Revertir la colonialidad con la nueva libertad de vientres
Descubriendo Entre Ríos. De chacra a confederación comunitaria (Parte III). Si el régimen hacina y encierra a las familias en sus casas, en sus barrios, podremos recuperarnos desde los recién nacidos, volviendo a principios milenarios, por una vía que mitigó la esclavitud
Tirso Fiorotto / De la Redacción de UNO
tfiorotto@uno.com.ar
Quitémonos el ropaje de la colonialidad por un rato y vayamos a los principios tan propios del Abya yala (América), con seres humanos que se complementan entre sí, en armonía en el monte (sumak kawsay), produciendo y compartiendo alimentos sanos.
Saquémonos por un instante la mochila del capital y del Estado que le sirve.
Veremos que un modo de recuperar el sentido en la mujer y el hombre (hoy encerrados entre el asfalto y el cemento y el tejido de la medianera, desarraigados), pasará por devolvernos un espacio, un lugar para el conocimiento, la meditación serena, la alimentación cercana, el amor.
Desde esos principios, entonces, la mujer y el hombre no estarán aislados de la naturaleza, o destruyéndola, o adueñándose. Volverán a una relación horizontal con la piedra, el río, el pez, el pájaro, la fronda, el vecino. Comunidad en el paisaje.
Una prisión
El régimen actual se muestra como lo que es: una prisión. Si la mujer y el hombre están jaqueados por el apuro, la competitividad, la ganancia, la propensión a la compra de tonterías que el sistema promociona para mover su infernal maquinaria; si no pueden ver el amanecer ni las estrellas, y temen por su seguridad personal o familiar, entonces permanecen internados. El encierro es una enfermedad social, causa de males.
En Paraná hay barrios donde ya no es seguro quedarse en casa siquiera, porque la pretende el vecino drogadicto de al lado, y familias indigentes se marchan en el desamparo.
¿Cómo librar a la humanidad de sus (otras) cárceles de asfalto y cemento? ¿Cómo hacer de las villas hacinadas un lugar de paz y armonía en un entorno natural, cuando lo que prevalece es la superpoblación, la contaminación, el patio sin espacio?
Hemos intentado conocer, en columnas anteriores, el sentido de la armonía, la complementariedad, el comunitarismo desde la chacra, y la unidad de los pueblos. Federalismo desde el pie. Y acudimos a símbolos que trascienden la inmediatez, como el mate, e instituciones que se pierden en el fondo de los tiempos como el ayllu.
Acá apuntaremos a una medida en línea con estas inquietudes, complementaria, tomados de una experiencia que marcó nuestra historia. Los gobiernos criollos no abolieron de inmediato la esclavitud. Exploraron el modo de echar aire en el asfixiante sistema esclavista con la promesa de libertad de vientres.
Posible curación
El historiador Juan Antonio Vilar dice en su obra Revolución, de Eduner, que la Asamblea del año 13 plagió muchas resoluciones de la corte de Cádiz y otras tuvieron escasos efectos. La libertad de vientres, afirma, condenó a la esclavitud de por vida “a todos aquellos negros que habían nacido antes del 31 de enero de 1813”.
La advertencia viene al pelo. Sin embargo, esta otra libertad de vientres imprescindible en el siglo XXI puede generar conciencia en miles, en millones, que hoy se creen libres y lo son apenas en los estrechísimos márgenes que les deja el régimen. A veces libres para hurgar en la basura, o para comprar.
La que imaginamos es una libertad de vientres comunitaria, universal. Nadie estaría condenado a la miseria, el hacinamiento y la oscuridad por el solo hecho de nacer en un hogar indigente, o en un hogar rico enfermo de colonialidad. La curación llegaría para la comunidad, y en la comunidad, la niña, el niño.
Interesante equivalencia. Si hoy sostenemos con razón que nuestras comunidades están presas por la ausencia de contacto con el ambiente, por el consumismo que exige el capital mediante la propaganda, por los males de la aglomeración, se impone la libertad comunitaria de vientres como un principio, porque así debe ser, para abrirnos al otro mundo vedado.
Pooles y terratenientes
El acaparamiento de suelos por unos pocos y el desembarco de adinerados sin el menor conocimiento del trabajo rural, todo eso es causa del desarraigo y el destierro de millones. A lo que se suma el ataque a la biodiversidad por varios flancos para uniformar la producción y medrar con el suelo.
Millones terminan, como decíamos, estrangulados por el asfalto.
Estas meditaciones surgen desde Entre Ríos por una razón obvia: es una región expulsora, y aquí se ha desarrollado durante años el pensamiento en torno del éxodo y sus causas, por solo referirnos al tiempo que va de Tomás de Rocamora al presente y obviar el genocidio previo. Pero además, por nuestra herencia artiguista, que reverdece en organizaciones sociales.
Los desterrados poseen conocimientos, complejos tejidos por siglos, que en la vida urbana no les sirven más que para vivir de nostalgias. La modernidad rodea a sus hijos de propaganda y drogas, y no estamos bien pertrechados para la resistencia.
El capital financiero destruye culturas, deprime, concibe a la tierra no como madre sino como una cancha para negocios, una mercancía más.
Somos millones los sirvientes de un sistema que nos enferma, no solo por el uso desaprensivo de químicos desde la soberbia humana sino porque el amontonamiento nos tiene loquitos, nos mezquina alimentos sanos y en cercanía, y nos pone a mirar la corrupción del sistema y ser testigos de la destrucción del ambiente, como quien viera torturar a sus hermanos.
Lo mismo cuando el régimen nos muestra a tantos hurgando en la basura.
A 200 años, libertad
El régimen se reproduce a través de las décadas. Hace pocos lustros comenzó una nueva era, la de los transgénicos y herbicidas, bajo el oligopolio de las multinacionales y sus socios del Estado. Ahora, ¿cómo empezar a revertir este proceso?
Las familias del litoral heredamos ideales artiguistas (resumen de sabidurías milenarias), y en ellos el reparto de tierras a los más desfavorecidos, una norma que cumplirá su bicentenario en setiembre de 2015.
Sería justo dar parcelas bajo una estricta conciencia para que la labor fuera sustentable, con las familias incorporadas en la naturaleza, sin privilegios para nadie, ni siquiera para la especie humana.
Difícil (no imposible) hacer todo a la vez por las relaciones de poder, y porque durante muchos años se nos ha formado en el desarraigo, en el menosprecio de conocimientos. Nos hemos aislado.
Entonces, con raíces en la armonía podríamos pensar desde este año 2015 en la libertad de vientres. Aquí llegamos al meollo.
La mayoría de nuestras familias no tiene un espacio donde interactuar con el árbol, con el pájaro, donde conversar con sus adentros.
Todo se comprende mejor si tomamos conciencia del estado de tantas familias.
1- La colonialidad racista como sustrato, donde el trabajo comunitario no tiene lugar porque se han naturalizado la relación obrero/patronal y el régimen de propiedad absoluta y mercantilización de la tierra; 2-la prisión que sufren tantos por falta de espacios, en los barrios y también en sectores de clase media; 3-la violencia que se cuela en todas las relaciones sociales; 4-el agotamiento de fuentes no renovables de energía y la contaminación que producen, para sostener un sistema urbano de alto consumo promovido por la propaganda.
Presos del régimen, la libertad de vientres se nos presenta como una luz al final del túnel.
Las familias que tomen conciencia de la necesidad de emancipación, contra el cemento, contra el hacinamiento, por la vida en armonía, debieran contar con un lugar donde producir comida y otros bienes, abrirse a esa relación necesaria con el entorno, liberarse de la dependencia en materia de alimentos y liberarse de la urbanización extrema que nos quita la serenidad, nos hace apurados, nos lleva a chocarnos en las rutas y nos tiene agarrados de los derivados del petróleo y de las obras faraónicas para el transporte.
Liberarse es recuperar los contactos cara a cara con otros seres humanos, el tiempo para el diálogo, y el intercambio natural.
Un pan bajo el brazo
Para mirar el otro mundo ocultado, vamos por la libertad de vientres.
¿En qué consiste? A cada niño, un espacio comunitario. Libertad. Un lugar donde desplegar aptitudes, conocer, amar, con actitud no invasiva, respetuosa del entorno, y donde el día de mañana cada cual hará su vida, sus alimentos en obra colectiva. Nada se hará sin una conciencia extendida en organizaciones sociales, en personas, es decir, con clara desconfianza de los poderes.
La libertad comunitaria de vientres no es un reclamo económico ni político, aunque tiene implicancias en esos órdenes. (De hecho, con la superficie de unas poquitas estancias puede abastecerse la primera década del gran cambio).
Esa libertad no será devuelta por los capitalistas que sacan ventajas del sistema, ni por los socios de esos privilegiados atornillados en el despotismo del Estado y otros círculos. Si el monstruo es grande, la carrera será larga. Es cierto que no estaremos libres del hacinamiento de entrada, pero sí lo estarán nuestros hijos, nuestros nietos y los hijos y nietos de nuestros vecinos y los compañeros de ruta de otras especies. Y seremos libres también con paladear ese mundo maravilloso, con el resplandor que promete la libertad.
La libertad de vientres entronca a la perfección con la vida en chacras comunitarias participativas, y ambos modos de recuperación de nuestra condición se chocan con el régimen donde prevalece la ganancia y la producción a escala para las exportaciones, con mínima presencia de trabajadores.
Los mismos sectores hoy privilegiados verán que, con la libertad compartida y la vuelta a la naturaleza, se empieza a recuperar la dignidad perdida. El único que perderá será el señor racismo. Y que se muera.
(Continuará).
Las máquinas, tres o cuatro días
¿De qué se trata? De evitar el encierro de la humanidad. La resignación a sobrevivir en barrios donde no sale el sol. Y recuperar vías tradicionales de libertad en la naturaleza.
Un chico encerrado en un barrio marginal aprenderá códigos, formas de sobrevivir bajo asecho. Es probable que por años no sepa del país hecho desierto a la vuelta de la esquina, donde el gran capital se burla de su futuro y le tira unos mendrugos o lo entretiene.
Se dirá que la libertad comunitaria de vientres puede ayudar a la dispersión, al minifundio improductivo, inconducente, y dar espacios a quienes no tienen vocación por la naturaleza y el cultivo.
Nadie puede presuponer la vocación de nadie, y menos de personas que hoy encuentran los caminos clausurados, que tienen prohibido imaginar, siquiera, ese otro mundo.
Además, aquí no estamos hablando de la cuestión práctica sino de principios. No corresponde ajustar los principios al régimen actual sostenido en el dinero, la competitividad, el sálvese quien pueda y la tecnología puesta al servicio del gran capital.
Armonía en un espacio, vida en la naturaleza, cosecha de frutas sanas, trabajo comunitario y relación complementara son principios. La política debe adecuarse y hallar las fórmulas, o mejor, recuperarlas.
El distanciamiento de siglos no se resuelve de la noche a la mañana. Las familias que se involucren deben contar con acompañamiento de organizaciones sociales, los niños deben familiarizarse con la naturaleza que es su lugar. El amor es una vía a los principios.