México: La sociedad rehén
Raúl Prada Alcoreza
La sociedad se ha convertido en rehén del Estado y de los Carteles. Sabemos que el Estado es la separación institucional respecto a la sociedad; en este sentido es una economía política, en el campo de la economía política generalizada. Llamemos a ésta economía política del Estado, que formaría parte de la economía política del poder. Poder, que obviamente no se reduce al Estado. El hecho que el Estado ya no sea solamente la separación burocrática, administrativa e institucional respecto a la sociedad, que se haya convertido a la sociedad en rehén, muestra que ya estamos ante un Estado terrorista, que usa el terror para dominar la sociedad. Estas clases de estados ya no cuentan con legitimidad alguna, aunque todavía cuenten con legalidad; forma institucional forzada. Su recurso principal es la violencia desmesurada, también el excesivo montaje para cubrir las apariencias, además de las evidentes muestras de forcejeos legales e interpretaciones leguleyas.
Se trata de una sociedad raptada, sometida al enclaustramiento por el uso desbordante del terror, la amenaza y el chantaje constante. El Estado y los Carteles han convertido a México en un gran cementerio, distribuyendo fosas comunes por todo el territorio. El caso de los cuarenta y tres estudiantes desaparecido ha hecho rebalsar el vaso; el pueblo mexicano ha dicho basta. Las movilizaciones se han expandido en todo el país y se han irradiado por todo el mundo. Las movilizaciones exigen la renuncia del presidente, el esclarecimiento del caso de los desaparecidos, incluso el retorno con vida de los que se los llevaron vivos. Las propuestas políticas son variadas; desde quienes piden la convocatoria inmediata a elecciones nacionales, otros pidiendo la convocatoria a la Asamblea Constituyente, hasta hay quienes consideran el momento para una revolución.
La forma Estado tiene que ver con una concepción de la política, que se constituye y se define respecto al referente del enemigo. Esta es la concepción de la política efectuada por demarcación; pero, sobre todo como confrontación con el enemigo. La episteme de esta concepción de la política ha sido y es compartida tanto por “izquierdas” y “derechas”, por “marxistas” y “nacional socialistas”, pasando por todas las formas liberales y conservadoras. La crisis actual es múltiple, no sólo como crisis múltiple del Estado, sino también como crisis de esta concepción de la política. En este sentido, la salida de la crisis múltiple exige una re-politización, otra concepción de la política, otra concepción de comprender la emancipación y la liberación.
Partiendo de ese enunciado que comprende la política como ejercicio de la democracia, en pleno sentido de la palabra, como democracia participativa, la política como suspensión de los mecanismos de dominación, el desplazamiento a la re-politización significa salir del esquema amigo/enemigo. Esquema compartido tanto por Vladimir Ilyich Lenin como por Carl Schmitt. No se trata, de ninguna manera, de convertir al enemigo en amigo; interpretación simplista de los partidarios del enfrentamiento con el enemigo, criticando la posibilidad de salir del esquema amigo/enemigo, que consideran el núcleo de la política. Sin este esquema la política desaparecería. Se trata de romper con la economía política del poder, con la bifurcación, separación, entre potencia y poder, escondiendo que es la potencia la que alimenta al poder, dominación múltiple que captura los cuerpos, las fuerzas de los cuerpos. Tampoco se trata de bajar la guardia y volverse pacifistas, de ninguna manera. Se trata de seguir combatiendo, de seguir luchando, por las emancipaciones múltiples, por las liberaciones múltiples; pero, con otra predisposición de las fuerzas, de los afectos, de los imaginarios. Una concepción que entiende que el poder existe como bio-poder, que captura la vida, los cuerpos, las fuerzas de los cuerpos, que lo que hay que destruir es el poder, los diagramas, cartografías, y estructuras del poder, lo que hay destruir es la malla institucional del Estado. Este entendimiento de otra política, de una política que está más allá de la política concebida como polemos, no identifica enemigos, no identifica como enemigos a los que ejercen funciones en los aparatos administrativos, “ideológicos” y represivos del Estado; no concibe como enemigos a los que se apropian del trabajo social, del intelecto general, que son bienes comunes; no comprende como enemigos a los que se encuentran en la geografía y geopolítica de otro Estado. Los considera como cuerpos atrapados en las redes, tejidos, engranajes del poder, aunque se encuentren en condición privilegiando, incluso como acaparadores de las disponibilidades de fuerzas, como acaparadores y monopolizadores de la producción social. No se deja de luchar contra sus aparatos “ideológicos”, administrativos, represivos, militares, sus dispositivos y maquinarias, sus empresas privadas, sus instituciones nacionales e internacionales, no se deja de luchar contra el imperio y el orden mundial. La diferencia con la concepción de la política, encerrada en el esquema amigo/enemigo, es que se distingue claramente contra qué se lucha. Se lucha y se combate contra estas múltiples formas de dominación; la emancipación y liberación alcanza no solamente a los condenados de la tierra, al proletariado, a los y las subalternas, sino también a estos privilegiados, cuyos cuerpos están también enajenados en la “ideología”, cuya vida se ha reducido a acumular dinero, a disponer de poder, a ilusionarse con prestigios y consumos lujosos, cuando esto no es nada más que una grotesca caricatura del buen vivir. Estas vidas privilegiadas son también tristes, aunque cueste creerlo.
La diferencia con la antigua concepción de la política es que no se trata de destruir al enemigo, de reducirlo a la nada, reproduciendo, de esta manera, las formas perversas del poder, sino que se trata de destruir todas las maquinarias, todos los dispositivos, todas las prácticas y relaciones de poder. Evitando repetir el círculo vicioso del poder, condenando a las revoluciones a repetir el drama de instaurar otro poder, aunque se lo haga a nombre de las víctimas. La anterior concepción de la política no hace otra cosa que ocultar la reproducción inaudita del poder, aunque se efectúe una política “revolucionaria”; convirtiendo los actos heroicos de los pueblos, del proletariado, de los subalternos, que son los que hacen efectivamente las revoluciones, en la energía social usurpada y expropiada por los representantes, por las autonombradas vanguardias.
La re-politización, el ir más allá de una política reducida a la identificación del enemigo, es mil veces más emancipativa, más liberadora, incluso más eficaz, en términos de convocatoria, de movilización general, sobre todo en términos de eficacias tácticas y estratégicas, incluso más eficaz en términos de los combates. Además de proponer cruzar el umbral del horizonte de la modernidad heredada, abriendo otro horizonte histórico, político y cultural, otro horizonte civilizatorio.
Por otra parte, esta episteme de la re-politización nos libera de la “ideología”, el creer que el secreto de la realidad se encuentra en las ideas, en las representaciones, en las teorías, en las ciencias, en tanto paradigmas. Nos desplaza a la realidad efectiva, donde los imaginarios, más bien las dinámicas de los imaginarios, no se desligan, no se separan de las percepciones, de las dinámicas corporales, de la experiencia social y de la memoria social. No se convierten en verdades; de modo diferente, forman parte de las complejidades que articulan e integran fuerzas, cuerpos, percepciones, imaginaciones, como formas de vida, formas de la vida, como composiciones vitales.
Ingresar a otro proyecto civilizatorio, alternativo y alterativo de la civilización moderna, es reintegrar los cuerpos a los ciclos de la vida, liberar la potencia social, salir de los dualismo ideas/referentes, representaciones/realidades, teorías/objetos de estudio, sujetos/objetos. Implica asumir la complejidad de los acontecimientos.
Las consecuencias políticas de esta re-politización son radicalmente diferentes a las consecuencias políticas de la concepción esquemática de la política como amigo/enemigo. Se trata del ejercicio pleno de la democracia, sin representaciones ni mediaciones, se trata de dar lugar a la potencia social, a la construcción colectiva de las decisiones políticas, a la formación de consensos, a la realización común de las comunidades sociales, incluyendo a las singularidades plenas y complejas, como los individuos. Se trata entonces, de otras formas de organización, de otras formas institucionales, lejos de las representaciones que usurpan la voz de los demás, que expropian las voluntades, que estratifican socialmente, desde cualquier clasificación social, gobernantes y gobernados, representantes y representados, burócratas de usuarios, vanguardias de víctimas. Formas de organización y formas institucionales que sean dinámicas y dúctiles, que cambien, que sean adecuadas a los requerimientos sociales, que sean instrumentos de las sociedades, de las comunidades, de los pueblos, de los individuos; no que los individuos, los pueblos, las comunidades, las sociedades, sean esclavos de las formas de organización y de las instituciones.
En México, aunque el punto de partida sea la renuncia del gobierno fantoche, incluyendo también a los representantes congresales, teóricamente, la salida no parece encontrarse en nuevas elecciones bajo el mismo formato constitucional, tampoco parece encontrarse en realizar una nueva Asamblea Constituyente fundacional, pues, como hemos podido observar en la historia del nuevo constitucionalismo latinoamericano, la Constituciones aprobadas, por más aperturantes que sean, por más innovadoras que sean, terminan como texto de vitrina, mientras el desarrollo legislativo sigue siendo el mismo que el anterior, por lo tanto también las políticas, incluso el Estado sigue siendo el mismo Estado-nación en crisis. La tarea emancipadora parece encontrarse en el ejercicio de otra democracia, de una democracia participativa. Las resoluciones de las tareas específicas, que pueden ser la convocatoria a las nuevas elecciones – eso lo decidirá el pueblo mexicano -, empero, bajo otras condiciones normativas y políticas, que pueden derivar en la convocatoria a una Asamblea Constituyente originaria, fundacional, también bajo otras condiciones normativas y políticas, que impliquen la movilización y la participación social. Tareas específicas que exigen el comienzo de soluciones radiales a problemas perversos, como el relativo al narcotráfico, a la especulación financiera, al extractivismo; sin embargo, también bajo nuevas condiciones normativas y políticas, que descarten la “guerra al narcotráfico”; triste nombre y triste experiencia, vivida por el pueblo mexicano. Sino que quizás exija discutir la legislación, para romper con el monopolio de las mafias. Yendo a la otra tarea citada, entre muchas otras que pueden darse, tareas que rompan con el monopolio financiero de la banca nacional e internacional; se formulen formas de inversión que democraticen los recursos, las riquezas, promoviendo producciones desde las capacidades de los pueblos, las comunidades e individuos, bajo otra concepción de lo que es producción, denominemos a ésta una eco-producción. Rompiendo con el modelo colonial del extractivismo del capitalismo dependiente que condena a los países involucrados en la eterna dependencia.