Liberar la potencia social

La potencia es la vida misma; es la poiesis, la autocreación permanente. Dicho así, como potencia, suena a energía, a dinámica



Liberar la potencia social

Raúl Prada Alcoreza

La potencia es la vida misma; es la poiesis, la autocreación permanente. Dicho así, como potencia, suena a energía, a dinámica; palabras que viene del griego. Pensado en el sentido filosófico, atribuido por Baruch Spinoza, es inmanencia. Ahora bien, interpretada desde la perspectiva de las teorías de la complejidad, que retoman la base conceptual de la biología molecular, es vida, en el sentido de memoria sensible, también de inteligencia, es decir, todo un acontecimiento hermenéutico y de diseño estratégico, que coadyuva en las acciones y las prácticas. Procesos integrados, que pueden describirse como decodificación de la información, elaboración de interpretaciones, conformación de estructuras operativas, diseños de estrategias. Reconsiderando, tendríamos que decir que la potencia, supone vibraciones inaugurales de cuerdas, ondas que crean materia, flujos de energía, que al asociarse conforman partículas infinitesimales, también asociadas, que, en sus composiciones, terminan creando los átomos, las moléculas, la materia molar, la vida, en sentido restringido, en sentido biológico. Todo este periplo creador tiene como substrato el juego de las fuerzas fundamentales del universo.

La potencia es vida en sentido amplio; no solo como cuando decimos que la materia es vida, que la existencia, con toda su complejidad y formas, en las distintas escalas del universo, es vida, así como lo es la vida, en el sentido bilógico; sino que es vida porque la vida no puede comprenderse sino como dinámica compleja e integral en su devenir permanente y paradójico.

Cuando decimos que hay que liberar la potencia social, liberando la vida social, para desplegar libremente sus capacidades creativas e inventivas, nos referimos a esta interpretación de la potencia, solo que lo hacemos, considerando la potencia social.

La potencia no es un concepto universal, como los que se construyeron en la modernidad, retomados por las interpretaciones filosóficas como centros operadores y reflexivos de sus sistemas teóricos. La potencia es un concepto complejo, que como tal supone la articulación integral de la pluralidad de singularidades, siendo la potencia misma singular. Si bien, se puede decir, que es un concepto heredado de la filosofía de Spinoza, que ciertamente, construye también conceptos universales, solo que inmanentistas, este concepto heredado se ha transformado en el pensamiento complejo.

La potencia, en el pensamiento complejo, es concebida como energía creadora; empero, como ya escribimos, energía múltiple, no única. Retomando una lectura, por lo tanto, una interpretación, de la teoría de las cuerdas, mencionábamos, por lo menos, dos formas primordiales de energía; la energía creativa y la energía cohesionadora; esta última la identificamos más con la fuerza fundamental de la gravitación. Esta distinción, entre energía creadora, que deberíamos llamar energía irradiadora, y la energía cohesionadora, que también denominábamos, energía conservadora, no establece taxativamente que la energía cohesionadora no sea, a su vez, creadora. En realidad, se trata, efectivamente, de composiciones de energías. Cuando estas energías se realizan, es decir, se despliegan y desenvuelven, lo hacen como composiciones entre ambas. Esta es la paradoja creativa.

Lo que importa, en lo que respecta a la potencia social, es comprender que ya se trata de formas de energía, que suponen las energías primordiales y todas sus composiciones y combinaciones, que dan formas plurales de energías concretas. En el caso de la potencia social, hay pues formas complejas de la energía social, que suponen, a su vez, formas de composición y combinación de energías específicas.

Para no complicar la exposición, también hablaremos de la paradoja de la energía social, que es dinamizada por una energía conservadora y una energía transformadora. La segunda, se asienta en la primera; la primera, se afirma en la segunda; la primera, permite consolidar las creaciones de la segunda; la segunda, mantiene abierta la continuidad de la vida, en tanto creación e invención, es decir, devenir.

Habíamos identificado a la energía conservadora social con la inclinación a la asociación, que por razones ilustrativas de exposición, podemos denominar instinto de asociación, a pesar de lo peligroso que es colocar este término de instinto. Habíamos identificado la energía transformadora social con la capacidad creativa e inventiva de las sociedades alterativas, que, jugando con la metáfora del término empleado de instinto, podemos denominar instinto creador. El instinto de asociación lleva a las sociedades a construir instituciones, que en principio, son herramientas de sobrevivencia. El instinto de creación lleva a las sociedades a transformar sus mallas institucionales. Estamos pues ante la paradoja conservadora-transformadora social, que dinamiza los decursos de las sociedades humanas.

En ensayos anteriores hablamos de que las instituciones, que son instrumentos construidos, para coadyuvar en la sobrevivencia y para apoyar a las sociedades humanas, en sus propios decursos enriquecedores, se terminan convirtiendo en fetichismos dominantes, en maquinarias monstruosas que, al convertirse en las finalidades supremas de la sociedad, terminan convirtiendo las capturas de las fuerzas sociales en un permanente encierro, que atosiga, inhibe y limita sus capacidades, es decir, su potencia; en términos de Friedrich Nietzsche, las fuerzas son separadas de lo que pueden, generando la decadente voluntad de nada, el nihilismo.

La interpretación genealógica de las sociedades, sobre todo modernas, y de sus criaturas monstruosas, las instituciones fetichizadas, nos muestra el decurso de la decadencia, la historia moderna del nihilismo. Las sociedades humanas, por lo menos, las sociedades institucionalizadas, no las sociedades alterativas, han quedado atrapadas en el círculo vicioso del poder, que es la edificación vacía, helada, momificada, de esa voluntad de nada, que ha renunciado a la voluntad de potencia, a la creación. Delegando su voluntad y su representación al Estado. Este camino, usando esta figura de recorrido, que es el decurso nihilista de la modernidad, conduce al nihilismo consumado, concluyente, que es la muerte de las sociedades humanas.

En las condiciones de la decadencia de la modernidad, del sistema-mundo capitalista, del sistema-mundo cultural, del sistema-mundo político, del orden mundial de la banalidad y de la especulación, así como de la simulación, que ya es el nihilismo consumado, la convocatoria a la subversión generalizada de los pueblos, de las sociedades alterativas, contra este orden de la banalidad, de la especulación, de la economía política especulativa, de la economía política del chantaje, de la destrucción extractivista del planeta, se hace urgente. Esto significa la convocatoria a liberar la potencia social de los pueblos, por lo tanto, liberarse de las mallas y redes de captura de los bloques institucionales, liberarse de las criaturas que han creado las mismas sociedades.

Confederación mundial de los autogobiernos de los pueblos

Partiendo del hecho, enunciado como premisa, de que las sociedades humanas son las creadoras de las instituciones, que, una vez, que sirven como instrumentos, después, rigen las conductas y los comportamientos sociales, para luego convertirse en las maquinas monstruosas, que dominan e inscriben en las carnes de los cuerpos sociales las historias políticas de las dominaciones, se puede deducir que son estas mismas sociedades, que sufren del poder de las instituciones que crearon, las que pueden desecharlas, una vez que se han convertido en amenaza.

Sin embargo, esto no ocurre. ¿Por qué? Si teóricamente parece fácil liberar la potencia social, en la práctica es muy difícil. Estamos ante humanos que no se sienten creadores, no se conciben como creadores, sino beneficiados por la herencia guardada y otorgada por las instituciones. Ven a las instituciones como si tuvieran vida propia; sin embargo, no la tienen. No solo que las sociedades son las creadoras de las instituciones, sino son las que les dan vida, las que las reactivan todos los días, las que las hacen funcionar. Estamos ante humanos que creen que las instituciones son las que les dan vida, además, garantizan la vida. En estos imaginarios conformistas, consideran que sin las instituciones morirían o se embarcarían en un caos destructivo. Esta es la “ideología” del fetichismo institucional.

Si bien las instituciones han sido construidas por las sociedades humanas, en los ciclos largos, las instituciones constituyen a los sujetos sociales. Entonces, se trata de una doble construcción; se construyen instituciones como instrumentos de sobrevivencia; después, cuando estas instituciones se convierten en el fetichismos del poder, se usan estas instituciones para constituirse como sujetos sumisos, subordinados e inclinados a la voluntad de nada.

Es como una auto-castración. Donde los sujetos normatizados y normalizados entregan sus órganos, como los eunucos ante el monarca de las dinastías de la China antigua, para servirle con la garantía de su esterilidad sumisa. Solo así, con sujetos castrados, las instituciones pueden dominar, puede consolidarse el poder, las formas del poder, sus diagramas de dominación y sus cartografías de fuerzas capturadas. Se explica entonces que sea difícil que las sociedades, creadoras de las instituciones, puedan desecharlas, una vez que se han convertido en una amenaza. La condición de castración de los sujetos sociales lo impide.

Figurativamente podríamos preguntarnos: ¿cómo devolver los órganos a los sujetos sociales castrados? Esto solo puede darse rescatando cada quien sus propios órganos, separados del cuerpo. Esto implica la subversión generalizada de los pueblos, de los colectivos, de las comunidades, de los grupos, de los individuos, en todos los planos de intensidad que el poder vincula, consolidando sus dominaciones.

Esto solo pueden hacerlo individuos, grupos, colectivos, comunidades, pueblos, que comprendan las genealogías del poder y desentrañen la mecánica de las dominaciones, que los someten. Ahora bien, esta comprensión, como dijimos en otros textos, no es tarea de vanguardias, que enseñan. Es tarea de los propios eunucos. A veces la crisis profundas, sociales, políticas y económicas, despiertan en ellos halos de voluntad de potencia y se rebelan. Sin embargo, en las historias políticas de la modernidad, las revoluciones han terminado sustituyendo una forma de dominación por otra, en vez de liberar la potencia social.

Quizás la tarea de los y las activistas libertarias sean estas convocatorias movilizadas a los pueblos, pero, más que a los pueblos, a la escucha racional de los pueblos, que ya es una escucha subordinada al poder, se trata de una convocatoria a la potencia social inmanente en los pueblos, en los colectivos, en las comunidades, en los grupos, en los individuos. Se trata de hablar con la potencia social, en leguajes que logren despertarla.