Publicado el: 28 septiembre, 2016
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Podríamos comenzar con dos figuras genealógicas; una, la guerra en la filigrana de la paz; la otra, la paz en el corazón de la guerra. ¿Son dos figuras duales, opuestas, o, mas bien, complementarias, articuladas paradójicamente? No decimos que la guerra nace en el vientre de la paz, ni que la paz es anhelada en la guerra. Lo que queremos hacer es encontrar su conexión paradójica, sobre todo, la complejidad dinámica que relaciona estas figuras; por cierto, no como oposiciones duales, sino como situaciones paradójicas de un mismo acontecimiento. ¿Cuál es este acontecimiento que es la guerra y la paz simultáneamente? De entrada vamos a descartar dos tesis que han conformado teorías, hasta corrientes teóricas, en la ciencia política, también en las teorías de la guerra, así como en la filosofía. Una de las tesis es la que concibe a la guerra como matriz de la sociedad, por lo tanto, también de la paz; la otra tesis es la que concibe el origen arcádico en la paz matricial, algo así como el paraíso perdido. Podemos nombrar a la primera tesis como genealógica y a la segunda tesis como romántica.
El problema de estas tesis es no solamente la conjetura sobre el origen puro, que recuerda inmediatamente el mito, sino que no explica cómo aparece o emerge la guerra, de dónde, de qué matriz; lo mismo pasa con la otra tesis, no explica la presencia de la paz, salvo la narrativa romántica del comienzo armónico y primordial. Tanto la guerra y la paz, si las tomamos como situaciones, son eventos complejos, no pueden reducirse a un origen puro; tampoco a un factor desencadenante; por ejemplo, un supuesto instinto bélico o la memoria olvidada de la armonía natural. Aunque después se tengan teorías más elaboradas, el hecho de haber arrancado de estas premisas fundamentales, gravita sobre las teorías; por ejemplo, algunas corrientes teóricas parten de la premisa del origen puro, después explican la guerra de una manera descriptiva. Pueden llegar a generar explicaciones, en base a estas descripciones, proponer teorías deterministas o historicistas, así mismo, estructurales o dialécticas, también geopolíticas; empero, estas teorías, por más elaboradas que lleguen a ser, al no haber revisado su fundamentos, la conjetura inicial, quedan sin llegar a comprender el acontecimiento mismo, tanto de la guerra como de la paz.
Es insostenible la tesis del instinto agresivo, innato en el hombre, ya se haga hincapié como constitutiva de la identidad o como predisposición a la defensa, incluso como consecuencia de la posesión de territorio o concepción territorialidad. El cuerpo no parece funcionar a partir de instintos, sino, mas bien, parece responder a las dinámicas complejas de la percepción, donde sensibilidad, imaginación, razón, se integran dando lugar a distintas composiciones de la percepción. Lo que se llamó instinto, que tendría que ver con la información genética, transmitida al fenotipo, en el contexto de su ontogénesis, suponiendo el entramado filogenético, al encontrarse en el cuerpo, al formar parte de las dinámicas corporales, no puede funcionar aisladamente, sino en conexión y articulación con la fenomenología de la percepción.
Por otra parte, la percepción humana no se restringe al individuo, sino también funciona socialmente o es conformada también socialmente. La percepción, corporal y de la corporeidad social, es configurada socialmente y es configuradora de lo social. En este tejido bio-social se inscribe lo institucional. Hemos dicho que los nacimientos de las genealogías institucionales aparecen como estrategias de sobrevivencia, también como formas de cohesión consolidadas de las comunidades, así como mecanismos de distribución de funciones, también clasificaciones expresadas en símbolos, alegorías simbólicas, mitos. Hemos buscado en las genealogías de las instituciones la emergencia de la guerra y del poder, de sus genealogías propias.
En las hipótesis interpretativas que lanzamos, la guerra viene a ser como una construcción institucional. Ahora bien, los dispositivos ligados a la guerra son las máquinas de guerra. Las instituciones y las máquinas de guerra se inscriben en los cuerpos; entran en relación con las dinámicas corporales. Es explicable, entonces, que las instituciones puedan capturar fuerzas vitales, puedan incluso incidir en los comportamientos y conductas, aprovechando energías corporales, codificadas y decodificadas institucionalmente. De esta manera, se puede interpretar, que las máquinas de guerra cuentan con “guerreros” iniciados, ungidos y constituidos por las instituciones.
El problema que no es fácil interpretar, incluso hipotéticamente; la problemática puede ser dibujada por la pregunta: ¿por qué las sociedades humanas, al construir sus instituciones, como instrumentos de sobrevivencia y de cohesión social, se han dejado atrapar por ellas, convertidas en fetiches, como si fueran el origen y el fin de las sociedades? En estas condiciones de enajenación, las sociedades generaron diagramas de poder, estrategias de poder, bio-poderes, que se alimentan, viven y reproducen, con la captura de fuerzas, con la captura de vida, de energía vital, que son usadas en el desarrollo y acumulación del poder. Esta situación ha llegado a tal punto, que se ha convertido todo esto, estos substratos de procesos y estructuras estructurantes, las genealogías institucionales, los diagramas de poder, las máquinas de guerra en una amenaza a la vida.
Una larga guerra, dilatada en décadas, como deteniendo al país en la eternidad de la violencia. Guerra cuyos comienzos no se olvidan; empero, se borran sus perfiles, que fueron claros al inicio. Guerra cuyos horizontes se pierden en la bruma; que quizás fueron definidos de una manera, mas bien, nítida, que, sin embargo, se volvieron confusos, después de tantos años de guerra. Cuando después de esta larga guerra, que deja agotados a los contrincantes, al pueblo, a la sociedad, cansados de muertos, de heridos, de desaparecidos, cansados de las consecuencias destructivas de la violencia desatada, llega la promesa de la paz, como un acuerdo logrado, discutido durante otros buenos años, es como luz que alumbra al final del túnel.
El acuerdo de Paz entre las FARC y el gobierno colombiano, firmado en la Habana, es esta luz al final del túnel. Un acuerdo, difícil de lograrlo; empero, logrado al fin. Aunque sea solo eso, acuerdo; documento firmado por ambas partes y los garantes. Esto, ciertamente, no es la paz; sin embargo, es un compromiso para desplegar las voluntades encontradas para alcanzar la paz, poniendo lo de las partes todo lo que se pueda para lograrlo. Sabemos, que esto no basta; como dice el refrán popular: el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. Lo que ocurra no depende del documento firmado, de los acuerdos logrados, incluso de las voluntades puestas, aunque sea al inicio. Lo que ocurra o pueda ocurrir depende de lo que haga el conjunto de la sociedad, el conjunto del pueblo, de la acumulación de voluntades singulares, puestas en escena; así como de sus prácticas desplegadas, de las fuerzas desenvueltas y, obviamente, de las correlaciones de los campos de fuerzas. Depende del pueblo, en pleno ejercicio de sus libertades y haciendo respetar sus derechos, ejerciendo la democracia, el que se cumpla con el acuerdo logrado; haciendo, además, que este acuerdo se efectivice, realizando la oportunidad histórica-política aprovechada.
Reflexiones en torno al Acuerdo de paz
Comenzaremos con una pregunta provocativa: ¿Quién ha ganado la guerra? El presidente Juan Manuel Santos, en su discurso, después de la firma del Acuerdo de Paz, dijo que no hay “ganadores” ni “perdedores”, la que ha ganado es la sociedad Colombiana, la que ha ganado es la paz. ¿Es así? El Acuerdo de Paz tiene la característica del acuerdo como de dos Estados, aunque uno sea institucionalizado, y el otro sea una proyección posible. El Estado-nación colombiano, respaldado por el Estado-nación estadounidense norteamericano, por el gendarme del imperio, del orden mundial del sistema-mundo capitalista, en su etapa decadente, a pesar de la disponibilidad de fuerzas concentradas, del monopolio de la violencia legítima, de un engrandecido ejército para luchar contra la guerrilla, ha tenido que asumir, primero, las conversaciones para dar apertura al acuerdo; después, ingresar en las conversaciones mismas del proceso del acuerdo de paz, para, ocupando tres años, culminar con un Acuerdo de Paz, convenida por ambas partes. ¿Quién ha ganado? ¿Nadie?
No parece plausible esta conclusión; no es sostenible, incluso en el caso que se aclare que es el pueblo colombiano el que ha ganado, también la paz; lo que de por sí, es convincente. Gana el pueblo colombiano el acuerdo de paz; ¿qué significa esto? Diremos, de la manera más abierta, ni optimista, ni pesimista, que el pueblo colombiano gana la oportunidad y la posibilidad de resolver los problemas candentes, que han arrastrado a una guerra que parece interminable. Bueno, empero, debe queda en claro, que se trata de una oportunidad; no de una efectiva materialización de la paz misma. Tampoco del camino ya hecho hacia otras formas, no bélicas, de resolver los problemas sociales, políticos y perversos, como los relativos a la economía política del chantaje. La experiencia social y política del pueblo colombiano, le ha enseñado, que los acuerdos de paz, terminaban en el asesinato de los guerrilleros que entregan las armas, como ocurrió con el M-19. No es, ciertamente, el mismo contexto histórico-político, tampoco son los mismos sujetos sociales, políticos y militares, los que firman el reciente acuerdo de paz; empero, la experiencia enseña que no se puede cantar antes de que amanezca, antes de que los primeros tenues rayos del sol, se anuncien, aunque sea como iluminaciones latentes.
De todas maneras, la firma del Acuerdo de Paz ya es un desenlace del largo conflicto. Se puede decir, por lo menos, como conclusión provisional, que si un Estado-nación, concretamente su forma expresa y gubernamental, el gobierno, el Congreso, el poder judicial, se ven empujados a dialogar y, después, firmar con el que consideraron, durante tanto tiempo, el enemigo, es que, primero, constata que no puede vencer la guerra. Lo que ya es, de por sí, una cierta victoria de la guerrilla. Esto significa, por lo menos, que la correlación de fuerzas parece equilibrada. Se ha llegado a un punto de estancamiento.
En segundo lugar, el contenido del Acuerdo de Paz toca tópicos y temas estratégicos, que no solamente se refieren a la conclusión del conflicto, a las condiciones estrictas de paz, en el sentido restringido, sino a las condiciones de posibilidad de una paz duradera, para decirlo sencillamente. El Acuerdo de Paz toca problemáticas que fueron como despejadas, desdeñadas o encubiertas, incluso ignoradas por los gobiernos del Estado-nación colombiano, como, por ejemplo, el relativo a la cuestión agraria y a la reforma agraria. También se toca el ámbito complicado y problemático del tráfico ilícito; lo que ya es un avance, incluso más, un desplazamiento del contexto político. Así mismo, el incorporar al Acuerdo de Paz y a la realización del acuerdo la condición educativa y la necesidad de su expansión, atendiendo a todo el pueblo, es un desplazamiento del tratamiento del tema, abarcando a las fuerzas involucradas en el conflicto, también a las organizaciones sociales. Sin embargo, faltan tópicos y temáticas, que atingen a problemáticas fundamentales, como la relacionada a no solamente los derechos de las naciones y pueblos indígenas, así como de los derechos de los pueblos afros, sino a su reconocimiento pleno como pueblos. Lo que implica, de suyo, tratándose de estas naciones y pueblos, resolver la problemática maldita heredada de la colonia. No se puede hablar ni de democracia, ni de república, si los Estado-nación y las sociedades institucionalizadas, se edificaron sobre cementerios indígenas y sobre la sangre y los huesos de los y las esclavizadas.
Por otra parte, en el Acuerdo de Paz, no ha participado directamente el pueblo colombiano. Falta entonces, sin que el pueblo, por lo menos, en mayoría, esté en desacuerdo con el Acuerdo de Paz, que el pueblo y la sociedad colombiana participen plenamente en la construcción colectiva de la paz. Participen con su pluralidad, con sus multiplicidades, con sus territorialidades, con sus singularidades, dándole dinámica a una construcción de la paz, que se debe dar en la pluralidad de los planos y espesores de intensidad de la formación social-territorial-cultural integral. Que sea una paz en los distintos planos y espesores de intensidad, construida como estética y fenomenología de la potencia social.