La victoria de Syriza, ¿y después?

La Grecia de la historia radical, del nacionalismo antimperialista y antidictatorial, de las ocupaciones de fábricas y la autogestión de las mismas es lo que aterroriza al capital. Por eso, a pesar de su programa limitado y su eurocomunismo suicida, hay que festejar el triunfo de Syriza por las perspectivas sociales que abre en Grecia, España y el sur de Europa, sin tomar, sin embargo, a esta coalición o a su dirección como modelo.



La victoria de Syriza, ¿y después?
Guillermo Almeyra
La Jornada

Dos días antes de las elecciones de este domingo en Grecia las encuestas mostraban a la coalición socialdemócrata de izquierda Syriza muy cerca del 37 por ciento que le permitiría tener un “premio” de 50 diputados más y, así, la mayoría absoluta en la Cámara compuesta por 300 representantes. La otra posibilidad, en el caso de que sólo obtuviese por un pelo la mayoría relativa, sería que el triunfo y su gran ascenso (Syriza pasó de 4 por ciento en 2009 a por lo menos 35-36 por ciento, si no 37, ahora) tuviese que desembocar en una alianza gubernamental.

Ésta sería posible con To Potami (el río), partido de centroizquierda, y, teóricamente, con el KKE (Partido Comunista Helénico) y Astarysa, pero estas dos organizaciones compiten con Syriza en el campo sindical, la atacan ferozmente y han declarado que no harán nada conjuntamente con ella. Una alianza con posiciones de centro, la pésima situación económica, la carencia de independencia económica y el temor a una agresión turca por el petróleo del Egeo, así como la hostilidad de los grupos financieros internacionales, podrían entonces obligar a Syriza a realizar una política antiausteridad muy moderada.

El programa de Syriza (que el partido ya aplica en el Ática, donde gobierna) propone la electricidad gratis a los pobres y la reanudación del servicio eléctrico a quienes dejaron de pagarlo (con una rebaja de la deuda y 50 por ciento del costo a cargo del Estado), el no pago del 50 por ciento de la deuda exterior, el pago en plazos consensuados de las boletas e impuestos vencidos, el cese inmediato de la incautación por deudas de la primera casa y un aguinaldo a los jubilados que ganan menos de 700 euros (unos 850 dólares) por mes.

No habla en lo inmediato de encarar la estatización de los bancos, de expropiaciones, de una auditoría general de la deuda externa, de la ilegalización del nazifascismo, de un cambio en la política monetaria y fiscal, que seguiría siendo determinada por la Unión Europea. Alexis Tsipras, el dirigente de Syriza, ha declarado en repetidas ocasiones que su política se inspira en la del brasileño Lula, o sea, propone la continuación de la política neoliberal y de la estructura económica recibidas, pero con la atenuante del asistencialismo y un relativo distribucionismo estatal.

Syriza, por otra parte, es la continuación de Synapismós, el “partido comunista del interior” de fines de los 1970, eurocomunista como los partidos italiano, francés y español y tributario político-cultural del partido comunista italiano de Togliatti y Berlinguer, eurocomunismo de cuyo estruendoso fracaso no ha hecho balance alguno.

Además, si en seis años multiplicó por nueve su caudal de votos, fue cosechando entre los que antes votaban por una derecha moderada y neoliberal y también por los que lo hacían por el corrupto partido socialdemócrata griego PASOK; ganó también algunos votos del partido comunista, que es de formación estalinista clásica y tiene más fuerza en el movimiento sindical organizado y en los viejos sectores obreros. Pero no va más allá del primer PASOK de Andreas Papandreou. Por último, no se apoya hoy sobre un ascenso de las luchas sociales (que en los dos últimos años disminuyeron), sino en la esperanza en un cambio por vía electoral de un electorado que está más a la izquierda sólo porque el terreno de la situación económico-social, en Grecia y en Europa, se desplazó violentamente a la derecha.

Pero el gran capital se preocupa por la victoria de Syriza porque, como dice el diario italiano La Repubblica, siente “silbar el viento” contagioso de la rebelión en toda Europa del sur, que da un nuevo impulso al español Podemos (también eurocomunista) y a la izquierda en general. En realidad, la derecha europea y mundial no teme a la persona de Tsipras –que está negociando con los social-liberales alemanes para manejar un cambio muy parcial en Grecia–, sino que tiene pavor a lo que podría hacer el pueblo griego si se lanzase por la brecha abierta por un triunfo electoral de Syriza para ir mucho más lejos en lo político y lo social.

Porque Grecia no es el Brasil de Lula. Una vasta revolución nacional y social conquistó en 1830 la liberación del yugo turco y obligó a las grandes potencias (Rusia, Francia, Inglaterra) a apoyarla para tratar de sacar provecho, de paso, de la crisis del imperio turco y del moderno y nacionalista Egipto de Mehmet Ali, su aliado. Antes de la Segunda Guerra y enfrentando al fascismo griego (la dictadura del general Metaxas) el movimiento obrero griego estaba dirigido mayoritariamente por el arqueomarxismo, encabezado por Pantelis Polioupolous, fusilado durante la ocupación nazi fascista, partido que pertenecía a la Oposición de Izquierda Internacional, cuyo líder era Trotsky.

La resistencia antinazi en Grecia fue enorme y, después de la guerra, se negó a aceptar la concesión de Grecia a los ingleses firmada en Yalta por Stalin y llevó una larga lucha armada contra las tropas de los ingleses y de la monarquía, la cual fue dirigida por el ELAS (Ejército de Liberación Nacional), cuyo principal líder era Thanasis Klaras, Aris Velouchidis, muy cercano al trotskismo. Además, el primitivo PASOK fue dirigido por el ex trotskista Andreas Papandreou, padre del ex primer ministro socialiberal del mismo nombre, que acaba de escindir lo que quedaba del PASOK para ver si puede tener lugar en una posible mayoría parlamentaria con Syriza.

La Grecia de la historia radical, del nacionalismo antimperialista y antidictatorial, de las ocupaciones de fábricas y la autogestión de las mismas es lo que aterroriza al capital. Por eso, a pesar de su programa limitado y su eurocomunismo suicida, hay que festejar el triunfo de Syriza por las perspectivas sociales que abre en Grecia, España y el sur de Europa, sin tomar, sin embargo, a esta coalición o a su dirección como modelo.