjo un detenimiento del ritmo con el que se manifestaba el fervor de la masa, siendo aprovechado por el oficialismo para tomar medidas que señalan el comienzo de la contrarrevolución. Y tales medidas se orientaron, desde el primer momento, hacia la destrucción de la democracia sindical y la burocratización del poder adversario: la COB, y para eso contó con la activa colaboración del estalinismo[12].”

Mientras los obreros desfilaban en las calles de la capital, y hacían gigantescas asambleas, con el fusil al hombro, querían convertir a cada fábrica, mina y unidad productiva en una trinchera de la revolución. El MNR, empieza a transformar a las milicias en exclusivas de su partido y bajo su dirección y disciplina. En este sentido Liborio Justo, plantea otro mecanismo para desactivar la revolución en lo que respecta al sufragio universal:

“La concesión del voto universal, establecido por decreto el 21 de julio de 1952, con lo que se ponía fin al voto calificado que había existido hasta entonces, el que dejaba al margen de las urnas a los analfabetos. La concesión del voto universal , que en otras circunstancias hubiera significado una medida altamente progresiva, tenía un sentido muy distinto en el momento en que se decreto, primero, por ya existía en los hechos una voluntad universal que se expresaba por conducto más efectivo de los sindicatos y de las armas, y para manifestar la cual ya se había dejado sin efecto la discriminación alfabética , y el llamado a las urnas en estas circunstancias solo trataba de distraer al pueblo del camino que llevaba e ilusionarlo para que obtuviera con los votos lo que ya había obtenido con las balas; y , segundo , porque con el camino electoral se trataba de ahogar al proletariado bajo la masa del campesinado[13].”

Otra de las cuestiones, que el MNR hace para frenar el movimiento iniciado el 9 de Abril es, el desmantelamiento del control obrero de la producción. Aquí también lentamente se vuelve a la “normalidad” del trabajo a reglamento convencional. Finalmente Liborio Justo da cuenta de la medida más importante de esta política:

“La medida contrarrevolucionaria mas importante tomada por el gobierno del MNR fue la reorganización del Ejército, que había sido disuelto y desarmado por el pueblo, decretada el 24 de julio del 1953, y la reapertura del Colegio Militar. El pretexto fue la necesidad de crear el Ejército de la Revolución Nacional, embebido en el espíritu de la misma, cuyas filas estarían abiertas a la clase obrera, y a pesar de la decidida animadversión del proletariado a la adopción de tal medida, manifestada en numerosas decisiones al respecto, la propia dirección de la COB, con Lechín al frente, coadyuvó en dicha tarea[14].”

Será recién el 31 de Octubre de 1952 el día donde Víctor Paz decreta la nacionalización de las minas, en términos burgueses y pactando con los “barones del estaño” garantizándoles una suculenta indemnización.

Nótese como se tarda tanto tiempo, con una dirección burguesa como la del MNR en tomar medidas urgentes por las que se derramó tanta sangre. Es muy grande la diferencia si comparamos los decretos firmados por Lenin ni bien se hacen cargo del poder en Octubre de 1917: el decreto de la Paz y el de la reforma agraria. Tardo menos de una hora en proponer la firma de ambos decretos en el II Congreso de los Soviets de toda Rusia, irradiado por el calor mismo que generó haber tomado el poder para los trabajadores, soldados y campesinos el 25 de Octubre de 1917.

Y el 2 de Agosto de 1953 el gobierno dicta la reforma Agraria para canalizar en los marcos legales burgueses la insurgencia rural, que desde hacía un año antes, se expandía por todo el altiplano y el valle cochabambino. Ya para los años 1954-55 el gobierno seestabiliza, asume rasgos más dederecha, abandona progresivamente el léxico “revolucionario” y “progresista”. Con este giro a la derecha, va desapareciendo el poder dual en el movimiento obrero y campesino.

Hacia Junio de 1956 hay elecciones generales, gana el MNR y asume el nuevo presidente Siles Suazo, con Ñuflo Chávez como vicepresidente. El nuevo gobierno profundiza el acercamiento a EE.UU. y lanza una ofensiva contra la COB y los obreros. Esta situación represiva, caracterizada por la ausencia cada vez más marcada de las grandes movilizaciones armadas de los trabajadores, se lleva a cabo con la cooptación de los dirigentes de los sindicatos campesinos.

Para despejar dudas de este giro represivo, ya en 1960, entre el 22 y 24 de enero, se produce la masacre de Huanuni: el combate entre los mineros y los comandosmovimientistasduró tres horas y cayeron 12 muertos y 32 heridos (entre ellos mueren tres militantes del POR). En este mismo año se inicia la segunda presidencia de Paz Estensoro, con Juan Lechín como vicepresidente[15].

La pregunta que atormenta a los bolcheviques, sobre todo trotskistas, no sólo del POR, sino también los voluntarios que llegan a Bolivia a apoyar a la COB, principalmente argentinos, es: ¿Por qué los proletarios no tomaron el poder si el ejército estaba destrozado, la policía era extremadamente débil como para contener a las milicias obreras y campesinas, además de que eran los milicianos mineros los que cuidaban las puertas del palacio quemado? ¿Qué les costaba subir un piso, de la puerta, del primer piso, donde se encontraban armados, al segundo piso, donde se encontraba la silla presidencial? Esta pregunta ha sido respondida de varias maneras; dos son sintomáticas. La que dice que la revolución ha sido derrotada, que es lo mismo que decir que ha quedado inconclusa o ininterrumpida. La que dice que la consciencia del proletariado está retrasada, era solamente economicista y no política. La primer es la hipótesis de Liborio justo, la segunda es la hipótesis de Guillermo Lora.

Respecto a estas hipótesis las preguntas son: ¿Una revolución, cuando estalla está predestinada a convertirse en revolución socialista? ¿No hay otras vías posibles? ¿No es que la revolución es la manifestación catártica de la crisis del poder, estructura de dominaciones que renace, como el ave fénix de sus cenizas, resolviendo su crisis, incorporado a los “revolucionarios” a su seno?

Si comparamos la magnitud del trabajo organizativo y de formación de los bolcheviques rusos y lo desempeñado por los bolcheviques bolivianos, vemos que hay grandes diferencias. Los bolcheviques bolivianos se contentaron con aprobar la Tesis de Pulacayo, exagerado un poco, para ilustrar, y esperar que, después de esta gran “verdad”, de esta revelación histórica, los acontecimientos se sucedan, de acuerdo a la dialéctica de la historia. Empero, aunque lo que acabamos de decir, sea una constatación descriptiva, un tanto anecdótica, no explica ni resuelve el problema planteado. Desde una perspectiva mayor de los saberes activistas, de lo que se trata no es de subsumir la “realidad”, es decir, el acontecimiento, a la teoría, sino de reconocer, en la pluralidad de singularidades del acontecimiento, el campo de posibilidades y actuar en el juego de las mismas como una posibilidad más. Esto equivale, en lenguaje marxista, al conocimiento de lo concreto, como síntesis de múltiples determinaciones; a comprender la lógica específica del “objeto” especifico. Por lo tanto, idear estrategias adecuadas, no solamente al momento histórico, sino a la composición singular de fuerzas y procesos que hacen a una coyuntura, a un contexto, a una formación social dada, en un espacio-tiempo determinados. Los bolcheviques terminaron atrapados en su “verdad”, la cual debería verificarse en el decurso de la historia. Lo increíble es que, cuando no se verifica esta “verdad”, tampoco la revisan, no hay autocrítica, al contrario, la mantienen incólume, inventando hipótesis ad hoc para explicar las anomalías.

En adelante, optaremos por una interpretación que concibe el acontecimiento como diferencia radical, recurriendo a la mirada desde las dinámicas moleculares, con apoyo de la genealogía del poder y las metáforas geológicas[16].

Bolivia: ciclo político, entre el gasto heroico y el conformismo

Al momento de interpretar, desde el presente que nos toca, tanto el contradictorio decurso político de un gobierno popular, como la historia política, que hace como de memoria sedimentada y estratificada, en constante recomposición y combinaciones, jugando con la comprensión variable de los acontecimientos, estamos empujados a la crítica, no solo de los actores del presente, no solo de sus discursos de legitimación, no sólo se sus pretendidas teorías, que los amparan, sino también toda pretensión teórica, que se situé como si estuviera fuera del acontecimiento, como si no formara parte de él. Lo importante es comprender que la teoría no es más que una herramienta; como una linterna, alumbra, enfoca, saca de la “oscuridad” la plural diferencia radical oculta. Lo importante de esta iluminación es tanto lo que muestra como lo que no logra mostrar, lo importante es la “relación” que se establece con “aquello”, que se ilumina y no se ilumina, que se muestra y se oculta. Esta relación es la experiencia. La condición de posibilidad misma de la iluminación, de la mirada lograda, se encuentra en la experiencia. Lo que hay que descifrar no es la teoría, que es una herramienta para descifrar, sino los nudos, los hilos, las redes, los tejidos, las tramas, de la experiencia.

Sorprende tanta discusión y debate sobre las teorías, cuando lo que está en cuestión es lo que devela, percibe, sobre todo, comprende y contiene la experiencia, plegándose en la memoria. Ahora bien, la experiencia no es individual, aunque los individuos intervienen en su conformación, como receptores, sensores, de la misma; la experiencia es trans-individual, además de ser infra-individual, incluso individual, en tanto experiencia de vida o historias de vida. La experiencia es social y colectiva. Más allá y más acá de la teoría está la experiencia, como espesor de intensidades y como planos de constitución interconectados. La experiencia no solo muestra, como la teoría, sino que da lugar a la constatación de la vida, que es predisposición sensible y ciclo reproductivo de un constante desciframiento de la existencia. No se trata de negar la teoría, sino comprender que es parte de los recursos de la experiencia. Teorías particulares pueden ser desechables, la experiencia no. Tampoco es desechable la teoría como mirada elaborada de la experiencia.

La experiencia acumulada de los pueblos ayuda a comprender y a interpretar mejor que las teorías, el acontecimiento experimentado, sin necesidad de desechar la teorías, sino haciendo uso crítico de ellas, como decía Hugo Zemelman Merino. Intentaremos acercarnos a esta búsqueda de la experiencia de la memoria social con la intención de desentrañar algo de las complejidades del acontecimiento presente. Nuestro primer movimiento no deja de ser teórico, empero, en el sentido de uso crítico de la teoría, para orillar el umbral de la experiencia social, de la que formamos parte, pues somos una minúscula parte de ese proliferante saber práctico de la experiencia social. Todas las mónadas de la experiencia reciben, como en un holograma, la información no decodificada de la “modalidad” dinámica de la experiencia. De lo que se trata es de descifrar esa información, que no nos llega por signos, ni símbolos, sino por formas de la experiencia, lo que llamaremos expemas, palabra que combina experiencia y forma. Dejaremos la exposición de las tesis sobre estas formas de la experiencia para un ensayo temático, para una exposición teórica sobre el tema. Por el momento, nos basta señalar la diferencia de la memoria, constituida por la experiencia, y las expresiones discursivas y simbólicas. Nos concentraremos, en lo que dijimos, en un acercamiento al umbral de la memoria de la experiencia social.Notas:

[1] Maksim Kovalevsky: ‘Obshchinnoe Zemlevladenie’ (Posesión comunal de la tierra).

[2] Ver de Adolfo Gilly La revolución interrumpida. Ediciones El caballito, México 1980. Págs. 65-66.

[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Fragmentos territoriales. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

[4] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Devenir y dinámicas moleculares. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

[5] Ver de Adolfo Gilly La revolución ininterrumpida. Ob. Cit.; pág. 84.

[6] Ver de Liborio Justo Bolivia: La revolución derrotada. También, del mismo autor, Estrategia Revolucionaria; Buenos Aires, 1957. Entre otras obras tenemos a Nuestra patria vasalla y Pampas y lanzas.

[7] Ver de Karl Popper Lógica de la investigación científica. Tecnos; Madrid.

[8] Dunkerley James (2003). Rebelión en las venas. La Paz; Plural.

[9] http://tintarojablog.wordpress.com/2012/12/19/historia-y-lecciones-de-la-revolucion-boliviana-parte-2/ http://tintarojablog.wordpress.com/2012/12/08/historia-y-lecciones-de-la-revolucion-boliviana-parte-1/

[10] Lora Guillermo (1978). Contribución a la historia política de Bolivia. La Paz; ISLA.

[11] Ibídem. También ver, del mismo autor, Historia del movimiento obrero. La Paz; Amigos del Libro.

[12] Justo Liborio (2007. Bolivia: La revolución derrotada. Razón y Revolución; Buenos Aires.

[13] Ibídem.

[14] Ibídem.

[15] http://tintarojablog.wordpress.com/2012/12/19/historia-y-lecciones-de-la-revolucion-boliviana-parte-2/ http://tintarojablog.wordpress.com/2012/12/08/historia-y-lecciones-de-la-revolucion-boliviana-parte-1/

[16] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Devenir y dinámicas moleculares. Dinámicas moleculares, La Paz 2013.