De la obediencia silenciosa a la sinfonía de la disidencia
Las marchas ciudadanas en Guatemala han marcado un punto de ruptura en el país, pasando de una aparente indiferencia ciudadana ante todo lo que acontecía a su alrededor, a la disidencia política.
Christian Calderon Cedillos*
¿Cuál es el mapa visible de la composición de las protestas en ciudad de Guatemala en las semanas recientes?, ¿Cómo se pasa de la aparente inercia apolítica e indiferencia ciudadana a las demandas, consignas y la disidencia política que convoca a miles en la plaza central de ciudad, tradicionalmente centro simbólico del poder político?, ¿Qué puede articular la diversidad de voces de los manifestantes en el coro unísono de la protesta ciudadana?
La jornada de protestas bautizadas ya como segunda primavera guatemalteca, en un guiño con la memoria histórica de los acontecimientos ocurridos en 1944, el hecho más memorable para la memoria colectiva de los guatemaltecos por cierto, que muestra en si mismo, como para la mayoría “no ha ocurrido nada” comparable en 71 años en el país.
El obligado cálculo mediático o la necesaria aritmética de la sabiduría de los expertos contabiliza entre 30.000 a 60.000 participantes, pero como diría el escritor Carlos Monsiváis, acostumbrado a lidiar con las astronómicas multitudes de ciudad de México, en estos casos no queda más que reconocer que “la diosa del recuento exacto es la Conjetura”.
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Lo inédito en todo caso, son los miles que se han movilizado contra el poder establecido del gobierno pero también contra la clase política en general -diputados y partidos políticos-. La consigna central: “acabar con la corrupción y los políticos corruptos”.
“Nos robaron tanto que nos robaron hasta el miedo”
Pero, más allá de las cifras y de las preocupaciones más inmediatas sobre las protestas, enfaticemos las cuestiones centrales, que parecen ser tres por lo menos, desde una lectura sociológica.
La primera que llama la atención es la composición heterogénea de los manifestantes que las visiones tradicionales no alcanzan a digerir, menos a comprender, un escenario impensable para las intelligentsias de izquierdas y derechas al que asisten estupefactas y armados de la seguridad explicativa de sus desbordados marcos analíticos y con kit de eslóganes al uso. (“La Embajada es la que al final decide”, “necesitan de un líder y conducción ideológica”, “la solución es cambiar leyes”, “la salida a la crisis son las elecciones”, “corrupción siempre va a haber y no se va terminar”).
Lo constatable e irrefutable: desde el principio, la concentración en la plaza central produce imágenes inusitadas para una sociedad tan conservadora y tradicional que en ese instante parece otra. El encuentro entre generaciones: desde niños participando con sus padres, adolescentes, adultos, parejas jóvenes hasta parejas de la tercera edad. La interrelación variada de ocupaciones y ámbitos laborales: profesionistas de todo tipo, obreros, campesinos, vendedores de mercados, amas de casa, lustradores, maestros, estudiantes de educación media, estudiantes universitarios de la universidad pública, estudiantes de las universidades privadas, oenegeros, activistas gays, viejos militantes de la izquierda, artistas, políticos retirados de derecha, antiguos funcionarios públicos, uno que otro empresario entre lo que se alcanza a leer en sus pancartas de identidad o procedencia. La convivencia política palpable de clases sociales: sectores populares urbanos o rurales, indígenas, clases medias, sectores de estrato alto reconocibles por acompañar algún empresario o personaje de la elite guatemalteca.
La segunda cuestión, ¿qué hace posible una unión de lo que las ideologías no han podido juntar?, ¿qué supera las divisiones de clase unificando – que importa si momentáneamente- a los diversos grupos y personas?; pero sobre todo, ¿Cómo se pasa de la sumisión a la disidencia política?
Se debe considerar que la respuesta a las preguntas anteriores, pasa por destacar -valga el pecado de las tentaciones retóricas- que la clave de articulación de la protestas no ideologizadas esta en su posibilidad de superar las divisiones ideológicas.
En otras palabras, asistimos a nuevas modalidades de protesta social que ya no reivindican principios ideológicos –ni los necesitan- pero si demandas concretas que identifican a distintos grupos con un problema común y del cual manejan información, pero que fuera de esa causa no tienen otros elementos comunes: la violencia, la protección del medio ambiente o la lucha contra la corrupción. De ahí la sinfonía de voces que la componen.
En las posibilidades de los nuevos movimientos o disidencias sociales del siglo XXI, no hay ideología articuladora capaz de unificar toda la diversidad – y complejidad- social. Basta recordar que muchos movimientos sociales actuales que tienen su vertiente original en el pensamiento de izquierda, cobran autonomía en la medida que toman distancia de la ideología dura de la izquierda, es el caso en primer lugar del feminismo, pero también de los movimientos indígenas, de minorías sexuales o ambientalistas.
El llamado movimiento de Los Indignados en el primer mundo es un claro ejemplo de las nuevas formas de disidencia política que no puede monopolizar una sola ideología política.
De más está decir, que el principal “defecto” para muchos de los detractores de las protestas ciudadanas es precisamente lo que las mantiene vivas y las hace posibles.
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La protesta y las redes sociales
Hay que comprender que las nuevas formas de hacer política que proporcionan las nuevas tecnologías se suman a las tradicionales y sus capacidades de convocatoria a veces son más eficaces y ágiles. Es lo que sociólogos y politólogos contemporáneos como R. Davis, profesor de Oxford o Yvez Gonzales-Quijano, estudioso de la llamada primavera árabe de 2011, denominan ciberpolítica y ciberactivismo.
Hay que ser claro, las redes sociales -Facebook y Twitter- y las plataformas de la web 2.0 como youtube o instagram no sustituyen a la política tradicional pero la matizan y enriquecen, aún más, las decisiones se seguirán tomando principalmente en los espacios institucionales pero las redes sociales influyen y determinan las decisiones tomadas en esos espacios cada vez más.
Los espacios virtuales como #RenunciaYa , #Renunciafase2, y #JusticiaYa son también espacios y plataformas políticas que complementan las marchas del 25 de abril, del 16 y 30 de mayo, pero más que eso, son esenciales para su configuración y continuidad.
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“Esto apenas comienza ¡sépanlo!”
Si bien la tendencia generalizada en cuanto a los análisis habituales sobre la política es la de considerar que existe una amplia despolitización de los ciudadanos, como señala el sociólogo político francés Pierre Rosanvallon en un estudio reciente sobre las mutaciones de la practica ciudadana (La contrademocracia, 2008), esto no sería del todo cierto, pues aunque deba considerarse cierta apatía con respecto a la participación y la actividad directamente política, se están generando cada vez más ejercicios indirectos de soberanía ciudadana distintas a las formales, formas de participación no convencional, que indican no una nueva era de apatía política, ni un repliegue a la esfera privada, sino una mutación en la relación del ciudadano con la política a nivel local y global.
Al caminar -y escuchar-, entre la multitud disidente sus múltiples mensajes y demandas, no creo que haya un mensaje que resuma mejor este mar simbólico contra la Guatemala tradicional, que el que porta una joven de veintitantos: “Señores Políticos: se metieron con la gener@ción equivocada”.
*Sociólogo guatemalteco