Autor: Antonio Negri
Publicado por A Zafra
La fase actual está caracterizada por la crisis de toda la izquierda que no tiene voluntad constituyente. Vivimos en un periodo de lucha contra la crisis económica y política del capitalismo. Lucha que muestra de una forma cada vez más amplia un espíritu revolucionario. El movimiento insurreccional en los países árabes como en los países europeos se rebela contra la dictadura política de las élites corruptas o contra la dictadura político-económica de nuestras democracias de postal. No queremos confundir las una con las otras, pero es seguro que hay aquí ya un deseo de democracia radical que traza un “común de lucha” a partir de diversos frentes. La lucha hoy se presenta de distintas formas pero está unificada en el hecho de que siempre recompone la población contra la nueva miseria y la antigua corrupción. Son luchas que se desplazan desde la indignación moral y las revueltas de la multitud hacia la organización de una resistencia permanente y la expresión de potencia constituyente; que no atacan simplemente la constitución liberal y la estructura reaccionaria de los gobiernos y los estados sino que elaboran también propuestas positivas como la renta básica, la ciudadanía global, la reapropiación social del común. En muchos aspectos la experiencia de América Latica en el último decenio del siglo XX puede ser considerada como preámbulo de estos objetivos, también para los países centrales del capitalismo más desarrollado.
¿Puede la izquierda ir más allá de la modernidad? Pero, ¿qué significa ir más allá de la modernidad? La modernidad ha sido el estado de acumulación capitalista bajo el signo de la soberanía del Estado-nación. La izquierda ha sido a menudo dependiente de este desarrollo y, por esta razón su actividad ha sido corporativa y corrupta. También ha habido, sin embargo, una izquierda que se ha movido dentro y contra el desarrollo capitalista, dentro y contra la soberanía, dentro y contra la modernidad. Nos interesan las razones de esta segunda izquierda, al menos aquellas que no han caído en desuso. Si la modernidad sufre un estado de crisis irreversible, también la práctica antimoderna, progresista en el pasado, ha perdido sus razones. Si queremos todavía hablar de las razones de la izquierda, hoy solo vale hacerlo a través de una razón altermoderna, capaz de revitalizar radicalmente el espíritu antagonista del antiguo socialismo.
Ni los instrumentos de regulación de la propiedad privada ni los del dominio de lo público pueden interpretar la necesidad de esta alternativa a la modernidad. El único terreno sobre el cual es posible activar el proceso constituyente es hoy el común –“común” concebido como la tierra y los otros recursos de los que hacemos uso, y también y sobre todo, como aquel común que es producido por el trabajo social. Este común sin embargo debe ser construido y organizado. Precisamente, de la misma manera en la que el agua no es un recurso del todo común mientras no está construida toda una red de instrumentos y dispositivos para asegurar su distribución y utilización, de la misma forma la vida social fundada sobre el común no está inmediata y necesariamente cualificada de libertad e igualdad. No sólo el acceso común sino también su gestión deben estar organizados y asegurados por la participación democrática. Por tanto, aunque por sí mismo el común no es capaz de resolver el nudo gordiano de las razones de la izquierda, sí descubre el terreno sobre el que deben ser construidas.
La izquierda debe entender que sólo una Constitución del Común (y no más la defensa de las constituciones del siglo XIX o las postbélicas) puede devolverle existencia y potencia. Las constituciones existentes, como ya hemos indicado, son constituciones de compromiso inspiradas en Yalta más que en los deseos de los combatientes antifascistas. Ellas no nos han traído justicia y libertad sino que simplemente han consolidado, a través del derecho público de la modernidad, la estructura capitalista de la sociedad. También en los Estados Unidos la izquierda sufre este mismo chantaje constitucional. Debe superarlo. Debe hacerlo para ir más allá de la trágica y periódica repetición de una izquierda en el gobierno que refinancia los bancos que han causado la crisis, que continua pagando guerras imperialistas y que es incapaz de construir un welfare digno de un gran proletariado como el estadounidense.
Hoy se requiere una constitución del común, y esta fábrica del común requiere un Príncipe. No creemos que nadie piense este principio ontológico y este dispositivo dinámico como lo pensaron Gramsci y los fundadores del socialismo. Solamente de las nuevas luchas por la constitución del común este Príncipe podrá emerger. Solamente en una asamblea constituyente gestionada por una izquierda alternativa se podrá mostrar.