Sobre los escombros de tres vallas metálicas destruidas, con mil 500 personas sentadas en silencio sobre el suelo mojado, dos coreanos prenden fuego a un par de monigotes de cartón, tela y madera que representan a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Cuando el humo ha tomado el lugar de las llamas alguien saca una enorme bandera estadunidense y la incendia también. La multitud se pone de pie y estalla en júbilo.
Las vallas que separan a los altermundistas de la Policía Federal Preventiva fueron derribadas. El movimiento ha obtenido un triunfo simbólico. “Hemos ganado. Podemos decir con convicción que la OMC morirá”, asegura uno de los oradores coreanos. Oficialmente la protesta del 13 de septiembre concluye.
A pesar de la participación sindical y de algunas ONG, la marcha fue conducida por la memoria de Lee. El idioma oficial de la movilización contra la OMC fue el coreano.
Y es que, más que una sola iniciativa, la protesta “Contra la globalización y la militarización” se convirtió en dos acciones distintas con un mismo punto de partida y dos destinos diferentes. Una estuvo integrada por pequeños contingentes sindicales que al llegar al kilómetro cero efectuaron un mitin y se retiraron. Otra, compuesta por la delegación coreana, integrantes de Vía Campesina y jóvenes pertenecientes a grupos de acción directa, siguió hasta las vallas que separan la zona hotelera de la ciudad con un solo objetivo: derrumbarlas.
Y el que un grupo disímbolo de fuerzas contestatarias haya logrado coincidir en el alcance y los límites de la iniciativa tiene una sola explicación: la enorme autoridad moral y política que adquirió la delegación coreana ante los globalicríticos. Ellos, junto al trabajo previo de Vía Campesina, hizo posible que se produjera el milagro de que distintos grupos del Bloque Negro y fuerzas del Bloque Blanco (promotores de la desobediencia civil que rechazan las acciones de violencia selectiva) colaboraran en las labores de seguridad y orden de la marcha, prácticamente sin fricciones. Logro, además, el compromiso de no provocar enfrentamientos con la policía.
Fue por ello que esa convergencia de grupos de acción tomó el control de las posiciones que rodean la valla, cuando alguien hizo explotar una paloma y otro más prendió un soplete y comenzó a tratar de romper las cadenas con las que la policía sujetó el enrejado, antes de que el contingente llegara en su totalidad. Uno de los integrantes del servicio de orden advirtió: “No se va a aceptar ninguna provocación. No vamos a permitir que cinco estúpidos provoquen violencia. No vamos a dejar que nadie venga aquí a armar un desmadre. Venimos bien coordinados.”
Minutos después un amplio cordón de mujeres, entre las que se encontraban varias indígenas chiapanecas que fueron aclamadas por la multitud con el grito de “EZLN”, ocupó el lugar de la avanzada y pasó a controlar las operaciones.
El señor Lee
Desde su inicio, la creatividad y la imaginación fueron el sello de la marcha. Sus integrantes lo mismo dibujaron una pancarta de la diosa maya de la luna -”guerrera invencible”- para destruir a la OMC, que construyeron con cartón un símil de Chac, deidad maya de la lluvia, de cuatro metros de altura, enojado “por la privatización del agua”, al que empujaron durante todo el trayecto.
En la retaguardia quedaron un conjunto de organizaciones que originalmente debían marchar al frente: sindicales, ambientalistas, indígenas, estudiantiles. Cerrando la protesta, se colocaron decenas de representantes del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Para la ocasión sacaron a pasear a esta ciudad sus mejores frases, aquellas tantas veces dichas: “Fox, entiende, la patria no se vende… Aquí se ve la fuerza del SME”. Más adelante participaron algunos integrantes de los Teamsters de Estados Unidos y un contingente del Frente Auténtico del Trabajo (FAT) de México. Llegaron también pequeñas comisiones de los trabajadores del Seguro Social, de la sección 18 de la CNTE y del Instituto Mexicano del Petróleo.
Los telefonistas, que habían anunciado la participación de “tal vez mil 500 personas”, provenientes de todo el sureste, casi brillaron por su ausencia: sólo participaron unos cuantos de sus afiliados. No importó que desde semanas antes anunciaran una y otra vez que los enviados de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) -organización a la que pertenecen- abultarían significativamente la presencia gremial en Cancún. Tampoco importó que apenas ayer, el líder de los telefonistas, Francisco Hernández Juárez, expresara su malestar ante los participantes del Foro Sindical Internacional, porque no bastaba con los análisis profundos para cambiar el estado de las cosas. “Se requieren -dijo- acciones y movilizaciones concretas”.
Como sea, la marcha fue concurrida y su tono festivo. La banda de Seattle, International Noise Brigde, que mezcla música de todo el mundo, ataviada con trajes grises con luminosas rayas naranja, símil del uniforme de los trabajadores de limpia de aquella ciudad, animó, incansable, la protesta. Los Desobedientes, también, marcaron el ritmo con tambores y timbales. Les seguían, muy alegres, con la intención de preservar “la resistencia pacífica”, una decena de grupos de igual número de causas. Ahí estaban juntos los representantes de Resistencia Global; la Red Social para la Educación Pública en América y los de Fian, organización que promueve el derecho a la alimentación como parte fundamental de los derechos humanos.
Un poco más adelante participaron en el festejo Women’s Environment Development Organization e integrantes del Partido Verde de Italia y Estados Unidos, seguidos de tres jóvenes con largos vestidos floreados, representando a la comunidad lésbico-gay.
Cerca de la mitad del contingente correspondió a Vía Campesina. Allí estaban sus representantes de Uruguay, Canadá, Haití, México, Sudáfrica, así como los pequeños productores de Japón, Indonesia, Tailandia. Ocupando un lugar central marcharon los coreanos, con sus chalecos beige y un paliacate rojo amarrado a la muñeca del brazo derecho. Rodeándolos, como parte de los servicios de orden, marchaba el Bloque Negro.
En la descubierta, decenas de carteles con la frase “¡OMC mata campesinos. Lee no murió… la OMC lo mató!”, fueron enarbolados por los compañeros de Lee Kyung Hae. A tres días de su muerte, su presencia se ha hecho tan fuerte que, muy probablemente, Cancún estará siempre asociado a su nombre.
Dos mujeres del cordón que protege la valla se trepan en ella. Con la ayuda de unas grandes tenazas cortan la malla metálica y el alambre de púas. Al cabo de un rato son relevadas. “Somos como hormigas”, dice una de ellas.
La valla es un complejo de tres estructuras distintas amarradas con grandes cadenas y refuerzos transversales. Varios bloques de concreto en el piso dificultan su movimiento. Resulta imposible abrirla a base de empujones, arietes o sopletes. Es la tecnología Robocop de control de multitudes.
Mientras las mujeres siguen su labor, algunos coreanos se abren paso entre la multitud. Jun Ki Hwan, integrante del Comité de Planeación de la Liga Campesina de Corea, es su responsable. A partir de ese momento él tomará el control de la obra. Representa al saber campesino.
Cuando la malla está suficientemente rota la brigada dirigida por Jun coloca dos gruesas cuerdas de lazo trenzado en la parte superior de la reja. Dando instrucciones con un silbato y haciendo señas con las manos dirige a quienes tiran de los mecates. Son coreanos y jóvenes de muchas nacionalidades quienes jalan hacia atrás. Inician una larga batalla para hacerle un boquete al retén. Una batalla que duró más de una hora y requirió de modificar la colocación de las cuerdas. Una batalla animada de vez en vez por consignas a favor del EZLN. Una batalla que necesitó de cinco jalones colectivos, alentados con los tambores rituales, para que pudieran alcanzar su cometido.
Porque fue al quinto tirón que la malla fue desprendiéndose lentamente. Sus fierros se retorcían como si fueran seres con vida propia atravesados por un inmenso dolor en una batalla entre la vida y la muerte. Y cuando no pudo resistir más y cedió a la combinación de saberes campesinos y unidad de acción, la plaza pública se convirtió en un gran festejo. Gritaron y festejaron los campesinos con los darketos, asiáticos con indígenas. Completamente desprendida de sus cimientos y arrinconada a un costado del camino principal, la estructura de metal fue víctima de la ira y la rabia de muchos manifestantes, que la patearon y golpearon con palos.
Comenzó entonces un nuevo homenaje a Lee. Uno más, después del homenaje del derrumbe de la valla. “No vamos a dejar que esta muerte sea en vano. Sacrificó su vida para acabar con la OMC y para lograr la organización de los pueblos”, dijeron sus compañeros, mientras la multitud gritaba Lee, Lee, Lee. Con la audiencia sentada sobre un piso mojado, distintos oradores, en su mayoría coreanos, tomaron la palabra. Algunas mujeres reclamaban que no hablaran mujeres, y consiguieron que cerca del final una mexicana y una africana hicieran uso de la palabra. El mensaje que se escuchó a través de las distintas voces fue el mismo: “Si fuimos capaces de derrumbar las barreras de la OMC seremos capaces de derrumbar la institución de la OMC. Con el poder de los pueblos podremos destruir a la OMC y al neoliberalismo.”
Al concluir los discursos se dio paso a la quema de los Judas-OMC. Cuando terminaron de arder junto a la bandera de las barras y las estrellas la multitud volvió a estallar en júbilo. Otra vez la fiesta. Cientos de crisantemos fueron repartidos entre los manifestantes. De pie, con el brazo y las flores en alto, se dibujó un enorme arreglo floral colectivo. Los coreanos comenzaron a regalar sus sombreros a sus jóvenes protectores. Más abrazos. Con tambores y música de banda la protesta se convirtió en fiesta.
Mientras la multitud regresaba al kilómetro cero, algunas gentes buscaron el enfrentamiento con la policía. El momento de mayor júbilo se convirtió en el de mayor riesgo. Alguien aventó repentinamente una cubeta con 20 kilos de mierda a la policía que había pasado a ocupar el lugar de la valla. Los uniformados avanzaron. El pánico se adueñó de algunos manifestantes.
Llegó el momento del forcejeo entre los jóvenes que llamaban a regresar al kilómetro cero y quienes querían enfrentarse con la policía. Descompuestos, algunos militantes de un grupo local de Cancún comenzaron a acusar a todos los demás de vendidos y de haber negociado el movimiento. “Nos hicieron distraernos”. Uno de los chavos le respondió: “Si te quieres dar en la madre con la tira, pues dátela cuando la gente se haya ido”. Sin mucho tacto, su adversario le respondió que “preferimos la muerte, pero no solos.”
Las acusaciones se precipitaron en cascada: la peor de todas se repitió insistentemente: pequeñoburgueses. “Ustedes sí tienen futuro. Están defendiendo a la policía. Los indígenas y los campesinos no están aquí”, señalaron quienes querían enfrentarse con la fuerza pública. En respuesta, no faltó quien asegurara que el grupo que hacía tan severas denuncias estaba relacionado con el gobernador de Quintana Roo, perteneciente al PRI, y que estaba interesado en crearle problemas al alcalde de Cancún, militante del Partido Verde.
Poco a poco, los manifestantes regresaron al campamento de los coreanos. En uno de los restos de las vallas quedaron las cenizas de los monigotes que representaban a la OMC. A uno de ellos le había sobrevivido, como si fuera una película de terror de Hollywood, la cabeza. +