La encrucijada de los dos sentidos de la resistencia
Por Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)
La lucha contra la minería, por el agua, mar, bosques y demás componentes de la madre tierra no puede proponerse como lucha reivindicativa y defensa de derechos otorgados, que algunos dicen «reconocidos» con lo que están quedando subsumidos por las instituciones, transformándose en parte de la estrategia de cooptar a las comunidades en la cohesión estatal, que son los objetivos últimos de las ONGs y Fundaciones, ya que de otro modo nadie las financiaría, siendo la cohesión estatal el terreno en que se produce y reproduce la alianza izquierda-derecha y empresariado-dirigencias sociales, ya que todos ellos disputan por dentro de la burbuja sistémica los puestos de comando del aparato de poder y lo que hacen por fuera -acumulación de fuerzas, dirigencia de organizaciones sociales y gremiales, reclutamiento de militantes, lucha electoral, lucha callejera, lucha armada y movimientos sociales- tiene como objetivo mostrar fuerza y desplegar mejores condiciones para llegar a las negociaciones de reparto del botín institucional y los puestos que favorecerán cada estrategia que se alía con otra en tanto sirva a sus intereses, agarrándose a golpes cuando uno quiere imponerse al otro en el ajedrez de las instituciones.
Lo que hacen estas personas e instituciones es evitar que la lucha contra la minería sea parte de una lucha común de todos los factores que inciden en los espacios de vida (ciudades, barrios, barrios periféricos, comunas o municipios, villas, campos, territorios indígenas, etc), disgregándolos para sumar cada uno de ellos en redes particularizadas y específicas, por ejemplo la red continental contra la minería, que intenta que los habitantes de un territorio afectado por la depredación minera se transformen en una especie de ejército popular anti-minero (por ejemplo algunas organizaciones populares en Yanacocha, Perú y la OCMAL, ONG antiminera continental), tal como los partidos evitan la acción comunitaria local hablando, teorizando, organizando y conduciendo a la clase obrera en términos estrictamente productivos y estatales, ya que aspiran a dirigir la producción capitalista en la forma de capitalismo de estado. Así no será la comunidad local la que despliegue su autonomía, sino que serán los obreros los que van a conducir, organizados en el partido obrero y dependientes de la ideología asumida por el partido de que se trate, que hará llegar a los obreros de esa localidad las orientaciones de hacia donde hay que llevar al ganado social, al que se le instala la identificación conceptual (acuerdo de ideas) que llamarán de conciencia, así cada agrupación busca introyectar en las personas de un territorio los contenidos exteriores del mundo de la vida de identificación provenientes del intelectual colectivo tal o cual que maneja su verdad diferente de las otras verdades. La crisis de los partidos les ha llevado a camuflarse en movimientos, como el bloque de partidos de la Vía Campesina, que lo intentan mostrar como «movimiento campesino» en general, a grosso modo, cuyas acciones son determinadas por fuera para avanzar al objetivo de la toma del poder central con gente detrás que no forme parte de un sujeto comunitario autónomo, pues de otro modo no podrán arrastrar a sus huestes, o sea, la vieja tesis de la vanguardia, que lleva los demás a los hornos crematorios del capital con el puño en alto gritando libertad, muero en tu nombre y arrojándose de cabeza con los ojos cerrados como fundamentalistas con explosivos atados al pecho, al tiempo que repiten como loros (y muy serios) «que fundamentalistas son los árabes, viste?» con tanta arrogancia y placer, que se aproximan peligrosamente al orgasmo. El biopoder y la psique del dominado instalada por las vanguardias que aspiran a ser los burócratas privilegiados del estado que aún llaman socialista y que nunca se encaminará a su extinción como nos prometieron. Así los partidos rebeldes ven como se les va la militancia, muchas veces atraída por las promesas de ocupar puestos en una forma solapada de arribismo social, como el PC chileno, que agrupa gente y luego las une a las dinámicas empresariales con un discurso de que no es eso lo que hace, sino avanzar progresivamente hacia el poder proletario siguiendo las demagógicas consignas de la revolución por etapas: primero armar bien el capitalismo para después llegar al capitalismo de estado y ahí se quedan, por lo que no les interesa (no les conviene) que en los territorios la gente cambie los modos de vivir y comprenda de por si, con autonomía, que el estado no sirve.
Ese es el papel que cumplen las redes «antimineras»: evitar que la población local se haga cargo de su vida y lograr que se subordine a las posibilidades que «otorga» la legislación, hecha para beneficio del extractivismo y que las dinámicas de resistencia deben orientarse a una redistribución espacial-territorial que se ajuste al capitalismo verde de autosustentabilidad, por lo que no es sorprendente que un montón de ONGs financiadas por el capitalismo puro y duro hagan llegar cualquier dinero para apuntalar estas «dinámicas de resistencia» que en el fondo resultan en un proceso de negociaciones y tira-y-afloja con las instituciones que abren camino a las empresas voraces que van a sacar la leche de donde puedan. Ello explica que el gobierno Dilma, del PT en Brasil, haya instalado en los principales puestos ministeriales a firmes partidarios y representantes orgánicos del extractivismo más feroz, con la sorpresa y el gritito de susto del MST que se ha plegado a través y mediante la Vía Campesina a esta estrategia petista de consolidar el capital, no es por otro motivo que el MST se mantiene como brazo agrario del PT y el 90 por ciento de su dirigencia sean militantes de ese partido ex-izquierdista o «izquierdista integrado», tales como Stedile y Gilmar Mauro, viejos militantes del partido de Lula.
Así, el sometimiento a las exigencias legales de cada país, hace de la actividad de las ONGs antimineras una guía para la acción de resistencia con las siguientes características:
La población debe mantener sus formas de vida separados y viviendo individualmente, sin instalar formas de vida comunitaria, y donde las haya, subordinarlas.
La gente no debe desarrollar iniciativas que acaben con la explotación minera, sino que la subordinen a los parámetros y cánones de la legislación.
Los habitantes no deben hacer un saco con todos los problemas, ya que esta dinámica sólo se orienta a la gran explotación minera que los izquierdistas que detentan los gobiernos y los que aspiran a llegar allí necesitan adaptar para producir dinero que mantenga el clientelismo, o sea, sectores de población que viven esperando las soluciones traídas por papá-estado.
Como conclusión podemos apreciar que las ONGs, iglesias y partidos, están por las dinámicas estatales y de obstaculizar la expansión y fortalecimiento de la autonomía comunitaria que viene desde abajo por todas partes, haciéndose esas entidades socios activos de la alianza estado-mercado que administra el extractivismo, la acumulación, la destrucción de la madre tierra y la contención de las dinámicas emancipatorias que poco a poco abandonan la lucha por el poder central y se orientan al despliegue de su potencia desde el mundo de la vida.
Las dinámicas de resistencia que localmente van instalando la autonomía comunitaria, es decir las formas de vida comunitaria, compartida, son forjadores de un nuevo mundo. No se trata de vivir la ilegalidad, sino ampliarla sobre la base de producción de normas propias. No es casual que en estos últimos meses estemos siendo testigos del surgimiento de cooperativas integrales en España después de los indignados, que Chomski haya declarado que la principal lección de los Ocuppy Wall Street haya sido las formas comunitarias, la autonomía comunitaria entre la resistencia kurda y del surgimiento del primer municipio paralelo constituido por padres de los estudiantes secuestrados en México. Los zapatistas no convencen a nadie, sólo muestran.
profesor_j@yahoo.com
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