Notas para un debate necesario (1)

El severo declinio de las izquierdas, populismos, socialismos y “progresismos”, permite meter el bisturí a fondo para auscultar los procesos desde la teoría de la complejidad



Bolivia: Itinerario de un derrumbe ético-político

¿Dónde comienza? Es muy difícil saber; quizás en las mismas condiciones de posibilidad política de la movilización prolongada. Las condiciones de posibilidad de la rebelión social, quizás también, por sus características y composiciones de la crisis, en las mismas estructuras del conflicto. La movilización prolongada puede haber emergido de una crisis profunda; empero, conllevar herencias que se apegan el cuerpo emergente de la rebelión. Depende de la rebelión deshacerse de estas herencias, que gravitan y detienen la insurrección, sobre todo, los alcances de la revolución en ciernes. Si no ocurre eso, la rebelión se detiene en algún momento, para iniciar su regresión, la revolución comienza, en algún momento, su propia autodestrucción. Utilizando palabras conocidas, la “reacción” se equivoca en su apreciación de lo que ocurre en las revoluciones, que destronaron al conservadurismo institucionalizado de entonces; se equivoca en creer que enfrenta radicalismos, pues, al contrario, cuando las herencias conservadoras, sobre todo, institucionales, detienen el proceso político desatado, no se enfrenta a radicalismos, sino a algo parecido a lo que son sus propios conservadurismos, a lo que es esta “reacción”. Se enfrentan al conformismo generalizado, encubierto, apenas, con la demagogia discursiva.

En lo que respecta a nuestro caso concreto, el “proceso de cambio” boliviano, desatado el 2000 hasta el 2005, prolongado con la forma gubernamental de características, más bien, populistas, en vez de ser una expresión genuina de la movilización prolongada, el derrumbe parece comenzar en una confusión. Los que gobiernan no son los que lucharon consecuentemente desde antes del 2000 hasta el 2005, por lo menos en lo que respecta a la irradiación política nacional. Los que gobiernan, en relación a los que lucharon, tienen su vinculación corroborada con las federaciones cocaleras del trópico de Cochabamba y de los Yungas de La Paz. Los otros espacios de la movilización general son ocupados por otros movimientos sociales, por otras organizaciones sociales, cuya característica es muy distinta al perfil del MAS, que no es otra cosa que una expresión tardía del populismo, del nacionalismo revolucionario y de la izquierda tradicional.

Los movimientos sociales anti-sistémicos, ejes de la movilización prolongada, fueron la Coordinadora de la Defensa del agua y de la Vida; la CSUTCB del 2000, que, además de pelear por la tierra, en las nuevas condiciones posteriores a la reforma agraria de 1953, planteó claramente la existencia de dos Bolivias, como la herencia de un mapa colonial; la coalición de sindicatos del Altiplano y Juntas de Vecinos de la Ciudad de El Alto; el conglomerado de movimientos sociales y organizaciones anti-neoliberales, incluyendo a las organizaciones mineras, de trabajadores y cooperativistas, fuera de multitud de organizaciones que se conforman en respuesta al costo social del proyecto neoliberal.

El MAS pudo subirse a la creta de la ola de la movilización prolongada, porque era uno de los movimientos sociales de la movilización general; empero, no era ni el movimiento ni la organización más representativa de esta movilización; más bien, era bastante conservadora, en lo que respecta a las perspectivas planteadas por los otros movimientos y organizaciones de esta rebelión. Se subió a la creta de la ola porque la resolución coyuntural de la crisis política se dio por la forma constitucional de entonces y por las elecciones; no como consecuencia de la movilización prolongada, ni por la insurrección itinerante y diferida. El MAS era la organización preparada para una compulsa electoral; las organizaciones y movimientos sociales radicalizados de la movilización prolongada, no consideraron las elecciones como una salida. En todo caso, cuando, por la correlación de fuerzas, el resultado fue electoral, todos los otros movimientos vieron en el MAS un aliado, que en todo caso, era uno más, del conjunto rebelde, aunque el más rezagado “ideológicamente”. La votación popular se inclinó por el mal menor, por uno de los “nuestros”, aunque no el mejor. Esta es la confusión; haber confundido en una coyuntura al “mal menor” con la expresión genuina de la movilización.

Esta confusión se convirtió en mito; el discurso oficial, una vez en el gobierno, difundió una versión insostenible, desde el punto de vista de los enfoques históricos, políticos y teóricos, de que el gobierno populista, resultante de la correlación de fuerzas, era el “gobierno de los movimientos sociales”. Al MAS no le alcanzaba ni el físico, ni la “ideología”, ni la organización, para ser algo aproximado a una expresión de la movilización prolonga, menos de los movimientos sociales-antisistémicos. Obviamente no lo era; empero, el gobierno, el MAS, su “ideólogo”, los invitados ministros, el presunto “ultimo jacobino”, asumieron esta difusión demagógica como verdad. De alguna manera, los movimientos sociales y sus organizaciones, todavía fuertes y con capacidad de incidencia, a pesar de sorprenderse ante esta interpretación egocentrista, la toleraron, en la perspectiva de fortalecer el “proceso de cambio”. El pueblo en general, esperanzado, ante los desenlaces, aceptó sin digerir esta interpretación oficial. Esta confusión o esta falta de crítica y de discernimiento fueron fatales, en lo venidero, en lo que respecta a la realización del proceso de cambio. Pues, se redujo la responsabilidad ante el alcance del horizonte abierto, como proceso constituyente, a los prejuicios conservadores, nacionalistas y de la vieja izquierda conservadora, a las perspectivas limitadas de un partido populista con aires de “izquierda”.

No busquemos “culpables” ni “traidores”, menos en los patéticos conductores del “proceso de cambio”. Ellos no entienden, no van a entender, el alcance del desafío histórico-político, abierto por las multitudes movilizadas, no decodifican el alcance de la crisis múltiple del Estado-nación, tampoco el alcance del proceso de cambio, del proceso constituyente, del proceso descolonizador. La responsabilidad social y política radicaba en las propias organizaciones de la movilización prolongada; sobre todo, en las que fueron ejes de la movilización general. El problema fue que no pudieron responder ante las complicaciones que planteaba esta confusión, la de confundir el proceso de cambio con la demagogia del MAS. Algunas optaron por la denuncia, por la increpación al MAS, a su Líder, al gobierno; otras, en cambio, optaron por incorporarse, con la táctica de influir en el MAS y en el gobierno, reconduciendo el “proceso de cambio”. Ambas tácticas fracasaron; se impuso el MAS, con todo el peso de sus herencias conservadoras, nacionalistas, populistas y de una “izquierda” a-crítica tradicional y conservadora. Desde entonces, los dados estaban echados.

Por teoría crítica política, sabemos que una vez, que pasa esto, que la expresión gubernamental es populista o, si se quiere, reformista, los límites de la revolución están ajustados. Entonces, la responsabilidad no es tanto de los conductores reformistas y populistas del “proceso de cambio”, sino de los que fueron ejes primordiales de la movilización prolongada, y no supieron conformar una pedagogía política de masas, una diferenciación política radical, que podría ser de apoyo crítico, que convoque al pueblo a continuar la lucha. Esto muestra que incluso los sectores radicalizados de la movilización prolongada, contenían resabios conservadores ateridos, que inhibían sus capacidades de lucha. Era menester aprender las lecciones históricas-políticas de la modernidad, las lecciones locales de la movilización prolongada boliviana, y tratar activamente de incidir en los decursos del proceso de cambio.

Lo anterior no ocurrió. La correlación de fuerzas, con un MAS absolutamente mayoritario, con una derecha enloquecida, que no atinaba a nada, con una “izquierda” tradicional radical, rumiando sus viejas tesis, con movimientos sociales perplejos ante los desafíos, terminó de arrastrar a todos a la recurrente repetición de la condena histórica, que nosotros llamamos el circulo vicioso del poder. No es culpa de los gobernantes ni del MAS que haya ocurrido esto; estos estaban para ser lo que hicieron, repetir la historia por enésima vez, solo que de manera cada vez más comediante; repetir estos desenlaces recurrentes de la tragedia circular de la revoluciones. Es responsabilidad nuestra, de los movimientos sociales anti-sistémicos, de los colectivos y organizaciones radicales, que no supimos, en su momento, que no pudimos, en la coyuntura, responder a este desafío histórico-político.

Lo que viene es conocido y no es útil repetirlo, tampoco exponerlo exhaustivamente, pues no se trata de denuncia, ni de buscar “culpables”. La denuncia sirve, “objetivamente”, para describir lo que pasa; esto es ilustrativo. La culpabilidad sirve para calmar a las consciencias culpables. Nada de esto sirve para resolver el problema mayúsculo histórico-político. Resumidamente diremos que se vino el desenvolvimiento singular de la decadencia, el derrumbe ético-moral-político, la debacle del proceso de cambio, la repetición del drama de las revoluciones, atadas al círculo vicioso del poder. La derrota de Evo, pues el símbolo del Evo, el caudillo y líder del “proceso de cambio”, se enfrentó al no a la reforma constitucional, es un indicador cuantitativo de la implosión del gobierno progresista del MAS, de su estructura de poder, de sus entornos palaciegos, del caudillo. No hace más que constatar esta decadencia y este deterioro político. Qué se haya tratado de evitar esta evidencia, en las apariencias electorales, por medio del fraude sistemático en el área rural, por medio del fraude fragmentario, en las ciudades, no hace otra cosa que patentizar la desesperación de la estructura de poder y de los entornos palaciegos. Que no hayan podido lograr el “cambio drástico de los datos”, anunciados por el Vicepresidente, muestra que ya no pueden manipular completamente y a su antojo absoluto.