Brasil, de los jóvenes iracundos a los nuevos rebeldes
Angel Calle Collado
Desinformémonos
Brasil. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro dedicó su libro Los dilemas de América Latina a los “jóvenes iracundos” que aparecieron en los años setentas, con dos aportaciones radicales en el campo de la política. La primera, contestar a la propia izquierda, pero no para defender el sistema, sino para combatirlo más eficazmente. La segunda, que estas nuevas camadas revolucionarias aprendieron a estar en desacuerdo y estar juntos. El reciente ciclo de protestas en distintas ciudades de Brasil evidencia que los “jóvenes iracundos” volvieron, renovados, eso sí.
El contexto es diferente, bien es cierto. Cayó el muro de Berlín y emergieron los puentes sociales que facilita internet a escala mundial. La izquierda llegó al poder institucional en Brasil, y cambió significativos escenarios, como la pobreza extrema, a base de programas asistencialistas. Pero también acabó trocando “emancipación” por “inserción” dentro del marco de la globalización neoliberal.
Brasil podrá llegar a ser una “potencia geopolítica”, como afirma el expresidente Lula, pero lo hará sin revisar algunas subordinaciones internas y externas. Las élites nacionales consolidan su poder a través del crédito público del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) y de las infraestructuras (carreteras, ductos, puertos, represas, etcétera) construidas para fortalecer la creación de grandes conglomerados industriales (alimentación, petroquímicas, metalúrgicas, telecomunicaciones) y exportadores de materias primas (soja, petróleo), que consolidan su hegemonía en América Latina. Pero ello no repercute en el bienestar de la clase trabajadora, en sus salarios o derechos sociales, ni ésta participa o se identifica con las políticas expansionistas, pues su acceso a un mayor consumo crece también a costa del endeudamiento de los hogares y el estancamiento de servicios públicos como salud o educación.
Como casi en toda América Latina, el extractivismo se impone como motor de la política energética y agroexportadora, pero dependiente de las necesidades materiales de países como China, el consumo cárnico de los países industrializados que demandan soja y pastos para su ganado o el biodiésel como fuente de reserva internacional frente al irremediable vaciamiento de los pozos petrolíferos. A ello añadimos el peso que el pago de deudas internas y externas tiene en países como Brasil, superior al 40 por ciento de su presupuesto federal.
No es de extrañar, por tanto, que los (nuevos) jóvenes iracundos contesten también el papel del núcleo dirigente del Partido del Trabajo (PT) como firme aliado de estas élites político-económicas, lo que, unido a los frecuentes casos de corrupción que afectan a altos cargos de la nación, hace que el descontento busque nuevas vías de canalización, sobrepasando el ciclo político que irrumpiera en Brasil en la década de los ochentas. Hablan de “democracia real”, como hace el 15M en el Estado español, y no la restringen a la elección de representantes en los parlamentos o en un partido determinado. La democracia está y se conquista en muchos lugares.
El fenómeno mediático de Mídia Ninja (narrativas independientes, periodismo y acción) es muy ilustrativo: “periodismo ciudadano” para “defender la democracia”. Pero también las formas de organización de la protesta, como el Movimiento Passe Livre, que aboga por el funcionamiento “horizontal, autónomo, independiente y apartidario” en cada ciudad. A través de la campaña “¿Dónde está Amarildo?” se investiga y se acusa a los diferentes gobiernos y responsables policiales de todos los “desaparecidos de la democracia”, como el caso de Amarildo en la favela de la Rocinha, en Río de Janeiro.
Los tres gritos de los jóvenes brasileños
La sucesión de manifestaciones populares que tienen lugar en el 2013 en Brasil no representan sólo un ciclo de protestas, de demandas concretas y de acciones en la calle. Hay toda una revolución en las formas de hacer y entender la política, en las propias articulaciones entre organizaciones políticas y ciudadanía. Se trata de un ciclo de movilizaciones más amplio. Son tres gritos que se superponen, con conexiones a otras voces provenientes de América Latina y del resto del mundo.
En primer lugar aparece, con ecos globales, el grito de dignidad, de derechos sociales y (auto)gobierno en una sociedad y en unas (mega)ciudades que aumentan dinámicas de desigualdad y exclusión. Quizás los zapatistas sean los que mejor simbolicen este grito con su lema “los rebeldes se buscan”, que tiene eco en muchas de las movilizaciones globales del siglo XXI. En Brasil tenemos el grito de los excluidos, que cada septiembre convoca (este año con más repercusión social) a quienes no participan del pastel del Brasil “potencia”, o no están de acuerdo en la construcción de esa “potencia neoliberal”. También las importantes movilizaciones de maestros defendiendo la escuela pública, como por ejemplo, las cerca de 50 mil personas que apoyaron a los profesores en defensa de una educación pública, en la ciudad de Río de , el día 7 de octubre.
Este grito se comparte con el grito del derecho al territorio, más presente en otros países. El caso reciente más paradigmático lo tenemos en Colombia y las protestas campesinas de agosto y septiembre de 2013, que paralizaron al país para demandar, entre otras cuestiones, la revisión del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y la constitución de zonas de reserva campesina, de orientación hacia la soberanía alimentaria y los sistemas agroalimentarios locales.
En las últimas décadas asistimos al auge de movimientos de base sociocomunitaria, como los propios zapatistas, la fortaleza de movimientos “sin tierra” o de agricultores familiares que forman parte de Vía Campesina, o las zonas indígenas de autogobierno conquistadas en Bolivia, Colombia o Venezuela. Pero el territorio es también la ciudad, que debe democratizarse en lugar de ser foco permanentes de exclusión. Y de ahí que “tarifa cero” sea más que una reclamación de transporte público para convertirse, como ellos y ellas afirman, que “el Movimiento Passe Livre debe fomentar la discusión sobre aspectos urbanos, como el crecimiento desordenado de las metrópolis, la relación entre ciudad y medio ambiente, la especulación inmobiliaria y la relación entre drogas, violencia y desigualdad social”.
Finalmente, y aquí entran de lleno las “nuevas camadas”, más rebeldes que revolucionarias en la actualidad, el derecho a decidir sobre cuestiones que nos afectan encuentra resonancia en jóvenes acostumbrados a palabras como “elección” o “libertad”, que tienen en las nuevas tecnologías la posibilidad de construir redes de afinidad sin órganos centrales de por medio, y que están escuchando estas voces en otras partes del mundo.
Es el grito de la radicalización de la democracia, que también atraviesa los otros dos gritos (por ejemplo, en las demandas de autogobierno, gestión democrática de la ciudad, conquista de derechos básicos, de soberanía alimentaria, de economías solidarias, de cooperativismo en las fábricas y en el campo, de autogestión ambiental de territorios y bienes naturales, etcétera), y que hoy da paso a las protestas de la mano de los nuevos movimientos globales, ejemplificados en el citado 15M español, en las revueltas islandesas de la ciudadanía frente a los ajustes neoliberales, YoSoy132 en México, en la emergencia de partidos de base asamblearia como el Movimiento 5 Estrellas en Italia, y el Y’en a marre (¡Ya basta!) en Senegal.
Más allá de las protestas, estos nuevos movimientos globales son la base de los “nuevos rebeldes”, junto a redes más clásicas que también enfatizan la construcción de otras sociedades. Para ello abogan por ir ocupando las calles, los medios de comunicación, las formas de producción, las finanzas solidarias, los mercados locales (agroecológicos), etcétera. Los nuevos rebeldes protagonizan fenómenos menos visibles, pero evidencian el gusto por la diversidad, por la revolución “desde abajo”, desde lo político (más cotidiano) y desde el protagonismo social. En esto se parecen los “jóvenes iracundos” de antaño y de la actualidad. Y, hoy en día, se diferenciarían en la menor orientación partidista-vanguardista y en la menor presencia de representantes políticos o simbólicos, que auspiciaron, a partir de la década de los sesentas, figuras como el Che Guevara, la propia revolución cubana o las insurgencias foquistas de movimientos guerrilleros en América Latina.
Así pues, los jóvenes iracundos volvieron, se renovaron y buscan renovar la política (el poder instituido) desde lo político (lo social, el poder ejercido en la cotidianidad). Pero, ¿hasta qué punto son “globales” en su lucha? ¿Qué relación guardan, en Brasil, con las formas clásicas de hacer política? ¿Qué papel asignamos a actores como el llamado Black Block en este ciclo de movilizaciones? ¿Cuál es el potencial para un cambio real de estos nuevos sujetos políticos?
Diez tesis
1. Los nuevos jóvenes iracundos forman parte de los “nuevos movimientos globales”.
Las características que enunció Darcy Ribeiro son hoy aplicables a fenómenos recientes como el 15M en el Estado Español, los “indignados” turcos o las convocatorias surgidas desde el YoSoy132 en México. El protagonismo social en las calles (antes que cualquier bandera) están presentes en todos estos países. Los rebeldes se buscan y caminan preguntando, dicen los zapatistas. Por ello, estos jóvenes, en colaboración con los desafectos de la democracia autoritaria y las transformaciones desde partidos verticalistas, se buscan para intensificar las demandas sociales desde una radicalización de la democracia, visible en sus formas de organización (extremadamente horizontales, asamblearias, eludiendo representantes en lo posible) y en sus propuestas para pedir una democratización de las relaciones sociales en su conjunto.
Estos nuevos movimientos se vuelven globales ya que: recuperan desafíos que tienen que ver con el sistema en su conjunto, siendo la radicalización de la democracia su sustrato y su expresión consecuente; tienen una vocación planetaria en sus formas de expresión, en sus críticas ambientalistas, en el internacionalismo de sus luchas; construyen, con facilidad, luchas globales a partir de demandas puntuales que tienen que ver con necesidades básicas de la población: educación y salud públicas; seguridad y soberanía alimentaria; derecho de expresión política; crítica del autoritarismo de gobiernos, policía y medios de comunicación.
2. Brasil inicia un ciclo político propio, que cerrará el ciclo nacido en los años ochenta desde las izquierdas más clásicas.
Las protestas en Brasil se nutren del presente. Existe una ventana política que inspira protestas, y que continuará abierta los próximos años, relativa a la imposición de inversiones relacionadas con la Copa de fútbol 2014 y las Olimpiadas de 2016. Dichas inversiones están lejos de confrontar desigualdades sociales. Es más, las intensifican. Por un lado, la especulación inmobiliaria y el rediseño de la ciudad no favorecen a los más pobres, que tienen que buscar nuevas periferias, nuevas favelas, como en el caso de Rio de Janeiro. Por otro lado, desvían fondos de lo social hacia la construcción de una “marca” Brasil, para lo cual también se requiere un ordenamiento territorial, policial si es preciso como los procesos de “pacificación” de las favelas, que haga posible lanzar esa marca simbólica de “país potencia” que nada en la abundancia y no en la desigualdad.
Pero existen otras razones que tienen que ver más con un pasado reciente. Jóvenes y no tan jóvenes sienten que un ciclo político nacido en los años ochenta alcanzó su techo. El fin de la dictadura emergió al calor del Partido de los Trabajadores (PT), Central Única de los Trabajadores (CUT), Movimiento Sin Tierra (MST) y otros actores. La bandera de la emancipación empieza a no estar tan presente en los dos primeros protagonistas. Las políticas de Lula primero, y Dilma después, se centran en una gestión mejorada, con la creación de programas sociales coyunturales contra el hambre y la pobreza, en lugar de modificar las estructuras que reproducen dicha hambre y dicha pobreza.
Se trata de una inserción como “potencia” a través de “campeones mundiales”, de empresas multinacionales y de una presencia estratégica en los países de su entorno o en África, en la liga de la globalización neoliberal. No hay crítica (excesiva) en este proyecto político en torno al PT, que evolucionó de esta manera en los últimos años. Las protestas en Brasil, entonces, suponen una contestación de estas prácticas y una búsqueda de cambio de ciclo político: son un auténtico “SaoPaulaço”. Un ejemplo similar e inaugurador de esta crítica frente al neoliberalismo en América Latina fue el “caracazo” de 1989, al que seguirían otras protestas que desalojaron presidentes en Argentina o en Ecuador ya en pleno siglo XXI. Brasil reactualiza, desde sus dinámicas internas, aquel “caracazo”: hay un proyecto que no es popular y no está legitimado socialmente. Sin embargo, la protesta brasileña, al contrario que la mexicana o la española, no está marcada (aún) por el “que se vayan todos”, a estilo de los cacerolazos argentinos de 2001. La crítica y las propuestas, como rasgo distintivo de Brasil, es más articuladora, menos proclive a una “guerra de guerrillas”, a un desafío y un cuestionamiento más amplio de las autoridades gubernamentales. Tal podría ser el caso de la protesta en las ciudades y pueblos españoles, marcados por culturas políticas locales, como el nacionalismo periférico, el anarquismo, las corrientes libertarias o la credibilidad en instituciones próximas y no en las alejadas como la Unión Europea, hoy rehén de la élite financiera neoliberal.
3. El Black Block constituye una herramienta de acción que se traslada de otras protestas, pero no constituye el corazón de estas nuevas “camadas revolucionarias”.
Efectivamente, en las recientes protestas, hubo mediáticamente una sobrerrepresentación de los grupos que se autodenominaron como Black Block; en parte, por la necesidad de las élites de hacer aparecer a los “iracundos” como generadores de caos, a pesar de que la violencia fue siempre “simbólica” (objetos, no personas). Lo mismo ocurrió en las cumbres “antiglobalización” vividas desde finales de los noventas, particularmente desde las protestas de 1999 frente a la Organización Mundial del Comercio, en Seattle, Estados Unidos. Y en parte también, por la novedad y efervescencia manifestada por sus integrantes.
No obstante, como particularidad brasileña, los adeptos del Black Block manifestaron estar más identificados con tácticas de protesta autónoma y de acción sobre símbolos capitalistas, que con identidades que los hicieran herederos de tradiciones de autonomía política, como ocurre en la vieja Europa. Estas tradiciones de autonomía política o social rescatan espacios de socialización y propuestas ideológicas provenientes del anarquismo en España o la autonomía obrera en Italia, los cuales buscan fundar otros mundos desde prácticas de libertad individual, pero ante todo de cooperación social, el llamado “apoyo mutuo”.
El Black Block europeo siempre estuvo próximo, por lo general, a estas propuestas sociales en sus discursos a la vez que articularon sus protestas “simbólicas” en clave de ataque a bancos y centros comerciales. Grupos anarquistas, centros sociales ocupados o colectivos de autogestión obrera son referentes significativos en países mediterráneos o en Alemania. Esto los distancia, a su vez en estos mismos países, de otras corrientes de autonomía, como las experiencias de anarcosindicalismo (más enfocadas a construir “poder popular” a nivel social) o las iniciativas de democracia libertaria (donde la democracia directa o más radical se hace más presenta como seña de identidad de sus propuestas de transformación sociocultural). En este sentido, el 15M en el Estado español bebe más de estas corrientes libertarias que de un anarquismo clásico.
Si el Black Block acaparó las miradas, hubo otros espacios más relevantes para entender la explosión de este ciclo de protestas. El descontento entre la población no encontró cómo canalizarse a través de las “viejas” herramientas. Volvieron entonces a verse discursos y escenas ya protagonizadas por estos jóvenes (y no tan jóvenes) en las convocatorios Occupy, que tuvieron repercusión en diversas ciudades brasileñas. Sin duda fue el Movimiento Passe Livre el que sembó las demandas y las condiciones organizativas de la protesta, a raíz del éxito de sus reivindicaciones en ciudades como Porto Alegre y, por supuesto, de la represión contestada en Sao Paulo.
4. El descontento es global, no coyuntural: Brasil es un país emergente en el que no emergen ni la democracia ni los derechos sociales.
Cuando me acerqué a entrevistar protagonistas de estas protestas fueron muchos otros espacios los mencionados como parte del descontento. Ya los movimientos por la vivienda, como en España V de Vivienda o posteriormente la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, ayudaron a crear el clima de pérdida de derechos sociales que eclosionaron en el 15M. Las diferencias entre países son obvias. En los países centrales se trata de preservar un Estado de bienestar y posibilitar otras formas de democracia, dado el autoritarismo creciente de las élites neoliberales. En Brasil se trata de construir derechos cuando el país es orientado hacia la construcción de los escaparates de la Copa del Mundo y las posteriores Olimpiadas. Y cuando los muertos en democracia superan las cifras propias de los enfrentamientos armados de una guerra como la de Libia, por ejemplo.
Pero también diferentes ciudades ofrecieron diferentes soportes. Así, en Rio de Janeiro las protestas frente al gobernador Cabral o, también en otras ciudades frente a los gastos en la Copa de fútbol, fueron la antesala de la gran explosión callejera del 17 de junio. De la misma manera, en otras ciudades se destacan otras luchas urbanas (“una periferia activa”) como las protagonizadas por favelas y MTST en Sao Paulo. Las herramientas de tomar las calles desde la autonomía y frente a las políticas globalizadoras estaban ya siendo fraguadas en Brasil, años antes del 2013. En los nuevos movimientos globales (globales por internacionalistas, imbricar multitud de necesidades básicas y buscar una radicalización democrática del sistema, incluido partidos) no son espontaneistas, aunque su modo de operar sí concede gran peso y creatividad a reinventar las formas de hacer política, desde el protagonismo social.
5. Más que jóvenes iracundos, son “nuevos rebeldes”: se construyen ideas y prácticas para una sociedad alternativa.
De forma menos visible, tanto para los grandes medios como para gran parte de la izquierda clásica, existen una serie de iniciativas sociales que van calando en la idea que rescató Darcy Ribeiro: criticar la izquierda para combatir el sistema social. La crítica se dirige hacia la construcción de alternativas al entramado de poderes que actúan en sentido contrario al de la emancipación de personas y pueblos: un capitalismo que quiebra límites ambientales y sociales para nuestra subsistencia, un patriarcado percibido crecientemente como autoritario y una homogeneización cultural segregacionista (clase, etnia, origen) según patrones de la sociedad del consumo y de las élites europeas y anglosajonas (las zonas definidas como fuera de la “barbarie” por los centros “civilizados”, según Boaventura de Sousa Santos).
La tecnología se ha vuelto, en parte, aliada de este mundo financiero-depredador, ha dejado de ser “convivencial”, como dijo Ivan Illich en los años setentas, para construir imperios de dominación muy capilares y muy insertos en la cotidianeidad: desde el consumo globalizado, hasta la represión en todo espacio público susceptible de mercantilizarse, pasando por la educación cultural en estilos de vida competitivos e insustentables. Es por ello que la contestación, especialmente entre los jóvenes “iracundos”, está tomando banderas como las prácticas de economía solidaria más contestatarias y favorables a procesos de cooperación social: fondos comunitarios, fábricas ocupadas o proyectos de control territorial de comunidades excluidas, la lucha por la soberanía alimentaria (mercados agroecológicos, cooperativas de producción y consumo) o la construcción de medios de comunicación y cultura comunitarios (en barrios, comunas, favelas, asentamientos rurales), ectétera.
Este fenómeno que atrae en la actualidad a los “jóvenes iracundos” es identificable tanto en Brasil como en España. Como ocurriera en los setentas, critican la sociedad consumista-productivista que no da la felicidad. En ese sentido se aproximan a los llamados nuevos movimientos sociales (ecologismo, feminismo, autonomía política, derechos de minorías). Pero en su contestación sistémica (impugnando la política autoritaria, las instituciones capitalistas, la insustentabilidad global) se hermanan con el movimiento obrero, a la par que, en América Latina, resuenan en ellos ecos sociocomunitarios propios de cada país. Así de abiertos, caminan sin proyecto unitario, por ahora, porque “caminan preguntando”, como dicen los zapatistas.
6. Los nuevos rebeldes revisitan la pedagogía de Paulo Freire.
Se dan ya en Brasil algunas articulaciones asamblearias entre organizaciones populares, en una línea que se desmarca de las clásicas plataformas de izquierda o de los recientes foros sociales locales. Tomando como ejemplo la Assembleia Popular Horizontal de Belo Horizonte, leemos que “era necesario un espacio espontáneo, abierto y horizontal de debate que permitiera elevar las reivindicaciones populares y la organización de una pluralidad de voces, de forma coordinada para obtener resultados concretos”. Los ecos del 15M, como afirma un activista, en cuanto a metodologías y formas de participación, permite afirmar la existencia de una cultura política detrás de los nuevos movimientos globales. En esta línea situamos también a organizaciones plurales y asamblearias como Levante Popular de Juventude.
Autonomía, reticularidad horizontal y protagonismo social serán señas de identidad de futuras movilizaciones. Lo serán por estas dinámicas emergentes, pero también por el acervo sociocomunitario que constituye una referencia del hacer vital y político de Brasil. La pedagogía de Paulo Freire, el sentido territorial de algunas luchas (MST, MPA, Movimento dos Atingidos por Barragens, quilombolas, grupos indígenas en defensa de su territorio, etcétera.), la tradición emancipatoria sociocomunitaria (y no la simple “cordialidad” brasileña) de los años sesentas y setentas, junto con la presencia de movimientos afro, campesinos e indígenas, son algunas de las claves que explicarán también el porqué de esa búsqueda desde un hacer colectivo y “desde abajo”.
En esto, Brasil o México realizan otras aportaciones frente a la matrices movilizadoras del 15-M español, la cuales son más individuales y libertarias, más dirigidas al corto plazo que a construir procesos de mayor alcance. En todos estos casos el concepto de dignidad, en la política y en la economía, les sirve para ir haciendo conciencia y construyendo más redes de forma dialógica. Estos jóvenes iracundos construyen grandes conversaciones en la sociedad que habían quedado fuera de la agenda política, incluso de la izquierda, como qué entendemos por democracia y en qué diversos lugares se encuentra atrapada; o cómo enfrentarse local y globalmente a problemas ambientales de alcance planetario.
7. Los nuevos rebeldes, aún con grandes limitantes, hablan de procesos políticos antes que de proyectos partidarios.
Si en los años setentas las ideas de los jóvenes iracundos se aferraron a revoluciones inmediatas de la mano de nuevos partidos en muchos casos, los nuevos rebeldes parecen reconocer que se trata de un proceso más complejo, donde los partidos son herramientas pero no las piezas centrales del tablero político. Jóvenes y no tan jóvenes están hoy organizándose de forma “apartidaria”. Como afirmó una activista: “el movimiento está en las calles, en las escuelas, en los barrios”, sólo que “no pensamos en un modelo ya listo, creemos que es un proceso colectivo, así que lo llevamos a nuestra propia organización”. Sus luchas ambientales, feministas, anti-capitalistas y “por un mundo en el que quepan muchos mundos” (retomando el discurso zapatista) son ya expresiones de esos modelos, que sin duda serán más abiertos a otros ejes de poder que lo fueron, por lo general, las ideologías del siglo XX. Y sus prácticas tendrán que transformarse al calor de esas peticiones, de sus propuestas de vida y de la utilización de una tecnología que genera nuevas formas de vinculación social por todo el mundo.
Más preocupante para valorar limitaciones de estos nuevos movimientos es su tendencia a buscar sumas y no procesos sociales. Defino la “política del y” como esa cultura política que busca la diversidad, los otros y otras, construir desde la complejidad. El 15-M es un ejemplo de esas formas de agregación ciudadana como también, en gran parte, las protestas en Brasil. La gente acudió a las calles con su cartel expresivo y con actitud desconfiada, si no beligerante, hacia quienes portaban banderas. Este hecho tiene de positivo que la propia protesta da voz a los descontentos, es ya muestra de un ágora física que se enlaza con las ágoras virtuales que han galvanizado muchas de estas protestas. Para una activista de estas movilizaciones, con experiencia en organizaciones sociales, ésa fue la clave: “precisamente porque lo hicieron de otro modo, sin banderas, animando la expresión de cada quien, eso nos hizo ir a las calles”.
Pero en ocasiones esta capacidad de atracción se detiene ahí. Individualidades que se unen y luego dejan de relacionarse. Crítica expresiva pero no insurgencia social. Creación de afinidades pero no construcción de proyectos vitales alternativos. Resuenan aquí, indefectiblemente, los ecos de una sociedad “líquida” (que dijo Zygmunt Bauman), muy asimilada a las formas de relación en Facebook. Esa dinámica también se visibiliza en la forma on/off de participar, sujeta a apoyos puntuales. Las excepciones no son minoría, sin embargo, como demuestran espacios más estables y referentes como el Movimento Passe Livre, que convocó nuevamente en octubre de 2013 a una semana de lucha por el transporte público, también como “medio para la construcción de otra sociedad”.
No todo son buenas noticias. La “política del y” (más agregativa, asamblearia) atrae la atención de las más jóvenes, frente a la “política del o” (tradicional, más sectaria, verticalista en la práctica). Pero puede volverse fácilmente líquida: apunta en ocasiones a una contestación más expresiva e individualizada que a una propuesta colectiva de diputar el poder, en lo cotidiano (lo político) y en lo más institucionalizado y mediatizado (la política).
8. Existe una dificultad para construir alianzas y articulaciones sociopolíticas en un contexto de dispersión de la izquierda y de fragmentación de los vínculos sociales.
No cabe duda que en el contexto brasileño muchas organizaciones del “proyecto de los ochentas” se replantearán sus bases y formas de acción social. El sindicalismo mexicano de los maestros exhibe hoy formas de contestación que saltan las barreras clásicas de los sindicatos de co-gestión de las políticas neoliberales. Eso está lejos de ocurrir en España. ¿Y en Brasil?
Desde organizaciones rurales, campesinas e indígenas, el reto está en construir democracia desde la soberanía alimentaria y de los territorios, como ejemplifican en este último caso las protestas campesinas en Colombia. Allí se está dando una protesta que reúne una demanda muy fuerte de autogobierno y sostenibilidad en diferentes territorios, como la petición de una extensión de la práctica de zonas de reserva (afro, indígenas) hacia los propios campesinos. Se trata de producir desde los sistemas agroalimentarios locales y agroecológicos. Pero también se crean sinergias con entornos urbanos y con sectores más jóvenes, fruto de esas prácticas de los nuevos movimientos globales. Así, el 26 de agosto, diversas ciudades en Colombia vieron como cientos de miles de personas salieron a calles y plazas en lo que fue un “cacerolazo” solidario tras ocho días de lucha campesina.
No es siempre fácil esta creación de sinergias entre diferentes culturas y demandas políticas. Por ejemplo, en Brasil, durante las protestas de junio hubo repertorios de acción que se sucedieron en el tiempo y que de alguna manera acercaron las demandas de las favelas con los nuevos jóvenes “iracundos”. Tal sería el caso de la campaña ¿Dónde está Amarildo? O determinadas luchas por la vivienda y la ocupación de edificios en la ciudad. Pero la sucesión de repertorios está lejos de generar sinergias entre estas nuevas redes y las protestas ya consolidadas en el desigual Brasil.
El territorio, como espacio a defender ambiental y socialmente, aparece como estrategia frente a las formas de poder capitalistas que intentan adueñarse de ecosistemas y mercantilizar vínculos sociales. Las luchas por la defensa de “bienes comunes”, sean ambientales o los que permiten la cooperación social (espacios públicos, tecnología social, autogobierno), serán un referente de prácticas que quieran trabajar desde la interculturalidad y el diálogo entre rebeldes.
9. Esta nueva izquierda es rebelde pero, ¿es insurgente?
Esta nueva izquierda, que trasciende a la izquierda clásica, aún está por pasar, como vemos en la calle, de los momentos insurgentes en la protesta a las dinámicas insurgentes en el seno de la sociedad. Los obstáculos están ahí, en la cuestión de la escala para pasar de lo político a la política: la dificultad de construir iniciativas que vayan más allá de las “islitas” para ser referente de la población a la hora de satisfacer las necesidades básicas.
Otro asunto es la relación conflictiva con el Estado. En general, sobre todo en Brasil, no se rechaza, sino que se cuestiona que “el apoyo público no sirva para fomentar la autonomía”, como expresó un cooperativista. Las limitaciones de un estado paternalista son una crítica compartida en círculos de la economía solidaria de Brasil para describir el porqué del relativo fracaso de iniciativas públicas en este campo. Así mismo, el apartidarismo tiene que ver, a juicio de una participante en las protestas, con “la crítica a las maquinarias electorales antes que con la construcción de partidos distintos”.
Los nuevos rebeldes tratan de plantear procesos más próximos a la pedagogía de la autonomía de Freire que a las directrices más elitistas del marxismo ortodoxo, en aras de encontrar articulaciones y formas de radicalización de la democracia que puedan atraer a los “iracundos del siglo XXI”, los nuevos rebeldes. Todo ello sin perder el reconocimiento de singularidades y especificidades que se dan en luchas muy fructíferas en Brasil, en los asentamientos rurales, en las fábricas ocupadas, en las comunidades de las favelas, en las luchas ambientales o en las iniciativas frente al patriarcado.
Pero es cierto que los propios procesos de estos rebeldes están aún lejos de exhibir y pensar en formas de articulación más amplias, en parte porque la propia izquierda más organizada siente amenazadas sus formas, sus comodidades y sus liderazgos sobre grupos sociales concretos. Partidos minoritarios de izquierda, en general, parecen más dispuestos a “atrapar votos” que a aprender de nuevas formas de articulación y de protagonismo social. En este ámbito Brasil, España o México se parecen demasiado.
10. Los nuevos rebeldes proponen nuevas preguntas, no viejas respuestas, ésa es su principal contribución: las conversaciones sociales han cambiado.
Todavía quedarán unos años en los que gastos como los de la Copa o las Olimpiadas serán reclamo de las protestas pero, ¿y después? Idealmente, la insurgencia en las calles de los “iracundos” deberá consolidar procesos en los que los “nuevos rebeldes” practiquen sus formas de vida y sus formas de hacer política. “Ahora es el momento de organizarse, después de las marchas” indicó una activista. Pero es una organización diferente, inspirada en esa radicalización de la democracia a lo interno (organización) y a lo externo (demandas) de las protestas.
A la par que la contestación en la calle se consolida, será necesario acompañar esta construcción con la difusión de herramientas de participación y de alternativas económicas y culturales para el conjunto de excluidas y excluidos. Es todo un reto que no sólo les compete a estos “nuevos rebeldes”. Precisamente ellas y ellos evidencian que tenemos que replantearnos muchas preguntas, a la vez que construimos emancipaciones, antes que acudir de forma automática a repartir o imponer respuestas a la sociedad. Se trata de dilemas propios de movimientos y espacios cooperativistas y que quieran construir democracias emergentes, de abajo hacia arriba.
A modo de conclusión: los jóvenes iracundos volvieron para impugnar la vieja política y los poderes autoritarios establecidos. Quizás siempre hacen eso, volver y volver. Y siempre que vuelven modifican el contexto. Las luchas de hoy son imposibles de comprender sin las aportaciones gestadas en las décadas de los sesentas y los setentas, como la crítica desde la autonomía, la concepción amplia y crítica del poder, la denuncia de prácticas patriarcales en el sistema económico pero también en las propias organizaciones sociales, la conciencia ambiental y de los límites del planeta, etcétera. De ahí su relevancia.
El mundo capitalista está limitado por su uso de recursos y por su creación permanente de insatisfacción social, lo que no quiere decir que vaya a desaparecer desde sí mismo. Como justifiqué en el libro La Transición inaplazable, existe la posibilidad de una transición dolorosa hacia campos próximos al fascismo social y el gobierno de minorías atrincheradas en sus comunidades y acaparando los bienes de todas y todos. Los nuevos sujetos políticos, estos nuevos rebeldes provenientes de los jóvenes iracundos, están planteando otras formas de hacer política y otras sociedades. Proponen una transición humana. Esta “nueva izquierda” se está aproximando a la centralidad de algunos problemas de forma compleja, realidad extremadamente lejana para procesos revolucionarios en el siglo pasado: construir sociedades desde la diversidad, el protagonismo social y desde la sustentabilidad socioeconómica.
Angel Calle es autor de La Transición Inaplazable. Los nuevos sujetos políticos para salir de la crisis (Icaria, Barcelona, 2013)