Neoindulgencias
Carlos Martínez García
La Jornada
El origen de la ruptura en la cristiandad del siglo XVI fue la crítica de un monje agustino a la masiva venta de indulgencias. Martín Lutero escribió sus 95 tesis contra las indulgencias para denunciar una práctica que consideró comercializaba el favor de Dios, de acuerdo con la cantidad de dinero que pudiese dar un hombre o mujer a las arcas de Roma.
La construcción eclesiástica romana de las indulgencias fue acrecentándose con el paso de los siglos. Aunque existen evidencias históricas antes del siglo XII de ofrecer a los feligreses aligeramiento de las penas impuestas para ser perdonados por los pecados cometidos, es en ésa centuria cuando el ofrecimiento de indulgencias especiales comenzó a proliferar. Por ejemplo, se garantizó perdón plenario a quienes ingresaran a las filas militares para rescatar la llamada Tierra Santa, Jerusalén, del control musulmán.
Durante el papado de Julio II (1503-1513) comenzó el proyecto de construir una nueva Basílica de San Pedro, en la que se alojaran, entre otros, los pretendidos restos de los apóstoles Pedro y Pablo. La construcción no avanzó mucho, y el sucesor de Julio, León X, decidió que era imprescindible terminar la magna edificación. Con el fin de cumplir la tarea era necesario recaudar grandes sumas de dinero y otros bienes.
Para lograr el objetivo, además de préstamos solicitados a los banqueros, León X decretó indulgencia plena a quienes compraran el instrumento de gracia. Se garantizaba que los adquirientes “gozarían de una plenaria y perfecta remisión de todos los pecados. Serían devueltos al estado de inocencia de que gozaran en el bautismo y aliviados de todas las penas del purgatorio” (Roland H. Bainton, Lutero, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1978, p. 80).
El dominico Juan Tetzel resultó un exitoso comercializador de indulgencias en territorio alemán. Grandilocuente y temerariamente gráfico en su descripción de los sufrimientos que le esperaban a quienes se negaran a cooperar para levantar la Basílica de Roma, Tetzel prometía que “en cuanto suena la moneda en el cofre, el alma sale del purgatorio”.
Con sus 95 tesis, fijadas el 31 de octubre de 1517 en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, Lutero esperaba estimular un debate para que sus críticas fueran “discutidas con diversos argumentos a favor o negadas con otros en contra” en la comunidad universitaria de la ciudad (César Vidal, El caso Lutero, Editorial Edaf, Madrid, 2008, p. 88).
Fue la cerrazón de la cúpula de la Iglesia católica romana la que radicalizó a Lutero, hasta llevarlo a romper con la institución e iniciar un movimiento que después cristalizó en una propuesta y práctica teológica y eclesial conformada por el protestantismo.
A casi 500 años de la crítica de Lutero, es en el campo neoevangélico, o parte de él, donde pululan las ventas de neoindulgencias. Éstas no son para aminorar, o liberar, del sufrimiento del purgatorio, en el cual por otra parte no creen dentro de los círculos neopentecostales, sino para asegurar prosperidad en todas las áreas de la vida.
El fenómeno religioso que representan los líderes y grupos propagadores del conocido como Evangelio de la prosperidad tiene un muy considerable conjunto de investigadores y el correspondiente cúmulo de artículos, libros y tesis universitarias que han documentado el tema. En cuanto a su taxonomía, clasificación y características del movimiento, hay quienes lo consideran una nueva forma de ser evangélico, mientras otros sostienen que no hay una línea de continuidad, sino que es algo distinto, y hasta disruptivo, con el protestantismo evangélico y el pentecostalismo clásico. Una obra útil donde se consignan las distintas posiciones interpretativas es la de Martín Ocaña, Los banqueros de Dios: una aproximación evangélica a la teología de la prosperidad, Ediciones Puma, Lima, segunda edición, 2014.
Las megaiglesias y los predicadores del Evangelio de la prosperidad son creativos, y exitosos, ofertantes de neoindulgencias. Ofrecen multiplicación divina de bienestar físico y económico a cambio de diezmos y colectas especiales. Llaman, exhortan y amenazan (en esto son buenos replicadores de las invectivas de Juan Tetzel en el siglo XVI) a su feligresía para que contribuya generosamente “a la obra de Dios”.
Las peroratas de los y las difusores de la prosperidad, como forzoso resultado de ofrendar dinero con la fe de que Dios lo multiplicará, están saturadas de retacería bíblica, frases aisladas de su contexto y una interpretación a modo para convencer a la audiencia de que la riqueza económica está a la vuelta de la esquina. Estos discursos tienen semejanza con los de autosuperación y el pensamiento positivo de quienes aseguran que todo es cuestión de ser optimistas.
Los timadores que ofrecen neoindulgencias consuman, además de fraude a las crédulas masas que los siguen, la vieja práctica de la simonía descrita en el Nuevo Testamento (Hechos 8:9-21). Buscan a toda costa obtener grandes beneficios económicos, y de otro tipo, al prometer algo que no está en sus manos dar y juegan con las expectativas y necesidades de gente que es cautivada por la mercadotecnia de la fe.