La lucha contra zapatismo
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Era el primero de enero de 1994 y los teléfonos no paraban de sonar. Al tiempo que emergía el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y se divulgaba la primera Declaración de la Selva Lacandona, Carlos Salinas de Gortari encomendaba a las fuerzas armadas destruir el foco “guerrillero”, a la par que diseñar un perfil de los “insurrectos”, como apoyo al lanzamiento de una campaña internacional de descrédito. Pensaba en una escaramuza sin bajas en sus filas y con la desarticulación, el apresamiento y muerte de los alzados en armas. La triada fracasó en todos sus objetivos: el político, el militar y el comunicacional. La sociedad civil se movilizó contra la masacre y el alto al fuego, las fuerzas armadas no pudieron evitar la emergencia de un territorio libre, encarnado en los municipios de rebeldía zapatista bajo el control de las juntas del buen gobierno, bajo el lema de mandar obedeciendo, y por último la estrategia comunicacional, de los servicios de inteligencia para desacreditar y deslegitimar el EZLN, se mostró burda y mediocre.
De las tres fuentes de combate, la comunicacional destaca por su papel en el silencio, tergiversación y manipulación histórica. La difusión de un relato ad-hoc para mantener la estrategia contrainsurgente, como parte de la guerra sicológica, contó y cuenta con un gran elenco de periodistas, comunicadores, ideólogos y estrategas de marketing. Las trasnacionales de la información mediática actúan con loros repetidores del guión elaborado para referirse al EZLN. Desde 1994 no han cambiando un ápice. Han sido millones los dólares despilfarrados en la operación antizapatista. Baste recordar la campaña financiada por el gobierno de Ernesto Zedillo, en colaboración con Televisa, el grupo Prisa en España y Le Monde en Francia, para desacreditar al subcomandante Marcos y por ósmosis al EZLN. Los elegidos para dicho propósito fueron dos periodistas, Bertrand de la Grange y Maite Rico, quienes contaron con la inestimable ayuda de los servicios de inteligencia no sólo mexicanos, sino estadunidenses y un grupo de asesores llamados ex profeso para tal fin. Para enmascarar sus opiniones se parapetan en sacerdotes e indios tzeltales a quienes loan por su valentía de contar la “verdad”. Publicado en varios idiomas, afirman: “Por lo que respecta a la máxima organización, de los cuales ninguno es indígena, damos salvo excepciones, sus nombres reales y sus seudónimos”. Distribuido en todo el mundo, su obsesión consistió en desenmascarar al subcomandante Marcos. ¿Su objetivo?, identificarlo como un agente “marxista-leninista” sin escrúpulos, adiestrado en Cuba, y a sus seguidores como parte de una conspiración de organizaciones terroristas para desestabilizar el mundo. Intitulado: Marcos, la genial impostura, se convirtió en el vademécum de los detractores del EZLN. Por suerte, el tiempo lo ha puesto en su lugar: un libelo redactado por meretrices del periodismo al servicio del poder.
El camino para su redacción en 1997 fue previamente abonado. La gran campaña deslegitimadora, iniciada en 1994, contó con aliados de excepción en el extranjero, sobre todo en España. El reino debía ser el centro difusor de la estrategia difamatoria. Los intercambios entre ambos lados del Atlántico no podían tener mejores interlocutores, el Partido Revolucionario Institucional y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Sus dirigentes e “intelectuales” se profesaban admiración y reconocimiento. A los pocos días del alzamiento, mientras en Chiapas los combates menguaban –gracias a la oportuna actuación de la sociedad civil mexicana que llamó a frenar la masacre–, el futuro candidato a la presidencia del gobierno por el PSOE, Joaquín Almunia, hoy comisario económico de la Unión Europea, se destapó afirmando que tras el EZLN se encontraba ETA, verdadero inductor del levantamiento. Tal afirmación la volvería a desempolvar en 1998, rechazando condenar la matanza de Acteal. No muy lejos de este desatino, se inscriben las palabras del juez Baltasar Garzón al descalificar al subcomandante Marcos como un ser ridículo y manipulado por la izquierda vasca.
Durante estos 20 años, la campaña mediática se ha mantenido, con altos y bajos, según la coyuntura. Difama que algo queda. Hoy se trata de hacer invisible la experiencia del EZLN, desconocer su aporte a la praxis política del poder democrático y la construcción de autonomías en el marco de alternativas emancipatorias anticapitalistas.
En estos días, el periódico del grupo Prisa, El País, en manos de capital estadunidense, publicó un artículo en esta línea. No utiliza pesos pesados, sólo corresponsales. Bajo el título: “La revolución estéril”, su autora, Paula Chouza, subraya que nada ha cambiado, después de 20 años, salvo a peor. El EZLN, apunta, ha traído hambre, pobreza y desesperación a los habitantes chiapanecos. A modo de colofón se ufana de los carteles que anuncian estar en territorio zapatista de rebeldía: “Los mensajes se asemejan a los estampados en la ropa de marca de tres turistas extranjeros que esperan un taxi. La rebelión somos todos, reza la playera de una multinacional”. Sin duda, la periodista sigue el guión prestablecido. El EZLN es humo publicitario. Estéril estrategia difamatoria desmentida por la realidad. La lucha continúa.