Argentina: Las asambleas barriales autónomas

Mal comprendidas por los partidos, no se plntean la lucha por el poder sino transformaciones sociales desde abajo



ARGENTINA: LAS ASAMBLEAS BARRIALES

Apuntes a modo de hipótesis de trabajo

I. Introducción [1]

Luego de las jornadas del 19 y el 20 de 2001, las Asambleas barriales surgieron como respuesta a la necesidad de sostener en el tiempo una forma de lucha que encontraba en los cacerolazos -iniciados en el barrio de Liniers durante la primera semana de diciembre, y extendidos al poco tiempo al resto del país- su principal referente. Este tipo de organización, al parecer, no cuenta con antecedentes históricos en las ultimas décadas, ni en Argentina ni en el mundo [2], presentando una nueva forma de articulación de los sectores populares, que tiende a desbordar los canales institucionales tradicionales de la política, cuestionando en la práctica la democracia representativa propia del Estado burgués: reapropiación del espacio público y constitución de lazos colectivos de solidaridad, son dos de las características de estas innovadoras instancias de deliberación social. Con presencia en varias provincias (especialmente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe), sólo en Capital Federal se han reportado más de noventa Asambleas, si bien su dinámica de funcionamiento y cantidad de miembros varía de acuerdo al barrio o región.

En paralelo a este proceso, la conformación de la Asamblea Interbarrial -cuya primer reunión data de mediados de enero- apareció, al menos en sus comienzos, como un emergente de coordinación entre las distintas Asambleas que vienen funcionando desde el mes de diciembre en Capital Federal y, en menor medida, en el Conurbano bonaerense. Su función primordial era potenciar los reclamos de los vecinos de la ciudad y, a la vez, crear un espacio en donde pudieran discutirse objetivos comunes. Sin embargo, poco a poco su rol se fue desvirtuando, deviniendo en una arena de resolución de los conflictos y mezquindades de los partidos políticos y organizaciones de izquierda más sectarias. Esto fue percibido por numerosas Asambleas, que optaron por generar espacios intermedios de articulación entre ellas mismas, en función de la cercanía geográfica y la filiación barrial. Así es como han ido emergiendo las Interzonales y las mesas de enlace, conformadas por alrededor de una decena de Asambleas, aunque su número fluctúa según el caso. Estos espacios, si bien hicieron menguar el nivel de intervención de l@s vecin@s en la Interbarrial de Parque Centenario, instaron a la vez a un profundo debate acerca de las modalidades de deliberación en éste último ámbito. Como consecuencia, finalmente se decidió modificar la dinámica de participación en la Interbarrial, restringiendo la votación resolutiva a un/a delegad@ rotativ@ con mandato por Asamblea barrial [3].

En medio de esta vorágine, cruzada por intentos de cooptación por parte de ciertos nucleamientos de izquierda, y amenazas o represiones realizadas por patotas del Partido Justicialista, resulta sin duda todo un logro que tras el supuesto repliegue generalizado que se vivió en los meses posteriores a la caída de De la Rua se hayan mantenido incólume buena parte de las Asambleas vecinales, consolidando sus prácticas horizontales y democráticas en el territorio del barrio. La pregunta que cabe hacerse es ¿a qué se ha debido esto?. Las hipótesis que formularemos a continuación intentan, precisamente, esbozar alguna respuesta al respecto, aunque no sea más que provisoria. Si hablamos de “apuntes”; es porque pretendemos dar cuenta del carácter no sistemático y en permanente reelaboración de nuestro planteo, el cual solo tiene por objeto, en principio, ordenar algunas ideas y reflexiones en torno a la práctica asamblearia.

II. hipótesis embrionarias

En el presente texto pretendemos avanzar en ciertos ejes problemáticos -o hipótesis de trabajo- con el objeto de sistematizar una discusión de cara a una futura investigación militante de las asambleas barriales. Por ello, presentaremos a continuación una serie de puntos a destacar de este proceso todavía abierto:

Una primer cuestión importante es entender que buena parte de los fines propuestos por las Asambleas están contenidos en sus propios medios. ¿A qué nos referimos con esto? Ante todo, a las modalidades democráticas de participación y decisión colectiva. Al igual que el movimiento piquetero, son una forma de vida opuesta de cuajo a la que nos compele la sociedad capitalista. Tanto en un caso como en el otro, los medios se constituyen en el fin mismo: la horizontalidad no es un horizonte al cual apuntar, sino una práctica concreta y actual; la solidaridad y la dignidad, asimismo, estructuran la acción cotidiana de l@s asambleari@s. Todo ello se amalgama, sin yuxtaponerse caóticamente. Por ello, retomando el análisis de Marx con relación a la Comuna, podríamos expresar que la mayor medida social de las Asambleas es su propia existencia en acto. Los gérmenes de la nueva organización, que impugne en la práctica al Estado y a la política burguesa, toman cuerpo en ellas [4]. La restitución en su plenitud de lo público se torna real en Plazas, clubes, esquinas y potreros. En el corazón mismo de las Asambleas se plasma esta crítica radical de lo existente: tomar en nuestras manos el destino de la sociedad. Como solía afirmar Lenin, “no podemos ni queremos ya vivir como antes”. Y es preciso entender que este es un punto de no retorno. En este sentido nos aventuramos a plantear que la forma Asamblea no expresa un futuro a conquistar, sino un presente que materializa relaciones sociales superadoras de la barbarie capitalista. Un claro ejemplo de ello es el respeto de los tiempos de militancia que, sin desatender el compromiso, emerge como uno de los rasgos a destacar en la mayoría de las Asambleas. El hecho de que quienes participen en ellas sean sobre todo mujeres y jóvenes [5], no hace más que reafirmar lo antedicho.

Un segundo aporte es la heterogeneidad ontológica de las Asambleas, no como eclecticismo amorfo, sino en tanto diálogo permanente entre las diversas prácticas y corrientes de opinión al interior del campo popular. Un error trágico de la militancia tradicional ha sido la autoproclamación de vanguardia. Esto, de por sí, genera una ruptura entre aquell@s que poseen la verdad revelada (aunque no rebelada), y esa multitud de átomos inmersos en la oscuridad de la ignorancia, a la expectativa de una luz que l@s guíe hacia el horizonte socialista. Esto se vincula de manera directa al discurso (de la clase) dominante que caracteriza a las Asambleas como una horda anárquica y espontánea de iracundos. Incluso podríamos hacer una analogía con las lecturas realizadas de la insubordinación del 19 y el 20, en términos de un antagonismo entre espontaneidad (de las masas) y conciencia (de los partidos, por supuesto). Si espontaneidad se entiende en su sentido etimológico (del latín sponte, es decir, que se hace libre o voluntariamente, sin causa externa), entonces los acontecimientos que quebraron la institucionalidad burguesa en diciembre fueron más luxemburguistas que leninistas clásicos. De manera similar, las Asambleas aparecen como multiplicidad de espacios (auto)organizativos en los cuales vecinos-militantes confluyen en pos de un proyecto colectivo, que se delinea en su propia práctica cotidiana como una instancia fundamental de aprendizaje (con)vivencial.

En tercer lugar, las Asambleas permiten recuperar la idea de lo público como algo que excede a (y hasta se contrapone con) lo Estatal [6]. El hecho de que la mayoría de ellas funcionen en espacios abiertos, en muchos casos reapropiándose de terrenos anteriormente sumidos en una lógica privada [7], no hace más que reafirmar esta hipótesis. La reunificación de lo público y lo privado, tan imprescindible para la superación de la lógica del capital, es practicada a diario por l@s vecin@s. Reformulando el planteo feminista, podría decirse que “lo vecinal es político”: aquello que tanto desde el Estado como desde el mercado es considerado un problema individual, emerge como una cuestión colectiva, a resolver en el ámbito de la comunidad. Se quiebra así uno de los pilares básicos para el triunfo del neoliberalismo. La política como sociabilidad de necesidades humanas se reinscribe en el barrio, al calor de la lucha y la construcción constante. Tal como expresa la Asamblea de Scalabrini Ortiz y Córdoba en su Boletín Nº 3, “nos dimos cuenta de que no podemos salir de esta situación cada uno por la suya, que tenemos que hacer algo entre todos. Hemos dado el primer paso: romper el aislamiento”. Desde esta perspectiva, la práctica política excede por demás a la mezquina lógica gubernamental:

“queremos meter la nariz y las manos en lo que siempre nos dijeron que era prerrogativa de otros: de los especialistas, nuestros “representantes”, los políticos profesionales”.

Este interés se ha materializado en la constitución de Comisiones de Trabajo que abordan una multiplicidad de cuestiones a nivel micro y macro social, dinamizando el debate y, sobre todo, las acciones llevadas a cabo desde ese territorio en disputa permanente -o espacio vivido- que es el barrio [8].

Por otra parte, la repetida hasta el hartazgo consigna de “que se vayan Todos” podría implicar, desde una lectura inmediatista y literal, suponer que el problema político crucial se reduce a un cambio de autoridades al interior del aparato estatal, sin realizar en paralelo una crítica radical al mismo, conteniendo por tanto el peligro potencial de caer en una concepción instrumentalista del Estado. Una vez “saneado”, éste asumiría un carácter neutro, permitiendo que los nuevos representantes llenen de contenido anticapitalista dichas estructuras. Este discurso subyace en forma explícita en agrupaciones reformistas como el ARI o la CTA [9], pero empapa también al resto de los partidos que participan activamente al interior de las Asambleas.

Sin embargo, si bien no infravaloramos esta interpretación (esencialmente como posibilidad cierta), desde otro ángulo podríamos aventurar que la consigna más bien contiene un aporte fundamental a la construcción de una alternativa total a la escisión entre dirigentes y dirigidos. Tal como postulan Fernandez, Borakievich y Rivera [10], ella no opera tanto a modo de propuesta programática, sino que confronta con la política pensada en términos de lo posible, poniendo en evidencia la radicalidad de aquello que habrá que inventar colectivamente. Por ello, lo importancia no estribaría en la literalidad inocente de la frase, sino “en el vacío que deja cuando reclama aquello que no es posible”, demandando la ineludible invención de lo por-venir. Podemos por tanto postular que el enunciado sintetiza además algo que para el marxismo tradicional resulta una piedra en el zapato: el que se vayan todos es por definición anti-vanguardista (en este sentido, es interesante destacar la ausencia de dirigentes o voceros, en paralelo a la apelación permanente al término “autoconvocados”). La negatividad y el quiebre con respecto al orden existente es el motor político de las Asambleas. Más allá de ellas no hay casi nada, salvo las nuevas e inestables relaciones humanas sobre las que se solventan.

Las Asambleas condensan, además, una nueva forma de (contra)poder popular, pero no pretenden la toma del poder del Estado. Este hecho, lejos de evidenciar un nivel de conciencia inferior, expresa una estrategia diferencial con respecto a la izquierda tradicional. Asaltar el poder o participar de él supondra, sin duda, mimetizarse con aquello contra lo cual se lucha a diario [11]. Ese quizás halla sido uno de los peores errores de las organizaciones revolucionarias del siglo XX: muchos partidos tendieron a reproducir y exacerbar, en su interior, la lógica piramidal y enajenante del Estado [12]. A contrapelo, las Asambleas se proponen como un colectivo que, sin perder la riqueza de su heterogeneidad, amalgama un discurso y (sobre todo) una práctica que unifica lo que el capital escinde y fragmenta día a día, sin subordinar sus tiempos a los del poder estatal. Y lo hace no sólo en el espacio al que la burguesía considera que debe restringirse lo político, sino en la vida cotidiana, allá en el barrio, el lugar más insospechado que se pueda suponer. Se recupera así, en cierto sentido, la tradición de los anarquistas y socialistas de principio de siglo, dándole un nuevo impulso y directriz: transformar radicalmente la sociedad a partir de lo concreto e inmediato. Más que una alternativa de poder, condensan entonces una alternativa con respecto a él. Ello implica que la meta de obtener el control del Estado no es un prerrequisito para modificar la realidad actual.

Otro tema que generó mucha discusión fue el carácter vecinal de las Asambleas. Algunos “asambleólogos” (que, por cierto, ya los hay) han planteado que esto no hace más que expresar el contenido pequeño burgués de esta instancia organizativa: la categoría de vecin@ -afirman- subsume y opaca la clásica dicotomía entre capital y trabajo, o bien entre burguesía y proletariado. Sin embargo, creemos que la recuperación de una palabra tan bastardeada como la de “vecin@” contiene numerosas potencialidades. Veamos dos de ellas:

1. La noción se vincula con la idea de territorialidad. Esto puede observarse también en el movimiento piquetero, pero no solo en él, ya que tanto los zapatistas chiapanecos como el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil arraigan gran parte de su lucha en la recuperación de un espacio a nivel colectivo, en paralelo a la recomposición de los lazos de solidaridad rotos por el Estado y la dinámica fragmentaria del mercado. El vecino no necesita, pues, hacer “entrismo” en su barrio. Sería sencillamente un contrasentido.

2. El vecindario permite asumir un compromiso de lucha que, hoy en día, a raíz de la reestructuración capitalista de las últimas décadas, se torna cada vez más difícil en el ámbito laboral. Frente a una tasa de desocupación y subocupación enorme, y una flexibilización galopante, muchos hombres y mujeres encuentran en el barrio un espacio propicio para la construcción de una contra-hegemonía social, política y cultural.

El recelo de muchos asambleistas con respecto a los partidos de izquierda no significa, per se, despolitización. Por el contrario, supone en muchos casos, un paso frustrado y traumático por sus asfixiantes filas. El intento de aparateo de algunas agrupaciones quedó abollado, desde el inicio, por la férrea voluntad de numerosos vecin@s con pasada experiencia militante, que encontraron nuevamente un ámbito de participación en las Asambleas. Sorprende ver a cientos de personas que promedian los cincuenta años debatir en plazas y esquinas. Hace unos meses la mayoría de ellos no trascendía tal vez de la protesta individual frente al televisor o la noticia de tapa del diario. Además, si bien denuncian y luchan contra el sometimiento y la opresión general, hacen un fuerte hincapié en desarticular las relaciones de dominación locales y específicas que, aunque (o precisamente por) invisibles y sutiles, garantizan la reproducción del orden existente día a día. Esto ha sido olvidado por casi la totalidad de las organizaciones populares, que reducen el combate a una mera disputa y acumulación de fuerzas por el poder estatal, subestimando las redes capilares de expropiación del hacer humano que operan cotidianamente.
Respecto a la discusión en torno a los límites y potencialidades de la democracia directa, las Asambleas han dada cuenta de esta tensión en sus propias prácticas. Desde sus orígenes, fueron conscientes de que la horizontalidad, si bien imprescindible para la construcción permanente de nuevos vínculos, no puede, bajo ningún concepto, devenir en “fetiche” remedio de todos los males [13]. Es necesario, antes bien, combinar los métodos de participación y discusión colectiva con los de la designación rotativa de delegad@s, que permitan operativizar las actividades a realizar. La falsa dicotomía entre la representación política y el democratismo acérrimo ha sido el caballo de batalla de los principales impugnadores de la forma Asamblearia. A contrapelo, las múltiples comisiones de trabajo, la Interbarrial de Parque Centenario, las mesas de enlace y las respectivas interzonales por barrio, demuestran cuán equivocados están quienes interpretan como caótico y desarticulado este espacio comunal. No están ausentes en él, por supuesto, las contradicciones. Aquí radica, aunque pueda resultar paradójico, uno de los principales aportes de las Asambleas: lejos de intentar saldarla -o anularla lisa y llanamente-, han decidido poner la contradicción en movimiento, echarla a andar para que, en la misma dinámica de la lucha y la discusión, pueda ir constituyendo un motor para la creación de lo nuevo. Sepultar la soberbia política ha sido uno de los objetivos prioritarios de las Asambleas. Los partidos y organizaciones tradicionales fueron los más resistentes a esta tarea quijotesca que plasma en la praxis misma una autocrítica con relación a las formas de in(ter)vención política.

III. Conclusiones provisionales

Por todo lo dicho, podemos expresar que las Asambleas reflejan, más que la debilidad, los aspectos fuertes de la acción de las masas. La indecisión y la pasividad están ausentes en sus practicas. Priman, tal como expresamos anteriormente, la participación democrática y la disposición a la lucha colectiva contra la imposición del presente como futuro. Los partidos de izquierda, en su mayoría, no han podido percibir esta enorme potencialidad: llevada al extremo, tal vez sea un suicidio hacerlo. A contrapelo, ha sido una constante por parte de ellos la tendencia a interpretar a las Asambleas barriales -así como el 19 y 20- en condicional. “Si las jornadas de diciembre hubieran tenido una vanguardia que los guiase hacia la luz comunista, el triunfo ya sería un hecho”. “Si las Asambleas sostuvieran un programa generado por la clase obrera (o en su defecto, por el partido que la representa) se estaría más cerca de la revolución” [14]; y así sucesivamente. A este error, Henri Lefrevbre lo llamaba el enfoque retrospectivo de lo real por lo virtual. Abandonar esta lectura -a la cual Lacan definiría, en tono burlón, como de “supuesto saber”- se torna acuciante, debido a la gravedad de la presente crisis [15]. De lo contrario, la tragedia se repetirá, una vez más, como farsa histórica.

Se torna, pues, imprescindible que la izquierda en su conjunto realice una profunda autocrítica con respecto a las modalidades tradicionales de construcción militante. Lejos de ello, muchos partidos han leído los últimos acontecimientos políticos como una “constatación empírica” de sus planteos: así como algunos interpretaron que la caída de Cavallo y De la Rúa fue producto de la difusión de una consigna insurreccional, otros creen estar entre el febrero y el octubre bolchevique, al punto de caracterizar a Duhalde como “kerenskista”. Más allá de estas particularidades, todos hablan, de una manera u otra, de una situación revolucionaria, cuando no de una lisa y llana “revolución social”. Esto no hace más que escindirlos de las ya de por sí alejadas masas, que todavía no son conscientes de que “la verdad” se encuentra fuera de ellas. Despojarnos de esta soberbia teórico-política, creemos, hará posible que lo nuevo nos asalte y sorprenda al interior de los sectores subalternos.

Hoy en día pareciera ser que las Asambleas han caído en desgracia. Ya no realizan -nos dicen- grandilocuentes manifestaciones por las congestionadas calles del microcentro, ni acuden a Plaza de Mayo cada vez que el gobierno mueve los labios. Sin embargo, el salir (por propia decisión) de la escena política tradicional, tal vez sea el comienzo de una nueva radicalidad militante. Las Asambleas no han perdido consenso en sus respectivos barrios. Más aún: lo han acrecentado en los últimos meses, a raíz de su trabajo cotidiano con los vecinos desde la organización territorial. Pero, ¿cómo demostrar -o hacer visible- esta innovadora práctica política, cuando estamos acostumbrados a pensar la revolución (y por supuesto, a los revolucionarios) en términos espectaculares?. Los piqueteros irrumpen en nuestras vidas, al parecer, sólo cuando cortan rutas, obstruyendo la circulación del capital. De manera análoga, únicamente percibimos la construcción asambleista desde lo mediático. ¿Hasta cuándo seguiremos midiendo el impacto de un fenómeno en función de las páginas o minutos que ha ocupado en diarios, revistas y noticieros? Correrse de esta perspectiva maniquea es la condición para que la práctica asamblearia, como la vida, deje de ser -en palabras del poeta John Lennon- aquello que acontece cuando estamos (pre)ocupados en hacer otras cosas.

Hernán Ouviña
Universidad de Buenos Aires
hernanou(at)hotmail.com

[1] El siguiente artículo es un sucinto avance de la primera parte del proyecto de investigación “Las Asambleas Barriales en Capital Federal: surgimiento y desarrollo”, realizado junto con un grupo de compañeros en el marco del Area de Estudios Políticos del Centro Cultural de la Cooperación.

[2] En rigor, habría que remontarse a experiencias de mayor envergadura como las realizadas por la CNT en Cataluña y otras regiones de España, entre 1936 y 1939, así como a los soviets rusos de 1905/1917. Salvando las diferencias, pueden rastrearse también ciertas similitudes en el breve pero intenso proceso de la Comuna de Paris, en marzo y abril de 1871. Asimismo, queda pendiente indagar en los parecidos con respecto a las llamadas “Asambleas Comunales”, surgidas en los Estados Unidos a mediados de la década de 1770.

[3] Sugestivamente, la reunión Interbarrial concluyó con el canto generalizado de una consigna: “¡respeten los mandatos, basta de aparatos!”.

[4] Es saludable, al respecto, la advertencia del diario La Nación -privilegiada usina ideológica del poder- de que las Asambleas puedan “acercarse al sombrío modelo de decisión de los soviets” (Editorial, 14/02/02).

[5] Debido a cuestiones que exceden el presenta análisis, y que de lejos desbordan -a la vez que impugnan- el típico discurso que pregona que “cuentan con una mayor cuota de libertad” a la hora de dedicarse a la organización de actividades y prácticas emancipatorias.

[6] Esto resulta de particular importancia en la discusión actual sobre qué hacer con las empresas privatizadas. Si bien la mayoría de las organizaciones populares propone su reestatización, cabe pensar en formas alternativas de control social directo, sobre la base de la expansión de instancias democráticas de gestión colectiva. Este debate ha aparecido en las reuniones realizadas en el marco de la Campaña de las Asambleas Vecinales por el Control y Recuperacin de los servicios y empresas públicas privatizadas, lanzada da con el objeto de recolectar firmas para la presentación de un exigitorio de cinco puntos referidos a los derechos de los usuarios de los servicios públicos.

[7] Un caso ejemplar ha sido el de la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza, que en sus inicios se reunía en la Plaza Echeverría. Al enterarse de que el Supermercado Coto había usurpado unos terrenos baldíos cercanos a la estación de tren, decidieron derribar el alambrado y bautizar ese espacio como Plaza de los Vecinos, trasladando el lugar de encuentro de la Asamblea. Desde ese entonces, se han realizado numerosas actividades allí (charlas-debates, festivales, etc.), e incluso se ha logrado también recuperar un local deshabitado -a cargo del Organo Administrador de Bienes del Estado- ubicado frente al predio, con el objetivo de instalar allí un comedor comunitario y un centro cultural. De manera similar, la Asamblea “20 de diciembre” de San Telmo recuperó un predio ubicado en San Juan y Cochabamba, en donde actualmente funcionan un club del trueque, reuniones de organizaciones sociales, ferias ambulantes, y un sinfín de actividades más. Más recientemente, la Asamblea Popular de Paternal ha tomado un enorme lote municipal en Cucha Cucha al 2500 constituyendo allí un merendero, así como talleres de prevención de VIH y grupos de apoyo escolar. También las Asambleas de Palermo Viejo, Almagro, Villa Crespo, Cid Campeador y Lezama se reapropiaron en sus respectivos barrios, con fines similares o complementarios (v.g. creación de huertas orgánicas, talleres de oficios para desocupados), de ex Bancos, oficinas estatales o centros de abastecimiento en desuso.

[8] Merece destacarse, sin duda, el papel jugado por la Comisión Multisectorial de la Asamblea de San Cristóbal, en conjunción con el Hospital Ramos Mejía: trabajador@s, pacientes, médicos y vecin@s han decidido afrontar de manera colectiva la emergencia sanitaria que vive el barrio, reconociendo las autoridades el derecho de la comunidad a intervenir en la organización hospitalaria. En los últimos meses han abierto un consultorio gratuito para desocupados que atiende tres veces por semana, en paralelo a la elaboración conjunta de un vademécum de genéricos. No obstante, en la mayoría de los casos, los organismos estatales se muestran reticentes a llevar adelante el Programa de 26 Puntos levantado por la Intersalud -instancia representante del conjunto de las Comisiones de Salud de las Asambleas barriales-entre los que destacan la producción desmercantilizada de medicamentos, el control sobre los insumos y el presupuesto por parte de los usuarios y trabajadores de la salud, la instauración de un “boleto sanitario” que posibilite que el conjunto de la población pueda acceder realmente a una atención gratuita, así como el inmediato nombramiento de todos los cargos, congelados desde hace años en casi la totalidad de los Hospitales.

[9] En el caso de la CTA, es escandalosa su concepción: “El Estado es una herramienta que no es ni buena ni mala en sí misma: un martillo puede ser usado para construir o para destruir depende quien lo utilice. Ahí se define la voluntad, la intención política” ¿Un país sin Estado?, Asociación Trabajadores del Estado, Congreso de los Trabajadores Argentinos, 1996.

[10] El mar en una botella, en Revista Cuadernos del Sur Nº 33, 2002.

[11] Resulta claro que nunca puede estarse totalmente ajeno con respecto al Estado: de manera análoga al movimiento piquetero, tres son las formas de vinculación de las Asambleas con lo estatal: 1. reapropiación crítica y colectiva de las energías expropiadas por la forma-Estado a la comunidad (gestión democrática de espacios y servicios públicos, apertura de merenderos, etc.); 2. cooptación institucional (a través, por ejemplo, de los Centros de Gestión y Participación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires u otras instancias gubernamentales); 3. represión manifiesta (como la sufrida por los vecinos de Merlo) o latente (amenazas reiteradas de Eduardo Duhalde, denunciando que “con Asambleas en la calle no es posible gobernar”)

[12] “Dime qué partido tienes -solía expresar Louis Althusser- y te diré qué dictadura del proletariado te darás”.

[13] Al respecto, cabe mencionar que, si bien la inmensa mayoría de las Asambleas funcionan de manera totalmente horizontal, existen algunas pocas en las que se ha constituido una especie de Comisión Directiva o instancia decisional superior. Tal es el caso de la mencionada Asamblea de San Telmo.

[14] Olvidándose que, tal como expresaba Marx, “cada paso del movimiento práctico es más importante que una docena de programas”. Carta a Bracke, en: “Correspondencia de Marx y Engels”, Ed. Cartago, 1974.

[15] Se torna pertinente recordar que, etimológicamente, el término crisis proviene de la medicina: en su significado griego aludía al momento crucial de una enfermedad, “cuando la muerte o la recomposición están en juego”. Leer la situación actual desde esta perspectiva, implica despojarnos del ropaje de espectadores forzados, reapropiándonos en paralelo del escenario histórico como protagonistas (o mejor aún, antagonistas). Más que el rol tradicional de médicos desesperados por la recuperación y posterior estabilidad del paciente/capitalismo, debemos asumir el papel de iracundos sepultureros. En este sentido, las Asambleas, lejos de expresar la “crisis de representación”, asumen la representación de la crisis, materializando en sus prácticas -al decir de Gramsci- lo nuevo que pugna por nacer, por oposición a lo viejo y caduco que no termina de morir.