¿Es correcto hablar de “patrimonio cultural inmaterial” cuando se trata de pueblos indígenas?

Cambiar sustancialmente las relaciones que hoy se van imponiendo y que conciben la vida de los seres humanos solo como una sucesión de maniobras dirigidas al lucro.



Patrimonio inmaterial como premio consuelo

Por Alberto Chirif

El Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía Peruana (Formabiap) acaba de editar un hermoso libro llamado: “Lo que nos pertenece: Patrimonios culturales de los pueblos indígenas”, que incluye once textos referidos a conocimientos de un número igual de pueblos: Awajún, Achuar, Wampis, Shawi, Kukama-Kukamiria, Kichwa, Shipibo, Ashaninka, Huitoto, Bóóraá y Tikuna. Los autores de dichos textos son personas pertenecientes a algunos de esos pueblos y antropólogos que trabajan con ellos desde hace mucho tiempo. Se trata de una hermosa edición ilustrada con dibujos realizados por artistas indígenas y fotografías de los autores.

Aunque el contenido del libro entra dentro de lo que la normativa vigente clasifica como patrimonio cultural inmaterial, me alegra mucho que Formabiap no haya puesto énfasis en el adjetivo de inmaterial en el título del libro, por razones que intentaré explicar en las siguientes líneas.

El Convenio sobre Patrimonio Cultural Inmaterial, aprobado en octubre de 2003 por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), y vigente en Perú desde 2008, define así el concepto:
Art. 2º. Se entiende por “patrimonio cultural inmaterial” los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible.

Señala a continuación que el “patrimonio cultural inmaterial” se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes: a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial; b) artes del espectáculo; c) usos sociales, rituales y actos festivos; d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; e) técnicas artesanales tradicionales.

Me referiré ahora a los ámbitos señalados por el Convenio. Comienzo por decir que, en el caso de los pueblos indígenas, no conozco ninguna manifestación cultural que pueda ser calificada como “arte del espectáculo”. ¿Qué es un espectáculo? El diccionario de la RAE ofrece dos interpretaciones complementarias:
1. Función o diversión pública celebrada en un teatro, en un circo o en cualquier otro edificio o lugar en que se congrega la gente para presenciarla. 2. Aquello que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles.

De este modo un espectáculo supone dos partes: los intérpretes, los que montan e interpretan el espectáculo propiamente dicho; y los espectadores, es decir, los que lo miran, se deleitan y, al término de la puesta en escena, aplauden si es que esta les ha gustado. Bueno, esto no existe en los pueblos indígenas amazónicos y, me atrevo a decir, que tampoco en los andinos que han pasado por un proceso de mestizaje que ha incorporado expresiones culturales con características especiales que, de alguna manera, los acercan a la definición de espectáculo; por ejemplo, las corridas de toros o la presentación de bailes tradicionales en coliseos. En ambos casos, sin embargo, la calidad de observadores (espectadores) de los asistentes (condición indispensable para que el acto califique de espectáculo) es relativa, ya que ellos se comportan más como intérpretes que como público.

La concepción de espectáculo cultural corresponde a otro tipo de sociedades, a sociedades fundamentalmente urbanas, capitalistas (aunque a veces el capitalismo sea ejercido por el Estado), estratificadas y especializadas, en el sentido que los individuos manejan solo algunos campos del saber que son los que guían su práctica social. No es el caso de las sociedades indígenas amazónicas tradicionales.

Respecto a los demás ámbitos señalados en el Convenio de la Unesco hay también problemas. La práctica de tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma, y de usos sociales y rituales; así como el ejercicio de conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; y de técnicas artesanales tradicionales, se expresa en espacios sociales que, por definición, son materiales porque se dan en un espacio y en un tiempo determinados; y, al mismo tiempo, requieren de condiciones también materiales para su realización, siendo la principal el cumplimiento de los derechos de los pueblos indígenas.

Es ahí donde entra el tema de hasta dónde es posible diferenciar lo material de lo inmaterial desde una perspectiva que califico de sana, en la medida que valore el hecho cultural total. En el caso de las sociedades indígenas, esta valoración es algo que ellas hacen como creadoras de las culturas. No sucede lo mismo con las sociedades que, de diversas maneras y en distintos momentos, solo se relacionan con ellas con fines de dominación y saqueo. Cuando los conquistadores arrasaban templos y cementerios indígenas en búsqueda de oro, plata y otras riquezas y, al mejor estilo de los actuales reducidores, convertían los objetos en chatarra y luego en lingotes, es evidente que el único valor que le daban a esas creaciones era el material. No sabían, y en realidad no les interesaba saber, que los actos bárbaros que realizaban destruían no solo objetos sino también los conocimientos que se habían usado para dar vida a esas creaciones y las concepciones simbólicas que ellas contenían.

La misma actitud caracteriza a los modernos saqueadores que destruyen territorios indígenas que son esas porciones del Universo conocidas y nombradas por los pueblos indígenas y hechas propias mediante una práctica de ocupación, de familiarización y de disposición de una urdimbre y una trama que entrelazan sociedad, geografía e historia. Mientras que la concepción indígenas no distingue entre lo material y lo que no lo es, la moderna concepción solo ve el medio como recursos comercializables, llámense estos minerales, hidrocarburos, bosques, agua o suelos para cultivos agroindustriales.

Si ahora he señalado las dificultades desde las concepciones indígenas de discriminar entre lo material y lo inmaterial, quiero seguidamente retomar lo que antes he mencionado sobre el hecho de que los ámbitos señalados por el Convenio de la Unesco requieren de condiciones también materiales para su realización, las cuales solo serán posibles si se respetan los derechos de los pueblos indígenas.

Enfrentamos en el momento actual un duro debate sobre el tema de la consulta previa, derecho central en la medida que condiciona el ejercicio de una serie de derechos, como la autodeterminación, el territorio, la salud, la educación y otras. Las posiciones más extremas, que curiosamente vienen del propio gobierno que aprobó la ley sobre el tema, pretender terminar con el perro como medida de cortar la rabia y sostienen que ya no existen indígenas, sean porque los que se llaman así tienen celulares, manejan computadoras, viajan en avión o, en fin, gozan de los beneficios de alguna de las tecnologías modernas. Ya no se discute si la consulta da derecho a veto o no o temas formales, como plazos y momentos para realizarla. Se trata, en cambio, de una estrategia de amputación radical: no existen indígenas, por tanto tampoco no hay pueblos que deban ser consultados. La consulta cae por su peso como el andamiaje de una fantasía que nadie recuerda como se montó pero que no vale la pena prolongar. El paso siguiente que tal vez quiera dar el gobierno peruano es denunciar el Convenio 169, es decir, escapar de sus alcances.

Dentro de esta lógica, el reconocimiento del patrimonio cultural inmaterial de los pueblos indígenas juega el papel de premio consuelo a un presente concebido como pasado.

Creo que vale la pena recordar ahora lo que Fidel Tubino plantea en un artículo sobre interculturalidad. Señala que hay dos formas de concebirla, a una la califica de funcional (o neo-liberal) y a la otra, de crítica. La primera es un enfoque que oculta la injusticia y que excluye a los sectores dominados de la sociedad de la esfera del poder, es decir, del núcleo desde el cual deben plantearse las transformaciones de la sociedad que permitan enfrentar y eliminar las desigualdades vigentes. La segunda, en cambio, busca encarar el tema de la desigualdad y busca construir propuestas para superarla; y trata de hacer visibles los conflictos y las diferencias, que son los verdaderos causantes de la violencia estructural que existe en la sociedad, para establecer mecanismos que permitan profundizar el diálogo y así elaborar propuestas interculturales que construyan un nuevo tipo de sociedad.

Creo que este es uno de los problemas de fondo que está en el debate del patrimonio cultural inmaterial y por eso reafirmo que considero un acierto de Formabiap no haber puesto énfasis en este adjetivo. Felicito a Formabiap por esta publicación ya que poner en evidencia los conocimientos y tecnologías de los pueblos indígenas es una manera real de combatir los prejuicios y el racismo contra ellos. Felicito también a mi colega Frederica Barclay por la responsabilidad que asumió como coordinadora de esta obra.

Para terminar quiero referirme a uno de los retos que un texto como el presente plantea: su uso, la manera de cómo transmitir los conocimientos que contiene. Los pueblos indígenas han sido ágrafos tradicionalmente. La escritura la han ido incorporando recién en los últimos 60 años. Esto no debe ser visto como una expresión de minusvalía cultural, como un síntoma del pretendido primitivismo de dichos pueblos, como muchos afirman por ignorancia o mala fe. El concepto de analfabeto funcional acuñado por las sociedades basadas en la escritura para denominar a personas que sabiendo leer no leen o que leyendo no entienden lo que leen, o que solo leen los titulares de diarios basura parados en los kioscos de las esquinas, debería bastar como ejemplo para señalar por qué estas no deben ser consideradas como mejores que las sociedades indígenas. Nunca he sabido que estas últimas tenga un concepto como “ágrafos funcionales” para definir a individuos que no hayan asimilado los conocimientos que sus sociedades les tramiten para que se realicen como personas.

Cierro estos comentarios refiriéndome a una anécdota que le escuché contar hace apenas un mes a Zebelio Kayap, presidente de Ordecofroc, federación que congrega a comunidades awajun del río Cenepa y que hoy realiza una dura pelea en defensa de sus derechos territoriales amenazados por empresas mineras. Cuenta él que quiso aprender unos ánen (justamente uno de los artículos de este libro se refiere a ellos), un tipo de cantos que interpretan hombres y mujeres para adquirir poder e influir sobre la vida. Él quería aprender ánen para conseguir esposa. Señaló que escuchó estos cantos, los escribió en un cuaderno y se los aprendió rigurosamente de memoria. Sin embargo, al cabo de un tiempo se dio cuenta de que sus cantos no habían tenido efecto ya que él seguía sin conseguir esposa. Entonces consultó a un anciano y este le dijo que los ánen no eran para aprenderlos en el papel, sino en el corazón. De hecho, la palabra ánen tiene la misma raíz que la palabra corazón, órgano en el cual para los pueblos del tronco Jíbaro residen los sentimientos, los pensamientos y la capacidad de conocer.

El reto, pues, para Formabiap es hacer que los conocimientos que porta este libro sean conocidos por el corazón de los alumnos, de los docentes y demás lectores, que es la única forma de cambiar sustancialmente las relaciones que hoy se van imponiendo y que conciben la vida de los seres humanos solo como una sucesión de maniobras dirigidas al lucro.