Ceguera eufórica
Arturo D. Villanueva Imaña (*)
El dicho popular señala que “a los verdaderos amigos se los conoce en la desgracia”. Y es que resulta más frecuente de lo que uno pudiera pensar, que mientras existe una época de bonanza y éxito material, ligados a la disponibilidad de ingresos económicos (puesto que los de orden personal, afectivo y de principios han quedado relegados y prácticamente despreciados por la cultura materialista y de consumismo imperante), es muy común estar rodeados de infinidad de relaciones, contactos y todo tipo de actividades que terminan creando una sensación de satisfacción, donde todo parece marchar bien y hasta fabulosamente.
Pero lo que suele olvidarse y pasar desapercibido, es que así como en la desgracia desaparecen los “amigos” de la buena época, así también se suele dejar de lado y olvidar a los amigos pobres o no pudientes, cuando el éxito y la bonanza se enseñorean de las personas.
Traigo a colación esta referencia que, si no la hemos vivido, seguramente todos hemos escuchado de nuestros abuelos y padres, porque puede servir para apreciar (y ojalá prevenir), de lo que está sucediendo con el país y sus gobernantes.
No es ninguna novedad afirmar que el país está pasando una época de bonanza. Junto con ella e independientemente de lo que pudieron haber hecho las familias, a nivel nacional hemos sido testigos del incesante crecimiento de la popularidad del gobierno y su Presidente, así como también de la multiplicación de megaobras, inversiones y gastos, como no se había producido desde hace mucho tiempo. Y tanta ha sido la disponibilidad de recursos económicos, que se han concretizado proyectos de dudosa utilidad como el satélite Tupac Katari; de franco despilfarro como la adquisición de movilidades y aviones de lujo o de joyas de oro para regalar a mandatarios extranjeros; de carácter vergonzante y neocolonizador como el Dakar; y hasta la formulación de ideas francamente nefastas como la de pretender instalar energía atómica.
Pero lo que vale la pena subrayar, son algunas implicaciones que surgen de este contexto, que por lo demás ha comenzado a tornarse de preocupación, en vista de la drástica caída internacional de los precios del petróleo y que también arrastra la de los minerales y commodities, de cuya exportación finalmente dependen los ingresos nacionales y la actual bonanza que todavía se disfruta.
EN LO SOCIAL.- La autoestima gubernamental y presidencial tiende a elevarse, en vista de la creciente popularidad y la multiplicación de actos públicos donde se concentra gran cantidad de personas deseosas de expresar su adhesión, pero también su deseo de recibir y disfrutar de la bonanza económica. Ello puede contribuir a la falsa percepción de un apoyo incondicional, porque al margen de la insatisfacción y las divisiones que ya se han provocado como consecuencia de la elección de candidatos, es claro que mucha gente solo se arrima porque siente la oportunidad de lograr algunas canonjías o puestos públicos.
Por otra parte, al privilegiarse el éxito económico, las inversiones y la ganancia, se tiende a abandonar a los verdaderos aliados populares, para unirse a los nuevos y tradicionales sectores oligárquicos y elitistas, que terminan sustituyendo el ideario y los objetivos del proceso de cambio.
EN LO ECONÓMICO.- La enorme y creciente (hasta ahora) disponibilidad de recursos, induce al gasto dispendioso, superfluo y faraónico, descuidando las áreas estratégicas de producción, industrialización y transformación económica, para construir el socialismo comunitario para Vivir Bien en armonía con la naturaleza.
EN LO POLÍTICO.- Las nuevas relaciones y alianzas establecidas, no solo configuran un nuevo entorno social que tiende a desplazar y sustituir el bloque social hegemónico popular, sino que tienden y luchan por imponer sus intereses, criterios y valores, dejando de lado las tareas de transformación y cambio. De esa forma se pierde la brújula y el norte del proceso, para encarar acciones y proyectos que se encuentran en la antípoda del mandato popular y la Constitución. Es decir, se adquiere una especie de síndrome de ceguera eufórica, por la que no se ve nada que no sea la propia sensación de triunfo o éxito.