Simone Weil y la emancipación obrera
Martes.23 de septiembre de 2014
Portal Oaca.
Por: Capi Vidal
Tortuga
Dedicamos la entrada de hoy a una personalidad, sin duda, tan peculiar como excepcional. La importancia de esta pensadora es notable, a pesar de haber desaparecido demasiado pronto; su compromiso social, incuestionable, empatizando desde corta edad, y a lo largo de toda su vida, con aquellas personas que sufrían en el mundo. Combatió, como puedo y desde una visión inequívocamente libertaria, todas las injusticias del mundo.
Simone nació en París en 1909, en el seno de una familia judía e intelectual; estudio filosofía y literatura clásica en la École Normale Supérieur, graduándose a los 22 años y empezando una carrera docente. Hay que destacar que fue educada en un ambiente laico, tanto a nivel familiar como educativo, algo que la colocó en una disposición excelente para un pensamiento libre. Su padre era médico, movilizado en la Primera Guerra Mundial, por lo que la pequeña Simone pudo conocer a corta edad los horrores del conflicto bélico de primera mano; tal vez, ahí, empezó a dirigir su pensamiento hacia el sufrimiento humano, formándose una conciencia social encuadrada siempre en la izquierda libertaria, y puede decirse que hace de la desgracia uno de los temas principales de su filosofía. A corta edad, Simone empezó también a mostrar preocupaciones políticas que luego desarrollaría de manera amplia, como es el caso de su vínculo con la clase trabajadora; consideraba que el desarrollo del trabajo manual era tan primordial como el intelectual, pensamiento y acción debían ir juntos de la mano. No es casualidad que se la etiquetara de anarquista, a pesar de unas inquietudes religiosas que veremos más adelante, ya que una de las primeras manifestaciones de su pensamiento fue tratar de salvar esa odiosa división entre trabajo físico y trabajo intelectual. Su militancia conocida fue en el movimiento pacifista de la Liga de los Derechos Humanos, aunque adoptó un compromiso firme con la clase obrera, a la que quería dotar de una cultura extensa, por lo que dará clases en una especie de Universidad Popular de París; es una tarea que continuará en las Bolsas de Trabajo de Saint-Étienne y de Firminy durante los años de estancia en Le Puy y Roanne, enseñando economía política a mineros y obreros. Es una época, la de finales de los años 20 y comienzos de los 30, en los que publicará en revistas, casi todas ellas sindicalistas, afianzando su propósito de crear esa “cultura obrera” partiendo que en la historia se han dado diversas etapas en las que los trabajadores manuales se han visto sometidos por los que controlan el conocimiento.
Como hemos dicho, Simone dará una importancia vital al trabajo físico, hasta el punto de convertirlo en protagonista de su teoría del conocimiento. En su tesina para el Diploma de Estudios Superiores, partiendo de que la ciencia moderna debe aportar mucho a la libertad y a la igualdad humanas, asignará al trabajo manual “un papel esencial en la percepción y en la representación de la realidad” (1). Así, el cuerpo en el ser humano adopta un rol de guía para el entendimiento. A partir de 1931, habiendo obtenido Simone su cátedra de filosofía y siendo nombrada profesora en Le Puy, su compromiso con un sindicalismo libertario es inequívoco; publicaciones como La Révolution prolétarienne y Le Cri du Peuple son un ejemplo de un compromiso ético y social que no considera contradictorio con su condición académica. Su decepción sobre la izquierda estatista, comunistas y socialdemócratas, la manifestará en artículos como el dedicado a la muerte de Aristide Briand, ministro socialista francés, en el que también muestra un distanciamiento con su maestro Alain Baitalle. Una visita a Alemania en el verano de 1932, donde de nuevo comprueba las carencias de la izquierda oficial, le hará ver el inevitable ascenso del nazismo, a lo que dedicará numerosos artículos durante un año. Su crítica al marxismo, y el cuestionamiento de sus principios liberadores, tendrá un sello igualmente libertario como puede comprobarse en el artículo “Perspectives. Allons-nour vers la révolution prolétarienne?”; son conocidos los enfrentamientos de Simone con Trotsky llegando incluso a un encuentro dialéctico bastante subido de tono. Después del mencionado artículo, y la consecuente polémica con el creador del Ejército Rojo, Simone Weil dará lugar a la que considerará su gran obra: Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppression social, escrita a lo largo de seis meses, en la que muestra la decepción por revoluciones como la soviética y por el fracaso del ideal de la Ilustración, el cual no había logrado acabar con la división y especialización del trabajo, origen de las desigualdades humanas. En esta obra, el pensamiento de Simone continúa colocando al trabajo físico como un elemento primordial de una sociedad humana que aspire a la justicia, una especie de equilibrio entre el espíritu y la materia que abra la consciencia hacia la vida; aboga por una sociedad de hombres libres e iguales, no jerárquica, unidos por la amistad. Esta obra tendrá los elogios en los círculos obreros y también por parte de grandes autores, como Albert Camus: “Desde Marx…, el pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más penetrante y profético”.
En junio de 1934, Simone pedirá una excedencia en su actividad docente y llevará durante varios meses una vida obrera; trabajará en diversas factorías realizando trabajos manuales, en condiciones inhumanas, viviendo en una modesta buhardilla, algo que le llevará al agotamiento y a la enfermedad. Era un deseo de compartir la miserable vida de la clase obrera, que le costará un elevado precio. Estas experiencias está recogidas en obras como su diario, Journal d’usine y en el volumen La condition ouvrière, donde puede apreciarse la intención de vivir el sufrimiento existencial de la condición obrera. Esta experiencia la confirma en su deseo de que el obrero tenga una sólida formación y de que no exista la especialización en ninguna clase, algo que conduzca a una visión consciente y lúcida del proceso productivo por parte de cada individuo. Si Simone Weil parecía una pacifista convencida, al menos desde 1930, con el estallido de la Guerra Civil Española van a ponerse a prueba esas convicciones. Considerará que no puede mantenerse al margen de este conflicto, que vislumbra seguramente también como el germen de una revolución (ya había aplaudido las huelgas y las ocupaciones de fábricas ese mismo año de 1936), por lo que se enrolará junto a otros anarquistas internacionales en la Columna Durruti; no estuvo mucho tiempo en España, alrededor de mes y medio, ya que un serio percance en su pierna le llevará a ser evacuada.
A partir de 1937, con la visita en Italia de oratorios, monasterios y bellos parajes, existe en Simone lo que muchos han considerado una “conversión” religiosa produciéndose en su obra un giro hacia el interior. La salud de nuestra autora estaba ya bastante deteriorada, con intensos dolores de cabeza, algo que se funde con una profundo propensión de “amor en absoluto y al disfrute de la belleza terrena” (palabras de Carlos Ortega en el citado prólogo). Es un supuesto giro místico, que ha querido contemplarse como un abandono de los asuntos de este mundo, con el que la propia Simone no estaba de acuerdo; no puede hablarse de conversión cristiana cuando en su pensamiento puede observarse una negación de los conceptos de pecado e incluso de salvación. Un autor como Blanchot lo expresará con las siguientes palabras: “Incluso hay algo chocante en el hecho de que esta joven intelectual, sin vínculos religiosos y como naturalmente atea, sea casi repentinamente a sus veintinueve años, sujeto de una experiencia mística de forma cristiana, sin que tal acontecimiento parezca modificar en nada el movimiento de su vida ni la dirección de su pensamiento”. Otro autor, Czeslaw Milosz, se referirá a Simone de la siguiente manera: “El sentido de la justicia es enemigo de la plegaria”. Es cierto que, a partir de ese momento, el concepto de Dios aparecerá muy a menudo en la obra de Dios, pero con la obvia intención de quitarle importancia a sus trascendencia. De hecho, hay quien ha observado el pensamiento de Weil como muy cercano al ateísmo al considerar el mundo terreno como un abandono del papel divino, una abdicación del monarca ultraterreno. Será entonces, para Weil, un Dios distante, ausente, oculto y, a la vez, también inmanente. Si el pensamiento de esta filósofa puede calificarse de místico, no hay duda en cualquier caso de que tiene una deriva hacia lo político y lo social.
Simone Weil puso fin a su vida en 1943, enferma de tuberculosis, hay quien dice que se deja morir. Su obra comenzará a ser muy apreciada pocos años después de su muerte. Incluso, desde posturas cristianas, y más sorpresivamente en el seno de la Iglesia Católica, hay quien ha reivindicado a esta autora e incluso pedido su canonización. Por supuesto, consideramos que no puede reducirse su pensamiento a dogma religioso alguno y que poco tuvo que ver Simone Weil, con sus intenciones subversivas y revolucionarias, con la vieja y rígida institución eclesiástica.
1.- Prólogo de Carlos Ortega a la obra de Simon Weil La gravedad y la gracia (Editorial Trotta, Madrid 1994).
Fuente: http://www.portaloaca.com/historia/…
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