Ciudad capitalista: práctica y discurso en las entrañas del Vivir-Convivir Bien

La clave del proceso de construcción del Vivir-Convivir Bien radica en enfrentarse de lleno al proyecto civilizatorio del capitalismo en la ciudad. La transformación económica y social de Bolivia esta sujeta a una nueva praxis de producción y consumo del territorio que sea consecuente con la ética de la vida, la de la naturaleza, la de los seres humanos. ¿Qué revolución más grande que la persistencia de la vida?



Ciudad capitalista: práctica y discurso en las entrañas del Vivir-Convivir Bien
Jhohan Braxton Oporto Sánchez*
http://ferreco.blogspot.com/2014/06/ciudad-capitalista-practica-y-discurso.html

A pesar del giro retórico descolonial y antiiemperialista propuesto en Bolivia desde 2006 por el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) y la re-constitución política del país en 2009 que define al Estado Plurinacional como agente central de la construcción de un horizonte civilizatorio alternativo al capitalismo, en la práctica este proceso se enfrenta a contenidos políticos conservadores y liberales históricamente arraigados al poder de clase; por otro lado, dichos contenidos son paradójicamente reconocidos por instrumentos técnicos y políticos que dan continuidad interna a las prácticas del capitalismo neoliberal que tanto se critican.

En tal sentido, la construcción del hábitat del socialismo comunitario para el Vivir y Convivir Bien entres seres humanos y con la naturaleza en la dimensión de la vida urbana y de su continente material: la ciudad, se enfrenta a contradicciones que reproducen el proyecto civilizatorio de desarrollo y modernidad capitalista. Es decir, se pretende construir una nueva ética de vida y convivencia sobre la profundización de la ruptura del metabolismo social y con la naturaleza, que se materializa en la producción y consumo de la ciudad al influjo de la lógica del mercado y la maximización de la renta por parte del capital privado nacional y extranjero.
Introducción
In memoriam Roberto Segre (1934-2013)
A Roberto Segre, conocido historiador y teórico crítico de la arquitectura y urbanismo latinoamericanos, se le ocurrió, durante su última visita a Bolivia en 2009, salir a tomar un café al centro de la ciudad de Cochabamba a eso de las 22 horas. Los complacientes guías acompañantes le dieron un paseo por el centro histórico: la plaza principal y calles aledañas, sin encontrar, lo que ellos sabían no existía a esas horas ni en ese lugar precisamente, un café, por lo que decidieron llevar al visitante a un cinecentro de la ciudad por su oferta del servicio solicitado en un “ambiente” más seguro y vital a esas horas.
Comentó Segre al día siguiente, en un panel adjunto al seminario sobre espacios públicos en el que participaba, que ¿Cómo era posible que la zona central de la ciudad no ofreciese alternativas para el encuentro y la integración social dada la calidad de su patrimonio arquitectónico y la historia que al mismo tiempo albergaba?
El cuestionamiento planteado apuntaba a los actuales agentes clave del desarrollo social y urbano: Estado y capital privado. Al respecto, Segre ejercitó su vocación de historiador al señalar que en el continente desde la década de 1970, y 1985 particularmente para el caso de Bolivia, se había ido consolidando la vía hegemónica de desarrollo urbano neoliberal. Dicho desarrollo se sostiene en la predica economicista de liberar el mercado a la iniciativa privada, dejando al Estado la tarea de generar las bases jurídicas y políticas para proteger las operaciones del capitalista transnacional y nacional.
La expansión por América Latina de la fórmula empresarial de “multicentros” como lugares adecuados para la recreación y el acceso a servicios con condiciones de seguridad, muy a la usanza de las modernas ciudades estadounidenses y su way of lifemediatizado por la globalización imperialista, dejaba expuesta la lógica neoliberal de desarrollo social urbano apuntada a partir de la situación atravesada por Segre la noche anterior.
La intervención de un arquitecto chileno que compartía el panel se apresuró a defender la iniciativa urbano-arquitectónica privada en Santiago al momento de ofertar centros de multi-servicios que iban desde un capuchino hasta una cirugía estética, pasando por salas de cine, gimnasios, centros educativos, salas de venta de automotores, sucursales bancarias y cajeros para la provisión de billetes al momento de comprar lo que a uno se le ocurriese y que estuviese, obviamente, a su alcance.
Aunque el posterior debate se restringió al campo académico especializado del patrimonio y el diseño arquitectónico, las posiciones esbozadas sobre lo que se concebía como desarrollo social y urbano: una crítica y otra apologética, habían establecido en el centro de su argumento la relación entre las dinámicas (práctico-discursivas) de la producción y uso/consumo de la ciudad capitalista en su faceta neoliberal actual.
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Si bien Bolivia, entre otros países, se ha convertido en referencia de construcción de un proceso societal “postneoliberal” desde 2006, la transición del sistema capitalista a un sistema socialista comunitario por la vía democrática burguesa (Rangel, 2004) se ha convertido en una tarea compleja, ya por el profundo arraigo de una tradición política conservadora y liberal ligada a la gestión del poder de clase, y también por contradicciones en el seno mismo del proceso: incongruencia entre retórica y práctica (reformista y revolucionaria).
El ámbito concreto dónde estas situaciones se aprecian con claridad es la vida en las ciudades latinoamericanas y, a partir de la anécdota narrada al inicio, particularmente las bolivianas. En tal contexto, la configuración material y social de la ciudad en la producción y uso/consumo de soportes materiales[1]urbano-arquitectónicos obedece a la lógica del mercado y el capital nacional y extranjero, cuya única expectativa es la máxima rentabilidad de su inversión a costa de promover la insustentabilidad social: el desarrollo desigual, pobreza, hacinamiento, salud pública, inseguridad, exclusión social; y la insustentabilidad ambiental: contaminación de tierra, aire, agua, que ponen en riesgo la reproducción de la vida. En resumen, la ciudad como hábitat de la sociedad capitalista materializa sus condiciones civilizatorias: democracia burguesa, relaciones de producción, propiedad privada, organización del Estado, entre otras, en detrimento de la construcción de un hábitat adecuado al vivir-convivir bien de la sociedad integrada a la naturaleza. Todo lo contrario a lo propuesto por la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia (CPE) de 2009 y el Plan Nacional de Desarrollo para Vivir Bien (PND-VB) de 2007.
El objetivo de este trabajo es el de explorar brevemente ciertas formas de producción y consumo de soportes materiales urbano-arquitectónicos en la ciudad capitalista boliviana para de esta manera advertir sobre la necesidad de que el proceso de subversión del sistema capitalista también tiene una dimensión territorial-social concreta: la ciudad. En tal sentido, la ciudad se convierte en el ámbito medular de la transformación civilizatoria, por tanto de construcción de la nueva ética de la vida sintetizadas en el Vivir-Convivir Bien de la sociedad y con la naturaleza. Para tal cometido desarrollamos tres unidades, en la primera se caracteriza la ciudad como soporte material síntesis del proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista y como ésta a partir de la ruptura del metabolismo social con la naturaleza por el objetivo de ampliar la renta tiende progresivamente a la destrucción de la vida, en la segunda a partir del caso particular de la ciudad boliviana se presenta un análisis sobre las dinámicas del capital nacional-extranjero en el sector de la construcción que aparece en la actualidad como dinamizador de la economía nacional y el discurso del capital con relación a los efectos del desarrollo socioeconómico urbano, por último se presentan las conclusiones a manera de reflexiones finales.
1. Modernidad capitalista y ciudad
En la consolidación de la transición de la sociedad medieval a la modernidad del sistema socioeconómico capitalista, la clase burguesa dominante y las nuevas dinámicas productivas resultantes de la industrialización establecieron a la ciudad europea como el modelo urbano-arquitectónico síntesis de la civilización y el progreso, por tanto vía última y definitiva del desarrollo (producción y consumo) a aspirar por cualquier nación del mundo.
Con su naturaleza hegemónica de expansión mercantil y productiva desde sus albores en el siglo XVI e intensificada bajo la máscara ideológica de la globalización y el recetario económico-cultural del imperialismo contemporáneo, la mundialización capitalista ha extendido sus criterios básicos de organización y transformación del territorio y la naturaleza en la relación opuesta entre: campo-ciudad, rural-urbano, retraso-progreso, barbarie-civilización. Así, la urbanización del territorio por la modernidad capitalista en sus distintas facetas y contextos geográficos se ha sostenido en la construcción material y simbólica de la ciudad o urbe (urbus=civilizado) como valor opuesto al mundo rural (rus=rústico) hostil (Rodríguez et al., 2010: 94). Valor que, en otras palabras, a través del sometimiento del campo por la ciudad, impone el rescate de la barbarie por la civilización burguesa, aspecto resaltado por Marx y Engels en “El Manifiesto Comunista”:
“La burguesía somete el campo al dominio de la ciudad y crea urbes enormes. Acrecienta en una fuerte proporción la población urbana con respecto a la rural, y rescata a una parte considerable de la población, de la estrechez de miras de la vida en el campo. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete a los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, a los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el oriente al occidente” (Marx y Engels, 2005:18).
Este sometimiento basado en el distanciamiento entre campo-ciudad, a decir de Marx y Engels, “convierte a unos individuos en limitados animales urbanos y a otros en limitados animales rústicos” (citado por Kingman, 1988:10), es decir que en sentido económico es funcional a la división social y territorial del trabajo. Y ligado este sentido al cultural, la modernidad refuerza el proyecto de poder hegemónico de clase de la burguesía, pues como apunta De Trazegnies: “ser moderno es también de alguna manera ser superior, y la distancia entre las clases dirigentes y las clases populares se acentúa en la medida en que las primeras siguen aparentemente la ola de la historia mientras que las segundas se quedan varios siglos atrás” (citado por Kigman, 1989:13).
En resumen, la homogeneización de la producción y consumo de soportes materiales del sistema capitalista han sido desde los albores del mismo preocupaciones fundamentales del poder de clase y su programa o contenido político para su desarrollo, así la ciudad moderna es una respuesta a las condiciones estructurales y estratégicas económicas, sociales e ideológicas (Rodrigues, 1979:11) desplegadas por el capital en el tiempo y el territorio, es decir, expresa una relación histórica recíproca entre forma y contenido de apropiación/transformación/destrucción de la naturaleza funcionales a la reproducción del sistema.
Metabolismo social y con la naturaleza
La consolidación hegemónica del sistema socioeconómico capitalista sin embargo no ha cumplido con las expectativas de progreso y desarrollo. Por el contrario, bajo el leitmotiv capitalista de acumulación cada vez mayor de riqueza y en el menor plazo (ganancias extraordinarias), la mundialización del mercado ha promovido el desarrollo desigual y con la interdependencia la recurrencia y profundización de las crisis económicas inherentes al sistema se ha desplegado una problemática sintomática resultante de la ruptura en la relación metabólica sociedad-naturaleza que pone en vilo la reproducción de la vida misma.
La ruptura establecida por el sistema capitalista se manifiesta en la contradicción en la relación entre producción y consumo social, pues la producción no resuelve necesidades básicas ya que su fin es la generación de ganancia, en tal sentido apunta Foladori: “El sistema capitalista no produce tomando en consideración la capacidad de los ecosistemas de reproducir las materias primas que le extrae, pero tampoco produce considerando la satisfacción de las necesidades humanas. Produce guiado, exclusivamente, por la ganancia” (Foladori, 2007:3), lo que genera dos efectos de insustentabilidad del sistema y de la vida en sí: i) el ambiental, y ii) el social.
De acuerdo a Foladori, la insustentabilidad ambiental cuyos efectos más notorios son: cambio climático, calentamiento global, enfermedades y mortalidad humana, contaminación de ecosistemas, ciclos naturales rotos, entre otros, es consecuencia de las estrategias del capital: división campo-ciudad (concentración de: población, industria, consumo, recursos), especialización económica territorial, expansión de fronteras productivas en las escalas nacional e internacional y producción para el mercado (la ganancia) en detrimento de las necesidades sociales (reconcentración). Por otro lado y en correspondencia a tales estrategias, la insustentabilidad social se aprecia en la degradación de la naturaleza humana de las mayorías por la superexplotación del trabajo y la inequidad de condiciones de salud (enfermedad y mortalidad), educación, acceso a servicios, empleo y desempleo, salarios, condiciones de trabajo, entre otros. A decir de Foladori, “el sistema capitalista no puede conseguir que la naturaleza humana, en sus clases mayoritarias, viva y se reproduzca sustentablemente; al contrario, las relaciones capitalistas profundizan la inequidad. La insustentabilidad social es intrínseca al capitalismo” (Ibid.:5).
Sin embargo de la constatación de esta ruptura y sus efectos ambientales y sociales inmediatos en las ciudades, el reformismo liberal de la institucionalidad capitalista mundial (Organización de Naciones Unidas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, otros) ha desplegado en las últimas décadas un amplio recetario de políticas socioeconómicas y culturales que tratan de desmitificar la esencia nociva del desarrollo capitalista para con la vida. Desde la crisis de la década del 1970 y el surgimiento de la etapa económica neoclásica o neoliberal, el desarrollo calificado de: nuevo, inclusivo, crecimiento con equidad, lucha contra la pobreza, sustentable, humano sustentable, entre otros adjetivos, no ha tenido como objetivo ajustar las condiciones estructurales que emplazaron la sustitución de la ética de la vida por la de la ganancia, sino solo su humanización. En tal sentido, el discurso del desarrollo más humanizado en la clave ideológica neoliberal actual debe comprenderse solo como eso, el cambio formal de las ideas, y a sabiendas de que en el maquinar del capital se encuentra latente el desprecio por la vida.
2. Capitalismo neoliberal y ciudad boliviana contemporánea
La rearticulación del desarrollo capitalista iniciado en la década de 1970 bajo la égida de la economía neoclásica y su institucionalidad internacional (Banco Mundial, entre otras) tiene su incursión en la historia boliviana en 1985 cuando las políticas estatales de ajuste estructural definieron la privatización, desregulación y apertura de la economía nacional como únicos mecanismos para superar la crisis y el subdesarrollo del país y la región.
Desde entonces al presente, y aunque en 2006 se iniciara la reconstrucción política post-neoliberal del Estado boliviano con el discurso de “derogación en la práctica” (García Linera, en la prensa), del corazón de la reforma: el Decreto 21060, en la realidad concreta del caso particular del ámbito urbano, el continente de la sociedad capitalista en transición: la ciudad, se construye al influjo de las dinámicas de mercado, ya por su reconocimiento legal y promoción por parte del Estado en obras de infraestructura y servicios (Ley de Municipalidades 2028 de 1999) o iniciativas propias en sectores descuidados o no cubiertos por las políticas públicas como vivienda, infraestructura comercial, recreativa, entre otros.
Si bien desde 2006 el Estado ha recuperado su protagonismo en la dimensión macroeconómica nacional, modificando la apertura y regulaciones a la inversión privada nacional-extranjera, así como la nacionalización de recursos y empresas estratégicas, en las dimensiones territoriales y políticas departamentales, regionales y municipales los instrumentos estatales jurídico-técnicos macro no acaban de articular su descentralización y autonomía en: estatutos autonómicos, cartas orgánicas, planes, entre otros (establecidos por la Ley Marco de Autonomías y Descentralización de 2010), que aporten en la práctica a la generación de bases económicas y territoriales para la construcción del horizonte epocal socialista comunitario alternativo al desarrollo capitalista.
La debilidad del Estado en estas dimensiones se manifiesta en un pragmatismo burocrático incapaz de dar el salto de la retórica política a la planificación y definición de estrategias socioeconómicas y productivas cualitativas concretas en el territorio que superen la noción de desarrollo como crecimiento del PIB, y que a su vez promuevan la transformación de las relaciones sociales y económicas impuestas por el mercado capitalista. Así, en la dimensión concreta de municipios-ciudad como las capitales de Cochabamba, La Paz, Santa Cruz, o las regiones que los contienen, al amparo del planteamiento “Economía Plural” establecido en la CPE de 2009, los agentes del capital privado nacional y extranjero operan a su conveniencia en la lógica neoliberal, ordenando-destruyendo o desordenando-construyendo los soportes materiales urbano-arquitectónicos de/y la vida social.
En un contexto diferente, pero al interior de las márgenes del sistema capitalista, hace ya cuatro décadas que Castells reconocía esta dinámica del capital en la ciudades europeas cuando apuntaba que: “El ‘desorden urbano’ no es tal desorden, sino que representa la organización espacial suscitada por el mercado” (Castells, 2008:22). Pero esta racionalidad de orden-desorden impuesta por el capital en la ciudad no solo reditúa ganancias sino que funcionaliza las relaciones socioeconómicas y culturales locales a patrones de uso/consumo homogeneizados por la globalización imperialista que tienen como objetivo central la reproducción del modelo civilizatorio de la modernización industrial, al respecto continua Castells: “La racionalidad técnica y la tasa de ganancia conducen (…) a borrar toda diferencia esencial inter-ciudades y a difundir los tipos culturales en el tipo generalizado de la civilización industrial capitalista” (ibid.).
En este contexto de contradicciones entre el proyecto nacional boliviano y el del capital surge la necesidad de reforzar el vínculo entre la transformación económico productiva y la transformación del territorio en correspondencia con el horizonte societal propuesto en el Vivir-Convivir Bien. Así, la reconstitución del equilibrio social con la naturaleza pasa por asumir la vital importancia de romper con la división entre campo y ciudad, soporte material fundamental del proyecto capitalista, por tanto de integrar lo económico y territorial para transformar las relaciones sociales y productivas y distribuir la riqueza de manera equitativa en todo el territorio. Esta condición debe comprenderse como prioritario en todas las escalas políticas y territoriales de la nación, al respecto, Higgins considera que:
“El descuido de los aspectos espaciales del desarrollo económico hasta hace muy poco tiempo es tanto más desafortunado porque gradualmente se viene advirtiendo que las relaciones espaciales constituyen la médula del problema del desarrollo” (Higgins, 1970:171).
El Estado, a partir de recuperar este aspecto central en la planificación del proceso de transición hacia un sistema socialista comunitario, tiene en la dimensión de la ciudad el núcleo central de subversión de los procesos sociales y económicos que evidencian las contradicciones históricas del desarrollo capitalista.
Sin embargo de esta posición coherente con la intencionalidad del proceso boliviano expresado por Pacheco cuando reconoce que “los escenarios territoriales constituyen el laboratorio donde tiene que empezarse a construir un nuevo diseño político, programático e institucional para avanzar en la construcción del Vivir Bien” (2012:124), las prioridades de este diseño en el territorio albergan varias contradicciones internas. Según el mismo autor, tres son los procesos que deben combinarse: i) Satisfacción igualitaria de necesidades que materialicen derechos fundamentales y eliminen deudas históricas con personas, comunidades y regiones; ii) Construcción de un modelo económico-ecológico-plural que articule Estado-mercado-acción colectiva para la redistribución equitativa de los excedentes; y iii) Transformación de organización e instituciones para apoyar el proceso de cambio (Ibid.:124-125).
Como se ha explicado en la unidad anterior y a partir de la experiencia histórica, la contradicción fundamental de estos subprocesos del proceso boliviano se da con la relación entre la ética de la ganancia por parte del capital que se opone al horizonte de equilibrio metabólico entre sociedad y naturaleza sintetizados en el Vivir-Convivir Bien. En correspondencia con esta situación se advierten otras internas: a) el mercado capitalista no acepta regulaciones del Estado y otros agentes como: derechos fundamentales humanos y de la naturaleza, participación democrática horizontal, otros; b) antes que redistribuir la riqueza, el capital destruye los excedentes; c) la transformación institucional y social organizativa no garantiza la pervivencia de un proceso sino la generación de consciencia y esto solo es producto de una revolución cultural de largo alcance.
Este conjunto de contradicciones propias de la relación entre el Estado y el capital, se concretan en la práctica y discurso de producción y consumo de soportes materiales urbano-arquitectónicos de la ciudad boliviana, más aún en lo que en la actualidad se ha venido a denominar boom de la construcción y losshopings y multicentros.
2.1 La práctica: el boom de la construcción en Bolivia
La bonanza que goza en la actualidad el sector de la construcción no solo lo ha hecho notar como ámbito dinamizador de la economía boliviana, durante la última década también se nota su influencia en la ciudad y la sociedad, a través de la reconfiguración del paisaje urbano-arquitectónico y las formas de su uso/consumo.
Como bien reconoce la Cámara Boliviana de Construcción (CABOCO), el comportamiento de este sector ha estado ligado históricamente al desempeño de la economía nacional (Vargas, 2011). En tal sentido, la estabilización de la economía nacional: al influjo de mayores ingresos por las demandas de mercado de materias primas, la liquidez del sistema financiero y bancario, créditos accesibles, remesas, entre otros factores; en los últimos años ha permitido al sector de construcción capitalizar beneficios extraordinarios, ya por la ampliación del gasto fiscal en proyectos de infraestructura urbano-rurales o emprendimientos privados principalmente urbanos.
Las cifras del “boom” son elocuentes, así como en el periodo 2004-2011 el PIB nacional tuvo un promedio de 4.6 puntos porcentuales, en el mismo periodo el sector de la construcción tuvo uno de 7.8 puntos, incidiendo en 0.3 puntos porcentuales al crecimiento del PIB nacional en 2011, mientras que sectores estratégicos como los de petróleo-gas y minería aportaron respectivamente con 0.4 y 0.2 puntos el mismo año (Ibid.; Milenio, 2012a).
Si bien en los últimos años gran parte de este crecimiento del sector puede ser atribuido a la inversión estatal en infraestructura (vías) y equipamiento (escuelas, hospitales) que fluctúa entre 40 (Calasich, 2011) y 70 (Milenio, 2012b) puntos porcentuales del total de la inversión pública con la intención de capitalizar en activos fijos el apoyo al desarrollo económico y social del país en las áreas rurales y urbanas, parte del “éxito” -quizás el más visible- también radica en la inversión privada en sectores como la vivienda (condominios, departamentos) y comercio (tiendas, oficinas), ya por la demanda real del mercado interno o la creación de su “espejismo” por la vulgar generación de rentas inmediatas en la especulación del mercado inmobiliario urbano.
Cifras como: el incremento de los costos de construcción en 12.9 y 11.3 puntos porcentuales en Edificios Residenciales Urbanos y Edificios No Residenciales respectivamente en 2011 (Milenio, 2012a); crecimiento de 16 puntos porcentuales por año de permisos de construcción en el periodo 2005-2010 (Vargas, 2011:8); en junio de 2010 la cantidad de metros cuadrados de construcciones nuevas (vivienda, oficinas y comercio) equivalía a la construcción de 24 edificios de 100 pisos, 10 de ellos ubicados en Santa Cruz, 6 en La Paz, 5 en Cochabamba, 2 en sucre y 1 en Tarija (IBCH, 2010); incremento de los costos del mercado de bienes inmuebles por encima de los 100 puntos porcentuales del precio real entre 2004 y 2012 (FIDES, 2012; Querejazu, 2012; Vásquez, 2012); reflejan la magnitud del fenómeno en este ciclo de bonanza para el capital privado.
Varios analistas señalan que capitales de otros sectores productivos como el agrícola han optado por el sector de la construcción al ser este un ámbito que concreta el flujo dinámico actual de moneda en el mercado interno y las remesas que provienen del exterior (Calasich, 2011). Otros apuntan a que ante la caída de las tasas de interés pasivas y activas en la banca el ahorro emigró de activo financiero hacia activos reales, o dicho de otra manera, tanto la construcción como los bienes raíces se convirtieron en reserva de valor desplazando al sistema financiero (Milenio, 2011).
Sean éstas u otras las circunstancias condicionantes del fenómeno en la actualidad, desde una perspectiva económica estructural lo que se advierte es la pujante dinámica del capital en un marco flexible en regulaciones jurídicas (laborales, mercado especulativo, impuestos) y técnicas (control de calidad, impacto medio ambiental, impacto en infraestructura existente: vías, servicios) desintegradas de una visión ética de construcción cualitativa de la ciudad y por tanto de desarrollo social.
Así, las tipologías urbano-arquitectónicas: vivienda multifamiliar y centros profesionales-comerciales, puestos en boga por el capital se convierten en nuevos medios funcionales, por un lado, a la maximización de rentas por el uso intensivo del suelo urbano a favor de empresas constructoras y agentes inmobiliarios (que las más de las veces resultan ser una única empresa), y por otro, a la reconfiguración (adaptación) de las relaciones socioeconómicas y culturales en el uso/consumo mercantilizado de una nueva reconfiguración del paisaje construido de la ciudad.
2.2 El discurso: los shopings y multicentros
Ligado al reconocimiento del boom de la construcción se encuentran los proyectos urbano-arquitectónicos: shopings y multicentros que han transformado la imagen de la ciudad y modificado sustancialmente la vida en la ciudad.
En un reciente artículo de opinión con un enfoque económico titulado “Megacenter, cine centers, multicines integradores” (Bolpress, 2013-01-22), Xavier Iturralde realiza una valoración de la relación entre la inversión privada en centros de recreación (cines, plazas de comidas, superemercados, tiendas, bowling, gimnasios, oficinas, pistas de patinaje sobre hielo, entre otras) y sus bondadosos efectos en la integración social en las principales ciudades de Bolivia: Santa Cruz, La Paz y Cochabamba. Al iniciar la nota Iturralde plantea el sentido de su reflexión al enunciar que:
“Bolivia ha cambiado desde la creación de los Cine Centers, Megacenters y Multicines tanto en Santa Cruz, como en La Paz y también en Cochabamba y muy próximamente en El Alto. Obedecen a una política meramente de utilidades. Son negocios basados en la compra de terrenos grandes o préstamos por varios años de los mismos e integran a la población boliviana como nunca jamás antes se vio” (Iturralde, 2013).
Para quienes tienen como hogar una de las ciudades dónde estos proyectos se emplazan y que no han tenido la experiencia de visitar ciudades en otros países donde pululan una variedad de centros de oferta de multiservicios, evidentemente, el autor tiene en primera instancia la razón en la observación planteada. Sobre las estrategias de compra o alquiler cuyo único sentido es la generación de ganancias por parte de los inversionistas, también la tiene. Sin embargo cuando se plantea que estos centros promueven la integración social, se esta proponiendo un discurso acertado a medias.
De acuerdo a cifras presentados por Iturralde en el artículo y otras complementarias, entre 2004 y 2010 la inversión privada de capitales nacionales y extranjeros en los populares multicentros alcanzan la suma aproximada de 54 millones de dólares estadounidenses (Iturralde, 2012; Skycrapper) para acoger a 14.400 personas en sus instalaciones[2]. Dicho monto equivale en promedio a una inversión privada ejecutada de 7.72 millones por año para el periodo señalado. Por otro lado, la inversión pública ejecutada en Programas de Inversión vinculados al desarrollo humano, y promoción del deporte y cultura para el año 2009 en los municipios capital de Santa Cruz, La Paz y Cochabamba alcanza a: 5.01 millones en Desarrollo humano y promoción del deporte; 6.20 millones en Fomento de la cultura, patrimonio tangible, intangible; y 0.35 millones en Desarrollo y fomento del turismo (CEDIB, 2011:69-70)[3].
Si bien la comparación de la inversión ejecutada entre infraestructura y programas no parece lógica, es necesario aclarar que, a diferencia de la ciudad cuya propiedad es pública (Estado y sociedad) y en cuyo continente las políticas sectoriales tradicionales del Estado promueven contenidos para el mejoramiento de las condiciones de vida y convivencia social, los multicentros son continentes privados que de manera restringida albergan la vida pública por la oferta de contenidos que generen beneficios al inversionista, es decir, lo importante no es la calidad de respuesta a necesidades sociales sino la rentabilidad del contenido/producto ofertado por el capitalista.
En otro párrafo del texto, el autor al describir las características y dinámicas funcionales de estos centros refuerza el planteamiento sugerido:
“Estos locales todos los días de la semana reciben miles de visitantes, que en los patios comunes ocupan mesas a su libre escogencia y consumen lo que les plazca. Los miércoles, con una entrada entran dos personas a los cines. Es un ir y venir continuo de personas que simplemente miran mercaderías ofertadas, otras que compran lo que les gusta. Paralelamente a los que visitan oficinas con trámites específicos o están trabajando. Es una mezcla absoluta de orígenes étnicos sin distinción monetaria.” (Iturralde, 2013)
Dos bondades aprecia Iturralde en el párrafo seleccionado: i) el programa arquitectónico que propone la edificación: restaurantes, comedores, cines, tiendas, oficinas, en síntesis, trabajo y recreación; y ii) la integración social sin discriminación de clase y raza en el consumo. Sin embargo, estos dos componentes que caracterizan la relación soporte material y usuario, se sintetizan en el objetivo vulgar de generar ganancias a partir de la inversión en suelo urbano y a través de la relación entre renta del suelo e intercambio mercantil, es decir que la lógica vulgar de acumulación del capital se maximiza en la renta del suelo urbano a través de la densificación del intercambio mercantil de un subprograma de contenidos/productos al interior del sistema arquitectónico.
Sobre la segunda sentencia, la integración sin discriminación de condición social y racial se presenta como una fachada romántica y simplista. ¿Quiénes asisten? ¿Cuánto cuesta consumir: comer, ver película, pagar un trámite, comprar en la tienda? ¿Cuáles los formatos de moneda para el consumo? ¿Cuáles las preferencias de consumo de los grupos étnicos? Entre otras preguntas podrían resultar en análisis estadísticos sobre el ingreso medio por individuo en la ciudad versus el costo de ver una película o etnografías complejas. Dado que el objetivo principal de estos centros es la rentabilidad económica de las inversiones privadas, la integración es un efecto secundario, lo que importa al capitalista mayor es recibir la renta por los alquileres, a los capitalista arrendatarios: el intercambio mercantil de productos y servicios, lo que importa a ambos es rentabilizar su inversión y para ello el usuario o consumidor es una variable limitada a su capacidad económica y cultural de consumo, o en última instancia materia prima por moldear a futuro.
Para finalizar, los apuntes realizados por Iturralde coinciden totalmente con los argumentos esbozados en 2009 por el arquitecto chileno del panel sobre espacio público, los mega-centros estadounidenses y santiaguinos han sido clonados siguiendo la receta de la mundialización capitalista en su forma neoliberal, cuya ética de ganancia campea triunfante en el boom de la construcción y la reconfiguración de la imagen urbana y la vida en las ciudades bolivianas.
En pleno proceso de cambio, habrá que preguntarnos con ingenuidad simulada, al estilo de Segre: ¿Por qué teniendo el adversario identificado, el horizonte societal del Vivir-Convivir Bien definido, las fuerzas sociales a favor, los potenciales humanos y naturales necesarios… seguimos extendiendo en la incertidumbre nuestra revolución anhelada?
3. Conclusiones
Las reflexiones propuestas se pueden sintetizar en:
1. La perversa ética de la ganancia extraordinaria extendida por la mundialización de la producción y el mercado capitalista ha roto el metabolismo de la sociedad con la naturaleza por la división campo-ciudad.
2. Tal ruptura y la profundización de sus consecuencias por las continuas crisis y reestructuraciones del capital en el tiempo y el territorio, en la actualidad producen la insustentabilidad ambiental y social y con ello pone en riesgo la vida planetaria.
3. El proceso emprendido por Bolivia desde 2006 tiene en la ciudad el escenario concreto donde las dinámicas del capital neoliberal reconfiguran a su antojo, en el discurso y la práctica, no solo el paisaje material sino las relaciones sociales y culturales para la reproducción del sistema capitalista.
4. En tal contexto, la retórica del Vivir Bien si bien reconoce la importancia fundamental del territorio en la construcción del nuevo horizonte societal, debe resolver primero las contradicciones en su seno relacionadas al capital y el mercado.
Por último es necesario remarcar que la clave del proceso de construcción del Vivir-Convivir Bien radica en enfrentarse de lleno al proyecto civilizatorio del capitalismo en la ciudad. La transformación económica y social de Bolivia esta sujeta a una nueva praxis de producción y consumo del territorio que sea consecuente con la ética de la vida, la de la naturaleza, la de los seres humanos. ¿Qué revolución más grande que la persistencia de la vida?

Jhohan Braxton Oporto Sánchez es Arquitecto y Magister en Educación Superior por la Universidad Mayor de San Simón – Bolivia, Doctorante en Estudios del Desarrollo por la Universidad Autónoma de Zacatecas – México
E-mail: pipoqas@hotmail.com
Bibliografía
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Castells, Manuel ([1974]2008), “La cuestión urbana”, Siglo XXI, México.
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[1] El concepto “soportes materiales”, de manera más común, se refiere a los objetos/sistemas materiales/infraestructura sobre la que se desenvuelven, y son resultado de, las actividades económicas, políticas, ideológicas y culturales de cierta formación social económica.
[2] Cinecenter de Santa Cruz: 13.5 mill para 2600 personas; Cinecenter Cochabamba: 6 mill para 2800 personas; Multicine La Paz: 15 mill (aprox terminado) para 4000 personas; y Megacenter La Paz: 19 mill para 5000 personas.

[3]Las cifras son de elaboración propia en base al “Cuadro general de gastos por Programas de Inversión, con detalle de lo presupuestado y lo ejecutado, gestión 2009 (Expresado en Bolivianos)”. La tasa de cambio de Bolivianos a Dólares empleada fue de 7.07, promedio de venta establecido por el Banco Central de Bolivia.