El poder vulnerable
Raúl Prada Alcoreza
En la existencia paradójica, de universos que parecen responder también a paradojas constitutivas, en un mundo, el nuestro, paradójico, el poder, como dijimos antes, se mueve en paradojas[1]: entre ellas, una digna de notar es la siguiente: el poder es vulnerable. El poder, que es el objeto oscuro del deseo del débil, quien se lo representa todopoderoso, absoluto, descomunal, inmune, es, paradójicamente, lo más vulnerable que uno se pueda imaginar.
Los poderes o las formas de poder, que se representan como absolutos, como totalitarios, todopoderosos, descomunales y demoledores, son, extrañamente, los que más se preocupan por indicios y señales de desacuerdo, por más pequeños que sean; los leen como críticas ingratas al régimen tutelar de la patria, incluso como interpelaciones conspirativas; elevando el tono, como disidencias, hasta escisiones o secesiones. Débiles protestas se les antoja ser parte de un plan conspirativo; las protestas menos débiles aparecen ya como la demostración del plan conspirativo en marcha. Si la protesta es más fuerte, termina calificada como secesionista. Una comunicadora que interpela y critica con elocuencia, no sin tener razón, se les atoja una bruja endemoniada, a la hay que dar caza, como en los tres siglos de la “caza de brujas”, efectuadas por la iglesia católica, las monarquías y las instituciones, al servicio de la nobleza y de la burguesía naciente[2]. Este comportamiento paranoico de los que se presentan como los fuertes de un poder absoluto, legitimado por mayorías, es, en realidad, una regularidad en los regímenes de gobierno; ciertamente no solo de “izquierda” o populistas, sino también de “derecha”, sean liberales o, mas bien, conservadores. No es pues una característica de gobiernos de “izquierda”, de gobiernos populistas, o, en contraste, de gobiernos de “derecha”, de gobiernos conservadores, de gobiernos liberales o neoliberales, sino que es una característica compartida por las formas de gubernamentalidad estatal, sobre todo cuando llegan a controlar las estructuras de poder del Estado. Mal sería entonces atribuir esta característica a unos u otros, dependiendo del lugar de donde se emite el juicio, o el lugar que es el referente de la acusación. Es pues una característica propia del poder mismo.
¿Por qué el poder se siente acosado, cuando es, mas bien, el poder el que define las reglas, las normas, las leyes, el que instituye y garantiza su cumplimiento mediante sus instituciones, el que vigila, castiga, domestica, disciplina y controla? ¿No se siente legítimo, a pesar del apoyo o de los votos logrados? ¿Cree que se asientan sus pilares sobre un terreno de conspiraciones? ¿Alguna otra razón, como las tesis conservadoras de enfrentar al mal? Nuestra hipótesis interpretativa es distinta: el poder se siente aislado, intuye su soledad institucionalizada, pues el poder, en su forma institucional, el Estado, nace de la separación entre Estado y sociedad. El Estado no es la sociedad, desde la perspectiva institucionalizada; es la institución que garantiza el orden, el cumplimiento de las leyes, el bienestar de la sociedad. Aunque no pueda entenderse el Estado sin la matriz que le dio lugar, la sociedad, la representación filosófica es que el Estado es la sociedad política, la síntesis de la pluralidad social[3]. Esta separación, en la modernidad, se basa, en la delegación de la voluntad al Estado, por parte de la sociedad; se basa, según Rousseau, en un contrato social. Este encargo, por así decirlo, separa al Estado de la sociedad, representativamente e institucionalmente. Esta separación corresponde a la ruptura del cordón umbilical con la madre - usando esta metáfora -, que, en este caso, sería la sociedad. Esta metáfora de la ruptura del cordón umbilical, en el caso del Estado respecto de la sociedad, no alude tanto al nacimiento del hijo, en el sentido de su independencia, de su autonomía, en desarrollo, sino al trauma, a la pérdida de la armonía con la madre, a la pérdida del mundo íntimo esférico del líquido amniótico. Hay pues una dependencia inconsciente, por así decirlo, de este hijo, el Estado, con la madre, la sociedad. Sin embargo, el Estado reprime este recuerdo inconsciente, opta por presentar su trauma inicial como nacimiento de la sociedad de la costilla de Adán. Es decir, opta por el mito patriarcal. La sociedad habría nacido por el Estado, por iniciativa y voluntad del Estado; el Estado es el padre de la sociedad; el Estado le habría entregado las instituciones que norman sus conductas y comportamientos. Entonces, la historia efectiva se invierte en la historia oficial, una narrativa de la historia política institucional, donde el Estado aparece como principio y fin de la teleología histórica de la sociedad.
Si se quiere, esta manera de ocultar el trauma, expresa o manifiesta los síntomas de la consciencia culpable. En el fondo, el Estado, no puede con su culpa, de acuerdo al sentimiento religioso que impregna todo Estado, incluyendo a los estados laicos y los socialistas. El Estado nace de la guerra inicial, de la guerra de conquista. Nace de las sangres derramadas, de los asesinatos y de las usurpaciones[4]. Que en la genealogía del Estado se haya tratado de corregir esto, buscando redimir a las víctimas, mediante las ampliaciones de derechos democráticas, mediante los afectos y solidaridades populistas, mediante las transformaciones socialistas, no resuelve el fondo del problema, a pesar de las mejoras. No resuelve el problema del nacimiento del Estado, separación respecto de la sociedad, que no es otra cosa que la expropiación de las voluntades sociales, invistiéndose de representante de la sociedad, usurpando su opinión plural y la construcción colectiva de las decisiones.
Esta perspectiva crítica del poder, que lo analiza, desde sus paradojas, observa los límites, por un lado, y las tesis inocentes, criterios simplistas, por otro lado, que creen que se trata de poner buenos hombres en el poder, no corruptos, no angurrientos, no autoritarios; que creen que otros lo hubieran hecho mejor. Mejorando estas interpretaciones políticas; hay otras propuestas, que dicen que, en la medida que el régimen sea más “democrático”, que se cumpla con la institucionalidad, se garantiza el buen gobierno. Incluso, avanzando con las tesis políticas, las propuestas que plantean que un gobierno socialista logra el reencuentro entre el Estado y sociedad, no hace otra cosa que reproducir el mito patriarcal del Estado en otra versión, más romántica, o si se quiere, de almas bellas, o, en su caso, de “rigurosa interpretación” histórica y política.
Las historias políticas de la modernidad, sobre todo de los “gobiernos revolucionarios”, nos han mostrado patentemente, el decurso que toman las revoluciones. Al no poder escapar de la historia no escapan de la reproducción del poder. Al no escapar del poder, repiten la separación entre Estado y sociedad de una manera cada vez más asombrosa y hasta perversa, sobre todo cuando se habla a nombre de la sociedad. Este decurso no beneficia la situación de los regímenes conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales; al contrario, estos regímenes asumen la separación entre Estado y sociedad como si fuese natural; como si el Estado formara parte de las cosas del mundo. En otra versión liberal, el Estado es un contrato social, acordado voluntariamente por los hombres; entones la separación se presenta como orden que lucha contra el mal, contra la maldad inherente en los hombres. En la versión nacionalista, el Estado es la encarnación soberana de la nación; la separación es presentada como realización histórica de la nación en la soberanía institucional del Estado. En la versión neoliberal, el Estado aparece como regulador o moderador de las reglas del juego del mercado y la competencia; la separación es presentada como que el Estado es la realización de la libertad del mercado. Todas estas versiones, legitiman entonces la separación del Estado respecto de la sociedad, separación que es una usurpación de la democracia, de la política, en sentido pleno de la palabra, usurpación del gobierno del pueblo por el pueblo mismo.
Aunque se opongan liberales a socialistas, peor aún, si son conservadores los que se oponen a estos últimos; aunque se opongan neoliberales al socialismo real, experimentado en parte de las sociedades del mundo, al proyecto comunista, latente en los corazones del proletariado nómada, a los populismos, que se les antojan de descalabros públicos, en realidad, todos ellos, enemigos jurados, comparten el mismo arquetipo traumático del nacimiento institucional del Estado. Reprimen el recuerdo inconsciente del comienzo de esta separación, preservan el olvido de este nacimiento, interpretado desde el paradigma religioso, aunque se encuentre solapado, como culpa, esmerándose en presentar el mito patriarcal del Estado como historia política de la libertad o del socialismo.
El problema de fondo es el poder, la genealogía del poder, en todas sus múltiples formas, aunque parezcan contradictorias[5]. El problema o el desafío político puede presentarse de la siguiente manera: ¿Cómo acabar con la separación, entre Estado y sociedad, repetida y recurrente en las historias políticas? ¿Cómo devolverle a la sociedad su potencia creativa? La cuestión crucial es responder a estas preguntas; sobre todo cuando las mayorías, estén bajo un régimen liberal o bajo un régimen populista, en otro tiempo, quizás más adecuado, por su evidencia, bajo un régimen socialista, creen en el mito patriarcal del Estado. Consideran que la realidad social es el Estado o que no hay realidad social sin el Estado. Las mayorías han internalizado las relaciones de poder, las estructuras de poder, los diagramas de fuerza, inscritos en la piel, internalizados en el cuerpo, convertidos en habitus, conductas, comportamientos, subjetividades. Las mayorías aceptan el poder, como algo, natural. Estas mayorías, esta condición de dependencia y subordinación de las mayorías, es la que explica la reproducción del poder en sus distintas formas de gubernamentalidad restringida, es decir institucional y estatal. No hay dominaciones que no se den sin aceptaciones implícitas.
Sabemos que es en los momentos de crisis cuando las masas se rebelan, cuando las multitudes emergen como poder constituyente, cuando los pueblos se levantan y persiguen descolonizarse. Es en estos momentos cuando las estructuras de los habitus y los esquemas de comportamientos entran también en crisis; son cuestionados por los sentires e imaginarios radicales de las masas, de las multitudes, del proletariado nómada, de los pueblos. Estos momentos críticos son pedagógicos, enseñan a las mayorías a interpretar desde la intuición subversiva, descubriendo el sentido inmanente de estas historias políticas, afincadas en dominaciones polimorfas[6]. Sin embargo, estos momentos no duran, cuando amainan las movilizaciones, cuando los fuegos y furores se apagan, se retorna a la rutina, se transfiere el poder a otros, a los que se considera legítimos representantes de la movilización social. Con esto no se hace otra cosa que repetir la misma historia de la separación de Estado y sociedad en las nuevas versiones, en los nuevos contextos, con nuevos personajes. Cuanto tiempo tarde en volver la crisis, es cuestión no solo de tiempo, sino sobre todo del manejo administrativo y político del gobierno. Los gobiernos del socialismo real prologaron rudamente la durabilidad del régimen de la socialización de los medios de producción; los gobiernos populistas tienden a tener lapsos más cortos de vida, salvo excepciones, como el de la revolución mexicana y el peronismo argentino, que, si bien han perdurado, incluso intermitentemente, en parte convirtiendo al partido en el Estado, han, en realidad, administrado la crisis política, de una manera clientelar y distribuida.
Los regímenes liberales, ahora convertidos en neoliberales, han administrado la crisis institucionalmente; la apariencia de la ley, del orden, de las garantías de los derechos civiles y políticos, mientras han podido, sobre todo al principio; empero, en la medida que estalla la crisis, no han dudado en recurrir a los métodos que ellos llaman autoritarios, absolutistas, totalitarios, que es la acusación que les hacen a los socialistas y populistas. Pero aun, de una manera solapada, han terminado también convertidos en regímenes policiales. Bajo el chantaje de la acusación de la amenaza terrorista, su propia población es sometida al panoptismo de la vigilancia, de las medidas de excepción, por motivos de seguridad del Estado, es empujada a la deuda infinita, entregándola a manos de la usura y la especulación financiera.
Como se puede ver, como estructuras arquetípicas de poder, estos regímenes contrastantes y contradictorios no son distintos; comparten el mismo arquetipo de poder. Sin embargo, desde la perspectiva de las formas políticas, se puede encontrar diferencias que no se deben despreciar, sobre todo cuando se trata de las transiciones y de la pedagogía política de las masas, de las multitudes, del proletariado nómada, del pueblo. Aunque los gobiernos populistas sean demagógicos y clientelares, se diferencian de los regímenes liberales y neoliberales porque, por lo menos, mejoran los términos de intercambio, incluso mejoran las condiciones de vida de por lo menos, de parte de las mayorías de los condenados de la tierra. Los regímenes socialistas se diferencian de liberales y neoliberales, también de los populistas, porque cambian las estructuras estatales y las estructuras económicas, de acuerdo a su programas de expropiar a los expropiadores; sus efectos en las condiciones de vida de la población son de mucho mayor alcance que los regímenes populistas. Sin embargo, al entramparse en las estructuras de poder, terminan reproduciendo no solo la diferenciación política, la separación entre Estado y sociedad, sino incluso la diferenciación social y de los privilegios, la burocracia sustituye a la burguesía. Estas diferencias en las formas políticas son importantes para la acción política, para el aprendizaje de las multitudes; empero, no hay que confundir estas apreciaciones, que llamaremos tácticas, con objeto de ilustrar, con que el régimen populista o, en su caso, el régimen socialista, es el fin de la historia, así como, la teoría conservadora contemporánea enuncia respecto del Estado liberal, como el fin de la historia[7]. Esta creencia compartida, en el telos histórico, muestra una vez más, lo que comparten, en el fondo, como arquetipo, estas distintas formas de gobierno estatal, el arquetipo de poder.
Volviendo a lo de la vulnerabilidad del poder, desde la perspectiva desde la cual expusimos esta interpretación del poder, evidenciado en sus paradojas, vemos que el poder nace vulnerable. El poder no puede reproducirse por sí solo; ya lo dijimos antes[8]; el poder es una economía política; separa Estado de sociedad, valoriza el abstracto de la sociedad política y desvaloriza lo concreto de la sociedad efectiva[9]. El poder separa de la sociedad su potencia social, por lo menos, parte de ella, parte de su fuerza; la captura, incorporándola al servicio y la reproducción del poder. Por lo tanto, el poder requiere que la sociedad sea dócil, obediente, disciplinada, por lo menos, crea en el mito patriarcal del Estado. Para tal efecto, para lograrlo, requiere mantener a la sociedad en condición dependiente, en condición de necesitada, requiere atemorizar a la sociedad con el fantasma de amenazas foráneas de todo tipo; cuando esto no funciona, entonces directamente amenaza a la sociedad, recurre al terrorismo de Estado.
Si bien hemos hablado antes de la paranoia del poder, lo que es evidente, sobre todo por la conducta de los gobernantes; esto no quiere decir que sea solamente una especie de síndrome o si se quiere, “locura”, como se dice comúnmente. Este síntoma de la paranoia, tiene un asidero histórico, por así decirlo, la intuición de algo que no es ilegitimidad, pues muchas veces o algunas, mas bien, la tienen, sino de algo más problemático; la separación inicial entre Estado y sociedad, la usurpación inicial de la democracia efectiva, el gobierno efectivo del pueblo.— NOTAS
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza: Episteme compleja. Dinámicas moleculares; La Paz, 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/episteme-compleja/. Amazon: https://kdp.amazon.com/bookshelf.[2] Ver de Silvia Federici: Calibán y la bruja. Tinta Limón. Buenos Aires. Bookcamping:
file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Downloads/caliban-y-la-bruja-mujeres-cuerpo-y-acumulacion-originaria.pdf.
[3] Tesis de Hegel. Ver de Hegel Filosofía del Derecho y del Estado. file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/Modo%20de%20desproduccion/Diseminaci%C3%B3n/hegel_derecho.pdf. También ver de Marx Critica de la filosofía del Estado de Hegel. file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/Modo%20de%20desproduccion/Diseminaci%C3%B3n/marx-crc3adtica-de-la-filosofc3ada-del-estado-de-hegel.pdf.
[4] Ver de Michel Foucault Defender la sociedad. Siglo XXI; Buenos Aires. https://primeraparadoja.files.wordpress.com/2011/03/1976-defender-la-sociedad.pdf.
[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza Genealogía del poder. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/genealogia-del-poder/.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza Intuición subversiva. También Acontecimiento libertario. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/acontecimiento-libertario/. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/intuicion-subversiva-/.
[7] Ver de Francis Fukuyama El fin de la historia y el último hombre. The End of History and the Last Man(New York:Free Press, 1992). Also published in approximately 23 foreign language editions.
[8] Ver de Raúl Prada Alcoreza La explosión de la vida. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.
[9] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. También Crítica de la economía política generalizada. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.