Que el propio vecindario decida y ponga en marcha el barrio

Sirviéndose para ello del trabajo comunitario no retribuido, en favor de la comunidad, la asamblea, la autogestión, la no delegación, la imaginación, el compromiso y la fiesta



MOVIMIENTO VECINAL EN VITORIA / GASTEIZ
“Queremos que sea el propio vecindario quien decida y ponga en marcha el barrio”
El colectivo Egin Ayllu ha publicado un libro sobre las vecindades vitorianas, una fórmula de autoorganización desde los barrios que intentan recuperar para la capital alavesa.

https://www.diagonalperiodico.net/movimientos/24432-queremos-sea-propio-vecindario-quien-decida-y-ponga-marcha-barrio.html

Utopizando
28/10/14 · 8:00

Imagen de la última fiesta popular de Vitoria Zaharraz Harro.

Conversamos con Egin Ayllu, colectivo vecinal del Casco Viejo vitoriano autor del libro Las Vecindades vitorianas. Una experiencia histórica de comunidad popular preñada de futuro (Ned Ediciones, Barcelona, 2014), un libro que, a partir de la recuperación de una olvidada forma de autoorganización popular vecinal de carácter local de más de seis siglos de antigüedad, tiene la vocación de analizar, reflexionar y discutir las ventajas e inconvenientes de la autoorganización popular como propuesta que experimentar en nuestros actuales barrios y pueblos. Pero vayamos por partes…

Para empezar, ¿cómo presentaríais a vuestro colectivo?
Egin Ayllu –que es un mezcla de euskera (egin) y quechua (ayllu) que significa “hacer comunidad”– es un colectivo vecinal que desde 2007 intenta impulsar una Comunidad Vecinal en el Casco Viejo vitoriano con el objetivo de que sea el propio vecindario quien decida y ponga en marcha ese barrio del que sentirse plenamente orgulloso, sirviéndose para ello de las herramientas del auzolan (trabajo comunitario no retribuido, en favor de la comunidad), la asamblea, la autogestión, la no delegación, la imaginación, el compromiso y la fiesta.

¿Qué fueron las Vecindades vitorianas, figura que da título al libro que habéis publicado recientemente?
Fue una forma de organización popular cuyo origen al menos se remonta al siglo XIV. Las constituían el conjunto del vecindario que vivía en ambas aceras de cada calle en los tramos comprendidos entre cantón y cantón (similar a las actuales bocacalles de muchas ciudades) si la calle era larga, o recogiendo a toda la calle si era pequeña. Por lo general, en cada Vecindad residían entre 300 y 600 personas. No se sabe exactamente cuándo se crearon; sin embargo, la documentación consultada nos lleva a la conclusión de que surgieron con la propia villa, esto es, cuando la aldea de Gasteiz se expandió hacia finales del XII y principios del XIII. Las poblaciones provenientes de aldeas que llegaron a dar vida a las calles de Gasteiz trajeron consigo una forma de organización popular que ya desarrollaban en sus zonas de origen: el concejo abierto.

Las poblaciones provenientes de aldeas que llegaron a dar vida a las calles de Gasteiz trajeron consigo una forma de organización popular

Según esto, el nacimiento de las Vecindades vitorianas parece encontrarse en el cumplimiento de una tradición.
Bueno, a una tradición nacida de la necesidad. Las personas que habitaban Vitoria hace seis siglos debían afrontar grandes riesgos y carencias para sobrevivir en su vida cotidiana, sin olvidar que por aquel entonces no había poder alguno que asumiera la gestión de los problemas y necesidades de las poblaciones. Ante ello, las personas de la aldea de Gasteiz (origen de Vitoria) fueron capaces de organizarse construyendo comunidades vecinales (las vecindades) con las que, sin la intervención ni dependencia de poder institucional alguno, hicieron frente de forma colectiva y mediante el apoyo mutuo, la solidaridad y la reciprocidad a los retos que la supervivencia les planteaba.

¿En qué consistía básicamente esa forma de organización?
Cada Vecindad se gobernaba mediante una asamblea de vecinos (las juntas de vecindad) que se reunía al menos tres veces al año y en la que se trataban y decidían por consenso los temas que afectaban a la vecindad. Igualmente, se elegían de forma rotatoria los cargos no retribuidos (mayoral y sobremayoral, principalmente) de las personas que, casi al estilo zapatista actual, debían “mandar obedeciendo” las decisiones de la vecindad, hasta tal punto que si no lo hacían se les retiraba el nombramiento. Las juntas de vecindad solían acabar con una comida donde estrechar lazos y convivencias.

Los cargos electos debían “mandar obedeciendo” las decisiones de la vecindad, hasta tal punto que si no lo hacían se les retiraba el nombramiento.

Esta celebración comunal gastronómica de mayor o menor sustancia también tenía lugar cada vez que se convocaba un auzolan o vereda, trabajo comunitario obligatorio y no retribuido para el bien de la comunidad que, junto con la práctica del apoyo mutuo entre el vecindario más próximo (los portales de los lados y los de la acera de enfrente) para intervenir ante enfermedades, muertes, desastres naturales… se configuraban como las principales herramientas populares para el desarrollo de la comunidad vecinal.

Aun con todo lo interesante que pueda ser el conocimiento y relectura política de una forma tan curiosa de organización popular, no es ésa la única ni la principal cuestión que aborda el libro, ¿verdad?
No es tan curiosa. Entonces era la forma habitual de organización en los pueblos: lo de la “oscura Edad Media” es un invento posterior de la Ilustración. Pero, efectivamente, no es eso lo único que plantea el libro. Creemos que para el actual vecindario del Casco Viejo vitoriano tiene su importancia saber que ese concepto de Comunidad vecinal que hoy en día estamos intentando poner en marcha ya fue una realidad, de hecho, hace mucho tiempo. Unido a esto, también nos parece muy interesante –ésa es la segunda cuestión que aborda el libro– observar y recoger distintos datos y testimonios que nos enseñan cómo en diversas culturas, tiempos y latitudes las formas de organización popular comunitarias han sido y son una constante en la Historia. Cuando las colectividades tienen que hacer frente a sus necesidades y sueños ponen en marcha algo tan básico como el sentido común y las herramientas que le son más propias: la solidaridad y el trabajo y la fiesta compartidos. A estas cuestiones se dedican los capítulos 5 y 6 del libro.

foto antigua de la fiesta de la cuarta vecindad de la calle de la Zapatería

Al observar las comunidades populares contemporáneas principalmente fijáis la mirada en las actuales comunidades indígenas latinoamericanas, aunque, curiosamente, apenas nombráis a las zapatistas.
Hay que tener en cuenta que no somos un colectivo cuyo trabajo sea eminentemente teórico (de ahí nuestras carencias a la hora de conocer realidades culturales menos próximas, como puedan ser africanas o asiáticas); por eso el libro se deja guiar en distintos momentos por otras personas que han profundizado más en estas cuestiones. Es el caso, por ejemplo, del prologuista del libro, Raúl Zibechi, a través del cual hemos podido conocer que en las últimas décadas se están dando en Latinoamérica experiencias sorprendentemente similares a lo que fueron las Vecindades vitorianas, en comunidades de Bolivia, México, Chile o Argentina, y no precisamente impulsadas por sus “gobiernos progresistas”, sino incluso en no pocas ocasiones con su incomprensión o rechazo.

Estas comunidades vecinales (tanto urbanas como rurales) han surgido desde las personas excluidas a las que todo les ha sido arrebatado. Ellas nos demuestran que es posible el autogobierno de las comunidades, algo que va más allá de la tan en boga “participación ciudadana” (de cuyos riesgos nos advierte el propio Zibechi). Nuestra voluntad ha sido remarcar estas experiencias más desconocidas, sin que con ello queramos quitar ni un ápice de importancia al movimiento zapatista, cuyas comunidades nos producen una sanísima envidia y siguen siendo un referente de primer orden; seguro que les encanta que otras comunidades hermanas ocupen por una vez un papel protagonista.

En las últimas décadas se están dando en Latinoamérica experiencias sorprendentemente similares a lo que fueron las Vecindades vitorianas

Llama la atención la importancia que a lo largo de todo el libro le dais a la fiesta como herramienta de recreación de la comunidad vecinal.
Sí, es cierto. Creemos que es un elemento fundamental para tejer comunidad vecinal. Los documentos de las juntas de vecindades de hace seis siglos ya recogían las celebraciones conjuntas (tanto si eran gastronómicas como fiestas de vecindad) como elemento básico para consolidar la relación vecinal, algo que desde la antropología está muy estudiado y subrayado como elemento de cohesión de cualquier tipo de colectividad. Pero es que además, es hablar de nuestra propia experiencia. El impulso a la Comunidad vecinal del Casco Viejo vitoriano tiene mucho que ver con la organización de las fiestas Zaharraz Harro!! (orgullosas de lo viejo), unas fiestas pensadas, organizadas y desarrolladas por y para el vecindario del Casco, en las que pasamos de ser meras espectadoras a transformarnos en creadoras y protagonistas de la celebración. El primer Zaharraz Harro!! tuvo lugar en 2009, y apenas recogía dos decenas de actividades organizadas y protagonizadas por personas del barrio. Las desarrolladas en 2014 han contado con cerca de dos centenares de actividades, y su gestión y celebración se ha convertido en una de las principales vías de conocimiento entre vecinas diversas (independientemente de la procedencia, cultura, edad o sexo). Todo ello sin olvidar que su desarrollo es una demostración en sí misma de la capacidad de la comunidad vecinal, pues se organizan de forma asamblearia, autogestionada y sin ningún tipo de subvención. Las fiestas intentan reivindicar la recuperación de la calle como espacio de encuentro lúdico-festivo. Para ello tienen lugar comidas populares en plena calle (cada año en una vecindad), conciertos sorpresa en diferentes rincones y plazas, tertulias vecinales llevando cada cual la silla de casa, cine al aire libre aprovechando cantones y plazuelas, ocupación y recuperación de espacios públicos… y buena parte de ello sin petición de permisos (“comunicación oficial” lo llaman) y haciendo frente al reto de esa transgresión normativa, que como las fiestas de Vecindad de hace cinco siglos también intentaron ser prohibidas por los “muchos pecados y escándalos y ofensas” que tenían lugar durante las fiestas. A buen seguro que a las autoridades actuales las nuestras les siguen pareciendo escandalosas y perseguibles…

Aunque dices que el trabajo teórico no es lo vuestro, lo cierto es que la actividad vecinal popular sí ha sido la seña de identidad de Egin Ayllu desde su nacimiento, y que esa actividad os sirve para plantear análisis y propuestas de trabajo que podrían ser aplicables en realidades vecinales similares, cuestión que abordáis en el séptimo y último capítulo del libro.
Bueno, hemos tenido que vencer un cierto pudor para hablar de nosotras mismas y nuestras experiencias, pero llegamos a la conclusión de que los fracasos y éxitos, los errores y aciertos, los retos pendientes… tal vez sean una aportación interesante para todas aquellas personas que estén planteándose el trabajo comunal vecinal. Es un hecho que nosotras nos alimentamos, aprendemos y crecemos también con las aportaciones de las experiencias de otras gentes. Este proceso de plasmar nuestras experiencias también nos ha servido para observarlas con una cierta distancia e intentar mirarlas con ojos ajenos, para incidir no tanto en aquello que más nos ha gustado, sino en lo que pueda serle útil a quienes quieran apostar por la autoorganización y la autogestión vecinal. Con las presentaciones del libro que tenemos previsto hacer el 7 y 8 de noviembre en la Librería El Buscón y en Traficantes de sueños, pretendemos intercambiar puntos de vista, experiencias, ideas y sentimientos con gentes de otras zonas. Ojalá que el libro pueda convertirse así en otra herramienta para el trabajo popular en la construcción de las comunidades vecinales.