España: Los límites de la izquierda

Movimientos sociales, partidos e instituciones.



Los límites de la izquierda

Movimientos sociales, partidos e instituciones.
Albert Noguera Fernández
, profesor de Derecho Constitucional y miembro de Alternativa per València-CUP
08/11/14
Diagonal

Con la llegada del diluvio neo­liberal, después de los 70, se han venido elaborando un conjunto de análisis a partir de los que puede concluirse que la única manera de recons­truir la izquierda como proyecto hegemónico de transformación implica superar dos límites.

El primero es un límite teórico-discursivo. Las dos décadas de hegemonía neoliberal, 80 y 90, crearon una ruptura, aún no superada, en los paradigmas socioculturales. Las narrativas y referentes sociales de la emancipación del discurso de izquierda –proletariado, imperialismo, etc.– quedaron destrozadas y convertidas en obsoletas. Ello obliga a crear nuevas narrativas asociadas a la emancipación.

El segundo es un límite práctico-organizativo. El fracaso de la socialdemocracia ha evidenciado que la revolución no es posible a través del uso instrumental de las instituciones y partidos, ni se conseguirá mediante un simple cambio en las personas que ocupen tales estructuras. Esta conciencia de que las instituciones y la forma partido no son espacios neutrales del operar político –sino estructuras con lógicas englobantes y asimilantes reproductoras del sistema– ha traído consigo el concepto de autogestión y la idea de conformar, desde la esfera civil, experiencias y prácticas de normatividad alternativa que le disputen el sistema de relaciones sociales al Poder. Si bien dentro de la izquierda estatal continúa habiendo partidos que no han superado ninguno de los dos límites, muchas de las otras organizaciones sólo han sido capaces de superarlos parcialmente.

La única manera de recons­truir la izquierda como proyecto hegemónico de transformación implica superar dos límites
Por un lado, son muchas las iniciativas –ateneos, cooperativas, candidaturas municipalistas, plataformas, CSO, etc.– que siguen construyendo proyectos de contrapoder popular desde la autoorganización, el asamblearismo y la movilización, creando islas de libertad desde la base. Sin embargo, el carácter abiertamente anticapitalista de los discursos, al que muchos de sus miembros nos cuesta renunciar, nos limita a la hora de lograr la adscripción de las mayorías al proyecto. Corremos así el riesgo de transitar de la ideología a la utopía. De hecho, aunque algunas de las organizaciones que operamos en esta lógica nos presentamos a las elecciones y tenemos una humilde presencia en las instituciones –manteniendo que la presencia institucional no es nuestro espacio principal de lucha e intentando gestionar la tensión entre esas dos lógicas opuestas–, estamos todavía lejos de llegar a ser un proyecto mayoritario.

Por otro lado, otras iniciativas recientes, como Podemos, han podido, a base de desideologizarse, superar el primer límite, generando nuevos relatos con los que se autoidentifican amplias capas de la población, como indican las encuestas electorales. Pero su operar político y su forma organizativa las alejan de la superación del segundo límite. En efecto, su praxis de funcionamiento se caracteriza, cada vez más, por la sustitución de la política como conflicto colectivo en las calles por la política del candidato-mercancía como espectáculo televisivo. Por el entendimiento de la hegemonía en un sentido estrictamente electoral; por la centralidad de las instituciones como objetivo; por la centralización de la toma de decisiones desde arriba, adoptadas por una cúpula que usa mecanismos de democracia plebiscitaria virtual para legitimarlas, etc. Así, están cayendo en el mismo error de la socialdemocracia, pero en un contexto peor que el de posguerra, ahora en el marco de unas instituciones vaciadas de competencias por la UE. Esta segunda linde es un hándicap tan limitador como el primero. Sólo hay una ilusión comparable, en riesgo, a la de pretender transformar exclusivamen­te desde fuera del Es­ta­do, la de pretender hacerlo exclusivamente desde lo electoral-estatal y la mercadotecnia política en el interior de la UE.

La limitación total o parcial de todos los proyectos existentes obligará a épocas de confluencias, los Gane­mos son un intento de ello. Esta confluencia sólo tiene sentido si no la entendemos como una simple suma de siglas –manteniendo nuestras lógicas a menudo opuestas–, sino como la creación de nuevos proyectos donde cada unas de las organizaciones y movimientos aporte lo mejor de sí para crear un proyecto ubicado claramente en la izquierda transformadora que pueda superar ambos límites.