14-03-2015
El Buen Vivir: una oportunidad para imaginar otros mundos
Entrevista con Alberto Acosta
Luciano Concheiro
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El buen vivir se presenta como una alternativa radical al capitalismo: propone una nueva relación entre los hombres y, fundamentalmente, de los hombres con la naturaleza. Presentamos aquí una conversación con uno de los principales teóricos e impulsores del tema: Alberto Acosta, exministro de Energía y Minas de Ecuador. Acosta fue también presidente de la Asamblea Nacional Constituyente que redactó la actual Constitución ecuatoriana (2008), la cual otorga derechos inalienables a la naturaleza, convirtiéndola así en sujeto de derecho. El Buen Vivir: Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos (Editorial Abya-Yala 2012 e Icaria Editorial, 2013) es su libro más reciente, que fue publicado también en francés (Utopia 2014) y en alemán (Oekom Verlag 2015).
¿Qué es el buen vivir o, para decirlo en kichwa, el sumak kawsay?
El sumak kawsay o buen vivir es una visión del mundo que emerge con fuerza desde los pueblos del sur, los mismos que han sido marginados de la historia. El buen vivir no implica una propuesta académica-política, sino la posibilidad de aprender de realidades, experiencias, prácticas y valores presentes en muchas partes, aun ahora en medio de la civilización capitalista.
Este buen vivir, para intentar una primera definición, propone la búsqueda de la vida en armonía del ser humano consigo mismo, con sus congéneres y con la naturaleza, entendiendo que todos somos naturaleza y que somos interdependientes unos con otros, que existimos a partir del otro. Buscar esas armonías no implica desconocer los conflictos sociales y las diferencias sociales y económicas, ni tampoco negar que estamos en un orden, el capitalista, que es ante todo depredador. Justamente, el sumak kawsay sería un camino para salir de este sistema.
¿En qué difiere el buen vivir de otros cuestionamientos a la idea del desarrollo y el progreso? ¿Por qué es una alternativa radicalmente distinta al resto?
Las crisis provocadas por el capitalismo desbocado –siempre salvaje– ocasionan mayores niveles de desequilibrios sociales y culturales y conducen, simultáneamente, a una mayor destrucción de la naturaleza. Esta imparable tendencia amplifica cada vez más la exclusión, el autoritarismo y la intolerancia, además de las desigualdades tan propias del sistema capitalista.
Así las cosas, los límites de la naturaleza, aceleradamente desbordados por la expansión de las actividades propias de la modernidad, exacerbadas por las demandas de acumulación del capital, son cada vez más evidentes. Al mismo tiempo, la inequidad social, inherente al capitalismo, en tanto civilización de la desigualdad, encuentra múltiples y crecientes rupturas, que provocan complejos y dolorosos procesos, como la imparable migración de los países del sur a Estados Unidos y a la Unión Europea; y ahora, incluso, el camino contrario de los habitantes de países en crisis, como España, por dar un ejemplo.
Esto demuestra claramente que el crecimiento de la economía no tiene como consecuencia la felicidad, ni siquiera en los países considerados desarrollados. Es más: ese crecimiento, a la postre, casi siempre aumenta las brechas en las sociedades: la riqueza de unos pocos se sustenta, con frecuencia, en la explotación de la mayoría y de la naturaleza, o simplemente en la especulación.
Con ese horizonte, es preciso iniciar una discusión reconociendo que el sistema capitalista vive de sofocar la vida y el mundo de la vida, es decir, el trabajo y la naturaleza. Este es el meollo del asunto. No podemos seguir por la vía del progreso tradicional, entendido como un proceso de acumulación permanente de bienes materiales, sin tener a la vista los límites biofísicos de la naturaleza y la imparable y creciente inequidad social.
Por eso decimos que el buen vivir es algo diferente al desarrollo. No es una alternativa de desarrollo: es una alternativa al desarrollo. No se trata de aplicar un conjunto de políticas, instrumentos e indicadores para salir del “subdesarrollo” y llegar a aquella deseada condición del “desarrollo”. Una tarea por lo demás inútil. ¿Cuántos países han logrado el desarrollo? Muy pocos, asumiendo que la meta buscada pueda ser considerada como desarrollo.
Los caminos hacia el desarrollo no han sido el problema mayor. La dificultad radica en el concepto mismo de desarrollo. Es más: el mundo vive un mal desarrollo generalizado, incluyendo los países considerados como industrializados, es decir, los países cuyo estilo de vida debía servir como faro referencial para los países atrasados. Eso no es todo: el funcionamiento del sistema mundial es maldesarrollador.
En suma, es urgente disolver el tradicional concepto del progreso en su deriva productivista y el del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus múltiples sinónimos. Pero no solo se trata de disolverlos; se requiere una visión diferente, mucho más rica en contenidos y en dificultades.
AlbertoAcosta
¿Qué coloca el buen vivir en el lugar de la noción de desarrollo? ¿Qué visión del tiempo instaura frente a la visión lineal y progresiva de la modernidad?
Es importante entender que bajo algunos saberes indígenas no existe una idea análoga a la de desarrollo, lo que lleva a que en muchos casos se rechace ese concepto. No existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior y posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas o los países para la consecución del bienestar, como ocurre en el mundo occidental. Tampoco existen conceptos de riqueza y pobreza determinados por la acumulación y la carencia de bienes materiales.
El buen vivir debe ser asumido como una categoría en permanente construcción y reproducción. En tanto planteamiento holístico, es preciso comprender la diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician el buen vivir, como son el conocimiento, los códigos de conducta ética y espiritual en la relación con el entorno, los valores humanos y la visión de futuro, entre otros. El buen vivir, en definitiva, constituye una categoría central de la filosofía de vida de las sociedades indígenas.
Desde esa perspectiva, el desarrollo convencional es visto como una imposición cultural heredera del saber occidental, por lo tanto colonial. Las resistencias a la colonialidad implican un distanciamiento del desarrollismo. La tarea por tanto es descolonizadora, y además debe ser despatriarcalizadora. En este proceso se necesita, en primer lugar, una descolonización intelectual para poco a poco descolonizar la economía, la política, la sociedad.
El buen vivir, en definitiva, plantea una cosmovisión diferente a la occidental al surgir de raíces comunitarias no capitalistas. Rompe por igual con las lógicas antropocéntricas del capitalismo, en tanto civilización dominante, y con los diversos socialismos realmente existentes hasta ahora, que deberán repensarse desde posturas socio-biocéntricas y que no se actualizarán simplemente cambiando de apellidos. No olvidemos que socialistas y capitalistas de todo tipo se enfrentaron y se enfrentan aún en el cuadrilátero del desarrollo y del progreso.
¿Qué tipo de sociedad pretende construir el buen vivir?
El buen vivir propone, y aquí repito lo que dije arriba, sociedades sustentadas en una vida armónica del ser humano consigo mismo, con sus congéneres y con la naturaleza, porque todos somos naturaleza y solo existimos a partir del otro.
A diferencia del mundo del consumismo y de la competencia extrema, lo que se pretende es construir sociedades en las que lo individual y lo colectivo coexistan en complementariedad entre sí y en armonía con la naturaleza, y en las que la racionalidad económica se reconcilie con la ética y el sentido común. La economía tiene que reencontrarse con la naturaleza, para mantenerla y no para destruirla; en definitiva, para retornar a su valor de uso y no al valor de cambio.
El objetivo no puede ser tener siempre cada vez más bienes materiales, objetivo inviable de sostener en el tiempo en un mundo con límites biofísicos que ya están siendo amenazados. Como dicen los sabios andinos: rico no es aquel que tiene muchas cosas materiales sino el que tiene menos necesidades. Esto conduce, por cierto, a una redistribución de esas cosas acumuladas en pocas manos. Esta aceptación no significa negar valiosos avances tecnológicos de la humanidad.
El buen vivir implica un cambio civilizatorio. Se pone en entredicho aquella idea de la Ilustración que se difundió con mucha fuerza desde hace varios siglos, a través de la cual se creía que el ser humano está obligado a dominar y controlar la naturaleza.
Uno de los principios básicos del buen vivir es el planteamiento de una nueva relación entre el hombre y la naturaleza. ¿Cómo es esta relación? ¿Qué subjetividades emanan de ella?
A contrapelo de la dominante lógica antropocéntrica se precisa una aproximación socio-biocéntrica que nos conmina a avanzar entendiendo la naturaleza como sujeto de derechos. A lo largo de la historia del Derecho, cada ampliación de los derechos fue anteriormente impensable. La emancipación de los esclavos o la extensión de los derechos a los afroamericanos, a las mujeres y a los niños y niñas fueron alguna vez rechazadas por ser consideradas como un absurdo. Se ha requerido que se reconozca el derecho de tener derechos, y esto se ha conseguido siempre con una intensa lucha política para cambiar aquellas leyes que negaban esos derechos.
La liberación de la naturaleza de esta condición de sujeto sin derechos, o de simple objeto de propiedad, exigió y exige un esfuerzo político que la reconozca como sujeto de derechos. Este aspecto es fundamental si aceptamos que todos los seres vivos tienen el mismo valor ontológico, lo que no implica que todos sean idénticos.
El asunto no es fácil. No será sencillo hacer realidad los derechos de la naturaleza; estos derechos significan alentar políticamente su paso de objeto a sujeto, como parte de un proceso centenario de ampliación de los sujetos del Derecho. Lo central de los derechos de la naturaleza es rescatar el derecho a la existencia de los propios seres humanos. Este es un punto medular de los derechos de la naturaleza.
Entonces, no es necesaria una nueva economía, como se anotó antes, sino que se precisa otra forma de hacer política. Para empezar, es indispensable desarrollar el concepto de ciudadanía mismo. Los derechos de la naturaleza necesitan, y a la vez originan, otro tipo de definición de ciudadanía, que se construye en lo social pero también en lo ambiental: la meta-ciudadanía-ecológica. Ese tipo de ciudadanías son plurales, ya que dependen de las historias y de los ambientes; acogen criterios de justicia ecológica que superan la visión tradicional de justicia.
Entonces, además de la ciudadanía ecológica y de la misma ciudadanía individual, de corte liberal, es preciso recuperar y fortalecer la ciudadanía colectiva, que surge de los derechos colectivos de pueblos y nacionalidades. Ciudadanías todas que deberán nutrirse de lo comunitario, donde los individuos encuentran el sentido de su existencia. Y son estas ciudadanías –individuales y colectivas– las que –tal como se prevé en la Constitución ecuatoriana– deberán defender y cristalizar los derechos de la naturaleza.
En las nuevas constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009) se formalizaron algunas de las ideas del buen vivir. ¿Por qué elegir el camino constitucional? ¿Qué elementos fueron incorporados?
Cada uno de estos procesos tiene su explicación propia. El proceso constituyente ecuatoriano –fiel a las demandas acumuladas en la sociedad ecuatoriana, consecuente con las expectativas creadas y responsable ante los problemas que se vivía y se habían acumulado durante siglos– se proyectó como medio, e incluso como un fin, para dar paso a cambios estructurales. Así, en el contenido constitucional afloran múltiples propuestas para impulsar transformaciones de fondo, construidas a lo largo de muchas décadas de resistencias y de luchas sociales y que articularon diversas agendas, de los trabajadores, los indígenas, los campesinos, los pobladores urbanos, los estudiantes, los ecologistas, las mujeres, los ancianos, los jóvenes y otros tantos sectores progresistas. Justamente en estas luchas de resistencia y de propuesta, cuando se enfrentaba al neoliberalismo, se fueron construyendo alternativas de desarrollo e incluso alternativas al desarrollo, como lo es el buen vivir.
Un dato a tener presente: en Ecuador se registran veinte constituciones desde 1830. Esto habla de inestabilidad institucional, así como de la lógica política de este proceso constituyente en un país que se encuentra en permanente ebullición por la cantidad de problemas que se acumulan desde hace cientos de años y que se quiere resolver a través de la participación democrática.
¿Podría convertirse el buen vivir en una alternativa global o funciona exclusivamente en los países con raigambre indígena?
Con su postulación de armonía con la naturaleza, de reciprocidad, de relacionalidad, de complementariedad y de solidaridad entre individuos y comunidades, con su oposición al concepto de acumulación perpetua, con su regreso a valores de uso, el buen vivir, en tanto propuesta despejada de prejuicios y en construcción, abre la puerta para formular visiones alternativas de vida.
El buen vivir, sin olvidar y menos aún manipular sus orígenes ancestrales, puede servir de plataforma para discutir, concertar y aplicar respuestas frente a los devastadores efectos de los cambios climáticos a nivel planetario y las crecientes marginaciones y violencias sociales en el mundo. Incluso puede aportar para plantear un cambio de paradigma en medio de la crisis que golpea a los países otrora centrales. En ese sentido, la construcción del buen vivir, como parte de procesos profundamente democráticos, puede ser útil para encontrar incluso respuestas globales a los retos que tiene que enfrentar la humanidad.
Esta propuesta del buen vivir, siempre que sea asumida activamente por la sociedad, se puede proyectar con fuerza en los debates que se desarrollan en el mundo y podría inclusive ser un detonante para enfrentar propositivamente la creciente alineación de una gran mayoría de habitantes del planeta. Dicho en otros términos, la discusión sobre el buen vivir no debería circunscribirse a las realidades andinas y amazónicas. Si bien admitimos lo extremadamente difícil que será asumir el reto de construir el buen vivir en comunidades inmersas en la vorágine del capitalismo, estamos convencidos de que hay muchas opciones para empezar a construir esta utopía en otros lugares del planeta, inclusive en los países industrializados.
El buen vivir, que surge desde visiones utópicas, se fundamenta en la realidad del todavía vigente sistema capitalista y en la imperiosa necesidad de impulsar en el mundo la vida armoniosa entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza; una vida que ponga en el centro la autosuficiencia y la autogestión de los seres humanos viviendo en comunidad. El esfuerzo debe estar centrado en las sustancias (Ana Esther Ceceña) antes que en las formas (instituciones o regulaciones). Ese es, en definitiva, un gran desafío para la humanidad.
El buen vivir andino-amazónico cuestiona el concepto eurocéntrico de bienestar y, en tanto propuesta de lucha, enfrenta la colonialidad del poder. Sin minimizar este aporte de los indígenas, hay que aceptar que las visiones andinas y amazónicas no son la única fuente de inspiración para impulsar el buen vivir. Incluso desde diversos espacios en el mundo, y aun desde círculos de la cultura occidental, se han levantado –desde tiempo atrás– muchas voces que podrían estar de alguna manera en sintonía con esta visión indígena.
Además de estas visiones del Abya-Yala, hay otros muchos pensamientos filosóficos de alguna manera emparentados con la búsqueda del buen vivir, visiones filosóficas incluyentes con la naturaleza y las comunidades humanas en diversas partes del planeta. El sumak kawsay o buen vivir, en tanto cultura de la vida o de la vida en plenitud, con diversos nombres y variedades, ha sido conocido y practicado en diferentes periodos en las diferentes regiones de la Madre Tierra; Ubuntu en África o Svadeshi, Swaraj y Apargrama en la India. Más allá de las críticas que se pueda hacer a los orígenes de la filosofía occidental, se podría incluso rescatar elementos de la “vida buena” de Aristóteles. Además, desde diversos ángulos, no solo desde estos espacios, aparecen respuestas a las demandas no satisfechas por las visiones tradicionales de la modernidad.
El buen vivir, entonces, no es una originalidad ni una novelería de los procesos políticos de inicios del siglo XXI en los países andinos. El buen vivir forma parte de una larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las luchas de la humanidad por la emancipación y la vida.
Desde esa perspectiva, el concepto del buen vivir no solo tiene un anclaje histórico en el mundo indígena; se puede sustentar también en otros principios filosóficos: ecológicos, feministas, cooperativistas, marxistas, humanistas…
Finalmente, ¿cree que es posible aprovechar los avances tecnológicos de la humanidad junto con los conocimientos propios de culturas ancestrales?
El gran reto en este momento es cómo aprovechar todos los conocimientos disponibles. No podemos cerrarnos a los avances de la ciencia, especialmente la quántica y la relativista. Como pocas veces en la historia de la humanidad, la información y los avances tecnológicos han alcanzado niveles inimaginables hace solo pocas décadas. Hay que tener la capacidad para saber discernir cuál es la información relevante. El actual bombardeo mediático no es necesariamente positivo. La sobresaturación de determinada información, controlada y mediatizada por determinados grupos e intereses de poder transnacionales o nacionales, hace mucha de esa información inservible. La relativamente excesiva información oculta, consciente o inconscientemente, aquellas informaciones que realmente contribuirían a la liberación del ser humano.
El mundo se asemeja cada vez más a una suerte de medioevo tecnocrático. Reducidos grupos humanos concentran la riqueza y los avances tecnológicos, manteniendo crecientes exclusiones sociales, en medio de insospechadas tensiones políticas y sociales, así como provocando un marcado deterioro ecológico. Siempre hay que tener presente que la tecnología per se no resuelve nada: no vivimos un problema tecnológico sino uno de tipo político estructural.
Entonces, sin negar para nada los veloces avances tecnológicos alcanzados en las últimas décadas y que nos seguirán sorprendiendo día a día, hay que tener presente que no toda la humanidad accede por igual al mundo de la informática, por ejemplo. Todavía la mitad o más de los habitantes del planeta, al empezar el nuevo milenio, no tenían contacto con un teléfono, no se diga con el internet.
Esta constatación, sin minimizar el papel de las tecnologías de punta y su masiva difusión, nos remite al valor que tiene el papel y el lápiz como herramientas de liberación. Esto, adicionalmente, nos dice que muchos de los retos futuros siguen siendo los mismos de antaño y que la posibilidad de una Edad Media de alta tecnología pero excluyente en extremo es una posibilidad amenazadora en ciernes o quizás ya en pleno proceso de construcción… Tengamos presente la construcción de muros materiales e inmateriales alrededor de las grandes naciones industrializadas: Estados Unidos o Europa, a nivel internacional; así como alrededor de los barrios de los grupos acomodados de la población, a nivel local.
Pero, como todavía hay pueblos conscientes y personas críticas, hay que confiar en un futuro humano de convivencia armónica con la naturaleza y que permita una vida digna para todos los habitantes del planeta.
Una cosa importante es pelear en los espacios locales, y ayudar a que esos grupos que han manejado durante mucho tiempo una forma diferente de relación con el entorno puedan hacerse cada vez más fuertes. Pero al mismo tiempo hay que construir respuestas globales; por ejemplo, para desarmar las instituciones y prácticas que alientan la especulación financiera. Debemos impedir que la humanidad incursione en una pesadilla tecnológica totalitaria. Para lograrlo requerimos otros niveles de organización plural de las sociedades mundiales, desde donde se podrá plantear con mayor claridad y profundidad soluciones globales. Y en ese campo el buen vivir o los buenos convivires son también una propuesta para toda la humanidad.
(Luciano Concheiro, historiador por la UNAM y sociólogo por la Universidad de Cambridge, es coordinador del Centro Horizontal.)
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