Cancun,12 de septiembre. Es la guerra de la pulga. Decenas de iniciativas de desobediencia civil desquiciaron las calles de Cancún entre la noche del 11 de septiembre y la madrugada del 13. El muro de contención contra los manifestantes levantado por las autoridades con dispositivos policiacos en toda la ciudad no resistió el empuje de los ciudadanos. El descontento contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) se escuchó en el mismo Centro de Convenciones. El malestar llegó a todos lados. Playas, centros comerciales, hoteles, plazas públicas, playas fueron el escenario de un “lárguense, no los queremos” colectivo.
Desnudos ante un McDonald’s, filtración hormiga a la zona roja y mítines frente al Centro de Convenciones, escalada en un montacargas de construcción frente a la sede de la OMC e izamiento de una manta con la consigna “Que se vayan todos”, protestas en Wal-Mart, homenajes al señor Lee, caceroladas, destrucción de un Pizza Hut, y muchas otras acciones más fueron el sello de la jornada de protesta contra la OMC.
Todas las protestas tuvieron una fuerte carga simbólica. Buscaron impactar a la opinión pública, sensibilizarla tanto de las razones de su malestar, como del malestar de sus razones. Se efectuaron de manera descentralizada por pequeños grupos de afinidad. Ejercieron muy esporádicamente violencia selectiva contra establecimientos comerciales identificados con la explotación. No agredieron físicamente a nadie. En algunos casos violaron reglamentos.
Entre las lecciones que arrojaron se encuentra el cómo, ante el empuje de la multitud, no hay estado de emergencia policiaco infalible. El enorme dispositivo de seguridad de la cumbre acaba siendo frágil cuando se enfrenta a la decisión de desobedecer de miles de ciudadanos. Las “acciones entre pares” burlaron fuerzas del orden. Y evidenciaron, de paso, cómo en muchos casos -como el de la prohibición a la libertad de tránsito- el gobierno mexicano actuó al margen de la Constitución.
Aunque los foros y la reflexión siguieron realizándose en diversos actos, lo que marco el día estuvo en otro lado. No es que no sea importante lo que allí se dijo, pero la nota fue proporcionada por los grupos de acción directa, no por las grandes organizaciones sociales ni por las ONG. Fue la jornada de quienes reivindican el valor de la audacia y la imaginación para transformar la realidad, no el dequienes privilegian los laberintos de la negociación.
Integradas en su mayoría por jóvenes, estas asociaciones de afinidad, tienen con frecuencia un entrenamiento sofisticado para efectuar acciones de resistencia. Allí están, por ejemplo, los brigadistas anónimos de Seattle, siempre con una visión clara del proceso, que algo saben de estas batallas. Los tres muchachos que escalaron la grúa de construcción debieron trepar más de 60 metros en condiciones particularmente difíciles.
El apañe
Cuenta Carlos Iván Muñoz, de la Caravana Ricardo Zavala:
-Pasadas las 11 entramos a la zona hotelera. Eramos tres personas. Pasamos por el camino del aeropuerto. Nos bajamos frente a la playa del Caracol, cerca del Centro de Convenciones. Quisimos ver si había gente en otro sentido. Fue entonces cuando nos apañaron.
“Primero nos preguntaron qué hacíamos allí. Les dijimos que paseando.
-¿Traen dinero? -nos dijo uno de los tiras. A Cancún se viene con mucha lana. No hay de otra.
“A mí me acusaron de ser guatemalteco. ¿Traes identificación? -me preguntaron. Yo les respondí: “si quieres te canto unas estrofas del Himno Nacional. ¿Cuáles quieres?”
-Como eso no les daba resultado cambiaron el rollo. Dijeron entonces: Tenemos que remitirte. Alguien te anda acusando de robo.
-¿Quién? -le pregunté.
-Eso lo aclaramos del otro lado.
“Le dijimos que estábamos allí para protestar contra la OMC y el neoliberalismo. Nos subieron a las patrullas 9165 y 9162. A mí me esposaron como si fuera un delincuente. Fue entonces que nos soltaron la neta: ‘No queremos que hagan su desmadre de este lado.’ De inmediato nos sacaron de la zona hotelera.
Finalmente nos sacaron de las patrullas y nos obligaron a sentarnos en la banqueta, pero nos dejaron libres.
Soy estudiante de la UNAM. Vengo con la Caravana Ricardo Zavala. No he cometido ningún delito. Sólo caminaba por la vía pública. Tengo derecho a hacerlo, ¿o no? A otros compañeros les fue peor.
Repudio a la cumbre
Frente al Centro de Convenciones, un grupo de estudiantes y cuatro activistas de la Vía Campesina corea consignas contra la OMC. Bloquean pacíficamente una de las entradas a la cumbre. La policía mueve varias rejas de metal para tratar de encerrarlos. Por momentos los manifestantes parecen ganado camino al matadero dentro de un corral. Los uniformados los empujan y golpean. La prensa los rodea, de alguna manera los protege. La televisión, la radio, los periódicos están allí. Dentro de la bola Mario Saucedo sale en defensa de ellos. Grita: “No son animales”. Tres individuos de complexión atlética y lentes oscuros cargan sobre los periodistas. Al menos uno de ellos es parte del Estado Mayor Presidencial. Su gafete lo identifica como José Roberto Arriaga. Indignado con un periodista que le recrimina haberle dado un codazo y con los reporteros que exigen que muestre su identidad acusa: “Ustedes los periodistas son los que azuzan esto.” Otro más sale corriendo perseguido por los medios.
Se colaron subrepticiamente a la zona hotelera. No tienen gafetes. Gritan “Repudio total, a la cumbre imperial.” Tienen más suerte que otros siete de sus compañeros, incluido Carlos Iván Muñoz, que fueron detenidos antes de la protesta por el delito de caminar en la vía pública en una zona VIP.
“No pertenecemos al CGH de la UNAM”, afirman. Exigen que la educación sea considerada un servicio público y que se frene su privatización. Y para que no quedara duda de su origen entonan un “Goya, Goya, Universidad…”
Melba Pría, la responsable de la cancillería mexicana para tratar con ONG y movimientos sociales, se presenta en el lugar de los hechos. El grupo exige saber dónde se encuentran sus compañeros y de qué se les acusa. Después de una llamada telefónica se les dice que en el Ministerio Público. Los muchachos ofrecen retirase tan pronto se libere a los detenidos. Horas después, el acuerdo se cumple.
Ya pasta
Sobre la avenida Yaxchilán, un grupo de unos 250 desobedientes, toma el local de Granjas del Grijalva, abandonado desde hace años y organizan en su interior una comida popular a base de pasta. No se distinguen por su habilidad para abrir la puerta. Su decisión de causar destrozos complicó la maniobra. El retraso no los amilana. Respaldan la acción como si tomaran parte en una escena de la Batalla de Argel. Cuando la puerta se abre estallan en júbilo, mientras pasan frente a ellos tres camionetas de la policía.
Hablan a los vecinos intentando no asustarlos: “venimos en son pacífico. No vamos a romper nada. Vamos a comer y a abandonar el lugar”. Una mujer vestida de blanco les gritonea y les dice que “ya los vio”. Dos jóvenes que pasan por allí comentan entre sí: “ojalá y les partan la madre. Para que aprendan”.
En su mayoría son italianos, aunque hay también mexicanos, españoles, nórdicos y franceses. Colocan tres mantas llenas de colores sobre la fachada. En la primera reproducen una frase de Roland Barthes: “Toda ruptura un tanto amplia de lo cotidiano”. En la tercera bautizan su efímero hostal con el nombre de “El caracol enredoso”, en honor a sus admirados zapatistas.
Cuentan que obtuvieron los alimentos de una “reapropiación directa en supermercados de una gran multinacional.” Aseguran: “es nuestra intención hacer una comida popular, para dar vida a una esperanza, aunque sea temporalmente, de autonomía y autogestión.”
A las 7:25 de la tarde 120 granaderos a las órdenes de Luis Felipe Saiden Ojeda tomaron posiciones. Empuñaron cascos, escudos y toletes y avanzaron sobre el grupo, mientras servían pasta. Se detuvieron cuando un personaje vestido con una camisa del Che Guevara salió de entre el grupo y le dijo algo al oficial. La actitud del jefe de la policía se transformó.
-¿Hay alguna demanda del dueño, oficial? -preguntó un periodista.
-No -respondió el funcionario del gobierno municipal.
-¿Habrá desalojo?
-No, si no hay denuncia no habrá desalojo. No hay destrozos. No debe haber violencia -respondió.
Cerca de una hora después, ocupantes y policías se marchaban del lugar.
“Esta tarde tenemos la intención de retomar un espacio y de proyectar la película Zapatistas, para denunciar la privatización de los servicios culturales y de la propiedad intelectual”.
La guerra de los símbolos
En las primeras horas del día una brigada de dos hombres y una mujer de “la gente arriba del Centro de Convenciones de la OMC” se trepó a un montacargas de más de 50 metros y colocó una manta que dice “Que se vayan todos”. No colocaron ningún símbolo que los distinguiera. Su nombre expresa con claridad su mensaje: se trata de que la gente esté arriba de la OMC y no al revés.
“No somos globalifóbicos -dicen- como hemos sido tachados por los medios de comunicación aquí. Sólo sabemos que la OMC no está preocupada por el comercio mundial , sino ocupada con la esclavitud mundial.”
En la guerra de los símbolos escogieron cuidadosamente cuáles usar en su acción. Un emblema de la OMC tachado, en señal de repudio. Una mazorca que ejemplifica el derecho de toda la gente a tener comida y agua. Y un puño rojo exigiendo dignidad para los pueblos indios y los trabajadores del mundo, que sufren la agresión de su cultura y tradiciones por parte de las grandes corporaciones. Finalmente, la frase “Que se vayan todos”, dirigida a la elite global.
Guerra de símbolos fue también el desnudo que un grupo de unas 12 personas -hombres y mujeres- realizaron durante la mañana dentro de un McDonalds. Sus cuerpos estaban pintados de rojo, como muestra de solidaridad con la inmolación de Lee Kyung Hae.
Horas después, en la valla que separa la zona hotelera del pueblo de Cancún, el grupo de coreanos y cientos de altermundistas se concentraron para rendir homenaje a su compañero caído. Prendieron veladoras, entonaron cantos en diferentes lenguas y gritaron consignas. Recordaron a Lee. Al finalizar tapiaron el Muro de la Ignominia con crisantemos blancos. A los toletes de la fuerza pública respondieron con centenares de flores blancas. Ese fue el mensaje final.