El fiasco de Doha
Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada
En medio de amplia expectativa y tras negociaciones que sin provecho se extendieron más allá de lo previsto, el anfitrión de la reunión de Doha –el ministro de Energía de Qatar, Mohammed al-Sada– acudió a una manida fórmula para paliar un fracaso: se requiere más tiempo, dijo en conferencia de prensa de cierre el domingo 17, para llevar adelante las consultas entre productores de petróleo, asociados en la OPEP y ajenos a ella, sobre la iniciativa de congelar el volumen de producción petrolera. (Véase “La iniciativa de Doha”, La Jornada, 11/2/16). Quedó entendido que las nuevas consultas culminarían en la conferencia de verano de la OPEP el próximo 2 de junio en Viena, es decir, en casi ocho semanas.
Al inicio de la fallida reunión de Doha, los delegados compartían la convicción de que se trataba apenas de ratificar el acuerdo de mediados de febrero, tras sumar al mismo un número significativo de otros participantes. Había confianza de que, en unas horas, se formalizaría el primer pacto multilateral de control de oferta petrolera en lo que va del siglo. Fue, por ello, sorprendente que la delegación saudita estableciera como condición para el acuerdo la adhesión de Irán al mismo. Lo hizo sin singularizarlo, pero señaló que debían participar todos los países de la OPEP. Se sabía que no era posible, pues Irán había decidido no participar y estaba ausente. Los observadores atribuyeron la actitud saudita a una decisión directa de Mohammed bin Salman, el poderoso ministro de Defensa, segundo príncipe heredero y encargado, se entiende, de diseñar el futuro pospetróleo del reino. Se consideró una desautorización del ministro de Petróleo y Recursos Minerales, Alí al-Naimi, quien había aceptado el acuerdo inicial en febrero, y cuya credibilidad se vio afectada.
Se insistió también en que los agentes del mercado interpretarían la falta de acuerdo como anuncio de la reanudación o del recrudecimiento de la contienda entre los exportadores para conservar o acrecentar sus respectivas posiciones en el mercado, procurando colocar el mayor volumen posible. La apertura del mercado el lunes 18 apuntó con fuerza a la baja, pero a lo largo de la jornada y en la siguiente las cotizaciones se recuperaron. Al cierre del día 19, frente a la cotización inmediata anterior a la reunión, el Brent ganó 93 centavos de dólar por barril, el WTI perdió 30 centavos, la canasta de la OPEP bajó en 22 centavos y la mezcla mexicana de exportación aumentó 68 centavos. Tras este movimiento se hallan factor inmediato y otro de más amplio alcance. El primero fue la huelga de tres días iniciada el domingo 17 por los trabajadores petroleros en Kuwait, que redujo en 60 por ciento, en esos días, el volumen de producción de alrededor de 3 millones de barriles diarios, según el Kuwait Times (19/20/16). El otro es la percepción de que el mercado avanza hacia el equilibrio, por la caída prevista en la producción no-OPEP, en la segunda mitad del año o en 2017. “Pensamos –dijo la consultora JBC Energy– que el fracaso de Doha no significará un gran riesgo a la baja en los mercados, a menos que la retórica después de la reunión arroje demasiado petróleo al fuego.”
Desde mediados de febrero –cuando se anunció el acuerdo en principio de cuatro productores para congelar, al nivel alcanzado en enero, la producción del resto del año, si y sólo sí otros productores importantes se adherían– se abrió una opción que fue tema constante de debate en círculos petroleros mundiales. En realidad, el proceso preparatorio de Doha fue en extremo informal y carente de coordinación. La única reunión preparatoria tuvo ya un regusto de fracaso. Se efectuó a principios de abril en Quito, a instancias de Ecuador y Venezuela. Acudieron tres delegaciones presididas por ministros –las de Colombia, Ecuador y Venezuela– y dos más –las de Bolivia y México– encabezadas por funcionarios de menor rango. La propia prensa ecuatoriana no pudo ocultar el desencanto: “en una escueta y ambigua declaración… (se exhortó) a los participantes en la reunión de Doha a adoptar ‘todas las acciones necesarias, a fin de estabilizar el mercado mundial del crudo para mejorar los precios en beneficio de países productores y consumidores”. Tras dos horas de reunión, el encuentro terminó con una declaración de cuatro párrafos en la que se omite la palabra ‘congelación’ y no se especifican las medidas que se proponen…” (El Comercio, Quito, 6/416).
En México, la Secretaría de Energía anunció en un boletín: “asiste México a reunión de ministros de Energía en Quito en calidad de observador”. Es curiosa la precisión, pues se trató de un encuentro informal en el que no había “miembros” u ‘‘observadores’’. El boletín pone de relieve la ambivalencia con que las autoridades mexicanas abordan la relación con los gobiernos de otros exportadores de petróleo.
Reza el boletín: “es importante destacar que la producción nacional de crudo disminuyó más de 1 millón de barriles al día (mmbd) en los pasados 11 años, para situarse hoy cerca de los 2.22 mmbd, en contraste con los 3.38 mmbd registrados en 2004. Adicionalmente, los ajustes presupuestales y la situación actual de los precios del crudo implicarían una reducción adicional de aproximadamente 100 mil barriles día al cierre de 2016. Por estas razones se considera que México no ha impactado la sobreoferta que actualmente se observa en el mercado mundial”.
En otras palabras, no se pidan a México mayores reducciones del volumen de producción, ya ha hecho suficientes, aunque de forma involuntaria. Esta coartada la usaría México en Doha, en caso de que haya acudido. (La Sener no aludió más al tema tras el boletín citado y la delegación mexicana pasó desapercibida en las diversas crónicas.)
Desde antes del encuentro se expresaron dudas sobre el efecto real que tendría, sobre el comportamiento del mercado y los precios, una decisión de congelar la producción, al elevado nivel que alcanzó en enero, más que optar por una reducción o recorte. Al respecto, la AIE apuntó, en su más reciente informe mensual, que si se congela la producción, más que reducirla, será limitado el impacto sobre los suministros físicos de crudo. Un analista de Morgan Stanley (citado el 19 de abril por el Financial Times) afirmó “ver un riesgo creciente de una batalla abierta por posiciones en el mercado que imposibilitaría la recuperación (de precios) en 2017″.