El llamado análisis político, sobre todo el relativo al comentario político, ha reducido el análisis al comentario; comentario de lo que hace o deja de hacer el gobierno, de sus contradicciones, de sus faltas. Incluso pueden pretender un balance y sopesar lo positivo en contraste con lo negativo. Este análisis supone que la política se concentra y resume en el gobierno. Este es un punto de vista nucleado en la gestión de gobierno. Esta perspectiva no alcanza a ver el contexto en el que se mueve el mando y la autoridad política, perdiendo de vista la interacción del gobierno, si se quiere, usando una metáfora sistémica, con su entorno. Las claves para entender lo que hace o no hace la jurisdicción y administración gubernamental, sus contradicciones, sus faltas, sus aciertos, sus balances, se encuentran precisamente en esta interacción. Por lo tanto este tipo de análisis se queda sin explicación o deja muchas preguntas pendientes.
Sin embargo, tampoco es suficiente con abrirse al contexto, manteniendo la perspectiva, que llamaremos “sistémica”, sin mayor discusión, por razones ilustrativa, pues el concebir un centro y un entorno, si se quiere una periferia, es establecer, como conjetura espacial, la predominancia del centro, la iniciativa del centro, respecto de una subordinación y de una pasividad del entorno. Eso tendría que demostrarse primero, antes de sólo suponerlo. Sin embargo, el suponer el centro es desde ya tener una pre-concepción de la política, reducida a gestión de gobierno, reducida a gestión pública, a administración de conflictos, en torno al ejecutivo, aunque se tome en cuenta a los demás poderes del Estado. En el mejor de los casos, es el Estado, el que se convierte en el centro y la sociedad en el entorno.
¿Cómo explicar el Estado sin la interacción con la sociedad? Ahora bien, tampoco se trata sólo de interacción, manteniendo la perspectiva que hemos llamado “sistémica”, pues queda por demostrar que, para explicar las dinámicas políticas es necesario colocar al Estado en el centro del campo de fuerzas de la política. Esta centralidad forma parte del imaginario estatal. Al respecto, no basta decir que se trata de diferentes perspectivas, que se puede tener una perspectiva estatal, como se puede tener una perspectiva societal, en la cual la preponderancia radica en las dinámicas sociales. De lo que se trata es de comprender cómo funciona el campo de fuerzas de la política, independientemente de estas perspectivas.
Partamos, de manera diferente, del juego horizontal[1] de perspectivas, tratando de percibir el acontecimiento político desde su multiplicidad de singularidades. Este es un cambio, no de perspectiva, sino de construcción de la mirada y de constitución de la comprensión, retomando la experiencia de la percepción social, es decir, retomando la experiencia social como matriz de la memoria social. Desde esta manera de articular perspectivas, horizontalmente, el gobierno es una de las fuerzas en el juego, en la dinámica y la correlación de fuerzas en el campo político. El Estado es una maraña de fuerzas, más o menos afines, que también juegan, con sus pesos, sus direccionalidades, sus tendencias, en el campo de fuerzas de la política. Las otras fuerzas no es que sean sociales, a diferencia de las fuerzas del Estado, pues las fuerzas del Estado son también sociales; sólo que son fuerzas sociales capturadas en la malla institucional del Estado. En lo que respecta a las otras fuerzas, hablamos de fuerzas sociales no capturadas por las mallas institucionales; en unos casos, no del todo; en otros casos, preservando su autonomía creativa.
La política concebida como campo de fuerzas, donde las fuerzas actúan en la horizontalidad del despliegue de sus dinámicas físicas, nos exige comprender la mecánica de las fuerzas en su mutua y plural afectación. La fuerza del gobierno no actúa en espacio vacío, sino en un espesor habitado por fuerzas convulsionadas. De lo que se trata es de explicarse la actuación del gobierno no sólo por voluntad de sus gobernantes, que es lo que se acostumbra, sino a partir de la interacción con las fuerzas del campo político. Lo que hace el gobierno también depende de lo que dejan hacer o impiden hacerlo las otras fuerzas. Con esta tesis salimos de la casilla jurídica-política, que evalúa la actuación del gobierno a partir del cumplimiento o incumplimiento de las leyes. También marcamos la diferencia con las teorías que se explican el comportamiento gubernamental por la voluntad o falta de voluntad de los gobernantes.
Sin hablar de corresponsabilidad de todas las fuerzas del campo político en el comportamiento del gobierno, pues lo de corresponsabilidad tiene una connotación moral, sino hablando de la incidencia de todas las fuerzas, podemos sugerir que todas las fuerzas inciden en el comportamiento del gobierno, dejando hacer o impidiendo hacerlo. Contando, claro está con el peso de las fuerzas concurrentes.
Al respecto es ilustrativo y aleccionador observar, que cuando las fuerzas, que se movilizaron para dar apertura un proceso de cambio, se conforman con lo conseguido, que puede ser la llegada al gobierno de la opción considerada propia, el gobierno considera este conformismo como un permiso para actuar como vea conveniente. Este conformismo es un dejar hacer, permitiendo que la fuerza del gobierno se explaye en las consecuencias de sus incursiones políticas. Estas incursiones políticas y sus consecuencias cuentan no solamente con el aval de las fuerzas sociales, sino que estas fuerzas sociales se limitan a una función pasiva. Al hacerlo, su conformismo y pasividad afecta a la fuerza gubernamental, dejando que las tendencias inherentes se desplieguen libremente, por así decirlo. Si estas tendencias son conservadoras, que es lo más probable, pues se trata de funcionarios interesados en administrar, no en transformar, las tendencias gubernamentales van a limitar los alcances abiertos y posibles del proceso de cambio.
Entonces debemos explicarnos la crisis de un proceso de cambio no solamente por los errores de los gobernantes, tampoco por sus perfiles personales, sus caprichos, sino, sobre todo, por el conformismo generalizado en los que se movilizaron por la apertura del proceso de cambio.
Ciertamente las fuerzas sociales que se movilizaron no son las únicas otras fuerzas del campo político, sino parte de estas fuerzas. Hay otras que también intervienen en el decurso de los sucesos e inciden en el comportamiento del gobierno.
De estas otras fuerzas, visibles, podemos identificar a las que se reconocen como de oposición, que visto, como fuerzas, no como reducidas expresiones partidarias, corresponden a fuerzas sociales. Se trata, en primer lugar, de fuerzas sociales vinculadas a dominios económicos, culturales, monopolio de relaciones y de influencias; se trata de fuerzas sociales nucleadas, acostumbradas al mando y a la administración.
En el contexto, también están otras fuerzas, de magnitud más amplia, vinculadas a dominios profesionales, también a dominios técnicos, también a saberes urbanos específicos, como el conocimiento y desplazamiento en los recorridos de lugares de entretenimiento, en el recorrido del manejo de redes urbanas de amistades, en el manejo de las técnicas de impacto comunicativo. Estas fuerzas sociales, más numerosas y dispersas, que las nucleadas, inciden en las selecciones de opciones, también en los cómputos electorales. Aunque no se puede generalizar una amalgama de tendencias, en este caso, se puede decir, con cierta incertidumbre, que estas fuerzas tienden a lograr la estabilidad, el equilibrio, las pausas, ya sea en coyunturas de cambio o, al contrario, en coyunturas regresivas.
Las fuerzas populares, las vamos a llamar así, por razones de simplificación ilustrativa, contienen una pluralidad de estratificaciones sociales, perfiles, transiciones, incluyendo a las variaciones del proletariado, a las variaciones migratorias a las ciudades, no sólo por antigüedad, sino por procedencia, además de las polifacéticas formaciones sociales “rurales”. De ninguna manera se descarta la participación en el espesor de lo popular de los estratos profesionales, técnicos, de redes urbanas afincadas en sus dominios de la ciudad visible. Todo depende de las características de los periodos, de las perspectivas que tejen los discursos ideológicos. Ciertamente, lo popular es cuantitativamente más numeroso, son fuerzas que cuentan, además de las cualidades que contienen, con la “fuerza” de la cantidad.
Estas fuerzas identificadas no son todas las fuerzas del campo político. Hay otras, menos visibles, opacas que, sin embargo, pueden incidir con mayor influencia en el comportamiento del gobierno. ¿Cuáles son estas fuerzas? ¿Qué clase de fuerzas son estas? ¿Dónde se encuentran? Cuando hablamos de campo político no se crea que el campo, que es una representación abstracta de los espesores donde se desplazan las fuerzas, se circunscribe dentro las fronteras de la geografía política del país; de ninguna manera. Estamos en un mundo no solamente globalizado, sino integrado, en el sentido de su concomitante articulación; un mundo compenetrado. Un mundo de espacios entrelazados. No hay afuera, ni exactamente adentro. Todo está entrelazado. Estas certezas, que devienen de la experiencia social contemporánea, adquieren mayor connotación cuando nos referimos al campo económico.
Las fuerzas de las que hablamos son como los nervios del cuerpo del sistema-mundo capitalista. Una economía-mundo integrada por el sistema financiero mundial; sistema financiero hegemónico y dominante, que ha desplazado la valorización del capital, de su subsunciones formales y reales, a la valorización especulativa. Sistema-mundo, que en la actualidad, conforma dos dimensiones reproductivas del capital. Una aparente, la que podemos llamar ficticia, pues se basa en la especulación y en la inflación; la otra, “real”, en el sentido material, que definitivamente sostiene la valorización especulativa, que no tendría ninguna consistencia, si no fuera por la valorización material. Esta valorización material tiene su base primordial en el expansivo modelo extractivista, cada vez más destructivo, debido a las tecnologías de efectos desbastadores en uso. La valorización real se efectúa por despojamiento y desposesión, la valorización ficticia es matemática.
Estas fuerzas actúan no solamente en el campo económico, sino también en el campo político. En el campo político se conectan con el Estado y los gobiernos a través de contratos, convenios, concesiones, proyectos, programas y leyes. Estos contratos se aplican, se realizan, se ejecutan técnicamente, haciéndose posibles a través de los canales financieros. Los congresos, los poderes legislativos, son los que ratifican estos contratos, convenios, concesiones, proyectos, programas y leyes. El cuadro de la participación de estas fuerzas del sistema-mundo capitalista, de la economía-mundo capitalista, en el campo político especifico del país, es como de una malla envolvente. Están las representaciones, las oficinas de las representaciones, los personeros de las empresas, localizados en lugares identificados. Pero también están las reuniones, los lobby’s, los acuerdos, las unidades técnicas, como movimientos crono-gramados y agenda-dos. En los espacios concretos, están la geografía de las concesiones, así como la geología de las concesiones, son los territorios donde funcionan los enclaves trasnacionales. Los vínculos con altos personeros de gobierno y presidentes, gerentes y directores de empresas públicas son los nudos de influencias y complicidades. También deberíamos nombrar, en este espaciamiento, a los pasillos de tránsito; abogados o directores técnicos de las empresas públicas terminan contratados en las empresas trasnacionales. Toda esta malla, tejida de meollos, es como parte de la topología del sistema-mundo capitalista en el campo político. Esta parte topológica es ciertamente estratégica.
La influencia de las fuerzas “trasnacionales”, las llamaremos así, para no buscar un término teórico adecuado, sobre todo teniendo en cuenta la mirada genética de la teoría de los campos, es determinante, sobre todo cuando los gobernantes son vulnerables a sus encantos.
Entonces, la tesis es la siguiente:
La dinámica de las fuerzas en el campo político, entendiendo como una de esas fuerzas al gobierno, no solamente da lugar a una especie de resultante, en la geometría de estas fuerzas, sino afecta diferencialmente a todas las fuerzas involucradas. El comportamiento de la fuerza gubernamental se explica por la mecánica de estas fuerzas, por la geometría de estas fuerzas, también por la afectación de esta mecánica, de esta geometría, de estas dinámicas, en periodos y coyunturas determinadas.
Al respecto, es caricaturesco pretender explicar el comportamiento gubernamental a partir de la conjetura moral de la culpa. Esta interpretación es sugerentemente compartida por “derechas” e “izquierdas”; ambas parten del paradigma de la culpabilidad. Ambas son profundamente cristianas. Esta crítica, de ninguna manera, sostiene tampoco la interpretación gubernamental; una interpretación, que también usa la teoría de la culpabilidad para defenderse y para explicar sus propios dramas y contradicciones. Sólo que, en este caso, la culpa la tienen los otros, los de la oposición, los conspiradores, el “imperialismo”. La culpa circula como discurso, en unos y en otros. Este discurso devela el conservadurismo encarnado en unos y otros.
La crítica activista recorre su mirada por el campo político, busca develar, a través de las contradicciones, los síntomas, la sucesión de hechos, el mapa de los eventos, las formas complejas de la reproducción del poder y de las dominaciones polimorfas. De ninguna manera busca culpables, sino busca comprender las relaciones, las estructuras, los diagramas y las cartografías de fuerzas en las que están insertos los personajes, ilusionándose que controlan y deciden, cuando son apenas engranajes de formas de poder.
La hipótesis interpretativa que hemos manejado, a propósito de la segunda etapa del proceso de cambio, la que corresponde a las gestiones de gobierno, es que el gobierno progresista ha repetido el guión de la trama del poder, con otros personajes, en escenarios retocados con otros coloridos[2]. Sin embargo, los desenlaces son conocidos. Los cambios se dan como acontecimientos políticos, empero, en la medida que los “revolucionarios” no desmontan el Estado, no desmantelan los diagramas de poder, terminan convertidos en los nuevos “contra-revolucionarios”, que reprimen al pueblo a nombre de la “revolución”. El desenlace sucinto es que la “revolución” por este decurso termina tragada por la restauración descomunal del Estado, termina formando parte de la reproducción inaudita del poder.
[1] Usamos el término horizontal como metáfora. La espacialidad y el espaciamiento es más complejo.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Retórica y drama de un gobierno reformista. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.