Los mensajes de la industria musical
La dictadura del videoclip
La clase dominante ha encontrado en la industria cultural una herramienta perfecta para imponer sus valores: el videoclip musical. Es la tesis que defiende Jon E. Illescas.
Jose Durán Rodríguez
31/01/16
Diagonal
El 15 de julio de 2012 se produjo el acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia de la cultura popular contemporánea. La discográfica surcoreana YG subió a su canal oficial de YouTube el videoclip de la canción Gangnam Style, del cantante PSY. Pasados tres años y medio, acumula más de 2.500 millones de visionados y se ha convertido en el vídeo más visto de todos los tiempos.
El 14 de febrero de 2005 tuvo lugar otro suceso clave en la cultura del siglo XXI, el hito que permitió la difusión mundial del videoclip de PSY: Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim lanzaron la plataforma de vídeos en internet YouTube. Casi once años después, se ha convertido en la principal televisión mundial, con un alcance incomparable y muy lejos de las posibilidades de cualquier cadena televisiva tradicional. Forma parte –desde octubre de 2006– del imperio del monopolio de Google y es, además, el principal escaparate para la industria musical.
El 1 de agosto de 1981 nació el canal de televisión estadounidense MTV, especializado en la difusión de vídeos musicales. Su primera emisión fue Video killed the radio star de The Buggles y alcanzaría una de sus cotas máximas con la difusión de Thriller de Michael Jackson. MTV resultó fundamental durante dos décadas en la creación de un determinado consumo musical y estético, orientado a la juventud, que se convertiría en un modo de vida. Internet y YouTube acabarían con su emporio y relegarían su poder al baúl de los recuerdos de quienes fueron adolescentes entre los años 80 y 90.
Estas tres fechas, la relación entre ellas y el impacto que han producido en los últimos cuarenta años son el objeto de estudio de La dictadura del videoclip (El Viejo Topo, 2015), un voluminoso trabajo con el que Jon E. Illescas pretende desentrañar el mensaje que lanzan los videoclips, la mercancía cultural más consumida por la juventud en todo el mundo.
¿Qué transmiten los vídeos de las estrellas globales como Justin Bieber, Enrique Iglesias, Rihanna o Katy Perry? Las respuestas que encuentra Illescas, tras una investigación prolongada durante siete años, son muy críticas con el modelo social y la visión que imponen las multinacionales de la industria musical a través de los videoclips, “un instrumento mediante el que la oligarquía capitalista mundial consigue el consenso político de la juventud”.
Y, además, son herramientas más eficaces que otras para lograr ese propósito, “por esa razón instituciones tan poderosas como el Pentágono o personalidades tan importantes como el primer ministro de Reino Unido se esfuerzan por insertar su propaganda en ellos”, explica Illescas a Diagonal.
Los diez contenidos más vistos en la primera década de existencia de YouTube (2005-2015) han sido todos videoclips. Nueve de ellos son propiedad de dos gigantes mediáticos, Universal y Sony, y ninguno fue subido por youtubers ni usuarios amateurs. Tampoco hay vídeos de gatitos, tráilers de películas ni fenómenos virales como Harlem Shake. Lo que más se ve en YouTube son los vídeos musicales de dos multinacionales.
Los diez contenidos más vistos en la primera década de YouTube han sido todos videoclips, nueve de ellos propiedad de dos multinacionales
Al facturar estos productos audiovisuales en torno a temas prioritarios para los adolescentes –la música y el sexo–, la industria ofrece un espectáculo irresistible para este público, al que también convence por la “aparente gratuidad de su consumo y la brevedad de un metraje que tan bien se adapta a estos tiempos presididos por el fast food cultural y la debilidad de las atenciones”, opina Illescas.
Para este doctor en Sociología y Comunicación, la influencia de los videoclips sobre la conducta de los jóvenes es directa, por ejemplo cuando provoca imitación de movimientos al bailar o que compren los productos anunciados mediante el product placement insertado en los clips.
“En las entrevistas que realicé, muchos jóvenes afirmaron imitar el ocio nocturno que observaban en los vídeos, incluso comprando el mismo tipo de bebidas que aparecían en el metraje”, recuerda.
La influencia también puede ser más indirecta, “pero igual o quizás incluso más poderosa”, precisa Illescas. Por ejemplo, cuando el flujo de videoclips más comerciales “silencia o censura temas que importan a los adolescentes y que tratan las miserias del sistema como la crisis, la desigualdad, la pobreza, las guerras o el cambio climático; mientras que sobrerrepresenta otros aparentemente ‘positivos’ como el lujo, el consumismo o el escapismo”.
Excepciones que no lo son
En ese cauce torrencial de vídeos musicales protagonizados por mujeres de belleza imposible que viajan en limusina en busca de un príncipe azul, también se cuela ocasionalmente alguno en el que se cuestionan los estereotipos de género o los saca de su marco. Illescas los evalúa como la “excepción que confirma la regla y una farsa”.
Tal es el caso del exitoso All about that bass, una canción de Meghan Trainor de 2014 que se puede leer como una defensa de la aceptación del cuerpo propio frente a los cánones de belleza impuestos.
Para este autor, sin embargo, el algodón no engaña: “Meghan Trainor trabaja para Sony Music, una de las tres grandes discográficas que controlan más del 92% del flujo dominante de videoclips y All about that bass es propiedad de Vevo, la empresa que posee el canal mayoritario de este flujo en YouTube. O sea, las mismas empresas que transmiten los cánones que supuestamente Trainor critica en el vídeo. ¿Curioso, verdad? Y digo ’supuestamente critica’ porque en un vídeo posterior de la cantante (Dear Future Husband), todos los chicos que la pretenden son modelos de cuerpos atléticos, no hay ningún hombre de su fisonomía”.
Aunque reconoce que a muchas adolescentes con cuerpos considerados como “no deseables” y dotes musicales les pueda parecer inspirador que una cantante como Trainor, con un físico distinto al arquetipo dominante del videoclip más comercial, triunfe en la industria de la música, Illescas considera que se trata de un “espejismo prefabricado por la misma oligarquía mediática que margina a las cantantes según su físico, aunque tengan grandes dotes musicales. Es un espejismo que cumple su objetivo”.
“A los alumnos se les debe enseñar a ‘leer’ y a crear audiovisualmente para que sean menos manipulables a este tipo de lenguaje que, a la postre, es el más poderoso de todos”
Para contrarrestar los efectos de los videoclips, Illescas aboga por fomentar una educación crítica con ejemplos positivos y por una “urgente” alfabetización audiovisual desde el sistema educativo: “Del mismo modo que se enseña a leer y a escribir, a los alumnos se les debe enseñar a ‘leer’ y a crear audiovisualmente para que sean menos manipulables a este tipo de lenguaje que, a la postre, es el más poderoso de todos, como viene demostrando desde hace décadas la televisión”.
Con estos planteamientos, la crítica de Illescas podría ser tachada de moralista. Una acusación que refuta con firmeza.
“Si en 1981, año en que se estrenó la MTV, hubiera salido un vídeo en el que la cantante principal apareciera torturando a una mujer y asesinando y descuartizando a su marido por dinero, mientras en la escena final luciera desnuda, recostada triunfalmente fumando un puro, cubierta de sangre y billetes de dólares, muchos habrían rechazado el vídeo por inmoral. Pero ese videoclip existe en la actualidad y a la gran mayoría de sus jóvenes consumidores no les parece mal. Se llama Bitch better have my money (’Zorra, más vale que tengas mi dinero’) y está protagonizado por la estrella más importante del vídeo musical: Rihanna. Ningún medio mayoritario, hasta donde conozco, ha cuestionado la validez de su mensaje para el público adolescente al que va dirigido. Muchos jóvenes incluso celebran lo ‘atrevido’ de su trama. ¿Sería moralista preocuparse por el hecho de que cantantes promocionados por millones de dólares y seguidos por millones de jóvenes canten en sus vídeos que todas las mujeres son unas ‘putas’, ‘zorras’?, ¿es moralista pensar que este ejemplo pueda aumentar los índices de violencia machista y sepultar todos los programas públicos habidos y por haber a favor de la igualdad entre los y las adolescentes?”.