Apuntes sobre la estructura de poder en Chile

Consideraciones prospectivas para genealogías del poder en el sur



Consideraciones prospectivas para genealogías del poder en el sur
Apuntes sobre la estructura de poder en Chile

Raúl Prada Alcoreza

Este ensayo forma parte de un conjunto de escritos, que procura poner en mesa la interpelación al Estado, a la representación y delegación formal, pretendidamente “democrática”; sobre todo emplazar en desenvolvimiento la crítica de la narrativa histórica de los Estado-nación. Cuestionando la usurpación de la palabra a los pueblos, por parte de los representantes y delegados. En momentos cuando son los pueblos los que deberían hablar, lo hacen los doctorcitos, como siempre, cuando los doctorcitos empujaron a la guerra, cuando los doctorcitos firmaron tratados, ahora los doctorcitos forjan puestas en escena, relegando nuevamente a los pueblos, decidiendo por ellos su destino.

Una crítica a la historia oficial

La historia es la narrativa suprema del poder. Ocurre como si el poder se apropiara de la memoria social; algo que ciertamente no ocurre; empero, aparece como si se diera, solo que de manera teatral, por así decirlo. Es pues una representación, una representación en la representación, que no es otra cosa que el deseo del poder de que así fuese. La memoria social no depende del poder, forma parte del devenir de la experiencia social. Lo que hace el poder es hacer aparecer otra “memoria”, una simulación de la memoria social; la memoria oficial. La memoria legitima, mas bien, legal, pretendidamente legitima. La historia oficial es pues el mito del Estado. A propósito de este mito, el historiador crítico, el que cuestiona la historia oficial, el que deconstruye la narrativa del poder, desmontando sus mitos, desgajando sus oropeles, contrastando sus versiones con lo efectivamente dado, señala, en un lenguaje interpelador, las incongruencias de una trama inventada.

Iván Ljubetic Vargas[1] dice que:

Los hechos históricos son objetivos. Ocurren como acontecen, de una sola manera. Pero la interpretación de ellos es subjetiva. Depende de quién los observa, analiza, narra y explica. Y este espectador no es imparcial. Los interpreta según su forma de pensar, según su ideología, la que a su vez está determinada por los intereses de la clase social que, consciente o inconscientemente, representa. En una sociedad dividida en clases antagónicas existen dos formas de interpretar el acontecer. Una es la “historia oficial”, la que se escribe en los textos de estudio y se difunde por los medios de comunicación de masas. Refleja los intereses de las clases dominantes, que pretenden mantener su posición, para lo cual necesitan mostrarse como los impulsores del progreso y, al mismo tiempo, ocultar sus crímenes. Para ello tergiversan la historia, crean mitos. Existe también la “otra historia”, que representa los intereses de las clases dominadas, las que sólo cambiando a fondo la sociedad pueden terminar con la explotación a la que están sometidas. Se basan en la verdad, que es siempre revolucionaria[2].

Dejemos de lado lo de la verdad; otra pretensión heredada de las religiones, transmitida a la filosofía, retomada por las ciencias. Verdad a la que preferimos llamarla perspectiva de las resistencias, de las luchas sociales, perspectiva histórico-política, que se enfrenta a la perspectiva jurídico-política del Estado. Entonces retomando los discursos histórico-políticos, críticos de las dominaciones, nos concentramos en los posicionamientos sociales en el campo de batalla.

A continuación el historiador crítico escribe:

La “otra historia” revela la realidad de lo acontecido, con el convencimiento de que, en la medida que se conozca exactamente el pasado, es posible comprender el presente y trazar las grandes líneas para forjar el futuro[3].

Si dejamos en suspenso la verdad, también dejaremos en suspenso, la pretensión de realidad, que es como la verdad, solo que, en vez de concepto es la figura que acompaña al concepto, la figura absoluta de una esencia reposada en su quietud fundamental, si se quiere de origen o fin. Lo que importa, más que la pretendida realidad, es la experiencia social inscrita en los cuerpos, inscrita de una manera distinta a como se inscribe el poder en la carne. Inscrita como aprendizaje, en tanto que el poder se inscribe como orden.

Respecto a la llamada prehistoria, comienza la disonancia del autor:

La historia de los pueblos que habitaron el territorio de Chile es de antigua data. El arqueólogo estadounidense Tom Dillehay descubrió en 1979 el asentamiento humano más antiguo de América. Está ubicado en Monte Verde, a 35 kilómetros al suroeste de Puerto Montt, austral ciudad chilena ubicada a orillas del golfo de Reloncaví. Los restos allí encontrados tienen una antigüedad de más de 30 mil años. Este hecho fue reconocido científicamente casi dos décadas después, en 1997, luego de exámenes de carbono 14, análisis geológicos, estudios botánicos y químicos. Hace más de 30 mil años, por tanto, comenzó la historia de Chile, con la llegada de sus primeros habitantes, los genuinos descubridores de esas tierras[4].

Respecto a la formación económico-social nativa, anota:

En cuanto a su organización económico-social, los pueblos que poblaban Chile vivieron hasta la llegada del conquistador europeo la etapa de la Comunidad Primitiva, caracterizada por la no existencia de propiedad sobre los medios de producción, clases sociales ni Estado[5].

Indudablemente el discurso histórico-político, discurso de lucha, de posicionamiento, interpelador de la dominación, es un discurso marxista. En este sentido se comprende lo de comunidad primitiva y la decodificación de las clases sociales por su ubicación en el modo de producción. No estamos, ahora, en la discusión con la interpretación marxista de la historia, el llamado materialismo histórico; estamos, mas bien, atendiendo a la interpelación misma, histórico-política, de la versión jurídico-política de la historia, por parte del Estado.

El avizoramiento de las tierras del sur se efectúo en el viaje de Hernando de Magallanes; el historiador escribe:

El primer contacto de europeos con el territorio chileno lo realizó Hernando de Magallanes. Este navegante portugués al servicio del monarca español tuvo la audaz idea de acortar la ruta hacia las Molucas o “tierras de las Especies” (archipiélago de Indonesia), a través de un paso que debía existir en la parte sur del continente americano. La expedición, financiada por los Fugger, capitalistas alemanes, partió del puerto de San Lúcar (España) el 20 de septiembre de 1519. La componían cinco naves y 265 hombres. El 1º de noviembre de 1520, Magallanes encontró ese paso. Fue el estrecho que él llamó de Todos los Santos, posteriormente bautizado como Estrecho de Magallanes. Durante los 26 días que duró la navegación de ese estrecho, los europeos tomaron conocimiento de la parte austral del territorio chileno. Entre los miembros de la tripulación iba Francisco Antonio Pigafeta, quien en su Diario de Viaje narra que en la ribera norte encontraron huellas gigantes, por lo que bautizaron a sus habitantes como patagones o patas grandes (correspondían a indígenas que, para protegerse del frío, envolvían sus pies en cueros). Magallanes denominó a esa región Tierra de Patagones o Patagonia. Hacia el sur, siguiendo el relato de Pigafeta, quedaba una isla que podía ser el confín del mundo y que fue llamada Tierra del Fuego por las fogatas de los indios “fueguinos” que se divisaban en sus costas. El 27 de noviembre la flota salió a un mar –entonces extrañamente muy tranquilo- al que bautizaron como Océano Pacífico[6].

Desde entonces:

Pasaron 16 años. Desde el Perú partió una expedición que, luego de un difícil recorrido, ingresó en marzo de 1536 a territorio chileno, cruzando la cordillera de los Andes por el paso de San Francisco, frente a Copiapó. A la cabeza venía Diego de Almagro, quien al pisar suelo chileno tomó posesión de éste en nombre del emperador Carlos V. El objetivo de esa expedición era buscar oro que, según habían escuchado en Perú, existía en abundancia. Pero lo que encontraron fue la resistencia mapuche. En la confluencia de los ríos Ñuble e Itata, en la zona centro-sur del país, se produjo el combate de Reinohuelén. Se iniciaba la lucha en defensa de su tierra por quienes la poblaban. Los frustrados conquistadores retornaron ese mismo año al Perú, atravesando el terrible desierto de Atacama[7].

Sobre la conquista, la misma que no concurrió, por la resistencia y la victoria de los pueblos mapuches:

Fue el choque de dos mundos, de dos culturas muy distintas, en que se impuso el más desarrollado. Como escribió Fidel Castro en enero 1989, “los españoles conquistaron este continente usando una tecnología más moderna: el arcabuz, la ballesta y el caballo… Y con cuantos caballos sembraron el terror. ¿Qué era un caballo en aquella época? ¡Una bomba atómica de hoy! ¿Qué era un arcabuz? ¿La pólvora?: ¡la bomba atómica!”. En cambio las armas utilizadas por los pueblos originarios eran muy primitivas. En el caso de Chile, los mapuches contaban a la llegada de los invasores con las siguientes armas: flechas de coligue, la honda, lanza o pica de quila de 4 o 5 metros de largo; la macana (un palo duro de temo o luma de tres metros con punta arqueada, como una cachiporra); la boleadora. Sin embargo, jamás pudieron ser dominados por los conquistadores. Pudo más su valor y coraje que todos los avances militares de los invasores[8].

Siguiendo con las puntualizaciones de lo que dejamos en suspenso, diremos que dejamos en suspenso lo de más desarrollados. Se trata de un enunciado evolucionista que no compartimos. Empero, no está en discusión esto; lo que sobresale, lo que debe llamar la atención es el coraje de la nación y pueblos mapuches.

Una de las conclusiones importantes es:

La conquista no operó sino muy débilmente con efecto asimilativo; destruyó las culturas nativas. Cortó su evolución natural. La Colonia se levantó sobre un cementerio de culturas de los pueblos originarios[9].

Otra de las conclusiones históricas, en esta remembranza crítica, es:

Fue una forma de acumulación primitiva de capital. Werner Sombart afirmó: “El Estado moderno nació en las minas de plata de México y Perú y en los placeres auríferos del Brasil”. Y como ya hemos visto, los métodos de la acumulación primitiva no tuvieron nada de idílicos. Setenta millones de seres humanos de América perecieron como resultado de la conquista[10].

La tesis principal es esta, lo que acontece es la acumulación originaria de capital a escala mundial. La conquista y colonización forman parte de esta acumulación originaria; son los métodos de fuerza de la acumulación de capital.

No se conquistó el sur, debe quedar claro que:

El período de la Conquista estuvo caracterizado en Chile por la lucha de los pueblos originarios contra el invasor. El 11 septiembre de 1541, cinco mil indígenas, encabezados por Michimalongo atacaron y destruyeron la ciudad de Santiago; en 1549 corrió igual suerte La Serena. El 24 de diciembre de 1553, los mapuches, comandados por Lautaro derrotaron a Pedro de Valdivia y le dieron muerte[11].

Lautaro el guerrero indómito. ¿Quién era? El historiador responde:

Había nacido hacia 1535 en las cercanías de Tirúa, en el sur de Chile. Su verdadero nombre era Lev Traru, que en mapudungún –lengua mapuche- significa Halcón Veloz. Fue capturado por los hispanos en 1546. Estuvo seis años como criado de Pedro de Valdivia. De enorme inteligencia, estudió la forma de vida de los invasores, cómo pensaban, sus armas, sus tácticas de lucha. Aprendió del enemigo. Se transformó en un estratega militar. En 1552 escapó de los españoles, llegó hasta los suyos. Fue nombrado toqui general por los guerreros mapuches y los comenzó a educar. Les explicó que para derrotar al conquistador era necesario unir fuerza y bravura con inteligencia y organización. Les enseñó que caballo y jinete no eran un monstruo, sino una bestia y un guerrero. Por primera vez los mapuches tuvieron una estrategia militar, practicaron nuevas tácticas e inventaron armas que dañaran al enemigo a pesar de sus corazas. Lautaro organizó su ejército dividido en numerosos batallones y al mando de cada uno puso a los toquis más aguerridos. Para formar los escuadrones hizo pasar a todos los guerreros por diferentes pruebas y luego los agrupó según sus habilidades. Así nacieron compañías de flecheros, piqueros, maceros, combatientes a caballo e infantes armados con macanas. Estructurado de esta forma el ejército, se inició la instrucción militar masiva, bajo una rígida disciplina. Cada guerrero se preparó para lograr el máximo de destreza en el arma que le fue asignada. Lautaro sabía lo valioso que era conocer por anticipado los planes, movimientos y recursos del enemigo. Uno de los métodos que utilizó fue el de instruir a los jóvenes mapuches que entraban al servicio doméstico de las casas de los conquistadores, especialmente de los oficiales, para que simularan no entender español, aunque lo hablaran bien; escucharan las conversaciones y le transmitieran la mayor información posible. Lautaro estudiaba el terreno antes del combate, para poder elegir el campo más favorable y llevar hacia él a las tropas enemigas. El 24 de diciembre de 1553 derrotó a los invasores en la batalla de Tucapel. El Gobernador Pedro de Valdivia fue hecho prisionero y muerto. El 26 de febrero de 1554 venció a los españoles, encabezados por Francisco de Villagra en el combate de Marigueñu. El 28 de febrero de 1555 atacó y destruyó la ciudad de Concepción. Acción que repitió en diciembre de ese año. Lautaro murió en 1 de abril de 1557 en un combate que duró más de cinco horas en el fuerte de Petorca[12].

Los españoles no pudieron dominar a la nación y pueblos mapuches; al contrario, fueron derrotados.

En 1598 en la batalla de Curalava, a orillas del río Lumaco, los mapuches al mando del toqui Pelantaru, derrotaron a los invasores encabezados por el Gobernador Martín García Oñez de Loyola, quien estuvo entre los muertos. Esa batalla marcó el inicio de una gran ofensiva de los defensores de su tierra. Fueron tomadas y destruidas siete ciudades. Huyeron los conquistadores, dejando tras sí a unos mil soldados muertos. En cautiverio quedaron 400 mujeres y niños españoles y mestizos. La inmensa zona al sur del río Bío-Bío se transformó en territorio libre por más de dos siglos[13].

La cartografía colonial al sur quedó circunscrita. La victoria de los mapuches trazó un límite a los conquistadores.

Como resultado de ello, durante dos siglos y medio el territorio de Chile se extendió desde el río Copiapó al Bío-Bío. Más al sur del Arauco indómito, quedaron Valdivia y Chiloé, como dos pequeños islotes[14].

Rompiendo con la historia oficial, con los mitos de la oligarquía, después de la burguesía y, para el colmo, mitos asumidos por la dictadura militar y por la “ideología” del periodo neoliberal, el historiador rescata la figura de O’Higgins.

Su profesor de matemáticas comprendió muy bien los sentimientos del joven chileno. Era Francisco Miranda, patriota venezolano, desterrado en Europa que, para poder subsistir, daba clases en la Academia de Richmond[15].

Esta relación, la de Miranda y el joven O’Higgins, se puede decir que fue constitutiva:

Un día, guardando enorme cuidado, Miranda conversó con su alumno. Le reveló que formaba parte de una sociedad secreta cuyo objetivo era emancipar las colonias españolas de América. Lo invitó a formar parte de ella. Bernardo, emocionado abrazó a su maestro y le dijo: “Mirad en mí, señor, tristes restos de mi compaisano Lautaro, arde en mi pecho ese mismo espíritu que libertó Arauco, mi Patria, de sus opresores”[16].

Esta inclinación por la emancipación tuvo consecuencias familiares:

Corría 1798. El nuevo miembro de la Logia secreta tenía 20 años de edad. Poco después debió abandonar Inglaterra. En Cádiz, España, tomó contacto con dos curas revolucionarios: el chileno José Cortés Madariaga y el argentino Juan Pablo Fretes. Le entregaron abundante información sobre la situación en Chile. Agentes del rey español descubrieron las actividades conspirativas de Bernardo. Como consecuencia de ello, don Ambrosio O’Higgins fue destituido de su cargo de Virrey del Perú. Indignado con su hijo, le escribió anunciándole que lo desheredaba de todos sus bienes[17].

O’Higgins se incorporó a la guerra de la independencia:

En 1813 se iniciaron las guerras de la Independencia. O’Higgins puso su espada al servicio de José Miguel Carrera, quien había sido designado comandante en jefe del Ejército patriota por la Junta de Gobierno de1813. Meses después reemplazó a Carrera. Mostró su valor en el combate de El Roble y en la batalla de Rancagua. En esta última, que tuvo lugar el 1 y 2 de octubre de 1914, los patriotas fueron derrotados. Muchos de estos emigraron a Mendoza, capital de la provincia argentina de Cuyo, para preparar la revancha. Se inició el período de la Reconquista española. En Chile, los guerrilleros de Manuel Rodríguez jugaron un notable papel. En Mendoza, con la enorme solidaridad del general José de San Martín, gobernador de Cuyo, se organizó el Ejército Libertador, que en los primeros días de febrero de 1817 atravesó la cordillera de los Andes y el 12 de ese mes derrotó a las tropas del monarca español en la batalla de Chacabuco[18].

Después de la derrota realista, el 16 de febrero de 1917, Bernardo O’Higgins fue designado Director Supremo de Chile por un Cabildo Abierto en Santiago. Se puede resumir el perfil político de O’Higgins por el carácter de las medidas que toma.

a) Consolidó la Independencia. A comienzos de 1818, una nueva expedición realista invadió el país. En esos críticos momentos, O’Higgins llamó a los ciudadanos a suscribir, el 12 de febrero de 1818, el Acta de Proclamación de la Independencia de Chile. En este documento se hace “saber a la confederación del género humano, que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes, forman, de hecho y por derecho, un Estado libre, independiente y soberano, y quedan para siempre separados de la monarquía de España y de otra cualquiera dominación, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses”. El 5 de abril de 1818, en la batalla de Maipú, fueron derrotadas las tropas realistas. O’Higgins pensó en la necesidad de formar un ejército nacional sin relación alguna con el del rey español. Por ello fundó la Escuela Militar. (En cambio, los fascistas chilenos conciben el Ejército como heredero de las tropas del monarca hispano. El general Herman Brady, entonces ministro de Defensa de la dictadura, en un acto en homenaje a Pinochet, efectuado el 23 de agosto de 1976, sostuvo que “desde la época de la Colonia el Ejército de Chile ha sido la piedra angular para formar historia, formar tradición, formar hombría y mantener inalterable la institucionalidad de este Chile que tanto queremos”). El 11 de agosto de 1818, O’Higgins puso las bases de la Primera Escuadra Nacional. Con el objetivo de consolidar la emancipación de Chile, organizó la Expedición Libertadora del Perú para contribuir a destruir el principal centro de poder realista en América del sur. Zarpó de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Estuvo constituida por 23 buques, que transportaban 4.100 soldados.

b) Adoptó medidas contra la oligarquía. En 1812 había escrito: “Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo”. Siendo Director Supremo fue consecuente con esas palabras. El 28 de noviembre de 1917 suprimió los títulos de nobleza y prohibió el uso de los escudos de armas. En el decreto respectivo señaló: “En una república es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos, con que los tiranos premian a sus servidores. Son una ofensa a las ideas de libertad e igualdad”. (Entre los requisitos para obtener un título nobleza estaban: demostrar pureza de sangre por los cuatro abuelos, saber montar a caballo y no haber ejercido jamás oficio manual alguno). Obligó a los oligarcas, que colaboraron con los realistas durante la Reconquista española, a pagar fuertes contribuciones para cancelar los gastos del Ejército Libertador de los Andes y a entregar caballos y dinero para la Expedición Libertadora del Perú. Con fecha 5 de junio de 1818 firmó un decreto aboliendo los mayorazgos, institución del derecho español que consistía que el hijo mayor heredaba todos los bienes, impidiendo con ello la división de los grandes latifundios. Esta medida no pudo ser aplicada porque el Senado, con mayoría reaccionaria, la aplazó indefinidamente.

c) Entre las muchas obras de progreso material e intelectual, podemos mencionar: el inicio de la educación estatal, fundó escuelas primarias y el Liceo de La Serena; reabrió el Instituto Nacional y la Biblioteca Nacional, clausurados durante la Reconquista. En 1819 ordenó la construcción del Cementerio General, medida muy resistida por la Iglesia Católica, actitud que asumió también frente a las obras en favor de la educación pública. Creó el Mercado de Abasto, el paseo de La Alameda, terminó el Canal del Maipo. Inauguró el Teatro o Casa de Comedias. Dio desarrollo a la prensa, circulando 15 periódicos. Fundó las ciudades de la Unión, Vicuña y San Bernardo. Aplicó la vacuna. Estableció el servicio de diligencias y correos diarios entre Santiago y Valparaíso.

d) Realizó una política internacionalista consecuente. Además de la Expedición Libertadora del Perú, propició la unidad de los países americanos, desde México hasta Tierra del Fuego. Escribió: “Se podía ser chileno, peruano o venezolano y al mismo tiempo sentirse americano y compatriota en cualquier país de Hispanoamérica”. El 6 de mayo de 1818, publicó una Manifiesto abogando por “instituir una Gran Federación de Pueblos Americanos”[19].

Puede observase el revolucionario patriota era partidario de la Patria Grande; mostrando esta inclinación el proyecto latente en la guerra de la independencia, incluso antes, en los levantamientos indígenas pan-andinos. La nación y pueblos mapuches, si bien defendieron sus tierras, vencieron a los conquistadores, delimitaron una frontera al sur, la tierra guerrera auraucana, de todas maneras, esta guerra mapuche, los territorios de la nació mapuche, podían haberse conectado con el proyecto de la Patria Grande.

Refiriéndose al papel de la iglesia y la oligarquía en contra de la independencia, el historiador escribe:

Estas dos instituciones fueron las que derrocaron al gobierno del principal luchador por la Independencia de Chile. Dieron un golpe de Estado utilizando a militares y depusieron a Bernardo O’Higgins el 28 de enero de 1823. Fue detenido por el general Ramón Freire el 6 de febrero de ese año y, el 17 de julio, salió al exilio rumbo a Perú. En este país, en cuyo Ejército tenía el grado de Capitán General, se incorporó a las tropas de Simón Bolívar, bajo cuyas órdenes combatió. A la celebración de la victoria de Ayacucho, en 1824, O’Higgins concurrió vestido de civil. Cuando Bolívar le preguntó el porqué de su indumentaria paisana, le respondió: “Señor, la América está libre. Desde hoy el general O’Higgins ya no existe, soy sólo el ciudadano particular Bernardo O’Higgins”[20].

El desenlace dramático de la vida del revolucionario y patriota dice mucho de las estructuras de poder.

En Perú, él y su familia vivieron con grandes privaciones. Solicitó en varias oportunidades la autorización para regresar a Chile. Se la negaron. Murió en el destierro el 24 de octubre de 1842, a la edad de 64 años. Su hermana Rosita debió vender la vajilla de plata para poder financiar los gastos de su funeral. Ni siquiera muerto los enemigos le perdonaron su conducta progresista y patriota. Sólo 27 años después de su fallecimiento sus restos mortales pudieron descansar en la patria a la que tanto amó y la que tanto le debe. Retornaron a Chile después de haber transcurrido 46 años de su salida al exilio[21].

Estos desenlaces son conocidos en las historias del continente; por ejemplo, el desenlace de la vida del comandante guerrillero Tambor Vargas, incorporado a las guerrillas y a la guerra de la independencia, en los territorios de la Audiencia de Charcas, posterior República de Bolívar, para llamarse después Bolivia, no es distinta, con la salvedad que el Tambor Vargas muere como comunario indígena; la condición que asume.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿Quiénes se suben a la cresta de la ola de la guerra de la independencia y se benefician? Al parecer, fueron las clases y las instituciones que fueron el sustento y composición de la administración colonial. Los patritas revolucionarios estaban demás una vez culminada la guerra de la independencia. Esta parece ser una característica de las guerras de la independencia y las guerras de liberación nacional, así como después de las revoluciones sociales y políticas. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué esta regularidad condenatoria y paradójica?

Una primera apreciación, que la mencionamos ya en anteriores escritos[22], es que las oligarquías regionales se opusieron a la Patria Grande, por la que pelearon los patriotas revolucionarios. Las oligarquías no estaban dispuestas a un proyecto como éste, que era, en resumidas cuentas, el tamaño de la emancipación. Quedarse en las republiquetas daba oportunidad a las oligarquías en mantener sus privilegios coloniales, evitando el riesgo de transformaciones profundas de un proyecto de la envergadura de la Patria Grande. Por otra parte, las oligarquías criollas contenían el proyecto de dominación sobre los pueblos indígenas, si no era su etnocidio, con consecuencias en el genocidio descarnado. No iban a aceptar, en su imaginario eurocéntrico, que la verdadera lucha de la independencia, la guerra anticolonial, la comenzaron antes las naciones y los pueblos indígenas. No podía haber emancipación efectiva sino con las naciones y pueblos indígenas. Esta forma de culminación de la guerra de la independencia, restringida, limitada, circunscrita a los prejuicios de la oligarquía y de la iglesia, marcaba, de principio, el decurso dramático de la historia de los países de América Latina y el Caribe. Decurso que no era otro que el eterno retorno de la dependencia.

Efectuando hipótesis interpretativas, podemos decir que la historia efectiva, es decir, el nacimiento de la genealogía de las resistencias, de la guerra anticolonial y las luchas descolonizadoras, también de la genealogía de las luchas democráticas y sociales, se encuentra en la guerra anticolonial de la nación y los pueblos mapuches, así como en estos patriotas revolucionarios que radicalizaron la concepción liberal y buscaron la conformación de la Patria Grande. Por eso, Lautaro, el guerrero indómito y O’Higgins, el labrador, convertido en oficial del ejército independista, son símbolos de la otra historia, la historia no oficial, no la historia del Estado-nación, sino la historia, todavía inconclusa de la Patria Grande.

¿Hay que preguntase si había las condiciones, objetivas y subjetivas, para la realización de este proyecto? En otro ensayo dijimos que las revoluciones no responden a supuestas condiciones objetivas y subjetivas; este es un mito racionalista[23]. Las revoluciones emergen contra la realidad y la historia, como acontecimiento de la potencia social y las voluntades colectivas. En resumidas cuentas, las revoluciones son actos heroicos supremos de los pueblos. Se puede decir que estos actos heroicos se dieron en los levantamientos indígenas, en la guerra nativa anticolonial, también en la guerra de la independencia; empero, sobre las victorias indígenas y de los patriotas revolucionarios se asentaron las oligarquías, expropiando la victoria a los revolucionarios, al institucionalizar la independencia en repúblicas oligárquicas, que continuaron la colonialidad en las formas liberales institucionales.

Nacimiento del proletariado

Podemos decir, apreciando periodos de la modernidad, que la modernidad barroca nace con la conquista de Tenochtitlan, en tanto que la modernidad homogénea contemporánea nace con la revolución industrial. No solo la tecnología es un síntoma de esta modernidad homogénea, sino el proletariado, el acontecimiento social de la disolución de las clases en una clase no-clase, la de los trabajadores, la de los desposeídos, lo que llama Frantz Fanon, los condenados de la tierra.

Iván Ljubetic Vargas considera que el proletariado nace propiamente después de la independencia.

Contrariamente a lo que sostienen algunos historiadores burgueses, la Independencia ejerció enorme influencia en el desarrollo del país. Rota la dependencia a España, Chile estuvo en condiciones de comerciar libremente. Poseía importantes riquezas mineras, especialmente cobre y plata. En Europa, Inglaterra vivía un impetuoso proceso de industrialización y requería de ese tipo de materias primas. Se produjo un importante flujo comercial entre ambos países. Los recursos provenientes de esas ventas fueron acumulados por los propietarios de las minas y, en menor proporción, por el Estado. Hubo posibilidades de aumentar ese comercio. Pero para ello era necesario ampliar los yacimientos mineros, mejorar sustancialmente las vías de comunicación, los medios de transporte y la capacidad de los puertos. Un significativo porcentaje de las ganancias fue invertido en aumentar y mejorar la producción minera y desarrollar vastas obras públicas. Los yacimientos, donde laboraban unos pocos operarios, dieron trabajo ahora a cientos y a miles. Se construyeron caminos y puentes. Se tendió la primera línea férrea del país, precisamente entre un centro minero, Copiapó, y un puerto de embarque, Caldera. Fue inaugurada el 25 de diciembre de 1851. Se mejoraron las instalaciones portuarias. Se necesitó fabricar y reparar máquinas, carretas, vagones ferroviarios, herramientas. Surgieron así fundiciones, talleres, maestranzas, fábricas. Los operarios ocupados en los grandes minerales; los que construyeron caminos, puentes, vías férreas; los que cumplían funciones en los medios de transporte, los que cargaban y descargaban en los puertos; los que trabajaban en fundiciones, talleres, maestranzas y fábricas, eran muy distinto del artesano, campesino o peón existentes desde antes de la Independencia. Tenían formas distintas de laborar, vivir, pensar y actuar. Constituían un ente social nuevo. Formaban la clase obrera o proletariado, surgido como consecuencia de los cambios económico-sociales, del aparecimiento de formas capitalistas de producción; proceso, cuyo eslabón inicial en Chile, lo constituyó la minería. De esta manera, surgieron los primeros destacamentos de la clase obrera chilena en la región de Atacama, a partir de los años 20 del siglo XIX[24].

Sobre las condiciones sociales de este proletariado del siglo XIX, el historiador escribe:

Las condiciones de vida y de trabajo del proletariado en el siglo XIX eran terribles. El escritor y periodista, José Joaquín Vallejo (Jotabeche) dejó un dramático testimonio sobre las labores en el mineral de plata de Chañarcillo, ubicado cerca de Copiapó: “A la vista de un hombre semidesnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda 8, 10 y 12 arrobas (una arroba equivale a 11,5 kilos. Nota del autor), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana”. Si a lo narrado por Vallejo, agregamos las largas jornadas de trabajo, los bajos salarios, la total carencia de seguridad laboral, pésima alimentación, viviendas insalubres e incluso castigos físicos que, a veces, llegaban hasta la muerte, ¿qué de extraño tiene que en 1834, a sólo dos años de iniciar sus actividades, se haya producido precisamente en el mineral de Chañarcillo, la primera huelga obrera en Chile y uno de los cuatro primeros movimientos obreros en el mundo[25]?

El proletariado en las periferias del sistema-mundo capitalista es la aplastante mayoría explotada de este sistema-mundo. No solo la acumulación originaria de capital, por medio del despojamiento y desposesión, explica el crecimiento vertiginosos del capitalismo, sino, también la acumulación ampliada, debida o arrancada a este proletariado súper-explotado, a quien se lo domina, margina y discrimina racialmente, al que no se le consideran derechos, pues casi se lo reduce a un “animal de carga”. Llama la atención que la “izquierda” en Latinoamérica se haya abocado a una imagen eurocéntrica del proletariado, olvidando las características singulares, propias, emergidas de las historias efectivas y concretas, del proletariado racialmente discriminado por la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Obviamente hay excepciones en la interpretación; pero, estas son escazas, abrumadas por el apabullante sentido común de un “marxismo” colonial.

El poder de la burguesía naciente, la oligarquía transformada en burguesía, radica en la súper-explotación del proletariado de las tierras de la inmensa geografía multifacética de las periferias. Una burguesía, que aunque adquiere modalidades jurídicas liberales, nunca deja sus prejuicios raciales coloniales. Entonces, el poder de esta burguesía extractivista radica también y sobre todo en la dominación racial de las naciones y pueblos indígenas. Una burguesía que avanza sobre los territorios indígenas, desconociendo tratados, aboliendo derechos de naciones y pueblos, expropiando, despojando, asesinando a familias nativas. Esta burguesía emprende el mismo proyecto conquistador, sólo que lo hace a nombre de la república y del Estado-nación. Ciertamente, también lo hace en otro contexto histórico, el del ciclo de la revolución industrial, que requería insaciablemente materias primas. Los bienes de la naturaleza fueron convertidos en recursos naturales, los recursos naturales en materias primas; de esta manera cuantificados en la contabilidad del valor.

Los cuerpos del proletariado fueron reducidos también a objeto de exacción, a carne explotable hasta agotar su energía y vida tempranamente. Las burguesías nacionales se volvieron fuertes, no solo por su vinculación con el mercado internacional, sino también por cristalizarse en el Estado, en su malla institucional, por simbolizarse en el mito del Estado; usando el Estado y la nación como símbolos del imaginario del poder local y regional. Podían entonces hablar a nombre de la nación, usurpando la voz de los pueblos, podían entonces hablar a nombre del Estado, desconociendo el ejercicio pleno de la democracia, salvo la formalidad normativa de una patraña representativa y delegativa. El poder de las burguesías nacionales radica en este imaginario del Estado y la nación, en esta “ideología” institucional, que oculta la dominación absoluta de la burguesía y la explotación de un proletariado empujado a las condiciones subhumanas.

La inmensa masa del proletariado del sistema-mundo capitalista, en esos periodos de la combinación barroca de la acumulación originaria y acumulación ampliada de capital, fueron los esclavos africanos, los indígenas embridados en las formas de subsunción perversas al capital, los mestizos miserables y los migrantes pobres. El crecimiento y el desarrollo capitalista se explican por la súper-explotación de esta inmensa mayoría del proletariado, súper-explotación combinada con el despojamiento y desposesión, sin precedentes, de los recursos naturales.

Los Estado-nación, es decir, el poder institucionalizado de estas burguesías nacionales, se sostiene, incrementa y reproduce sobre el despojamiento y desposesión de naciones y pueblos indígenas, sobre la súper-explotación del proletariado, capturado por procedimientos coloniales, a pesar de las formas miserables de salario. Los Estado-nación, es decir, las burguesías extractivistas convertidas en institución, son el mito de la “ideología” nacional, que oculta el despojamiento, la desposesión y la súper-explotación. Además mediando, en una intermediación cómplice, con el imperialismo vigente.

El mito de Diego Portales

Quizás una de las piezas fuerte de esta revisión crítica de la historia, de esta historia crítica, de esta historia efectiva, la otra narrativa, es este capítulo sobre El mito de Diego Portales. El historiador crítico escribe:

La historia oficial denomina revolución a cualquier acción perpetrada por la reacción. Es el caso de la guerra civil de 1829-1830, desatada por los conservadores encabezados por el general Joaquín Pinto, que vencieron a las fuerzas liberales en la batalla Lircay el 15 de abril de 1830. Esta “revolución”, a decir de los historiadores burgueses, dio inicio a gobiernos autoritarios y antipopulares.

El primero de ellos fue el del Presidente Joaquín Prieto, que tuvo como su vicepresidente a Diego Portales. Portales ha sido calificado por la historia oficial como el que “sentó las bases de un gobierno democrático”, como “insigne estadista nacional”, “el político chileno más influyente”, “el gran organizador de la República”. El dictador Pinochet le dio su nombre a la casa donde gobernaron los fascistas en los primeros años. El Presidente Ricardo Lagos sostuvo que Diego Portales estableció los cimientos del Chile republicano” y valoró su “capacidad de entender lo profundo del ser nacional y el tipo de conducción política que tenía que hacer”.

¿Quién fue en realidad Diego Portales Palazuelos? Nació en 1793, siendo uno de los 23 hijos del matrimonio de José Santiago Portales y María Encarnación Fernández de Palazuelos. En 1821 se inició como comerciante en un negocio de paños. Se asoció con José Miguel Cea y ambos se embarcaron hacia el Perú. En 1922 regresó a Chile al borde de una quiebra. Constituyó la casa comercial Portales, Cea y Cía. Logró un contrato con el gobierno del general Ramón Freire (el mismo que había encabezado el derrocamiento de O’Higgins), que le otorgó el estanco (monopolio) de las ventas del tabaco, naipes, licores y té. Recibió del Estado, además, un cuantioso préstamo a diez años, sin intereses, con el compromiso de cancelar la deuda externa que Chile tenía con Inglaterra. No cumplió y no le pasó nada.

En 1830 –como hemos visto- la oligarquía impuso su poder con las armas en Lircay. Los comerciantes se plegaron a los vencedores. Fue a este “concubinato” al que representó Portales. En su régimen hubo una alianza entre una parte de la burguesía (comerciantes, manufactureros, mineros) con los latifundistas. Este pacto social fue la base de la acción portaliana.

En los dos períodos en que tuvo el poder en sus manos actuó como un dictador. Eliminó a todos los partidos políticos, con la sola excepción de los “estanqueros” que él encabezaba. Fusiló, encarceló y desterró a opositores. Tenía un especial concepto de la democracia. Estando en Lima, escribió en 1922 a su socio Cea: “La democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesaria para establecer una verdadera república”. Y agregaba que se necesitaba “un gobierno fuerte, centralizado, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, para así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes”.

Naturalmente, él se consideraba uno de esos hombres. Olvidaba, claro está, que su vida privada no era tan virtuosa y que a la madre de sus hijos, la peruana Constanza Noredenflycht, -a la que sedujo cuando ésta tenía 16 años, abusando de la confianza de su familia- le dio un trato indigno.

Portales tomó medidas contra el Ejército que había luchado en las guerras de la Independencia. Formó las poderosas milicias cívicas –fuerza civil y militarizada que llegó a contar con 25 mil hombres armados- para neutralizarlo. También eliminó de las filas a los más prestigiosos jefes que habían combatido contra las tropas del monarca español.

Portales, a diferencia de los combatientes por la Independencia de América del Sur que sostenían una posición internacionalista, tenía un “patriotismo” exclusivo y excluyente. Era un chovinista que deseaba hacer de Chile –como le gustaba decir- la “Inglaterra del Pacífico”, basando su progreso en la expansión económica y comercial, ejerciendo el dominio de los mares. Por ello, desde un comienzo se decidió a combatir por todos los medios a la Gran Confederación Perú-Boliviana, creada en Lima el 28 de octubre de 1836, por el general boliviano Andrés de Santa Cruz, Mariscal de Zepita. Esta no tenía como objetivo atacar a Chile o limitar sus posibilidades comerciales, sino hacer realidad el sueño bolivariano de unir a los pueblos de América del Sur. Una prueba de las positivas intenciones de Santa Cruz, fue que Bernardo O’Higgins, desterrado en Perú, apoyara con entusiasmo el proyecto del general boliviano; el patriota chileno, además, intentó impedir que las diferencias entre Portales y Santa Cruz desembocaran en un conflicto armado. Pero Portales estaba decidido a destruir la Gran Confederación. En diciembre de 1836, el Congreso, controlado por la reacción, autorizó al Presidente Prieto para declarar la guerra a la Confederación. Este conflicto era impopular en Chile. Sectores del Ejército estaban en contra de una confrontación bélica. Portales agudizó la represión. En Curicó fueron fusilados tres ciudadanos. Un enorme malestar existía en todo el país. El 3 de junio de 1837, mientras pasaba revista a un destacamento del Ejército en Quillota, Portales fue apresado y tres días después fusilado.

El Gobierno responsabilizó de este hecho a simpatizantes de la Confederación. Levantó la figura de Portales como un mártir defensor de la soberanía. Así logró que esa guerra injusta se hiciera popular. Comenzaba a tejerse el mito de Diego Portales, sostenido por historiadores de derecha, como es el caso de Francisco Antonio Encina. Otros, como Benjamín Vicuña Mackenna, se han esforzado por rescatar la verdad sobre este personaje[26].

Esta historia y este mito histórico, oficializado por la “ideología” del Estado, se parece a otras historias y otros mitos en la narrativa de la historia oficial de América Latina. Hay pues una estructura imaginaria en esta narrativa. Se vuelven héroes en el imaginario oligárquico, después burgués, sobre todo héroes institucionalizados en la narrativa estatal, personajes que encarnan, simbólicamente, la voluntad dominante la burguesía y la oligarquía. Voluntad de dominio sobre pueblos y sociedades, sobre territorios y recursos naturales, voluntad de dominio, que se expresa en un discurso soberbio, señorial y hasta gamonal. Un discurso que tiene como referente a potencias europeas; la imitación, en estos casos, no es más que emulación de formas; no de contenidos, no de procesos efectivos. Son modales adquiridos; pero, no sobre la base de la historia efectiva contextuada, sino sobre interpretaciones cipayas de códigos desconocidos; deducidos desde los prejuicios de casta señorial de las excolonias, ahora Estado-nación subalternos.

Hay una exacerbada prepotencia en esta pose señorial de la burguesía nacional. Una pose que exalta desmesuradamente el simbolismo, sobre todo señala, casi desesperadamente, la diferencia racial. Por decir algo, para ilustrar, aparecen más europeos que los europeos, más británicos que los británicos. Cuando se trata de ser más elocuentes en lo relativo a los símbolos del progreso, sus ademanes son más exagerados. Se sienten señores y amos del mundo que les rodea, de los entornos de su mundo; son más que la civilización blanca, suponen como una herencia congénita que les otorga el mando.

Las burguesías liberales del continente, hablamos de América Latina y el Caribe, se parecen mucho; tienen demasiadas analogías con esta sobredosis de actuación, presentándose como los portadores del progreso; incluso más que eso, portadores de la civilización en un continente de color y de miserables, que tienen que sentirse agradecidos. ¿Qué clase de burguesías son éstas? No estamos apegados a la imagen de una burguesía típica, a un perfil tipológico de la burguesía, construida tanto por el discurso liberal, así como por el discurso “marxista”. No hay tal cosa en los contextos de las historias diferenciales de las burguesías concretas; sin embargo, estas burguesías latinoamericanas tienen sus singularidades analógicas. Imitan comportamientos mal aprendidos, aunque hay que reconocerlo, cumplen efectivamente el papel de burguesías extractivistas.

Concordamos plenamente con el historiador en que las oligarquías regionales y las burguesías nacionales de las republiquetas conspiraron contra el proyecto y la proyección de la Patria Grande. Añadiríamos también, como escribimos, que las burguesías portuarias conspiraron contra el país interior, prefiriendo el vínculo de externalización con el mercado internacional. Sin embargo, la pregunta que tendríamos que hacernos a propósito es: ¿Por qué el proyecto y la proyección de la Patria Grande no tuvo la suficiente fuerza como para imponerse ante este obstáculo conservador y reaccionario de las oligarquías regionales, por qué el país interior no tuvo la suficiente energía como para evitar que el proyecto de la externalización se materialice en Estado y en estrategia de Estado, por qué el proletariado no pudo ser la vanguardia del proyecto de la Patria Grande?

Esta pregunta es difícil. No se puede responderla honestamente recurriendo a esquemas dualistas, a esquematismos culpabilizadores, tampoco a teorías de la conspiración, que convierten en superhombres a estos personajes, convertidos o en execrables o, por el contrario, en clarividentes encarnaciones del Estado. Necesitamos comprender la mecánica y dinámica de las fuerzas en momentos decisivos o, como dice René Zavaleta Merado, momentos de disponibilidad de fuerzas.

Nuestra hipótesis teórica, al respecto, que tiene que ser contrastada por investigaciones, es que, por una parte, las oligarquías, convertidas en burguesías, pudieron continuar la colonialidad, por las vías liberales, reduciendo las administraciones estatales al tamaño de del dominio espacial de la casta. En algunos casos, como es el del Estado-nación de Chile, ampliaron el tamaño de la administración estatal, ejerciendo una geopolítica regional sobre los territorios de la nación y pueblos mapuches, y sobre los territorios de sus vecinos, el Estado-nación de Bolivia y el Estado-nación del Perú. Por otra parte, los revolucionarios patriotas pudieron concluir la guerra de la independencia; empero, no pudieron construir la independencia. Pudieron convocar a fuerzas para hacer lo primero; pero, las fuerzas, se disgregaron para hacer lo segundo. Las que pudieron reunir las fuerzas necesarias, incluso contra los revolucionarios patriotas y lo que quedaba del ejército independentista fueron las oligarquías, que contaban con los medios necesarios, el monopolio de tierras, la concentración de riquezas y los vínculos con el mercado internacional, clave para monetizar el excedente. Lo difícil es encontrar la clase que se oponga a la oligarquía y a la burguesía, a su proyecto conservador, de subalternidad y dependencia, no en sentido teórico, pues el discurso “marxista” la encuentra en el proletariado, sino efectivamente, en la práctica histórica. Volviendo a Zavaleta diremos que el proletariado o los que hablaban a nombre del proletariado, las llamadas vanguardias, no supieron establecer la alianza primordial con las naciones y pueblos indígenas. Alianza fundamental para deconstruir el capitalismo dependiente, incluso el sistema-mundo capitalista, cuya matriz efectiva es colonial.

Claro que hubo y hay una burguesía criolla, del continente americano, que encarnó, desde un principio, un proyecto anti-indígena, un proyecto etnocida, incluso genocida contra las naciones y pueblos indígenas, que se expandió a costa de los territorios de las naciones y pueblos indígenas, después a costa de los territorios del Estado-nación de México; esta es la burguesía norteamericana. Esta burguesía conformó un Estado-nación que llegó a ser potencia, más aún potencia mundial, después híper-potencia económica-tecnológica-científica-comunicacional-militar. ¿Qué pasó entonces? ¿Dónde radica la diferencia? ¿El origen más plebeyo de la burguesía norteamericana? ¿El carácter más democrático, más consecuentemente liberal, de su nacimiento? Por otra parte, ¿qué es Estados Unidos de Norte América? ¿Un ejemplo y referente a seguir? ¿O es la excepción de la regla? ¿Al hacer desaparecer a las naciones y pueblos indígenas, qué ha logrado? ¿La emancipación, la liberación, escapar de las necesidades, o embarcarse en un camino sin retorno, un camino desbordante, sin precedentes, de acumulación, de control mundial, que, empero, genera costos muy altos tanto para las poblaciones mundiales como para su propia población? No se trata de condenar por culpabilidad de crimen de lesa humanidad, sino de comprender las consecuencias de este avasallamiento. Quizás el sentido democrático, incluso liberal, de su Constitución y de su Estado, se comienzan a perder en las postrimerías de la primera guerra mundial, para perderse completamente después de la segunda guerra mundial. Se trata de un Estado-nación – aunque sabemos que es la burguesía la que domina, no su pueblo -, potencia e híper-potencia, obligado a dominar, por la compulsión de su propio crecimiento y desarrollo capitalista, empujado a ser el gendarme del imperio, del sistema-mundo capitalista, organizado como orden mundial. Un Estado, cuyo costo es fabuloso, cuya máquina de guerra absorbe gran parte de la economía, aunque esta misma máquina de guerra, genere inversión y absorción de plusvalía. Entonces un proyecto de civilización basado en el consumo compulsivo, en la competencia irracional, en tecnología, que tiene que renovarse y reinventarse, dejando la anterior como desechable. Un proyecto de civilización de la eterna insatisfacción. Por lo tanto de la infelicidad permanente.

Esta burguesía imperial no ha logrado ni para ella la satisfacción, menos la felicidad; es una burguesía paranoica, rodeada de fantasmas enemigos, constantemente inquieta, vigilante, defendiéndose de todo. Esta burguesía que nace plebeya, pionera, aventurera, hasta rebelde, a ratos, por lo menos, al principio, vive su pesadilla, rodeando sus ciudades fabulosas, sus utopías arquitectónicas realizadas, en un mundo de demandas, de mayorías pobres, de cementerios extractivistas. Esta burguesía es, a la vez, un jinete del apocalipsis y su propio apocalipsis.

Podemos decir, que la burguesía criolla norteamericana también equivocó el camino; no podía construir su democracia asesinando a naciones y pueblos indígenas, expropiando sus territorios, despojando y desposeyendo a estos pueblos, sin contraer consecuencias históricas lamentables. Aunque éstas consecuencias no parezcan inmediatamente, sino de una manera diferida. En el continente no podía haber democracia, salvo en imaginarios delirantes y racistas, sin las naciones y pueblos indígenas, sin comprender la alternativa de las civilizaciones nativas.

Ahora que asistimos a una crisis civilizatoria de la modernidad y del sistema-mundo capitalista, a un nuevo ciclo de la crisis orgánica del capitalismo, sólo que mucho más fuerte, de alcance mayor, una crisis desencadenada por la sobreproducción, apaliada por la especulación financiera, que solo engaña; empero, acrecienta la crisis, ahora que las potencias, la híper-burguesía internacional, los organismos internacionales, parecen no contar con una estrategia para la crisis, debemos preguntarnos sobre los problemas históricos pendientes, sobre la interpretación de la historia efectiva, pues, no encontraremos salidas, menos alternativas, si no lo hacemos. En el continente, las civilizaciones, que se encuentran en la memoria y la experiencia social inscrita, son las civilizaciones de estas naciones y pueblos a los cuales los Estado-nación les hicieron la guerra. Nunca es tarde para reencontrarse con estas posibilidades, inscritas en la memoria larga, sobre todo cuando entendemos, que más que historia sucesiva, tenemos una simultaneidad dinámica de los tejidos espacio-temporales-territoriales-sociales-culturales.—

[1] Ljubetic Vargas, nació en Santiago de Chile el 12 de septiembre de 1930. El 15 de enero de 1948 se incorporó a las Juventudes Comunistas de Chile en Llo-Lleo, participando en la reconstrucción de ella, luego de la dura represión de González Videla. Fue en 1952 elegido Secretario Político del Comité Local San Antonio; en 1953 fue promovido como miembro del Comité Regional Santiago de las JJCC. El 4 de agosto de 1954 se tituló- con distinción unánime- como Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Su tesis o Memoria de Prueba, (realizada en junto con Marcia Ortiz), versó sobre Origen y Desarrollo del Proletariado Chileno en el siglo XIXfue calificada con notasiete por los tres profesores que la examinaron. Casado en 1955 con Marcia Ortiz, con quien tiene un hijo. Ejerció como educador en el Liceo de Nueva Imperial desde 1955, establecimiento en que fue elegido presidente del gremio de profesores. Apenas llegado a ese pueblo constituyó una base de las JJ CC. En 1956 fue elegido Secretario Político del Comité Regional Cautín de las JJCC. En el III Congreso Nacional de la Jota, realizado en enero-febrero de 1958 fue elegido miembro del Comité Central, siendo ratificado en esa calidad en IV Congreso, efectuado en febrero de 1960. Perteneció a ese organismo hasta su pase al Partido Comunistaen junio de 1963.Fue miembro del Comité Regional Cautín del Partido Comunista, donde ocupó el cargo de Encargado de Organización. Entre 1965 y 1969 trabajó en el Liceo de Hombres Nº 1 de Temuco. En el que fue elegido presidente de la organización gremial. Ocupó también el cargo de presidente del Consejo Provincial Cautín de la Federación de Educadores de Chile, FEDECH. Participó en numerosas conferencias y convenciones nacionales, tanto de la Sociedad Nacional de Profesores (de la enseñanza media), como de la FEDECH. Fue elegido consejero nacional del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, SUTE. También se desempeñó como presidente del Consejo Directivo ProvincialCautín de la Central Única de Trabajadores de Chile, CUT. Desde 1969 fue académico en la sede Temuco de la Universidad deChile, donde sus pares lo eligieron miembro delConsejo Normativo de esa sede. Inmediatamente después del golpe del 11 de septiembre de 1973, fue detenido, exonerado de su cargo en la Universidad y enviado a la cárcel de Temuco. Ello, por su actividad sindical y ser ampliamente conocido como partidario del Gobierno Popular y dirigente del Partido Comunista, del cual había sido candidato a Regidor por Temuco y a Diputado por la provincia de Cautín. Una vez salido de la cárcel y ante el peligro que corría su vida en Temuco, debió asilarse en la Embajada de la República Federal Alemana en Santiago y salir a ese país, en calidad de exiliado político. En Alemania Federal trabajó en la Universidad Philipps de la ciudad de Marburg. Participó activamente en las actividades de solidaridadcon quienes en Chile luchaban contra la dictadura y por restablecer la democracia. Fue Secretario Político del Coordinador del Partido Comunista en la RFA. Se desempeñó como director de la revista Don Reca, órgano de los exiliados comunistas que vivían en la República Federal Alemana, con dos ediciones: en castellano y en alemán. Actuó dictando charlas y conferencias, estuvo en foros y paneles. Escribió en periódicos y revistas alemanas. Redactó varios folletos. Publicó en alemán el libro “Chiles Arbeiter in Widerstand” (Trabajadores chilenos en la Resistencia), que apareció también en idioma turco. Retornó a Chile en octubre de 1990. Se integró de inmediato al Partido Comunista en Ñuñoa, militando en la célulaJulieta Campusano. Durante largo tiempo ha sido miembro de la Dirección Comunal Ñuñoa, desempeñando diversas responsabilidades. Como encargado de Cuadros, Sindical,Organización, Secretario Político, Encargado de Educación y de Organización. En marzo de 2011 fue cooptado como Encargado de Educación. Durante diez años fue miembro del Comité Regional Metropolitano, siendo Encargado de Educación, en el cual realizó una labor muy exitosa. Ocupó el cargo de Secretario General del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz. Fue candidato a senador por la Quinta Región Costa en el 2001. Ha dictadoconferencias en diversas ciudades, entre Arica en el extremo norte del país, hasta Punta Arenas, incluyendo todas las comunas de la Región Metropolitana. El compañero Iván Ljubetic, ha escrito numerosos libros, artículos, ensayos. http://ivanljubetic.galeon.com/.

[2] Iván Ljubetic Vargas: Trazos de la historia de Chile. Los mitos y la realidad. http://www.luisemiliorecabarren.cl/files/HISTORIA%20DE%20CHILE,%20LOS%20MITOS%20Y%20LA%20REALIDAD.pdf.

[3] Ibídem.

[4] Ibídem.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11] Ibídem.

[12] Ibídem.

[13] Ibídem.

[14] Ibídem.

[15] Ibídem.

[16] Ibídem.

[17] Ibídem.

[18] Ibídem.

[19] Ibídem.

[20] Ibídem.

[21] Ibídem.

[22] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento Político. Dinámicas Moleculares. La Paz 2013-2015.

[23] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento Libertario. Dinámicas moleculares. La Paz 2014-2015.

[24] Iván Ljubetic Vargas: Ob. Cit.

[25] Ibídem.

[26] Ibídem.