La victoria de Syriza o el fin de Europa
25 ene 2015
Público
Emmanuel Rodríguez (@emmanuelrog) e Isidro López (@LumumbaJr )
Así lo han anunciado algunos apocalípticos, seguramente con un ánimo más propio de un teniente chusquero y golpista que de responsables hombres de Estado. Ni hoy, ni tampoco mañana, atronaran las trompetas de Jericó sobre la vieja Europa. Y sin embargo, sus premoniciones, por sombrías que sean, tienen algo de razón. La victoria de Syriza da por acabada la Unión Europea tal y como la conocemos. Al menos de aquella que se levantó en el Tratado de Maastricht, y que confirmó los principios neoliberales de la desregulación financiera y la contención del gasto público como doctrina de la arquitectura supraestatal europea.
Syriza, el euro y el BCE
Syriza, Tsipras, incluso la izquierda de Syriza, lo han dicho por activa y por pasiva. Su triunfo no implica la salida del Euro, sino un cambio en la distribución de poder y de riqueza que la constitución de esta moneda implica. La promesa de impago de la deuda se va a producir desde abajo, dentro del Euro y contra el Euro. Este es quizás el golpe maestro de Syriza y que devuelve al gobierno alemán, su propia amenaza de expulsar del eurogrupo al Estado griego.
Con su victoria, Syriza nos muestra algo evidente, la absurdidad de las políticas de austeridad: la idea de que un país condenado a una recesión sostenida, artificialmente empobrecido y con una caída persistente de su PIB pueda pagar una deuda que duplica el volumen de su Producto Interior Bruto. La reestructuración de la deuda griega es inevitable, como ya se demostró en la anterior quita; lo sabe hasta el último burócrata de la Unión. Pero la victoria de los griegos añade que la protesta social y su articulación electoral pueden invertir una situación de resignación y sometimiento.
Lo fundamental de la victoria de la “izquierda radical griega” —pues así es como se nombra— es que la reestructuración de la deuda no va a ser controlada exclusivamente por la UE y un pelele subordinado a las oligarquías locales y supraestateles de nombre Samarás. Antes al contrario, el impago va a ser el resultado de una negociación política entre una fuerza social mayoritaria y contraria a la austeridad, y el poder financiero continental.
Se trata de algo para lo que el BCE lleva tiempo preparándose. No tanto guiado por un criterio de racionalidad económica, como presionado por la necesidad de contener la inestabilidad política en el flanco sur del continente. Insistimos: el BCE es, hoy por hoy, el cerebro colectivo del capitalismo europeo y la única instancia capaz de cumplir la vieja función estatal de reabsorber la lucha de clases a ese nivel institucional. Y recordamos: fue el anuncio de la compra de bonos de los PIGS por Draghi en 2012 lo que detuvo la avalancha especulativa sobre la deuda pública y con ello la contención de las situación política en España e Italia. Respondía con ello a la oleada de protestas que levantó el 15M, el episodio del Cinque Stelle, los indignados de Plaza Syntagma, y los subsiguientes avances de Syriza.
“Salvar al capitalismo de sí mismo”
Recientemente, Draghi ha vuelto a ganar la mano a la intransigencia financiera alemana, con la sentencia europea que confirma la autonomía del Banco Central para comprar bonos de deuda pública —algo contradictorio con sus estatutos—. Con la victoria de Syriza y con el giro del BCE se ha abierto la posibilidad de renegociar la deuda en términos propiamente políticos. Y lo que es mucho más importante, se ha creado la arena institucional para obtener la primera victoria social significativa desde que empezó la crisis: la monetarización de la deuda de los países del Sur de Europa, Bélgica e Irlanda, por parte del BCE por el simple expediente de comprarla y asumir las pérdidas de unos títulos necesariamente devaluados.
Contra la dogmática neoliberal, esto supondrá además el primer paso de la recuperación de Europa. Una inyección monetaria que expurgaría los riesgos de deflación, al tiempo que al sanear las economías del Sur, permitiría una elevación del gasto público, los salarios y el nivel de consumo, y por ende, de la inversión y el empleo. Nada nuevo, se podrá decir, ni nada especialmente radical, en tanto se trata, otra vez, de “salvar al capitalismo de sí mismo”. O como les gusta decir a alguno de los líderes de Syriza, de repartir la riqueza porque “acumulando la riqueza, se acumula la crisis que estará destinada a estallar mañana”.
Quizás no haga falta insistir en que la victoria de Syriza es sólo el primer meneo (o el segundo si incluimos al movimiento de las plazas) dirigido a despertar al “sonámbulo europeo”. La cobaya griega ha demostrado que puede morder y escaparse de su manipulador de laboratorio, pero será necesario que la rebelión no se quede en “único país”, y se extienda por el sur del continente para alcanzar a los países del centro.
Frente a la posibilidad de este contagio se ha dibujado ya una particular respuesta. La crisis securitaria, que siguió a los atentados de París, tiene también una lectura política de orden europeo. El estallido islamofobo, con el que desde entonces nos bombardean los media, ha permitido dar algo de oxígeno a las élites europeas, echando mano del viejo recurso de apuntar los malestares sobre el enemigo interno / externo. Pero el aire parece que sólo llega en cantidades limitadas y mezclado con partículas tóxicas. Por eso sus efectos serán perentorios en unas clases medias cada vez más conscientes de su creciente empobrecimiento y sus réditos solo serán provechosos para una extrema derecha europea cada vez más antisistema. Basta ver a Le Pen-hija dando brincos en apoyo a Syriza, para confirmar lo mal, muy mal, que lo han hecho las izquierdas y la progresía europea. (Así lo analizaba de forma algo provocadora Perry Anderson en su último viaje a Madrid)
Grecia / España
Sobra decir que la victoria de Syriza muestra el camino a Podemos y a todas las fuerzas que surjan en otros países dentro de un periodo se avecina intenso. De todos modos, conviene hacer algunas precisiones importantes, ni Syriza es Podemos, ni Grecia es España. En los ya siete años de crisis, Grecia ha sido sometida a un plan de choque que hasta hace bien poco sólo se conocía en los países del Sur global. En estos años, Grecia ha perdido el 25 % su riqueza nacional, la caída media de los salarios ha sido del 50 % y un tercio de su población se ha quedado fuera del sistema sanitario. En España, los datos son respectivamente: un 5 %, poco más del 10 % y la práctica exclusión sanitaria de los sin papeles. La situación de emergencia social no es del todo comparable y la respuesta en forma de redes de solidaridad, clínicas autogestionadas y cooperativas no ha despegado en España de la misma forma que en el país heleno.
Syriza es además una fuerza madura, plural y con una trayectoria suficiente. La mayor parte de sus componentes responden a una historia compleja y con sólidas tradiciones organizativas. La refundación de Syriza en 2012 conservó, entre sus principios, el derecho a tendencia y la pluralidad interna, herencia inevitable de una coalición formada por varias escisiones comunistas y todos los “post” imaginables: post-troskistas, post-maoístas, post-anarquistas, post-autonómos, etc. Esta misma vocación multitendencia y la reivindicación de la complejidad y la pluralidad política, permitió a Syriza estar no delante, sino detrás y con respeto, de la ola de movilización que se abrió con los indignados de Plaza Syntgma en 2011, al igual que de la proliferación de las redes de solidaridad y de experiencias de autogestión que siguieron en los años posteriores.
Ventaja estratégica también de la izquierda anti-austeridad griega, es que esta conoce el país y en buena medida, lo representa orgánicamente. Aun cuando tras el éxito de 2012, Syriza se presentó como “el partido del 4 %, que aspira a organizar a la mayoría social”, la organización resultó mayoritaria en sectores sociales tan distintos como la minoría turca y musulmana, la vieja clase obrera del norte, los movimientos sociales juveniles, los trabajadores urbanos de Atenas y Tesalónica y el inmenso segmento de los parados. Esta capacidad de representación transversal es correlativa a su propia diversidad y pluralismo interno, que le ha permitido tener una presencia activa en sectores sociales diversos y en la mayor parte de las ocasiones, desconectados. De igual modo, su constitución plural y multitendencia ha limitado la inevitable burocratización y verticalización implícitas a la forma-partido, al tiempo que la ha hecho mucho más porosa a lo que sucede a su alrededor.
Sin duda, este avance social, sólido y sostenido, es lo que empujó la escalada electoral de Syriza en las elecciones de mayo y junio de 2012. Y lo que ha permitido hoy la victoria en las generales. La mayor parte de los líderes de Syriza son conscientes de que sin una amplia movilización social, en la que el partido sólo podrá ser uno de sus posible motores, no será posible implementar políticas de gobierno que procedan a la ruptura política y a la reforma económica.
Si consideramos el ascenso de Syriza, parece evidente que son la organización, el pluralismo interno, la propia complejidad y la conexión con sujetos sociales y políticos no integrados en la formación lo que ha convertido al partido de Tsipras en la cabeza de un frente social mucho más amplio que Syriza. ¿Nos permitirá el ejemplo griego articular un vector electoral, complejo y plural, en otros países europeos, que sirva a un movimiento mucho más amplio de ruptura constituyente? Parece que este es el reto, y que este consiste antes bien en una tarea práctica (de generar organización democrática) y teórica (de producir un discursos estratégico y económico viable), que de marketing electoral.