Cuando se vuelven asesinos

Hay momentos irreversibles, a partir de los cuales no se da marcha atrás, esto ocurre cuando no solamente la violencia se convierte en el pan cotidiano, sino cuando la violencia adquiere niveles destructivos no solamente de la vida, sino, acompañando a esta muerte, la destrucción de la dignidad humana



Cuando se vuelven asesinos
Raúl Prada Alcoreza
Hay momentos irreversibles, a partir de los cuales no se da marcha atrás, esto ocurre cuando no solamente la violencia se convierte en el pan cotidiano, sino cuando la violencia adquiere niveles destructivos no solamente de la vida, sino, acompañando a esta muerte, la destrucción de la dignidad humana. Cuando se opta por el asesinato como solución final, es cuando ya no hay vuelta atrás, se ha optado sin escrúpulos por este procedimiento de acallamiento, de método expedito de solución ante problemas que se vuelven tormentosos para el poder.

Raúl Prada Alcoreza

Raúl Prada AlcorezaEscritor, docente-investigador de la Universidad Mayor de San Andrés. Demógrafo. Miembro de Comuna, colectivo vinculado a los movimientos sociales antisistémicos y a los movimientos descolonizadores de las naciones y pueblos indígenas. Ex-constituyente y ex-viceministro de planificación estratégica. Asesor de las organizaciones indígenas del CONAMAQ y del CIDOB. Sus últimas publicaciones fueron: Largo Octubre, Horizontes de la Asamblea Constituyente y Subversiones indígenas. Su última publicación colectiva con Comuna es Estado: Campo de batalla.

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Lo que llama la atención son los argumentos que se emplean para encubrir los actos. Se dice que se trata de una guerra entre agencias de inteligencia; en tanto que los “izquierdistas” oficialistas dicen que los que publican estas noticias son de periódicos de “derecha”, entonces sus intenciones son evidentes. Como si por el hecho de que hayan sido publicados por estos medios, ya que los medios oficialistas no lo hacen, los hechos mismos que se denuncian desaparezcan. Estos argumentos son de por sí estrambóticos. Es como decir, que un atentado de desmesurada violencia, que busca afectar por terror, no se haya dado nunca, que es un invento de los medios; que un asesinato ineludible no haya existido, es un invento también de los medios. ¿Cómo se llega a estos laberintos inmorales y desproporcionadamente absurdos?
No se trata solamente de recurrir a la tesis del poder, que son los laberintos a los que te arrastra el poder, la disponibilidad de fuerzas, que hace sentir impunes a los que gozan de esta disponibilidad. No toda disponibilidad lleva al asesinato, al encubrimiento del asesinato, a echar humo y a argumentar de la forma más grotesca para velar los hechos. ¿Los “izquierdistas” oficialistas consideran que lo que hacen, encubrir, hacer demostraciones de su astucia por lo absurdo, es “revolucionario”? ¿Qué los llevan a pensar que es así? Han confundido la “revolución” por la lealtad, incluso cuando no se puede serlo, cuando se cometen asesinatos. ¿Esto es lealtad? ¿Con qué, con quién? Ciertamente no es con la “revolución”, sino con los que supuestamente la encarnan, los que se han vuelto símbolos. Este antropocentrismo remitido al símbolo del poder es la manera más ilusa e “ideológica” de vaciar de todo contenido al concepto de “revolución”. Estos defensores de lo indefendible no solo encubren asesinatos, que de por sí son reaccionarios, al descargar todo su desprecio por la vida, sino son los asesinos del sentido histórico de la “revolución” al convertirla en un vació que se puede llenar con atrocidades. A esta gente de “revolucionarios” no le queda nada, salvo su delirante imaginación en la que se aferran para decir que lo siguen siendo. Es el momento que el gobierno, que califican de “revolucionario” se ha desbocado en una carrera loca no solamente en la decadencia, sino lo peor, en una espiral de violencia, pues cuando se empieza no se la para.
Dos presidentes progresistas se pronuncian sobre el caso AIMA y el caso Niesman; en Página 12 se publica:
Dijo Rafael Correa sobre la Argentina: “Esto me huele a la restauración conservadora; ya no hay golpes militares, ya no hay golpes legislativos, ahora hay golpes judiciales”. Dijo Evo Morales: “Ya no pueden hacer golpes de Estado, ya no pueden dominarnos militarmente, entonces buscan otras formas de golpe, de escarmiento, de amedrentamiento, especialmente a los presidentes antiimperialistas”[1].
La teoría de la conspiración tiene varias versiones; la usan unos y otros, “derechas” y pretendidas “izquierdas” oficiales, gobiernos conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, populistas, hasta lo han hecho gobiernos socialistas. Es ciertamente una teoría especulativa e ingenua. Nadie, un individuo, un grupo de individuos, estructuras secretas, pueden sustituir a los campos de fuerzas y a la mecánica de fuerzas, que es donde se produce la llamada realidad social. Tendrían que ser súper-hombres, capaces de controlar todas las variables en juego. Nadie dice que no hay conspiradores ni conspiraciones, las hay; empero, forman parte del conjunto de factores, variables, actores, fuerzas, en juego. Son un factor más, en el contexto de la mecánica de las fuerzas. Se evidencia la debilidad de la argumentación y la pretensión de encubrimiento cuando se usa esta tesis de la conspiración para verter la tesis del golpe de Estado, sin tocar para nada los hechos en cuestión, el acto de terror y el asesinato. Sobre esto no se dice nada. Es que estas personas, por más presidenciables que sean, consideran tan ingenua a la gente, a la opinión pública, a tanto llega el desprecio por el raciocinio de la gente.
Obviamente tampoco dicen nada sobre las contradicciones de sus gobiernos “progresistas”. Uno, ha tenido centenares de presos dirigentes indígenas de su país, por el sólo hecho de defender la Constitución Plurinacional y los derechos de las naciones y pueblos indígenas. Ha entregado concesiones en la Amazonia a empresas petroleras trasnacionales, violentando la Constitución y borrando de sopetón el acuerdo nacional sobre el Yasuní. El otro, ha invadido con la armada del Estado-nación un territorio indígena, germen del Estado Plurinacional, violando la Constitución y despreciando los derechos de las naciones y pueblos indígenas; pretendiendo legitimar sus violaciones constitucionales con una consulta espuria. Ambos presidentes se han embarcado, de manera intensa y extensa, en el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Abren las puertas al capital extranjero de las empresas trasnacionales extractivistas mineras, en condiciones onerosas. En Bolivia se ha llegado al colmo de promulgar una Ley Minera, que es una traición a la patria.
Sobre estos temas no se pronuncian los defensores del oficialismo, pretendidamente “izquierdistas”; callan. Sólo atinan a esgrimir la tesis desgastada de la conspiración y el golpe de Estado. Creen que solucionan todo cuando dicen que los que critican a los gobiernos progresistas coadyuvan al imperialismo y a sus agencias de inteligencia, su ingenio argumentativo nova más lejos que eso. Para ellos, la teoría de la conspiración funciona en abstracto. Es permanente, es eterna, independientemente de los contextos y las coyunturas; hay dos bando, uno bueno y el otro malo. Unos conspiran, los otros se defienden contra la conspiración. Incluso, si fuese así, hipotéticamente, no puede darse en abstracto. ¿Por qué tendrían que conspirar unos si los otros se parecen tanto a los mismos? No solamente por los procedimientos y métodos que emplean, sino por las estrategias políticas circunscritas a preservar el poder. Ambos forman parte del sistema-mundo capitalista, ambos forman parte del orden mundial de las dominaciones, del imperio, aunque unos se hagan a los “izquierdistas” y los otros hablen a nombre de “democracia” formal e institucional liberal. Esta es una disputa de poderes por la hegemonía en el mismo orden de cosas, en el mismo sistema-mundo capitalista.
Los presidentes “progresistas” se han convertido en un clan que se defiende, se protegen, se retroalimentan mutuamente. No es ciertamente un clan que defiende la profundización de sus “procesos de cambio”, sino que defiende la preservación del poder, en condiciones que ya son un franco retroceso, una clara regresión, una evidente restauración.—
[1] Página 12: Ni casualidad ni ingenuidad. Washington Uranga. Buenos Aires 18 de febrero de 2015.