La consolidación de la Tercera Fuerza política en Buenos Aires:
Éxodo del sistema político
“El método materialista consiste en analizar
antes que nada cualquier hecho humano
dando menos importancia a los fines perseguidos
que a las consecuencias que necesariamente conlleva
el juego mismo de los medios utilizados”
(Simone Weil, 1933)
Primera mirada: ¿la abstención creciente como tendencia antagonista?: Las elecciones bajo el “Capital-Parlamentarismo” se han transformado en un mecanismo ritual donde los votantes eligen ya no sanciones para inducir a los políticos a gobernar bien, sino para una elección cínica de elegir personas más o menos honestas de la oferta electoral. Si pudieran los porteños no irían a votar nunca más, como lo reflejan recientes encuestas. A la hora de la sanción utilizan el instrumento del voto como una suerte de selección de personal político, donde la ideología es cada vez menos importante y cada vez más rasgos personales o cualidades subjetivas de los candidatos. En la última elección la gran noticia no fue el tercer puesto de Zamora, ni la catástrofe de la izquierda clásica, sino la alta abstención: 800 mil porteños no fueron a votar y que protagonizaron el mayor faltazo a las urnas desde que se elige al jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. Según los datos oficiales, fueron a votar 1.779.820 personas, sobre un total de 2.588.735 empadronadas, lo que significa que el presentismo fue de solo el 68 %. Esa fue la proporción de los porteños que participaron de la elección de autoridades locales, mientras que el 31,4 por ciento de los ciudadanos se quedó en casa. En proporción, fue menos gente a votar que en las dos elecciones anteriores. Y otro dato a tener en cuenta: En las elecciones presidenciales del 27 de abril último, en todo el país, el ausentismo electoral había sido del 22,4 por ciento. En cuatro meses se incrementó en un nueve por ciento. Según los parámetros burocráticos del estado burgués se estima en un 10% de los ausentes no acudió a votar por “problemas administrativos”, como pérdida de documentos y errores en los padrones (muertos que votan). Votos en blanco y anulados: En las primeras elecciones de jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en julio de 1996, los votos en blanco, anulados, recurridos o impugnados no superaron el 3%. En la elección del domingo último, los votos positivos -en favor de uno u otro candidato- representaron el 97 por ciento de los sufragios para jefe de gobierno, el 95,8% para diputados nacionales y el 95,9% para legisladores porteños. El voto en blanco para jefe de gobierno fue 2% (37.124 sufragios); los anulados, 0,79%(14.053 electores), y los recurridos o impugnados, 0,12% (2063 votantes). En el 2000 los blancos fueron un 4,7%, los nulos un increíble 23,4% y el corte de boleta alcanzó niveles altos. La actitud del que vota en blanco es de sentimiento de participación y lealtad: se cree en el sistema y se le llama la atención a través del mismo canal de participación. Esa lógica cambió. El nulo casi desapareció como opción de protesta participativa. Esta vez la gente eligió por sobre la “voz” (protestar dentro del sistema con el voto blanco o nulo) la “salida” (no ir a votar con las consecuencias del caso). La evaluación indica que las campañas mediáticas no lograron atraer a la gente a participar y que el ciudadano le ha perdido el miedo a no votar. El voto obligatorio pasó a ser un slogan, ya que la multa es de 50 australes y desde hace tiempo el Estado burgués desistió castigar al que no concurre a las urnas. Por ejemplo, ya no hay trabas en ningún trámite para el que no tiene sellado el DNI.
Breve historia: la primera elección de jefe de Gobierno —en 1996, porque antes de ese año los intendentes eran elegidos a dedo por el Presidente— tuvo una asistencia del 76 %. Consagró a De la Rúa, (¡que el domingo no fue a votar!). La segunda se hizo en el 2000. En representación de la Alianza UCR—Frepaso, Ibarra y Felgueras (¿se acuerdan?), derrotó a Cavallo. Esa vez, la asistencia fue del 73% del total del padrón. En siete años la concurrencia a las urnas del distrito más politizado del país entró en curva descendente acompañando la lenta ascensión del movimiento. El dato, para esta situación inédita de segunda vuelta, adquiere una importancia inusual, porque son más los que faltaron a votar que los que votaron a Zamora y Bullrrich, juntos. El voto de los ausentes será también un sufragio que los candidatos deberán conquistar en las próximas semanas, ya que, como quedó planteado el escenario electoral porteño, el ausentismo constituye la tercera fuerza política en la ciudad, apenas por debajo de los votos que consiguieron Macri (37%) e Ibarra (33,68%) y muy por encima de los que obtuvieron el candidato de Autodeterminación y Libertad, Luis Zamora (12,3%), y Patricia Bullrich, de Unión para Recrear Buenos Aires (con el 9,84%). No es la primera vez que ocurre esto en una elección en la ciudad. En mayo de 2000, una gran cantidad de porteños rechazó la oferta electoral Aníbal Ibarra o Domingo Cavallo. Quienes votaron en blanco y quienes faltaron a las urnas sumaron casi el 33 %del padrón. El mayor intento con “voz” de las masas se registró el 15 de octubre de 2001, en los comicios legislativos nacionales: el 41 por ciento del padrón no eligió a nadie. El voto anulado sumó el 23,39% (401.139 sufragios), mientras que la lista vencedora, encabezada por Terragno, apenas obtuvo 21,44% (269.114 sufragios). Si se sumaban los votos en blanco (3,94% -68.681 sufragios-), el 27,33% del electorado porteño rechazó todas las alternativas políticas presentadas: el voto disconforme superaba ampliamente a la primera fuerza formal. Además hubo una abstención del 32,16% (827.241 ciudadanos no concurrieron a las urnas). En total, el 60% del electorado de la ciudad de Buenos Aires no eligió a ninguna fuerza política. Fue el índice de participación electoral más bajo desde el retorno a la democracia, en 1983, cuando no concurrió a votar el 13,96% de los electores
Síntoma y decepción: El inusual protagonismo que había alcanzado la izquierda tradicional en las elecciones porteñas de mayo del 2000, ayudadas por uno de los distritos electorales del mundo con más bajo piso electoral, se derrumbó frente al buen resultado que obtuvo el partido (hay que llamarlo de algún modo, aunque se parece a un club de notables) de Zamora, Autodeterminación y Libertad. Esta fuerza de centro-izquierda no tradicional, que se alzó con 8 de las 60 bancas de la legislatura porteña, terminó acaparando a la mayoría de los votantes que antes apoyaban a otras fórmulas similares, como el FREPASO o el PI. La vieja izquierda, ante conductas erráticas, participacionismo y esquizofrenia organizativa, tuvo su Stalingrado imprevisto: perdieron cuatro de las cinco bancas que tenían en la Legislatura. En las elecciones a jefe de Gobierno y legisladores porteños de mayo de 2000, la vieja izquierda —sin Zamora— habían obtenido cerca del 11% de los votos. Pero en las elecciones del domingo, entre todas las listas no llegaron a sumar el 4%. Izquierda Unida fue la única agrupación de esta franja (además de Zamora) que superó el 1 por ciento de los votos (1,97%): perdió el lugar que ocupaba el dinosaurio Echegaray, pero conservó el de Ripoll. El Partido Humanista, con el 0,83% de los votos, perdió la banca que pertenecía a Méndez; el Partido Obrero se quedó sin el tiranosaurio Altamira; y también perdió la suya el plesosaurio Latendorf, que había integrado la lista de Cartañá. ¿Podrá la vieja izquierda renovarse? ¿será un síntoma u otra nueva decepción? Las bases militantes nos lo dirán.
Voto, clase y barrio: consideramos paradigmáticamente las parroquias de Pilar/Socorro commo bastiones de las clases altas; las de Flores/San Carlos Norte como prototípicas de la vieja clase media; y las de Lugano/Cristo Obrero como las proletarias. La Paternal/Agronomía, Caballito y Villa del Parque fueron de los barrios donde mayor cantidad de votos consiguió Ibarra; lógicamente fueron los puntos de la ciudad en donde peor le fue a Macri. Lo contrario sucedió con Barrio Norte, Recoleta/Retiro y La Boca: el actual jefe de Gobierno porteño tocó ahí su piso, mientras su principal opositor alcanzó sus mejores porcentajes. En La Paternal/Agronomía, por ejemplo, Ibarra obtuvo el 40,65%; Macri, apenas un 30. En Caballito —otro típico bastión de la vieja clase media— la diferencia fue algo más leve: 38,23% contra 30,66. Con márgenes más o menos similares, el oficialismo se hizo fuerte en todo el centro de la Capital Federal, desde Constitución/San Telmo hasta Villa Urquiza/Villa Pueyrredón, pasando por Balvanera, Boedo, Flores y Versailles. En cambio, Macri se afirmó en los extremos sociales: tanto geográficos y en los socioeconómicos. Triunfó con claridad en los barrios que limitan con el conurbano, tanto en el sur (Villa Lugano y Villa Soldati/Pompeya) como en el norte (Belgrano/Núñez y Saavedra/Coghlan) y el oeste (Villa Devoto y Liniers/Mataderos). Y, al mismo tiempo, se impuso en los de mayores y menores ingresos, tanto que sus mejores marcas las logró en Recoleta/Retiro (53,25%) y en La Boca (45,60). Reprodujo la vieja alianza del menemismo. Un fenómeno casi en espejo se produjo con Zamora, un voto centrado más en sus cualidades personales que en una ideología difusa cercana al personaje Gardiner (Mr. Chance, de la novela de Kosinski). Zamora tuvo un voto de la clase media “progresista”, sectores más críticos e incluso de parte de los barrios asambleístas. Logró un mejor rendimiento en cinco de las circunscripciones que conquistó Ibarra: el barrio de clase media alta de Versailles (14,99%), Villa del Parque y Caballito (ambas 14,26), Floresta/Villa Luro (13,97) y Flores y Boedo (13,50).¿ Autodeterminación y Libertad para la clase media? Igual que el jefe comunal, Zamora perdió por más votos donde Macri ganó por más: en La Boca sumó un 9,45% y sólo un 6,08 en Recoleta/Retiro. Allí, incluso, perdió el tercer puesto que obtuvo en la suma de toda la ciudad. Zamora vienen así a cubrir, no una nueva demanda de la sociedad posfordista, no el instinto nuevo de las clases populares, sino el viejo nicho de la clase media de centroizquierda: profesores, docentes, profesionales, funcionarios estatales, hasta pequeños comerciantes.
¿Elección local, derrota global?: el tercer punto en importancia, estratégico para el movimiento, es la primera derrota frontal de Kirchner. Y el cuarto, y no menos importante, es la fragmentación y atomización del sistema político pre-2001. Se ha quebrado el bipartidismo imperfecto, por una razón clara y revolucionaria: el sistema bipartidista con su falsa dialéctica es la base puntual del sistema de explotación y corrupción. La inestabilidad explosiva del “Capital-Parlamentarismo” todavía no ha sido recompuesta. Ejemplos de la derecha: la casi desaparición de la UCR, el de Recrear: los 506.631 votos que cosechó López Murphy con su candidatura a presidente se redujeron a 170.023 voluntades que apoyaron a Bullrich. Las maniobras electorales de la Ucedé derivaron en un descenso no menos llamativo. En abril, recibió 81.530 votos (siempre en este distrito) como una de las dos boletas que impulsaban a Menem. Compitiendo sólo para diputados nacionales, tuvo la peor elección en su historia: 1145 votos. Ejemplos de la izquierda participacionista: Izquierda Unida (de 56.357 a 21.451), el Partido Humanista (de 16.215 a 10.891), el socialismo auténtico (de 7210 a 6137). La centroizquierda tampoco se escapó: Ibarra también puede ser señalado como un derrochador de votos. Los 582.138 sufragios que obtuvo ahora parecen pocos al lado de los 770.655 que sumaron dos de sus referentes a nivel nacional: Néstor Kirchner y Elisa Carrió. Zamora, en aquella ocasión, se pronunció por la abstención. También a él le fue mal. En esta ocasión faltó a su deber cívico casi un 10% más del electorado que cuando él lo propuso.
Breve conclusión: el resultado desde el punto de vista del movimiento es ambivalente: a salido derrotado el proyecto hegemónico “tercer movimiento burgués” de Kirchner, amplios sectores siguen apostando por opciones de centroizquierda (Ibarra-Zamora) y la sorpresa fue el enorme ausentismo y abstención electoral de los porteños. La parte oscura es la acción centrífuga de un sector de la burguesía hacia un nuevo candidato naciente: Macri. No hay malos aires en Buenos Aires. Sigue latiendo bajo la maraña de la maquinaria electoral el pulso constituyente del movimiento nacido en las calles en diciembre del 2001