Un proceso con protagonismo social y en base al capital político y humano acumulado
Naiz
Editorial
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2014/06/21
Leyendo las crónicas, parece evidente que el segundo Foro Social para Impulsar el Proceso de Paz ha sido fructífero. La profundidad de algunas de las ideas que se han expuesto en él, el valor de los testimonios que se han escuchado, la dimensión práctica de algunas de las propuestas que se han realizado… muestran que, pese a la sensación generalizada de que el proceso vasco avanza mucho más lentamente de lo deseable, pese a la evidencia de que el inmovilismo de los ejecutivos español y francés dificulta tremendamente consolidar un nuevo escenario, en la experiencia vasca existen elementos positivos y un capital acumulado que hay que ser capaces de gestionar. A eso hay que sumar la debilidad argumental y política de quienes quieren establecer un relato de vencedores y vencidos. Tienen capacidad y poder para bloquear algunas cuestiones, pero cada vez es más evidente que pagan un precio político por sostener ese tipo de posturas. Adoptar permanentemente una posición contra la paz, contra la justicia, contra la igualdad, contra los derechos humanos… no resulta políticamente rentable.
Una de las ideas más interesantes que se ha planteado es la de que el proceso vasco es pionero por desarrollarse a partir de la unilateralidad de una de las partes. Esto ha provocado un mayor protagonismo social que en aquellos procesos en los que el punto de partida es una mesa de negociación tradicional entre las dos partes en liza. Habrá quien piense que bendita la gracia de ser terreno experimental cuando lo que se necesita es una mayor velocidad y pasos firmes que den soluciones a problemas acuciantes. No les falta razón, y los expertos mentirían si dijesen que lo que aquí ocurre es tan interesante y positivo que despreciarían algún tipo de mesa de negociación. Pero tampoco les falta razón a estos cuando advierten que los acuerdos entre élites no garantizan de por sí un avance real ni resultados efectivos a medio plazo. Es decir, como mínimo, confirman que aún es pronto para saber el resultado de nuestra experiencia y si, en términos comparativos, será más o menos exitosa que otros procesos con los que se suele contrastar el vasco.
Sin ir más lejos, la reciente detención de Gerry Adams es un claro ejemplo de que los procesos de paz, incluso aquellos que se presentan como modélicos, no son lineales ni irreversibles por el hecho de partir de un acuerdo explícito. Eso en un caso en el que todas las partes fueron proactivas y firmaron un acuerdo hace ahora dieciséis años. Los resultados electorales del Sinn Féin tras esa operación policial contra su líder también evidencian que en un nuevo escenario los cálculos políticos que antes daban un resultado ahora tienen otras consecuencias, totalmente opuestas a las previstas por quienes impulsaron dicha maniobra.
Asimismo, en el caso vasco una de las razones para establecer un modelo en el que la unilateralidad juegue un papel tan central es la convicción, empíricamente probada, de que los mandatarios españoles no cumplen sus acuerdos (los estatutos catalán y vasco son un claro ejemplo de ello).
Capital humano y liderazgo político
Más allá de lo interesante que pueda resultar o no lo que cínicamente algunos han denominado la «industria de la pacificación», todos los análisis escuchados en Iruñea y Bilbo tienen una dimensión política que deja importantes lecciones. Lecciones que tienen que ver, entre otras cuestiones, con las transiciones de movimientos insurgentes hacia escenarios democráticos.
Las luchas de liberación, junto con montañas de sufrimiento, generan un capital político y humano imposible de cultivar en otros contextos. Las universidades pueden generar expertos, las instituciones pueden reproducir dirigentes, pero las vivencias y el compromiso de las personas inmersas en procesos de liberación generan una particular cultura política y un capital humano que es central en este tipo de procesos. De ahí surgen los líderes, desde ahí se articulan políticas que revierten situaciones y generan cambios políticos de calado. Ha ocurrido en Irlanda, en Sudáfrica, en Uruguay, en Brasil… Esas capacidades, una vez iniciado el cambio político y establecidos los objetivos para la nueva fase, son extremadamente productivas y creativas. Desde una lectura propia del momento político, quienes han sido protagonistas de la fase del conflicto armado adquieren un nuevo papel.
Euskal Herria no es una excepción. Ese capital político, humano y simbólico acumulado durante décadas de resistencia y lucha debe articularse para liderar a su comunidad y para activar a una sociedad que aspira, por definición, a dejar a las generaciones venideras un país más justo, más libre y mejor que aquel en el que ellos emprendieron su lucha. Esa es su responsabilidad, dado que esos eran y son los objetivos por los que se implicaron en esas luchas, en muchos casos pagando un precio personal muy alto.
Junto con el valor de la implicación social y la necesidad de actuar de manera creativa ante los bloqueos, esta es otra de las lecciones que deja este Foro Social.