Dinámica paradójica y poder
Raúl Prada Alcoreza
Hay varios niveles o, mas bien, planos y espesores de intensidad, que el poder vincula; mejor dicho, planos y espesores de intensidad, que, en su articulación integrada, en la combinación de composiciones, generan poder; dicho pluralmente, generan poderes, que hacen a las dominaciones polimorfas. En los distintos niveles el poder no funciona de la misma manera, sino, dependiendo de las características del plano de intensidad, funciona de determinada manera; diferenciándose de otra manera en otro nivel. Aunque en los distintos planos de intensidad funcione el poder de distintas maneras, en conjunto, se produce el efecto de totalidad, para decirlo metafóricamente, utilizando un concepto discutible. Esto hace suponer al enfoque de generalización que el poder, como estructura, funciona de manera homogénea.
La visión universalista, el enfoque de la generalización, la episteme dualista, no permite visualizar la complejidad de los planos y espesores de intensidad, además de no lograr ver los diferenciales comportamientos, en cada plano o nivel. No se logra observar la dinámica compleja e integral del poder, compuesto por ejercicios de dominaciones diferenciales. Tampoco, como dijimos antes, en otros ensayos, no logra comprender ni entender las paradojas del poder. Para el enfoque aludido y criticado, solo hay contradicciones; no sabe de paradojas, menos de aporías.
Es importante visualizar la multiplicidad de planos de intensidad, la diferencial de los comportamientos del poder, en cada plano, para interpretar la dinámica paradójica. Pues no se trata solamente de describir e interpretar la paradoja, sino de comprender la dinámica y el devenir en el detalle de sus funcionamientos.
El poder en un plano de intensidad, por ejemplo, en el plano de las representaciones, puede funcionar como simulación y montaje. No importando ni prestando atención al contraste entre este plano imaginario y lo que ocurre en el ejercicio concreto del poder en el plano de intensidad de las práctica. Desde la perspectiva de la complejidad, el poder no tiene porque, necesariamente, corroborar lo que dice en el plano de las representaciones verificando en el plano de las prácticas concretas. El mundo del poder, para decirlo sesgadamente, no funciona homogéneamente como bloque. Al contrario, el poder funciona heterogéneamente, desplegándose, de manera distinta, en los diferentes planos.
Ahora bien, ¿es ésta una contradicción? ¿O, es ésta una astucia política? La primera, corresponde a una tesis dialéctica; la segunda, corresponde una tesis del maquiavelismo restringido. No hay contradicción, pues no se dan en el mismo plano, sino en distintos. Para decirlo metafóricamente, las reglas del juego en cada plano son distintas. Hablamos, si se quiere, de diferentes regímenes, según el nivel de que se trate. Esta diferencia de los funcionamientos de esta maquinaria compleja del poder explica la dinámica paradójica.
Por ejemplo, en el plano de las representaciones, el poder puede presentarse como ejemplo democrático; sin embargo, en el plano de las prácticas concretas, puede manifestarse el despotismo. Se puede decir, que una de las paradojas del poder es sostener el discurso democrático sobre la base del ejercicio despótico de las dominaciones. No hay contradicción, sino la paradoja del poder, que se edifica por las mediaciones de delegaciones y representaciones, en el contexto institucional liberal, en la estructura del formato político de la república. Por lo tanto, la malla institucional juega el papel de mecanismo de inversión de lo que se dice en lo que se hace. En otras palabras, sencillas, aunque peligrosas, por su ilustración, es como decir que el discurso democrático se troca en práctica despótica, por medio de las instituciones.
¿Qué es lo que convierte a las instituciones en este papel de mecanismos de inversión? Recordando a Michel Foucault, concebimos a las instituciones como agenciamientos concretos de poder, que reúnen fuerzas y mezclan discursos. Para hacer estable el poder, para consolidarlo, las instituciones deben lograr su legitimidad. Esto ocurre empleando un discurso político valorado y prestigioso; este es el discurso democrático. Entonces las instituciones emiten un discurso democrático como recurso “ideológico” para estabilizar y consolidar el poder, que al moverse en la concurrencia de las fuerzas, es inestable. No interesa si hay continuidad del discurso en el ejercicio práctico del poder, lo que importa en el funcionamiento del poder, es que la conexión entre el discurso democrático y el ejercicio despótico, permita el funcionamiento inalterable de las dominaciones.
En consecuencia, no se trata de coherencia, ni de continuidad, en el ejercicio del poder, como ha creído la ciencia política y la crítica moralista; sino de lograr la preservación del funcionamiento a través de estos enganches heteróclitos. No se trata de coherencia, sino de que la convocatoria democrática sirva, sea útil, para desplegar prácticas de dominación despóticas. Esto ocurre porque las poblaciones viven más en el mundo de las representaciones que en el mundo efectivo. Aunque no dejen de desenvolver prácticas, aunque no dejen de manifestarse en el mundo efectivo, las interpretaciones sociales se encuentran atrapadas en el mundo imaginario de las representaciones. Para decirlo de una manera escueta, incluso inapropiada, pues el poder no es sujeto; el poder lo sabe, sabe que el mundo imaginario de las representaciones es el referente de las poblaciones. El poder también sabe que, en el plano de las prácticas concretas, las dominaciones se resuelven por la concurrencia de las fuerzas. El poder no puede renunciar a la captura de fuerzas, a su utilización en la reproducción del poder, al uso de las fuerzas en formas coercitivas, amenazantes o, si amerita, a la efectuación de violencias desencadenadas. El poder no puede renunciar al monopolio legítimo de la violencia.
Una primera conclusión puede ser la siguiente: el poder no puede ser democrático en el ejercicio práctico de la política; debe aparentar que es democrático, sin embargo, ejercer el poder. Ejercicio que obviamente no es democrático.
El demandar al poder por no cumplir con las clausulas democráticas, es parte de la ingenuidad de la crítica moral; el caracterizar al poder como dictadura de clase, es parte de la ortodoxia monolítica del marxismo. El poder, como relación de fuerzas, como efectuación de las dominaciones, no puede ser democrático; se derrumbaría. Ningún Estado es democrático; tampoco lo puede ser, salvo como simulación. El pretender que se corrija el Estado en tanto Estado, el gobierno en tanto gobierno, es pedirle que se suicide. Por eso, ni los estados, ni los gobiernos, lo hacen; aunque se comprometan, de boca para afuera.
Una segunda conclusión es: la democracia, como gobierno del pueblo, por lo tanto, como autogobierno, no puede realizarse en el Estado y con el gobierno. Solo puede realizarse como autodeterminación, autogestión y autogobierno del pueblo.
Querer ser democráticos, es decir, practicar la democracia, que no puede ser sino radical, es decir, autogobierno, a través del poder, del uso del poder, como si fuese un instrumento neutral, es un desatino; pues el poder solo se puede ejercerse suspendiendo la democracia, aunque diga que la respeta.
Las largas historias del poder, en la modernidad y en las sociedades antiguas, son lecciones elocuentes de estas enseñanzas; empero, se prefiere ignorarlas, y mantener la espera de que el poder puede ser democrático; es más, debería serlo. Esta actitud es el mayor servicio que se presta a las dominaciones, aunque no se quiera hacer esto; es el peor apoyo a la democracia. Ocurre como si al darle un medicamento, para curarla, le diéramos un veneno, sin saberlo.
Por eso, se puede explicar, la persistente reiteración y reproducción, hasta reforzamiento, de las dominaciones polimorfas. Esa actitud bondadosa, del deber ser, es, en realidad, una renuncia a luchar efectivamente por la democracia. Renuncia que es la clave del poder, pues, precisamente, el poder se edifica sobre la base de este tipo de renuncias.
Por otra parte, muchos de los que critican a los déspotas, disfrazados de demócratas, en verdad, quieren ocupar el poder, sustituyendo a los otros, los interpelados. Sea la crítica de “izquierda” o sea la crítica de “derecha”, el horizonte de estos dispositivos “ideológicos” y políticos es el poder. Si bien puede estar claro que la “derecha” es “conservadora”, hasta, si se quiere, “reaccionaria”, la “izquierda, no deja de serlo, por esta vinculación dependiente con la salida de poder. Pueden tener discursos diferentes, pueden convocar a distintas clases, a pesar que ambas versiones, supuestamente opuestas, hablen al pueblo, en general; sin embargo, el ejercicio del poder responde a la misma estructura de preservación, efectiva, de las dominaciones, al mantener la continuidad del poder y del Estado.
Pueden creerse enemigos irreconciliables, hasta incluso matarse; pero, ambos necesitan del enemigo, para definirse como lo que dicen que son en el campo político. No saben que comparten una misma episteme, un mismo formato en el ejercicio del poder, a pesar que sus “ideologías” sean diferentes y opuestas. Pueden favorecer unos a unas clases, otros a otras clases, unos a las mayorías, otros a las minorías; sin embargo, el monopolio del poder por parte de la clase política, genera diferencias sociales, y replantea las desigualdades, modifica las estratificaciones sociales; empero, no las hace desaparecer. Por eso, el socialismo, como ideal, tal como lo dibuja la “ideología”, no pudo materializarse con el ejercicio del poder por parte del partido “revolucionario”.
Resolver este problema, con la interpretación inocente, de que los “revolucionarios” en el poder, “traicionaron” a la “revolución”, son unos usurpadores, no hace otra cosa que mantener la incomprensión del poder, de sus funcionamientos complejos y disímiles. Es tener una idea vaga del poder, como Estado o como malla institucional, utilizable para los fines propuestos. No hay “traidores”; las formas distintas de la teoría de la conspiración, no explican, sino confunden con sus reducciones atroces de la complejidad política. Lo que hay es hombres enamorados del poder; unos pueden lanzarle flores sociales a esta maquinaria fabulosa de las dominaciones; otros pueden lanzarle flores de eficiencia económica a la misma maquinaria; pero, ambos disputan la bondad esperada del poder.
La tercera conclusión puede ser la siguiente: el contraste político aparece como contra-poder en lucha contra el poder. No se trata de un poder de una forma contra el poder de otra forma; un poder “socialista” contra un poder “capitalista” o burgués. El poder, la estructura y la forma de poder los acerca, mucho más de lo que creen distanciarse. Lo que tiene dañada a la vida, desde hace tiempo, es pues el ejercicio del poder, su continuidad y reproducción, en cualquier forma que sea. El problema de las sociedades, el problema para la vida, es el poder, su recurrencia, su restauración intermitente, sea el discurso que sea, sea la “ideología” que sea. La tarea democrática es de-construir los discursos de poder, en toda su variedad, es desmantelar la maquinaria fabulosa del poder, con todos sus engranajes.