Ocupación indígena para detener los oleductos
Los empresarios se empeñan en atravesar sus ductos por tierras que ni siquiera pertenecen a Canadá, sino a las primeras naciones. Los unist’ot’en responden con un campamento de vigilancia a la mitad de sus tierras.
Joseph Jones
Traducción: Lindsey Hoemann
Desinformémonos
Canadá. Como todo el mundo sabe, Rosa Parks ocupó el asiento de un autobús en la ciudad de Montgomery, acto que provocó una revolución en las relaciones interraciales de los Estados Unidos. Ahora, el pueblo unist’ot’en de los wet’suwet’en ocupa, desafiante, un territorio cuya ubicación es fundamental para la nueva ruta propuesta para un oleoducto en Canadá. Están sujetos a vigilancia diaria por medio de helicópteros que a veces sobrevuelan a poca distancia sobre la cabaña principal de la ocupación.
Aunque el propósito principal de la resistencia de los unist’ot’en es impedir la construcción de un oleoducto, su esfuerzo recalca la larga historia canadiense de intentos por silenciar, eliminar y pisotear sin miramientos a los pueblos indígenas que vivieron en el norte de Norteamérica por miles de años antes de la aparición de los colonizadores. La reciente resistencia por parte de mi’kmaq en Elsipogtog -en la provincia de New Brunswick- dramatiza la injusticia que se extiende por todas las 4 mil millas del Estado moderno llamado Canadá.
Los intereses corporativos intentan establecer una serie de oleoductos en zonas vírgenes de la provincia de British Columbia, que pasarán por tierras que nunca fueron cedidas a los blancos por ningún tratado. Los principales autores son el proyecto Kitimat LNG (una colaboración de Apache Canada Ltd. y Chevron Canada Limited) y Oleoductos Enbridge Northern Gateway (una creación de Enbridge, Inc.).
El propio sistema legal de Canadá señala que estas tierras en realidad no le pertenecen, pero la industria y los gobiernos colonizadores demostraron ya, en repetidas ocasiones, estar dispuestos a usar el subterfugio y la fuerza ilegítima para tomar tierras que todavía pertenecen a los pueblos indígenas.
La resistencia de los Unist’ot’en promete que marcará un punto de inflexión en la historia de los conceptos coloniales que se llaman British Columbia y Canadá. Más de un siglo de extracción abusiva de recursos ya marca el interior despoblado de British Columbia. El impacto de múltiples oleoductos, colocados a lo largo de la ruta propuesta, hará que el ya existente daño medioambiental parezca tan sólo un rasguño. Las devastaciones vinculadas a los oleoductos –expansión acelerada de explotación de arenas bituminosas, y la fractura hidráulica que inyecta masivos cocteles químicos a la tierra – rebasarán por mucho los impactos considerables de los mismos oleoductos.
La actividad industrial adicional también significará riesgos inaceptables de volver inhabitable la tierra, ya sea por derrames tóxicos accidentales, por la extracción y procesamiento rutinario y nocivo de carbonos, o mediante la inundación de tierras de labranza para generar enormes capacidades hidroeléctricas para la compresión y transporte de gas extraído por fractura.
Los oleoductos en British Columbia
La provincia de British Columbia (BC), en la costa occidental canadiense, se extiende unas 800 millas hacia el norte, desde el estado de Washington hasta Alaska. BC es un tercio más grande que el estado de Texas, y tan sólo un poco más grande que la mitad de Alaska. Un mapa de la distribución actual de su población muestra que más de la mitad de los actuales 4.4 millones de residentes se concentran en la parte suroeste, con la mayoría del resto esparcidos a lo largo de la frontera sur. Viajar en automóvil desde Vancouver hasta el campamento unist’ot’en toma alrededor de 16 horas.
El Oleoducto Pacific Trails (Caminos del Pacífico) quiere abrir un “camino” justo por la mitad de BC, desde el lago Summit, cerca de Prince George, hasta la costa Pacífica en Kitimat. Al Pacific Trails le seguirá el más conocido y más controvertido oleoducto Enbridge Northern Gateway, diseñado para transportar bitumen crudo diluido desde las arenas bituminosas de Alberta hasta barcos petroleros.
Más oleoductos se alinean detrás de estos dos para expandir el nuevo corredor propuesto. Más allá del puerto en la costa, los barcos se enfrentarán con la navegación por cauces oceánicos famosos por sus corrientes peligrosas, clima extremo y cambiante, y una falta de mar abierto más seguro.
Este es territorio unist’ot’en
El territorio tradicional unist’ot’en se ubica aproximadamente en el centro de BC. Desde julio del 2010, este pueblo defiende sus tierras en un campamento permanente que se expandió alrededor de una cabaña importante que funciona todo el año. Se supone que todos los que quieren entrar a la zona lo hacen sólo con base en el protocolo del consentimiento libre, previo, e informado de los unist’ot’en. En por lo menos tres ocasiones, los unist’ot’en emitieron avisos formales de expulsión a intrusos vinculados a los oleoductos.
La tierra unist’ot’en nunca se cedió a ninguna autoridad colonial. Los consejos tribales y grupos corrompidos y presuntuosos del Acta Indígena no tienen jurisdicción legítima aquí. La gobernación se ejerce por medio de jefes y matriarcas hereditarios.
La mayoría de quienes se acercan al territorio unist’ot’en viajan cerca de 66 kilómetros sobre un camino de grava desde el pueblo de Houston (a mitad de camino entre el lago Burns y Smithers, en la carretera 16 de Yellowhead). En el puente sobre el río Morice, un letrero advierte a todos los viajeros que se requiere consentimiento antes de que puedan cruzar la frontera del río.
La ubicación de los unist’ot’en es altamente estratégica. El territorio se encuentra directamente sobre un camino trazado para una serie de oleoductos propuestos que los explotadores de los recursos quieren meter a la fuerza por este terreno salvaje y difícil. La topografía local cercana representa un embotellamiento para los aspirantes a pioneros de los oleoductos. Una confluencia de ríos y arroyos se ubica al norte y elevaciones de hasta mil 800 metros se encuentran al sur.
Apoyando la defensa de la tierra
A mediados de julio del 2013, cerca de 200 personas se congregaron en tierra unist’ot’en para el cuarto Campamento Anual de Acción. Este evento está diseñado para impulsar la educación, la creación de contactos y estrategias, y el desarrollo de bases de apoyo fuera del campamento. Antes y después de este evento masivo, varios campamentos de trabajo ayudaron en el trabajo continuo de construir infraestructura y preparar suministros.
La construcción empezó a finales de la primavera en una nueva vivienda, una tradicional pithouse – o casa construida a partir de un hoyo techado en la tierra. Situado en tierra más elevada y alejada del río, este nuevo proyecto ocupa una segunda posición por la cual un oleoducto con una ruta un poco desviada puede intentar pasar. Al completarse, se planea que la estructura se convierta en la casa de invierno para la familia central de defensores.
En octubre, un equipo de trabajo seleccionó y taló árboles, pusó un tratamiento anti-incendios en los troncos, e instaló casi la mitad de las paredes, como preparativo para amontonar la tierra contra los troncos. La temporada de invierno, que empieza a mediados de noviembre, impide más desarrollo de la casa, hasta la primavera.
Uno de los ayudantes en la casa es un trabajador experimentado en construcción que se describe como una persona de ciudad. Su primera experiencia en octubre en ese ambiente remoto, le dejó con un deseo aumentado de explorar la historia de sus todavía rastreables conexiones indígenas con tierras en el norte de Europa.
Otro proyecto en 2013 fue el desarrollo de un jardín de permacultura que aprovecha la orientación hacia el sol y rehabilita un área afectada por la tala de árboles no sustentable. El equipo de trabajo de octubre ayudó con los preparativos para almacenar alimentos como zanahorias y acelgas. Además, almacenaron carne de venado y alce para el invierno. Las tareas de preservación incluyeron cortar tiras de carne para un tratamiento de humo y así hacer tasajo, y el enlatado a presión de trozos en frascos grandes de vidrio.
Otro ayudante, que trabaja principalmente con la preservación de alimentos, proviene de un pueblo muy pequeño, que se puede considerar remoto debido a sus 30 millas de distancia de un centro regional. Su primera estancia en octubre en el campamento le dejó asombrado de qué tan remoto es el entorno unist’ot’en en comparación.
Un tercer ayudante, participante en el campamento de acción del 2011, se quedó hasta más tarde en octubre y espera regresar a principios del año entrante para otra estancia más larga. Su contribución incluye trabajo en varias etapas de la preparación de pieles de animales: raspar, tratar, y estirar. Esa conexión extendida con los animales sacrificados le brindó una experiencia de dimensión espiritual que llegó hasta las comidas y oraciones para el alimento que consumía.
Los tres ayudantes pidieron que este relato de su apoyo del campamento Unist’ot’en minimice personificaciones periodísticas comunes.
Ataques recientes y necesidades
El 28 de octubre de 2013, un ataque directo sin precedentes puso a los defensores de la tierra en un estado alto de alerta. El Jefe Toghestiy lo describió en una entrevista personal el 15 de noviembre. La gente reunida en la cabaña escuchóon una explosión poco después de las 10 de la noche. Una vez que pudieron distinguir ese sonido de lo que se oía en un programa de televisión, comenzaron con una exploración cautelosa.
El Jefe Toghestiy descartó la caracterización del evento como “alarmante” y describió una respuesta rápida, calmada, metódica y efectiva. En un extremo del puente, los que respondieron descubrieron que un rastro de combustible que los condujo a un grupo de contenedores plásticos de cuatro litros, aparentemente llenos de una sustancia a base de petróleo capaz de lograr una ignición poderosa. La colocación del artefacto sugiere un deseo de intimidar al causar daños al letrero de los unist’ot’en.
El resultado puede reflejar también la incompetencia de los atacantes. Unos días después, otro puente en la misma área sufrió un ataque incendiario provocado. Las consecuencias del primer ataque se pueden ver en una foto que acompaña un relato del segundo incidente.
Hay una campaña en marcha para recaudar fondos para la defensa del campamento unist’ot’en. Los recursos adicionales se necesitan para mejorar sus capacidades para vigilar su territorio. La misión básica es impedir o interceptar a atacantes, y confrontar tan rápido como sea posible cualquier aterrizaje de helicópteros de los agentes de los oleoductos (topógrafos, leñadores, etcétera).
Los detalles incluyen cámaras de vigilancia, detectores de movimiento, equipo de visión nocturna, y una motonieve todo-terreno. Como se relata en la página de Facebook del campamento, dos de sus motonieves existentes fueron robadas y destruidas por ladrones borrachos. Después, tanto la Policía Real Montada de Canadá como la aseguradora ICBC negaron los recursos y la compensación.
La resistencia trae respuestas
El 14 de noviembre, el sindicato más grande del sector privado, que representa a más de 300 mil trabajadores, hizo un llamado para una moratoria “en todo Canadá a toda nueva fractura hidráulica de petróleo y gas”, debido a “los riesgos de seguridad y medioambiente, tanto como a la falta de consentimiento informado por parte de las Primeras Naciones sobre actividades de fractura en tierras tradicionales”. Su declaración apoya la resistencia indígena no-violenta a esta forma de explotación de recursos en sus tierras.
En la tarde del 16 de noviembre, Freda Huson y Toghestiy, del campamento unist’ot’en, hablaron ante cientos de personas en el mitin “Para Defender Nuestro Clima” en Vancouver.