El Perú y la consulta previa a los PP.II.: un viaje sin regreso a los tiempos del cólera
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
27 de agosto, 2015.- Cuenta Esopo en “El parto de los montes”, que mucha gente asistió a presenciar tan asombroso suceso. Pero después de grandes rugidos que infundieron pánico en la muchedumbre, los montes sólo parieron un mísero ratón.
Eso está sucediendo con los diálogos del Estado peruano con los pueblos indígenas amazónicos alrededor de la consulta previa para la operación del Lote petrolero 192. Cuando todos esperábamos que el gobierno de Ollanta Humala iba a conciliar sus diferencias con los pueblos indígenas después de cuatro décadas de explotación inclemente de un territorio ancestral, que dejó grandes heridas al territorio y a sus pueblos, el gobierno sale con una mísera propuesta, burlándose así de los esfuerzos de los Apus del río Pastaza, Corrientes, Tigre y Marañón, por llegar a un acuerdo que favoreciera a sus comunidades y las blindara de nuevos estragos ambientales por los siguientes 30 años de explotación petrolera. Transcurridos seis meses de diálogos, semejante a un alucinante viaje –sin regreso- a los tiempos del cólera, no hay un final promisorio a la vista y los indígenas tendrán que soportar tres décadas más de una infame explotación de sus territorios.
El contexto en el que se realiza la consulta previa es de una conflictividad extrema, provocada por un Estado remiso a atender las urgencias de sus pueblos indígenas, que recusa además los derechos que tienen a sus territorios y recursos ambientales, en momentos en que la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas ha elevado los estándares internacionales de derechos para estos pueblos, al catalogarlos como pueblos con libre determinación, con derechos similares a los que goza el pueblo argentino o español. Contrario al catálogo de derechos que ofrece la declaración, cuyo espíritu busca establecer relaciones de coordinación y cooperación entre los Estados y los pueblos indígenas, el Estado peruano mantiene estructuras de subordinación hacia ellos, tal como se presentaban hace 100 o más años.
La historia, aunque parezca paradójico, no es cronológica. Un hecho ocurrido hoy puede estar más ligado a uno ocurrido hace 100 o 500 años, que a otro ocurrido ayer. A veces no es necesario mencionar el pasado para sentir su presencia. Como escribió William Faulkner, “El pasado no está muerto ni enterrado. De hecho, ni siquiera ha pasado…” Las infamias cometidas por los españoles durante la Conquista y la Colonia, si bien pertenecen al pasado cronológico, no residen solo en esa fecha remota. En gobernantes como Alberto Fujimori, Alan García, ahora Ollanta Humala, y anterior a ellos muchos más, estas infamias persisten, y lo que es peor, actúan encubiertas, para continuar degradando la condición humana de los pueblos indígenas.
El pasado también actúa sobre la vida política de un país. En buena medida el pasado de una Nación es filtrado por la comunicación política. De ahí que no se trata de negarlo u ocultarlo. Menos de olvidarlo. Lo decisivo reside en la posición que asumimos frente a ese pasado. Podemos recordar lo sucedido mirando hacia adelante, pero también podemos mirar el pasado hacia atrás y, como la mujer de Lot en el Génesis, convertirnos en estatuas de sal. Y en la historia política del Perú, como en la del resto de países latinoamericanos, abundan las estatuas de sal. Los vencedores de ese desarrollo histórico basado en la ciencia y tecnología occidentales viven, como estatuas de sal, rindiendo culto a ese ominoso pasado, no solo rememorándolo –lo que puede ser incluso necesario– sino, además, justificándolo, sobre todo idealizándolo.
Mientras los indígenas buscan el reconocimiento en igualdad de condiciones y dignidad en una Nación que se ha venido construyendo a sus espaldas, los vencedores han construido un sistema político cerrado que obstaculiza la reproducción social y cultural de sus pueblos indígenas. Un sistema político que ha impuesto un sistema económico que está adquiriendo rasgos maniáticos, casi esquizofrénicos, pues mientras pregona la felicidad para todos los peruanos, le cierra la posibilidad de este goce a sus pueblos indígenas, degradándolos y condenándolos a un olvido irreversible. Un sistema económico que viene colapsando por la crisis que viene experimentando el modelo neoliberal primario exportador de la economía peruana, con la caída de los precios de materias primas (commodities) en especial del petróleo. Un sistema económico que juega el bienestar de toda la Nación a la ruleta rusa, con todas las balas en el tambor.
Los pueblos indígenas amazónicos querían con la consulta tener la oportunidad para liberarse de este pasado siniestro que están viviendo con las petroleras y acceder a un futuro digno para sus comunidades. Pero el tratamiento que han recibido durante esa farsa que fue llamada Consulta Previa y que hoy el gobierno da unilateralmente por concluida (¿con qué derecho?), evidenció que los indígenas están muy lejos de liberarse de ese pasado y por eso tampoco tienen futuro a la vista, porque el pasado sigue ahí presente. Y en ese presente, que según Hannah Arendt, es sólo un vacío entre dos tiempos, Ollanta Humala, el “buen soldado” de Chávez, viene sacrificando la República, perdiendo la vergüenza y corrompiendo el Estado de Derecho, creando un vacío desolador no sólo para los pueblos indígenas, también para todos los peruanos. Como si no fueran suficientes 100 años de soledad.
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* Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, grupo interdisciplinario e interétncreadoico a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga, fue dado al colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.