Venezuela: Necesario análisis de la experiencia desde abajo de los consejos comunales

Órganos no sólo de organización y lucha en la base, sino especialmente de estímulo a las formas cotidianas de vida comunitaria, lugar donde se verifican los cambios en realidad. Nada se consigue cambiando algunas estructuras sin modificar la cotidianeidad. Sorpréndase con la sensibilidad de este autor venezolano silenciado por la prensa oficial y opositora.



Nota de Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)
Las dinámicas de abajo no necesitan ni nunca han necesitado orientación formal desde las estructuras del poder, de las cuales por lógica hay que desconfiar, pues tratan de amarrar hilos para mover títeres. En el planeta hay muchas experiencias autónomas comunitarias que han surgido desde abajo, desde la propia gente o de escasos partidos como el PKK kurdo, experiencia que múltiples autores tergiversan para esconder su proyección y el indudable hecho de que la autonomía comunitaria se expande en diversos lugares.
En venezuela la idea de los consejos comunales nace de una propuesta de Chávez y que fue solamente asumida en la burocracia por el que fue viceministro de Planificación de su gobierno, Roland Denis, uno de los pocos intelectuales y activistas que visualizan el rol de los de abajo para avanzar al cambio social incluyendo la vida cotidiana, cosa que espanta a la burocracia temerosa de perder los hilos del poder a causa del protagonismo real de la población. No ha sido casualidad que Denis haya tenido que salir del ministerio y Chávez haya fallecido pocos días después, lo que haya llevado a la pérdida de sentido de dichos consejos comunales, donde se ha instalado la puigna entre dos corrientes, la de arriba y la de abajo, la burocracia y la autonomía, la forma política y las formas de vida comunitaria.

Pero ahí están, la mayoría burocratizados, una gran cantidad en disputa y otros, los menos, pero con fuerte impacto, desplegando iniciativas de compartir el barrio y asumir tareas de autogestión y autogobierno. Los análisis de Balaguera, interesante académico universitario venezolano debidamente silenciado por las estructuras, citado por Rigoberto Lanz en su interesante artículo “El arte de pensar sin paradigmas”, traen múltiples detalles que ayudan a ver y reflexionar las dificultades y logros en este camino al común instalado en el estado venezolano mediante un gobierno nacional-popular en vías de avanzar hacia el estado socialista, es decir, el capitalismo de estado, lo que enfrenta de facto los esfuerzos de abajo tanto a las derechas como a las izquierdas, lo que realidad sucede en cualquiera experiencia de autonomía comunitaria que renuncia al estado como vía de transformaciones.

Nos comprometemos a traer más escritos de este autor, así como a publicar a la brevedad el texto de Lanz.

La lectura y estudio de estas y otras experiencias nos ayudarán a descubrir a cada uno nuestras propias metodologías de reconstrucción del común y a evadir aquellos asuntos que obstaculizan el avance de los de abajo.

Veamos pues dos artículos de Balaguera, quien, como veremos, gusta de disfrutar las florituras del lenguaje, por lo que en oportunidades habrá que hacer un cierto ejercicio interpretativo, como por ejemplo “las presencias pulsionales de la juventud”, pero al mismo tiempo hace incorporaciones realmente geniales de conceptos, tales como “empoderamiento de las familias y vecinos que constituyen los consejos”, lo que deja de lado a los burócratas, activistas y militantes profesionales que disputan su control. Vea y extraiga sus propias conclusiones:

Consejos Comunales: La ausencia de juventudes
Por: Edgar Balaguera | Domingo, 08/02/2015 07:48 AM
Aporrea

Nuestras experiencias históricas de formación residencial informan fehacientemente que las presencias pulsionales de las juventudes es justamente una de las marcas estelares que más distinguen a tan vitales y significativos espacios de vida humana.

Si bien es cierto que la figura de los Consejos Comunales fue pensada y diseñada políticamente en el curso de la revolución bolivariana para que constituyera la más viva mostración de empoderamiento por parte de las tantas familias y vecinos que conforman a nuestros espacios residenciales micro-locales, cónsono con las bellas contribuciones (políticas) emanadas por la Constitución Nacional de 1999, en aquello de animar una democracia social mucho más participativa y protagónica en nuestra última patria, hubo de esperar que en dichos organismos habitara en su máximo esplendor la real y maravillosa diversidad comunitaria.

(Comentario de Jaime a este párrafo: Última patria, hermosa alocución para referirse al fin posible del estado y la esperanza de que así sea. Lea despacio, que el hombre se las trae. Piense también que el autor diferencia la democracia social de la democracia política, en un rescate del pensamiento de Rousseau, el crítico del jacobinismo asumido posteriormente por Lenin con su teoría y práctica de la delegación de la potencia social en los representantes parlamentarios que asesinaron la autonomía de los soviets mediante el soviet supremo, con lo que ese estado iba predestinado a caer.
Lo último que llamaré la atención, estando ya usted avisado de leer en cámara lenta distinguiendo las aristas que el hombre va sembrando por el camino del léxico, es su deliciosa referencia de “habitar” la comunidad en esos consejos, mostrando un cúmulo de emociones en sus adjetivos de “máximo esplendor” y “real maravillosa” diversidad comunitaria, lo que inevitablemente nos lleva a la experiencia de Rojava, donde los kurdos han instalado sus consejos de la diversidad, en que coexisten kurdos, ateos, cristianos, musulmanes, árabes, arameos y más en la justa expresión “real y maravillosa” que destaca el autor. Eso demuestra lo equivocados que están los colectivos de afinidad separándose del resto por diferencias ideológicas en un voluntarismo mesiánico inaceptable e inaguantable para los tiempos actuales, que es justamente el papel de los partidos. En adelante su lectura se ahorrará estas emotivas interpretaciones mías y podrá desplegar bellamente las suyas).

Si los terruños vecinales, con independencia de sus tamaños poblacionales, se constituyen fundamentalmente por relaciones consanguíneas y afectivas, las cuales en la mayor cantidad de las veces exponen tanto una diversidad de sexos, ascendencias y descendencias multiformes como de francas distintividades etarias y empáticas, ha debido ser lo más natural que tan espesa polifonía se hiciera presente en las in-formadas estampas organizacionales.

Acorde con sus finalidades, los precitados consejos nacieron en modo importante de suyo para recrear la propia vida vecinal, a exponerse como la más lujosa vitrina de lo que efectivamente son nuestros espacios residenciales, esto es, vivirse como toda una plaza pública, en donde unos y otros, unas y otras de las diferentes multivocidades realmente allí existentes pudieran tener chance real de exhibirse en lo que ciertamente han venido y procuran continuar siendo.

Es justamente la violación a este caro principio de realidad plural intravecinal aquel que han venido cometiendo estas vitales y necesarias micro físicas consejistas, especialmente en lo tocante a no posibilitar ni animar en sus ejercicios ordinarios (ni extraordinarios) las sudorosas presencias de las tantas juventudes que complementan los modos de vida comunitarios, sobremanera en las explanadas barriales populares.

Obviamente que no se trata de pensar (para nada) que en nuestros Concejos Comunales existan, de antemano, una suerte de cuerpos y voluntades dirigentes expresamente anti-juventud, de voceros o voceras que sean abiertamente refractarias a la presencia y participación en las distintas tramas, programas o proyectos que habitualmente excitan, de los continentes de juventud que habitan en las distintas avenidas, calles, callejones o pasajes de unos y otros espacios residenciales.

El hecho cierto es que cualquier visitamiento o monitoreo que hagamos habitual o puntualmente a las diferentes puestas en escena adelantadas por nuestros Consejos Comunales, va a resultarnos revelador en cuanto a no distinguir en ellas mayores asistencias ni involucramientos de chamos y chamas.

Ciertamente que en las comisiones electorales, en las unidades financieras, contraloras o en los diferentes comités y vocerías, así como en las esporádicas asambleas públicas que promueven tales lógicas de sentido, podemos observar a unos ciertos números de muchachos y muchachas queriendo coadyuvar a logros comunitarios múltiples, sin embargo es bien resaltante constatar como en tales ambientes, programas, proyectos y actividades trazadas, las figuras de la sangre y las pasiones juveniles se tornan sumamente menguadas.

A partir de tan inobjetable y cruel dato es desde donde debemos empezar a preguntarnos por aquellas tantas situaciones que (seguramente) se licuan y juegan como negatividades para entregarnos finalmente el informe de unas juventudes nacionales y locales activando muy escuálidamente tanto en nuestros Consejos Comunales como dentro de la vida vecinal en general.

Interpelaciones por la ausencia de juventud en el poder popular local que estamos casi obligados tanto a producir como de avanzar contestas posibles, por cuanto se trata (nada más y nada menos) del extrañamiento, del silencio o “jubilación temprana”, de un importantísimo segmento poblacional que, en la mayor de la veces, alcanza a más del 30% del total de los residentes que conforman a nuestros heterogéneos terruños de hábitat sociocultural y vivienda.

Tan o más importante y necesaria resulta la admisión de las demandas antes indicadas, al igual que sus correctivos inmediatos, para una revolución y/o un programa revolucionario que, por una parte, hace de la democracia inclusiva, participativa y protagónica, una de sus más caras banderas, en tanto que, por la otra, ella misma muere pronto en el camino si no está profusamente acompañada de la sangre, vitalidad y pulsiones que segregan la misma condición de lo juvenil.

Por lo demás, desde el ángulo estrictamente ideopolítico (de la hegemonía del poder) encontramos que si la revolución en deseo de curso no atiende y se engalana con muchos, sino con la mayoría, de los continentes de chamos y chamas que indistintamente colman nuestras matrias locales, llanamente ellos y ellas serán (tal cual viene en algún modo sucediendo), sujetos y objetos de deseo, interés y manipulación (subjetivación) de unas derechas y un “imperio” que instrumentalmente tanto los necesitan para sus inescrupulosos fines.

Por nuestra parte pasamos a avanzar inmediatamente algunas notas (inconclusas) que quieren ayudar a comprender (en parte) esos reales distanciamientos que en nuestros últimos días van manifestando los tantos chamos y chamas que habitan en nuestros espacios residenciales respecto a los Consejos Comunales, veamos:

1-. Una expresa des-identificación con las agendas y sentidos consejistas.

Por donde le miremos, la juventud, lo juvenil propiamente dicho, está correspondido con una expresa situación de vida etaria, de tener unas edades que traspasan a la adolescencia pero que tampoco llegan a vivirse ni considerarse como adultas, por ello es común que a los y las jóvenes nunca se les llama “señores” o “señoras”.

Tal condición circunstancialmente juvenil viene acompañada inexorablemente de unos ciertos imaginarios (de juventud), de unas energéticas pulsiones y sudoraciones, con vista al juego, al relajo, al ejercicio del deseo, al goce y alcance de una clase de experiencias sui generis, sacadas ya no de la transmisión, de la herencia que produce el espejo de experiencias ajenas, sino, fundamentalmente, de ese “morral” que se va llenando con las suyas y los aportes que van entregando sus “panas” tribales.

Este tipo de sentidos contingentes, breves, de pulsiones y sudoraciones a granel, de ansias tremendas por crear directamente sus experiencias, etc., son justamente aquellas valencias que no parecen encontrar mayor espacio, mucha receptividad ni gran correspondencia en las tantas agendas, contenidos, climas y ambientes que recrean los actuales consejos comunales.

En paralelo tenemos que los chamos y chamas observan y presienten que los asuntos que tratan los consejos comunales (agua, luz, asfaltado de calles, tramitación de créditos) son cosas importantes, sólo que ellos le pertenecen a “viejos”, en tanto que sus intereses inmediatos parecieran andan volando y recreándose por otros heteróclitos lugares y “no lugares”.

2. Una muy baja, hasta casi nula- cultura de la transmisión familiar.

En las tantas reuniones ordinarias o extraordinarias que viven efectuando los consejos comunales, ya sea en asambleas o en cualquiera de las actividades que convocan sus distintos comités o unidades, es notorio observar en la mayor de las veces la presencia de los progenitores sin sus hijos.

De hecho, en las conversas que habitualmente generan los padres dentro de sus hogares, muy poco está presente el tema de lo ordinario que se viene haciendo (o no) en los precitados consejos, de las participaciones que los mismos van generando, menos aun éstos buscan informar y entusiasmar a sus hijos sobre lo valioso y necesario que serían sus presencias y actuaciones en dichos agenciamientos.

Es más, a demasiadas madres y padres les gusta que sus hijos no se metan “en esas cosas”, por ello consciente o inconscientemente procuran mantenerlos lo más retirado posible de las agendas y eventos que en ellos se ventilan.

Con tal tipo de obrar conservador lo que se hace en familia es reforzar la exclusión y con ello la despolitización de las muchachadas en aquello que en tanto es público debería ser de su natural interés e importancia.

3. La no formación de una cultura comunitaria en los espacios escolares

Bien sabemos que los espacios de educación formal viven ocupando y llenando las cabezas de sus estudiantes con cualquier cantidad de contenidos, incluidos aquellos totalmente impertinentes, sin embargo las informaciones, las valoraciones y alusiones vinculadas a la vida que se genera realmente en sus espacios residenciales comunitarios están allí casi totalmente ausentes.

Cierto es que en algunos cursos y programas los aspectos de la ciudadanía tienen algún lugar, no obstante lo que de ella se habla y narra es de una abstracción tal que prácticamente no encuentra correspondencia con aquella cruda y cocida realidad donde habitan los tantos continentes de estudiantes que intentan educar.

En casi nada (por no decir en nada) la vida donde residen nuestros jóvenes encuentra mayor atención, seguimiento, evaluación o exigencias de naturalezas afines dentro de los recintos escolares en los cuales ellos y ellas van educándose rutinariamente.

Curiosamente la escuela piensa y pide reiteradamente a las familias que complementen y refuercen en sus hijos e hijas las lecciones transmitidas en sus aulas, sin embargo ella no resulta nada contributiva con la vida que cumplen los muchachos y muchachas dentro de sus lugares de hábitat y vivienda, por ello no causamos susto aquí en decir que para la escuela prácticamente la vida vecinal no existe.

4. La no formación de una cultura comunitaria en las agencias ideopolíticas

Otro tanto similar y triste a lo vivenciado dentro de la escuela respecto a la vida comunitaria, ocurre con los muchachos y muchachos que hacen alguna vida activa dentro de las máquinas políticas que en verdad tenemos, independientemente de las ideologías que éstas porten.

Curiosamente los partidos y demás organizaciones políticas que coexisten en la patria construyen sus agendas y movimentalidades diarias sobre aspectos que son totalmente vecindarios a temas como la participación, la ciudadanía, la responsabilidad, la solidaridad, etc., sin embargo llama la atención el poco o muy bajo compromiso que tienen sus juventudes militantes con lo real comunitario, por ello sus presencias en los consejos comunales vienen luciendo sumamente raquíticas.

Las exigencias de participación e involucramiento de sus militantes jóvenes al interior de la vida residencial, en particular dentro de los consejos comunales es muy poco valorada dentro de los procesos de formación ciudadana que cumplen nuestras agencias políticas, en consecuencia es frecuente saber del gran desconocimiento y/o desinterés que muestran los jóvenes militantes, de izquierda, centro o derecha, sobre aquellas vicisitudes, padecimientos, conflictos y tensiones que en verdad acontecen dentro de sus espacios residenciales.

Las exigencias que hacen las máquinas ideopolíticas a sus juventudes militantes ciertamente son múltiples, solo que llama mucho la atención el saber que dentro de tantos pedidos y ruegos, casi nunca suele estar aquel de la necesidad que dichos jóvenes (como la militancia en general) realicen auténticas, buenas y ejemplares vidas cotidianas en sus matrias residenciales.

5. La muy baja o nula cultura comunitaria en los espacios mediáticos hegemónicos

Bien sabemos que las industrias mediáticas encuentran en las juventudes un mercado de interés y aprisionamiento extraordinario. En las tantas modalidades y formatos que ellas comportan (radio, tv, redes sociales, cine, etc.) los cuerpos y sensibilidades juveniles consiguen suerte de “grandes casas” confortables para unas estancias que les van resultando bien placenteras, por ello sus reiterados encadenamientos en ellas.

Lo que llama la atención aquí es que en tales lógicas comunicacionales la cultura comunitaria, los valores y significaciones socioculturales, éticas y políticas relacionadas a la participación y los involucramientos de las personas a cuidar y fortalecer los espacios residenciales, y con ello a mejorar sus calidades de vida, no consiguen prácticamente eco alguno.

En los mass-meddia las poblaciones juveniles, que son a la vez las mayores consumidoras de los intangibles que ellas a cada instante vehiculan y animan, obtienen demasiadas gratificaciones, pero muy escasamente aquellas que les destaquen, promuevan e inviten a vivir a las personas en general, sobremanera a los jóvenes, activamente en sus disímiles terruños de hábitat y vivienda.

6. Más allá de las notas someramente señaladas, hemos de concluir finalmente que, con independencia de lo que sucede con lo juvenil en los consejos comunales, la escuela, los partidos políticos como dentro de la industria mediática, no tenemos una cultura societaria que nos estimule y exija vivir nuestras vidas residenciales con apego a verdaderas exigencias de ciudadanía local pues, por ejemplo, a nadie le cancelan una visa, un crédito o similares si llanamente se abstiene o renuncia a participar en la espesa vida comunal.

Epilogonalmente digamos que nuestras experiencias históricas de formación residencial informan fehacientemente que las presencias pulsionales de las juventudes es justamente una de las marcas estelares que más distinguen a tan vitales y significativos espacios de vida humana, hecho que tiende a desestimar nuestra sociedad en general como los consejos comunales en particular.
————————————————-

El declive de los Consejos Comunales en Venezuela
Por: Edgar Balaguera | Domingo, 11/01/2015 09:47 AM
Aporrea

La pérdida del entusiasmo y con ello la mengua de la participación de los venezolanos y venezolanas entorno a la novedosa e importante figura de los Consejos Comunales va siendo un dato sumamente visible que vamos registrando en la Venezuela de los últimos años. Fenómeno observable ya (incluso) en los años finales de vida del extinto Comandante/presidente Hugo Chávez, quien fuera su más importante mentor.

Estamos consientes que cualquier clase de mirada o interpelación crítica sobre la corporeidad y dinámica que nos dejan observar tales microfísicas del sentido local ha de realizarse bajo el saber que se trata de creaciones sociopolíticas sumamente novedosas, aún con muy poco recorrido temporal y un débil arraigo de tradición, lo cual si bien nos obliga a ser comprensivos con ellas, para nada sus comportamientos públicos nos impiden generar las necesarias visitas reflexivas que ahora mismo comenzamos a ensayar.

No se trata que nuestras inquietudes estén sembradas en la premisa (falsa) que ahora existan menos Consejos Comunales en el país que hace un par de años, al contrario, pues bien sabemos que desde que se estableciera (con Chávez) una cierta pasión cultural y política por la organización comunitaria, y con ello la casi obligatoriedad que tienen las comunidades de asociarse bajo dichas modalidades para accesar a recursos del Estado, aunado al establecimiento de las leyes del poder popular, especialmente la Ley de los Consejos Comunales (2006), los ímpetus por lo consejal comunitario no han cesado de crecer, al menos desde el punto de vista de sus formalidades.

A propósito de lo dicho, vale la pena recordar que para el momento en que tales formatos fueron creados (decretados) por iniciativa del ex-tinto Comandante en el año 2000) los mismos alcanzaron una cifra significativa, la cual, según el último censo comunal efectuado nacionalmente en el 2013, éstos llegaron a superar las 40.000 organizaciones.

Obviamente que para cualquier observador lejano de la sociopolítica nacional, especialmente de lo molecular comunitario, así como para cualquier hombre nacional afirmado exclusivamente en cantidades, estos datos le resultarán suficientes para pensar, por ejemplo, que la vida política de la Venezuela presente cambió radicalmente respecto a la participación social labrada por los venezolanos y venezolanas en tiempos de la “IV República”.

Sin mayores ánimos por pleitearnos aquí con la gente de los números, y sin quitarle valor e importancia a la singular estadística levantada por el Ministerio de las Comunas y Fundacomunal, queremos destacar en estos espéculos unas observaciones puntuales respecto a un expreso declive que (en nuestra opinión) van dejando deslizar ahora los Consejos Comunales en Venezuela. Notas que nos van sirviendo –en otros lugares- como elementos de base para el armado de un Proyecto de Investigación Nacional, capaz de dar cuenta pormenorizada del estado actual y tendencial que presentan dichos consejos en toda la sociogeografía nacional, a saber:

1-. Con la excepción que impone la regla, es constatable en la mayoría de nuestros espacios residenciales actuales, sobre manera en los urbanos, una visible pérdida del interés, motivación y entusiasmo (valoración) por la figura de sus Consejos Comunales.

Aquel microclima animoso que unos cuantos años atrás dejaban traslucir los habitantes de las barriadas populares, así como de muchas urbanizaciones consolidadas y (hasta) elegantes a favor de participar en la organización y el empuje de sus respectivos “gobiernos matriales”, traducible en sus disposiciones a incluirse en cualquiera de los tantos comité exigidos, en asistir masivamente a las asambleas convocadas, en acudir mayoritariamente a los tantos actos electorales acordados localmente, en estar atentos al curso y las acciones emprendidas por los voceros o voceras electas, en querer estar presentes en la formulación e introducción de proyectos sociocomunitarios ante instancias definidas, así como en tener una oportuna vigilancia sobre el destino de los recursos “bajados” por los diferentes entes gubernamentales, etc., obviamente para nada es el mismo que se respira en estos momentos en nuestras disímiles comunidades.

2. Colindante con la anterior nota, el informado declive, se evidencia así mismo en la mengua que van teniendo en las situaciones presentes las estructuras consejales para encontrar voluntades vecinales que quieran proseguir o reemplazar las responsabilidades humanas (nada fáciles) a que obligan las tantas comisiones, unidades, comités y vocerías establecidas uniforme e invariablemente por la precitada ley.

Si en años anteriores sobraban voluntades y (con ello) reinaban pugnacidades entre los vecinos por querer ser electos o participar en cualquiera de los tantos comité existentes (por pretender dominarlos), hoy día va siendo un hecho inobjetable observar que muchos de estos lugares y cargos han quedado literalmente desiertos, bien sea por renuncias o abandonos de sus miembros principales y suplentes o por la indisposición de las personas a no querer colocar sus nombres y tiempos para compensar tales déficits, etc.

3.- La pérdida de fuelle que exhiben los Consejos Comunales en los últimos años es también percibible en el estatuto de legalidad dudosa que presentan (en buena parte de ellos) muchas de las comisiones electorales así como los voceros y voceras electas en su oportunidad.

Ciertamente este hecho admite distintas explicaciones, las cuales en parte tienen que ver con unas vecindades que en el corto tiempo se han vuelto bien indiferentes respecto a saber si sus mediadores y mediadoras están o no al día en sus funciones; pero, sobre manera, con unas unidades de contraloría social que para nada monitorean, observan, interpelan ni toman iniciativas para darle paso a la realización de nuevas elecciones a objeto de subsanar tales faltas.

La condición de comisiones y vocerías con los plazos de legalidad vencida igual va generando en muchos vecinos y vecinas actitudes de recelo y desconfianza sobre la validez de sus actuaciones, lo cual conspira contra los micro climas de armonía y credibilidad que han de tener internamente tales miembros.

La misma desmotivación de los vecinos y vecinas para participar en las comisiones electorales, al igual que en los distintos comité a votar, ha llevado a un peligroso modo de obrar consejal, el cual estriba en que las pocas voluntades animadas para “seguir luchando” se ven obligadas a pedirle, casi como un ruego o favor a algunos de sus co-residentes, para que sólo presten sus nombres y firmas a objeto de formalizar la situación del consejo en cuestión, con los costes posteriores que ello traduce.

4-. La ostensible disminución del (antes ya bajo) interés otorgado por las instituciones públicas del “Estado Burgués”, de sus ministerios, gobernaciones y alcaldías, para con las personas, programas, proyectos y demandas que, en general, han venido tramitando y exigiendo -casi estoicamente- las referidas micro maquinas comunitarias.

Pese a las responsabilidades y obligaciones que establecen a los poderes y funcionarios públicos nacionales, regionales y municipales las leyes del poder popular promulgadas, y a las tantas desgarraduras mediáticas que favor del empoderamiento popular viven haciendo constantemente (frente a cámaras y micrófonos) los funcionarios gubernamentales (grandes, medianos y pequeños), lo cierto es que casi en la mayoría de nuestros espacios residenciales, los viejos problemas de agua, aseo, calles deterioradas, delincuencia, inseguridad, alumbrado público, etc., continúan per-se, afirmados con los de nueva data.

5-. Con la excepción que nos impone la docta de las generalizaciones, es bien observable en numerosas comunidades del país una muy baja obra de gobierno efectuada por los Consejos Comunales, la cual (incluso) en algunos casos llega a resultar prácticamente nula.

Es de esperar que en aquellos espacios residenciales donde la gestión y logros conseguidos por quienes asumieron electoral y públicamente sus responsabilidades de liderazgo local, resulte francamente bien precaria, o donde los mismos vecinos y vecinas no obtuvieron mayores participaciones a favor de ella (en los casos que la hubiere), la identidad y frenesí del vecindario para con su micro lógica gubernativa sea cada vez menos expectante.

Bien sabemos que toda política pública obtiene apoyo, respaldo y credibilidad allí donde los actores políticos la traducen positivamente en logros y obras sobre las cuales las mayorías sociales llegan a beneficiarse, en tal experiencia nacen (por lo demás) soldaduras de buenas aleaciones, situación relacional ésta que no es precisamente aquella que van dejando ver ahora las comunidades y sus Consejos Comunales.

6-. Al menos para buena parte de los vecinos y vecinas que indistintamente hemos venido entrevistando (por aquí y por allá), las razones que juegan fuerte para no tener mayor comunicación con sus Consejos Comunales estriba en que los mismos no saben dónde funcionan dichos organismos, lo cual toma credibilidad especialmente en aquellas localidades que logran alcanzar considerables tamaños físicos y demográficos, derivado del hecho que tales agenciamientos puntuales no cuentan aún con sedes físicas permanentes.

Para aquellos Consejos Comunales que a la fecha no han llegado a gozar de algún tipo de edificación física permanente es indudable que su funcionamiento se hace más cuesta arriba, pues son bien conocidas las penurias, pérdidas de tiempo y enredos que deben pasar sus miembros para poder reunirse regularmente, pues no siempre les resulta tan fácil conseguir prestada al momento la escuela, la casa, el patio o el garaje de alguna familia residente en el sector.

La misma carencia de espacio físico formal produce en muchas ocasiones reiteradas faltas de asistencia por parte de los voceros o voceras electas o, en determinados casos, de las personas del vecindario que voluntariamente quisieran concurrir a tal o cual reunión de su interés, pues en este tipo de casos es normal escuchar singles del tipo: ” Yo fui a la casa que me dijeron pero allí nadie sabía nada de eso, entonces me devolví pa’la mía. Luego fue que me enteré que la reunión la habían movido pa’otro lado y nadie me dijo eso”.

Sumémosle a lo señalado el dato que no siempre los espacios prestados que consiguen esta clase de Consejos Comunales para sus labores cuentan con los ambientes y servicios más adecuados para asegurar encuentros grupales numerosos, amenos y cordiales, entre sus asistentes, lo cual, por supuesto, incide en la calidad y rendimiento que obtengan los mismos.

7-. Aquellas otras notas de valor y experiencia que seguramente nuestro amigo lector querrá asentar en este lugar.