Izquierda y Progresismo. El progresismo no consigue cooptar muchos sectores. ¿Qué debe hacer entonces la izquierda para mantenerse a cargo del estado administrando el capital?

La búsqueda de un camino más envolvente que ponga fin a las resistencias comunitarias. Artículo de Gudynas publicado ni más ni menos que en el medio burocrático de Alai



Nota del Profesor J

Un buen regalo de navidad: la izquierda reformista comienza a dudar del camino elegido de apoyar la línea nacional-popular o nacional-populista de los gobiernos llamados progresistas que han hecho del capitalismo extractivista y de la represión a los movimientos sociales autónomos su eje de gobernabilidad dentro de la política económica del neoinstitucionalismo, sucesora del neoliberalismo, tema que no puede tocar esa izquierda, digamos izquierda estatista, que lucha por repetir la experiencia nefasta del socialismo como transición a la sociedad sin clases, tanto la de Gudynas (rebeldes, marxistas leninistas, cristianos de la teología de la liberación, troskistas y similares y aún sectores que se denominan anarquistas), que escribe el texto, como la de Alai (cristianos reformistas, ONGs, socialdemócratas de izquierda, jerarquía de Clacso, liberales progresistas, izquierda reformista recalcitrante, petistas, partidos comunistas y similares) donde campan muchísimos aliados y socios de los gobernantes y partidos en el gobierno de casi todos los países del continente, tales como el liberalismo de Zelaya y la parodia de sandinismo de Ortega, que lo publica.

Pero ese no es el regalo, ya que no trae nada positivo a la arena del cambio en el continente, el regalo es la constatación de los motivos que hacen dudar a esa izquierda, que diferenciamos de la izquierda de abajo perfilada, por ejemplo, por los zapatistas en México o los nasas del Cauca en Colombia, o los lenca de Honduras o del Consejo de Pueblos Mayas de Occidente de Guatemala y tantos otros en el continente que rescatan la autonomía, el protagonismo y la autodeterminación, el regalo es justamente la confirmación de la gran barrera social, popular y comunitaria que se ha puesto de frente al desarrollo del extractivismo, en especial en Ecuador y Bolivia, donde los gobiernos deben atacar, perseguir, judicializar, infiltrar, dividir, quebrar, reprimir y expulsar a las organizaciones que representando formas de vida comunitaria, las entienden como una simbiosis o estrecha identidad común con la madre tierra y son capaces de impactar y movilizar a miles y miles de ciudadanos, obstaculizando de facto los intentos autoritarios de someter al conjunto de la población al capitalismo rentista (estado prebendario) y exportador de commodities.

Como aún la izquierda de arriba no ha encontrado maneras de atraer a las formas de vida comunitaria a la cohesión estatal, debido justamente al carácter agresor que asume el proceso de acumulación, cuyos costos están llegando a los límites de exceder los “beneficios”, muchos gobiernos están haciendo circo, como Uruguay legalizando la marihuana, Bolivia “ayudando” al trabajo infantil o Ecuador entrando a territorios protegidos con arte de magia prometiendo no tocar la naturaleza. El circo de la democracia se está utilizando para esconder y echar voladores de luces con mucho humo que tapen la marcha poderosa y destructiva de millones y millones de dólares en máquinas, ácidos y laboratorios contra montañas, bosques, ríos, tierras, mares, semillas y comunidades de personas como nosotros, que ya estamos tan insensibilizados que no nos preocupamos del vecino. El sálvese quien pueda está permitiendo la deshumanización. La multiplicación de las formas de vida comunitaria entonces es hoy el fantasma de los capitalistas de izquierda, que mientras no lleguen a nuevas fórmulas de “integración”, tendrán que aumentar la represión. ¿Ese es el aporte de Gudynas? Si es así, se entiende que lo publique Alai.

Veamos como empieza esta nueva comedia de la izquierda, que esta vez no toca otras propuestas de Gudynas, tales como poner mucho dinero para compensar en mejor condiciones a las comunidades afectadas o aumentar los impuestos a las mineras ( Vea por ejemplo las palabras de Gudynas en su viaje a Chile: http://eldesconcierto.cl/los-gobiernos-progresistas-justifican-y-celebran-el-extractivismo/ ):

ALAI, América Latina en Movimiento

2013-12-24
ALatina
Izquierda y progresismo: la gran divergencia
Eduardo Gudynas
Clasificado en: Política: Politica, Movimientos, Democracia, DerechosHumanos, Elecciones, Estado, | Social: Social, | Economía: PoliticasEconomicas, RecursosNaturales, |
Disponible en: Español
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Uno de los mayores cambios políticos vividos en América Latina en los últimos veinte años fue el surgimiento y consolidación de los gobiernos de la nueva izquierda. Más allá de la diversidad de esas administraciones y de sus bases de apoyo, comparten atributos que justifican englobarlos bajo la denominación de “progresistas”. Son expresiones vitales, propias de América Latina, en cierta manera exitosas, pero ancladas en la idea de progreso. Su empuje, e incluso su éxito, está llevando a que esté en marcha una divergencia entre este progresismo con muchas de las ideas y sueños de la izquierda latinoamericana clásica.

Para analizar estas circunstancias es necesario tener muy presente la magnitud del cambio político que se inició en América Latina en 1999 con la primera presidencia de Hugo Chávez, y que se consolidó en los años siguientes en varios países vecinos. Quedaron atrás los años de las reformas de mercado, y regresó el Estado a desempeñar distintos roles. Se implantaron medidas de urgencia para atacar la pobreza extrema, y su éxito ha sido innegable en casi todos los países. Vastos sectores, desde movimientos indígenas a grupos populares urbanos, que sufrieron la exclusión por mucho tiempo, lograron alcanzar el protagonismo político.

Es también cierto que esta izquierda latinoamericana es muy variada, con diferencias notables entre Evo Morales en Bolivia y Lula da Silva en Brasil, o Rafael Correa en Ecuador y el Frente Amplio de Uruguay. Estas distintas expresiones han sido rotuladas como izquierdas socialdemócrata o revolucionaria, vegetariana o carnívora, nacional popular o socialista del siglo XXI, y así sucesivamente. Pero estos gobiernos, y sus bases de apoyo, no sólo comparten los atributos ejemplificados arriba, sino también la idea de progreso como elemento central para organizar el desarrollo, la economía y la apropiación de la Naturaleza.

El progresismo no sólo tiene identidad propia por esas posturas compartidas, sino también por sus crecientes diferencias con los caminos trazados por la izquierda clásica de América Latina de fines del siglo XX. Es como si presenciáramos regímenes políticos que nacieron en el seno del sendero de la izquierda latinoamericana, pero a medida que cobraron una identidad distinta están construyendo caminos que son cada vez más disímiles. Es posible señalar, a manera de ejemplo, algunos puntos destacados en los planos económico, político, social y cultural.

La izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970 era una de las más profundas críticas del desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus ideas fundamentales, incluso con un talante anti-capitalista, y rechazaba expresiones concretas, en particular el papel de ser meros proveedores de materias primas, considerándolo como una situación de atraso. También discrepaba con instrumentos e indicadores convencionales, tales como el PBI, y se insistía que crecimiento y desarrollo no eran sinónimos.

El progresismo actual, en cambio, no discute las esencias conceptuales del desarrollo. Por el contrario, festeja el crecimiento económico y defiende las exportaciones de materias primas como si fueran avances en el desarrollo. Es cierto que en algunos casos hay una retórica de denuncia al capitalismo, pero en la realidad prevalecen economías insertadas en éste, en muchos casos colocándose la llamada “seriedad macroeconómica” o la caída del “riesgo país” como logros. La izquierda clásica entendía las imposiciones del imperialismo, pero el progresismo actual no usa esas herramientas de análisis frente a las desigualdades geopolíticas actuales, tales como el papel de China en nuestras economías. La discusión progresista apunta a cómo instrumentalizar el desarrollo y en especial el papel del Estado, pero no acepta revisar las ideas que sostienen el mito del progreso. Entretanto, el progresismo retuvo de aquella izquierda clásica una actitud refractaria a las cuestiones ambientales, interpretándolas como trabas al crecimiento económico.

La izquierda latinoamericana de las décadas de 1970 y 1980 incorporó la defensa de los derechos humanos, y muy especialmente en la lucha contra las dictaduras en los países del Cono Sur. Aquel programa político maduró, entendiendo que cualquier ideal de igualdad debía ir de la mano con asegurar los derechos de las personas. Ese aliento se extendió, y explica el aporte decisivo de las izquierdas en ampliar y profundizar el marco de los derechos en varios países. En cambio, el progresismo no expresa la misma actitud, ya que cuando se denuncian derechos violados en sus países, reaccionan defensivamente. Es así que cuestionan a los actores sociales reclamantes, a las instancias jurídicas que los aplican, incluyendo en algunos casos al sistema interamericano de derechos humanos, e incluso a la propia idea de algunos derechos.

Aquella misma izquierda también hizo suya la idea de la democracia, otorgándole prioridad a lo que llamaba su profundización o radicalización. Su objetivo era ir más allá de la simples elecciones nacionales, buscando consultas ciudadanas directas más sencillas y a varios niveles, con mecanismos de participación constantes. Surgieron innovaciones como los presupuestos participativos o los plebiscitos nacionales. El progresismo, en cambio, en varios sitios se está alejando de aquel espíritu para enfocarse en mecanismos electorales clásicos.Entiende que con las elecciones presidenciales basta para asegurar la democracia, festeja el hiperpresidencialismo continuado en lugar de horizontalizar el poder, y sostiene que los ganadores gozan del privilegio de llevar adelante los planes que deseen, sin contrapesos ciudadanos. A su vez, recortan la participación exigiendo a quienes tengan distintos intereses que se organicen en partidos políticos y esperen a la próxima elección para sopesar su poder electoral.

La izquierda clásica de fines del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción. Ese era una de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y la izquierda lo aprovechaba una y otra vez (“nos podremos equivocar, pero no robamos”, era uno de los slogans de aquellos tiempos). En cambio, el progresismo actual no logra repetir ese mismo ímpetu, y hay varios ejemplos donde no ha manejado adecuadamente los casos de corrupción de políticos claves dentro de sus gobiernos. Asoma una actitud que muestra una cierta resignación y tolerancia.

Otra divergencia que asoma se debe a que la izquierda latinoamericana luchó denodadamente por asegurar el protagonismo político de grupos subordinados y marginados. El progresismo inicial se ubicó en esa misma línea, y conquistó los gobiernos gracias a indígenas, campesinos, movimientos populares urbanos y muchos otros actores. Dieron no sólo votos, sino dirigentes y profesionales que permitieron renovaron las oficinas estatales.Pero en los últimos años, el progresismo parece alejarse de muchos de estos movimientos populares, ha dejado de comprender sus demandas, y prevalecen posturas defensivas en unos casos, a intentos de división u hostigamiento en otros. El progresismo gasta mucha más energía en calificar, desde el palacio de gobierno, quién es revolucionario y quién no lo es, y se ha distanciado de organizaciones indígenas, ambientalistas, feministas, de los derechos humanos, etc. Se alimenta así la desazón entre muchos en los movimientos sociales, quienes bajo los pasados gobiernos conservadores eran denunciados como izquierda radical, y ahora, bajo el progresismo, son criticados como funcionales al neoliberalismo.

La izquierda clásica concebía a la justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la educación a la alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así sucesivamente. El progresismo en cambio, se está apartando de esa postura ya que enfatiza a la justicia como una cuestión de redistribución económica, y en especial por medio de la compensación monetaria a los sectores más pobres y el acceso del consumo masivo al resto. Esto no implica desacreditar el papel de ayudas en dinero mensuales para sacar de la pobreza extrema a millones de familias. Pero la justicia es más que eso, y no puede quedar encogida a un economicismo de la compensación.

Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo elabora diferentes discursos de justificación política pero que cada vez tienen mayores distancias con las prácticas de gobierno. Se proclama al Buen Vivir pero se lo desmonta en la cotidianidad, se llama a industrializar el país pero se liberaliza el extractivismo primario exportador, se critica el consumismo pero se festejan los nuevos centros comerciales, se invocan a los movimientos sociales pero se clausuran ONGs, se felicita a los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente.

Estos y otros casos muestran que el progresismo actual se está separando más y más de la izquierda clásica.El nuevo rumbo ha sido exitoso en varios sentidos gracias a los altos precios de las materias primas y el consumo interno. Pero allí donde esos estilos de desarrollo generan contradicciones o impactos negativos, estos gobiernos no aceptan cambiar sus posturas y, en cambio, reafirman el mito del progreso perpetuo. A su vez, contribuyen a mercantilizar la política y la sociedad con su obsesión en la compensación económica y su escasa radicalidad democrática.

El progresismo como una expresión política distintiva se hace todavía más evidente en tiempo de elecciones. En esas circunstancias parecería que varios gobiernos abandonan los intentos de explorar alternativas más allá del progreso, y prevalece la obsesión con ganar la próxima elección. Eso los lleva a aceptar alianzas con sectores conservadores, a criticar todavía más a los movimientos sociales independientes, y a asegurar el papel del capital en la producción y el comercio.

El progresismo es, a su manera, una nueva expresión de la izquierda, con rasgos típicos de las condiciones culturales latinoamericanas, y que ha sido posible bajo un contexto económico global muy particular. No puede ser calificado como una postura conservadora, menos como un neoliberalismo escondido. Pero no se ubica exactamente en el mismo sendero que la izquierda construía hacia finales del siglo XX. En realidad se está apartando más y más a medida que la propia identidad se solidifica.

Esta gran divergencia está ocurriendo frente a nosotros. En algunos casos es posible que el progresismo rectifique su rumbo, retomando algunos de los valores de la izquierda clásica para buscar otras síntesis alternativas que incorporen de mejor manera temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido amplio, lo que en todos los casos pasa por desligarse del mito del progreso. Es dejar de ser progresismo para volver a construir izquierda. En otros casos, tal vez decida reafirmarse como tal, profundizando todavía más sus convicciones en el progreso, cayendo en regímenes hiperpersidenciales, extractivistas, y cada vez más alejados de los movimientos sociales. Este es un camino que lo aleja definitivamente de la izquierda.

- - Eduardo Gudynas es analista en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), Montevideo. Twitter: @EGudynas