Stavros Stavrides es activista y profesor de arquitectura en la Universidad Politécnica Nacional de Atenas. Investiga el espacio urbano y las prácticas de habitabilidad que acontecen en él, interesándose especialmente en las luchas por el derecho a la ciudad en las que se ha implicado activamente, como es el caso de Syntagma. Acaba de publicar “Hacia una ciudad de umbrales” en la editorial Akal.
Stavros Stavrides
Nombrar el movimiento
Uno de los problemas más importantes relacionados con el análisis de los llamados “movimientos de las plazas” es que el término engloba experiencias, acciones y formas de organización que emergieron en las sociedades con diferentes características. Tanto para los activistas como para los investigadores comprometidos, el problema de lo lejos que uno puede llegar haciendo generalizaciones y diagnosticando tendencias globales es crucial. Sin embargo, hay algo que parece apoyar el esfuerzo de mirar más allá de la aparente heterogeneidad de estos acontecimientos: es el hecho de que en casi todos los casos las plazas ocupadas hacían referencias unas de otras y se reconocían características comunes.
Por supuesto, no podemos olvidar que los medios (tanto los oficiales como los llamados social media) interfirieron directamente, subrayando características selectivamente y etiquetando los comportamientos. Tenemos indicios muy claros de que en muchos casos las acciones en unos países se convirtieron después en un recurso de inspiración para ocupaciones y acciones similares en otros lugares. Sin embargo, las descripciones hechas por los medios oficiales distorsionaron también a menudo algunas características particulares importantes. Por ejemplo, aunque a la ocupación de la plaza Syntagma en Atenas los medios oficiales la bautizaron desde el principio como “el movimiento de los indignados” (aganaktismenoi en griego), la mayoría de las personas en la plaza eran reacias a llamarse de esta manera. En Grecia, la palabra se utilizó sobre todo para describir las acciones de la ultraderecha, disfrazada como simple expresión de la “furia moral” de los ciudadanos conservadores. También sabemos que el término “Primavera árabe” fue inventado por los medios que querían establecer una comparación con los eventos que condujeron a la caída de los regímenes del bloque del Este. Nombrar el movimiento de las plazas tiene, pues, un efecto performativo.
Una democracia encarnada y sentida
Lo que parece conectar estos movimientos, literalmente y en términos de una categorización de las acciones, es que fueron manifestaciones abiertas de una creciente deslegitimación de los regímenes correspondientes. En la región árabe esto significó una confrontación directa con los gobiernos autárquicos. En las ciudades europeas, el choque directo con las injustas y devastadoras políticas de austeridad. En el continente americano y Asia, un desafío directo a las oligarquías económicas establecidas. En todos los casos, sin embargo, la deslegitimación parece haber conducido a un reclamo de democracia. Sabemos, por supuesto, que este término está en el centro de feroces debates y que se ha convertido en una bandera ideológica del auto-proclamado “mundo libre”. Por ello, las ambigüedades (o, directamente, las contradicciones) pueden resultar (y de hecho así ha sido) del uso del término. Sin embargo, las plazas no sólo declararon la importancia de la democracia, sino que experimentaron explícitamente prácticas de democracia. Este es uno de los legados más importantes y de larga duración de los acontecimientos. La gente se sentía inspirada para inventar formas de democracia que rescataban el significado original del término: “el poder del demos” (del pueblo, de la gente). Y en todos los casos, los movimientos de las plazas escogieron experimentar la democracia directa más que la representativa, vinculada en muchos países a los políticos corruptos y a las oligarquías establecidas.
“Los fines están inscritos en los medios”: ese parece haber sido uno de los principios que ha guiado la organización de las plazas, aunque no se haya formulado explícitamente. Y este principio ha influenciado poderosamente el legado de estos movimientos y las iniciativas inspiradas por ese legado. Aunque los debates ideológicos sobre el verdadero significado de la democracia fueron abundantes durante ese periodo, las prácticas de democracia moldearon las ideas-clave y las experiencias que florecieron en las plazas ocupadas.
Estas prácticas de democracia, lejos de ser el resultado de simples acciones espontáneas, produjeron y ensayaron nuevas formas de organización y colaboración. La ocupación de la plaza Syntagma, por ejemplo, generó experiencias de democracia-como-colaboración durante los ataques violentos de la policía y las discusiones diarias sobre la distribución de las tareas para el mantenimiento de las plazas. Los cuerpos experimentaron la democracia como cooperación sin una coordinación “exterior” (liderazgo, etc.) formando grupos, comités, etc. Las experiencias de colaboración produjeron formas de organización eficientes y ejemplares. Sentir que tú participabas en una coordinación variopinta de acciones inspiradas por los mismos principios de respeto por las diferencias (y orientadas hacia un deseo compartido de justicia, democracia e igualdad), hacía de cada uno un individuo responsable y creativo. Es extraordinario, por ejemplo, cómo se coordinaron las personas entre sí para limpiar un día la plaza de los restos de gases lacrimógenos venenosos dejados por la policía: se formó una larga cadena mediante la cual se traía agua de la fuente central que había en los alrededores mismos de la plaza (1). La democracia en acción significa la democracia de acción. Una democracia encarnada y “sentida”.
Las experiencias del movimiento de las plazas contribuyeron a la invención (o la re-invención) de formas de democracia participativa que se salen de los modelos dominantes de organización social basados en la idea de que el Estado es el único actor capaz de establecer y garantizar la cohesión social en sociedades “complejas”. Lejos de ser un límite intrínseco de las capacidades de organización del movimiento, la democracia directa se convirtió en un arma poderosa para animar luchas que no estaban basadas exclusivamente en demandas negociables, sino en los esfuerzos colectivos para ir más allá de las formas existentes de “hacer política”.
Espacio público y espacio común
Estar en las plazas, organizar en ellas un asentamiento temporal basado en compartir colectivamente los medios, los recursos disponibles y la solidaridad, fue una oportunidad para explorar y redefinir los límites del espacio público. Los espacios públicos de las áreas metropolitanas centrales se convirtieron en lugares donde ensayar nuevas prácticas de lo común. Si el espacio público es un tipo de espacio en manos de ciertas autoridades que regulan su uso bajo las reglas definidas por ellas, el espacio común es un tipo de espacio compartido que emerge de acciones de colaboración que establecen desde sí mismas las normas del buen uso (2). En los espacios comunes, las personas son invitadas a co-producir los sentidos, los recursos materiales y el alcance de los espacios compartidos. Y, a la vez, el espacio común es un medio necesario para desarrollar y expandir las mismas prácticas de lo común.
Las plazas ocupadas re-inventaron el espacio común desafiando los límites, los mecanismos de control y los simbolismos ceremoniales incrustados en el espacio público. Esto no sólo fue resultado de esa práctica bien conocida de acampar frente a los edificios gubernamentales para plantear demandas colectivas. Las ciudades-campamento se convirtieron en la expresión de un deseo colectivo de explorar nuevas formas de vivir en común. Este es el impacto más duradero de la experiencia. Desarrollando formas y patrones de colaboración capaces de sostener un tipo de espacio compartido, abierto a los recién llegados y que fomenta la expresión de diferentes valores de vida (con la condición de que acepten compartir), las plazas ocupadas mostraron que la solidaridad puede producir nuevos hábitos y normas para vivir juntos.
Después de la ocupación de la plaza Syntagma, el espacio común ha sido redescubierto por muchas iniciativas de resistencia a los efectos devastadores de la crisis socio-económica. Las clínicas de salud autogestionadas, las cocinas colectivas donde se cocina para los más pobres, los centros sociales autogestionados y las iniciativas culturales y educativas vecinales, se han extendido por todo Atenas, por toda Grecia. Todas estas iniciativas han desarrollado su propia forma de compartir el espacio, los recursos y los servicios que son producidos por los mismos participantes activos. Así, el espacio común de Syntagma, abierto a los recién llegados, autogestionado y siempre en expansión, se metamorfoseó posteriormente en innumerables prácticas colectivas en y contra de la crisis. A través de estas iniciativas, las necesidades colectivas e individuales se redefinen. Más aún, los mismos sujetos de la acción se transforman. Un médico voluntario en una “clínica social” autogestionada es un ciudadano-doctor, un participante activo en la formación de nuevas relaciones de colaboración y solidaridad. Ocurre lo mismo con el profesorado voluntario de griego en una escuela para refugiados y migrantes de un centro social. Y también con la persona que cocina en una cocina colectiva del barrio.
Creatividad popular y cotidiana
La ocupación de la plaza Syntagma generó ciertamente “una explosión de creatividad y producción cultural”. Los banquetes colectivos ad hoc, la música y las canciones compartidas, así como las actividades teatrales improvisadas y los happenings, eran parte del día a día de la plaza ocupada. Un detalle interesante (que puede que haya caracterizado también otras plazas ocupadas) es que los eventos culturales contribuyeron, no sólo a la difusion de las demandas y aspiraciones del movimiento, sino también a la protección del propio movimiento ante la violencia policial.
Los equipos de policías antidisturbios atacaron la plaza Syntagma en varias ocasiones y con diferentes “excusas oficiales” (“obstrucción de la circulación”, “daños en el mobiliario público”, “comportamiento criminal inminente”, etc.). En muchos casos, las creaciones culturales y las actuaciones artísticas se convirtieron en los medios para organizar la resistencia frente a estos ataques, para mantener el ánimo alto e incluso, más de una vez, para neutralizar la agresividad de la policía ridiculizando a los atacantes, que se las tenían que ver con tambores y canciones en lugar de con piedras o cócteles molotovs.
greciarepreAutor: Yannis Porfyropoulos. Licencia CC BY-NC 2.0
Más allá de los (muy a menudo) paralizantes debates entre autodefensa contra la brutalidad policial vs “pacifismo”, existe otra opción: inmovilizar los mecanismos de violencia del Estado mediante burlas y actos festivos colectivos que destruyen la retórica oficial que presenta la agresividad del Estado como táctica necesaria para la aplicación de la ley y la defensa de la “seguridad pública”. Estos actos creativos están relacionados con una larga tradición de acciones de tipo charivari (3) que tan a menudo ha expresado el espíritu de resistencia de “los de abajo”, evitando al mismo tiempo confrontaciones desastrosas con oponentes mucho más fuertes.
Muchas de las tácticas de lucha de los movimientos de las plazas se basaron en la participación de la gente, en el entusiasmo generado por la coordinación colectiva y en la creatividad desatada por los actos de desobediencia. Las tácticas se debatían en la asamblea de Syntagma, igual que ocurría en otras muchas ocupaciones de plazas. Pero siempre había lugar para la improvisación y muchas veces las acciones innovadoras de difusión y resistencia se convirtieron en catalizadoras de nuevas iniciativas colectivas. Es este espíritu de creatividad popular, combinado con una creciente falta de confianza hacia las “autoridades”, lo que ha estado circulando en el cuerpo de la sociedad como un peculiar “virus regenerador” desde entonces.
Disidencia y normalidad
Los activistas militantes observan normalmente las sociedades en búsqueda de acciones de insubordinación, de la irrupción de acontecimientos mayores que permitan generar cambios. Tal vez, sin embargo, las rupturas en la historia solo expresan cambios que se desarrollaron primero tácitamente, muchas veces bajo el radar de los medios oficiales, en acciones de ese día a día en el que aparentemente sólo se reproduce el consentimiento y obediencia.
Si la ocupación de la plaza Syntagma fue una sorpresa, no fue porque surgiese de la nada desbordando a la política establecida (también a la disidente), sino porque aquellos que se consideran comprometidos en la lucha por la emancipación no prestaron la debida atención a los pequeños eventos de descontento, a los actos moleculares de resistencia y a las aspiraciones por una sociedad más justa que a menudo tachonan la vida diaria de las personas. Por esa razón, si queremos seguir las potencias liberadas por el movimiento de las plazas, necesitamos abandonar la errónea dicotomía entre disidencia y normalidad.
Estos movimientos trastocaron el proceso de normalización vehiculado por los dispositivos de poder (4). Pero hicieron algo más que eso. Algo más difícil de advertir. Mostraron que nuestras vidas pueden ser de otra manera, que la colaboración puede generar relaciones humanas y alegría, que nosotros “somos muchos” y los que quieren destrozar nuestras vidas son pocos. La deslegitimación del poder, la desmitificación de la violencia del Estado y la revelación de las injusticias, no construyeron una visión paralizante de que no se puede hacer nada, de que la política apesta y que los poderosos son invencibles. Las plazas produjeron alternativas tangibles y reales para la política, para las tácticas de supervivencia cotidiana y para las formas de organización social. Y estas alternativas aportarán a -y serán transformadas a su vez por- las nuevas erupciones de resistencia creativa colectiva.
Syriza, Syntagma: entre la plaza y el palacio
Algunos argumentan que los movimientos de las plazas han catalizado de alguna manera los cambios en el sistema político de los países correspondientes. Obviamente, este no es el lugar para describir los cambios en el mundo árabe. Pero no deberíamos olvidar que estos movimientos han derrocado a los gobiernos de Túnez y Egipto, y han contribuido a la formación de la izquierda y a las iniciativas del “Islam político”.
Los más comentados entre los cambios en Europa han sido, por supuesto, los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia (algunos también ven una dinámica relevante en la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista británico). En primer lugar, hay una gran diferencia entre Podemos y Syriza. Mientras que el primero fue creado después de las ocupaciones de las plazas por personas que estaban directamente involucradas en ellas, el segundo pre-existía al movimiento de la plaza Syntagma. Syriza no participó oficialmente en este movimiento. De hecho, no se permitió la participación de ningún partido de ninguna manera. La primera reacción a la ocupación por parte de muchos miembros y dirigentes de Syriza fue de escepticismo. Una de las objeciones más expresadas tenía que ver con los eslóganes anti-parlamentarios de la plaza, los cuales, especialmente en los primeros días, parecían inclinarse hacia visiones contra-democráticas anarquistas (o incluso fascistas). Los días y las acciones que siguieron convencieron a muchos miembros del partido de unirse a la ocupación como individuos y contribuir activamente a la organización de las iniciativas. Algunos intelectuales de Syriza también tomaron parte en las discusiones abiertas organizadas en las plazas en temas sobre democracia, deuda pública, educación, etc.
Lo que conectó a Syriza con Syntagma fue, probablemente, el sentimiento cada vez más fuerte de que con el declive y el desalojo de la plaza y la continua violenta represión de las huelgas, sólo un cambio de gobierno podría defender a la gente de las devastadoras políticas de austeridad. Es posible argumentar incluso que Syriza se convirtió inesperadamente en un partido con opciones de gobierno, no después de que el movimiento se debilitase, sino precisamente porque se debilitó. Pero me parece que las cosas no son tan simples. Pienso más bien que el momentum de disidencia de Syntagma propulsó al poder a un partido que no estaba conectado a las políticas dominantes aunque era, claramente, parte del sistema político en todos los aspectos. De ese modo, el crecimiento de Syriza expresó un verdadero deseo colectivo de cambio. Pero hoy Syriza, como bien sabemos, está muy lejos de sus promesas. El gobierno está siguiendo totalmente las políticas que el partido solía condenar antes de llegar al poder. A menudo, los dirigentes del gobierno presentan este hecho como una reconciliación necesaria con los enemigos poderosos o como una serie de pequeñas victorias en una guerra asimétrica. En ambos casos, la retórica oficial está reproduciendo lass viejas tácticas de dar nuevos nombres a viejas políticas y de disfrazar el neoliberalismo brutal como una oportunidad de desarrollo y crecimiento económico.
El ascenso de Syriza al poder planteó de alguna manera la posibilidad de dar a la sociedad los medios de defenderse a sí misma y por sí misma. Y el espíritu de Syntagma estuvo ahí presente en los primeros días de entusiasmo. Pero este momentum se perdió y no sólo porque los buitres de la Troika intentaran desde el principio machacar cualquier cambio político que pudiese crear condiciones que desafiasen su dominio. Los dirigentes de Syriza, en especial aquellos que se mueven alrededor del primer ministro Tsipras, eligieron claramente aceptar los acuerdos neo-colonialistas y abandonar cualquier medida que pudiese aliviar a los más vulnerables.
Hubo un retorno importante del espíritu de insubordinación de Syntagma con el famoso referéndum. Tsipras decidió organizar un referéndum como respuesta a la propuesta de acuerdo de un nuevo memorándum de la Troika, una propuesta incluso más severa que la anterior. Al parecer, no estaba preparado para que el referéndum terminase con un masivo 62% de “No” al memorándum a pesar de la propaganda de la derecha, de las declaraciones de chantaje de los dirigentes de la UE y el FMI, del cierre de los bancos y el mensaje de una inminente bancarrota de Estado. La efervescencia colectiva de esos días fue similar a la alegría desatada durante los días de ocupación de las plazas. La gente venció colectivamente el miedo.
Políticas prefigurativas
Desconfianza hacia el Estado como protector del bienestar de la sociedad. Desconfianza hacia las normas oficiales democráticas y el sistema de “democracia representativa”. Desconfianza hacia los partidos políticos establecidos. Las plazas no sólo han expresado todos estos sentimientos compartidos de desconfianza, sino que han movilizado a las personas en la búsqueda de formas de tomar la vida en las propias manos. En Grecia, estas iniciativas vivas tratan de defender a los más vulnerables y desfavorecidos (incluyendo a los migrantes y refugiados) y han evolucionado hacia una difusa pero expansiva red de solidaridad. Muchas veces comienzan con el deseo de satisfacer una necesidad colectiva urgente, pero contienen las semillas de nuevas relaciones entre las personas implicadas.
grecialegrePor ejemplo, en los centros autogestionados para los refugiados cuyos derechos han sido negados por la UE y el gobierno griego (hay que decir que las políticas del gobierno griego difieren en algunos aspectos de las políticas directamente racistas de la UE), se están llevando a cabo acciones muy importantes de organización de la convivencia cotidiana: se anima a los refugiados a participar en las asambleas donde se toman las decisiones sobre cómo funcionarán esos centros (en la mayoría de los casos, se trata de edificios abandonados re-ocupados), etc. En este proceso, se perfilan nuevas subjetividades mediante la participación y reconocimiento mutuo de las diferencias, se desarrollan nuevas formas de entender lo que significa tener derechos y obligaciones, etc.
Se ha dicho mucho sobre el carácter prefigurativo de la política de las plazas. ¿Proporcionan estos acontecimientos la base para producir nuevas formas de vida que prefiguran una sociedad más justa e igualitaria? Quizás sí, si tenemos en mente que la gente estaba allí descubriendo (o re-descubriendo) el poder y la belleza de la solidaridad (y no no necesariamente porque estuviesen convencidos ideológicamente de la necesidad del socialismo o como sea que llamemos a la emancipación humana). Las políticas prefigurativas fueron en muchos casos el resultado de diversas acciones de colaboración, así como de decisiones colectivas que tenían como objetivo la coordinación de las luchas. Por esta razón, tal vez deberíamos aprender a ser más cautelosos cuando distinguimos las acciones prefigurativas y las luchas organizadas en torno a las cuestiones concretas. Los movimientos de las plazas parecen haber levantado la barrera que separaba estas dos formas de acción colectiva. Las iniciativas (conectadas directamente a las plazas ocupadas o no) estaban y están explícitamente orientadas hacia la transformación de aspectos cruciales de la sociedad hoy en día, en el momento presente, en la vida diaria. Y afectan directamente a las vidas de los individuos involucrados en ellas.
Al mismo tiempo, estas expresiones dan indicios y pistas para repensar la política, se reinventan nuevas normas de igualdad y justicia en y mediante prácticas comunes. ¿Se trata de una reinvención de la política? ¿Una reinvención de la democracia? Tal vez, una reinvención del futuro cuando la ortodoxia neoliberal intenta establecerse como el único camino posible para organizar la sociedad. El espíritu disidente de las plazas está destinado a resurgir de diferentes maneras, durante este periodo de prolongada crisis socio-económica y cultural. Como en los importantes experimentos políticos de autogestión en la región de Rojava (Norte de Kurdistan, Siria) y en la región zapatista (México), los esfuerzos para construir una sociedad diferente pueden florecer bajo las duras condiciones de una guerra (latente o explícita). Es en y mediante la crisis, tal vez, cuando los destellos de estas relaciones sociales diferentes pueden emerger en, contra y más allá del horror capitalista.
Traducción de Irati Tranche
Notas:
Stavrides, S. (2016) Common Space. The City as Commons, London: Zed Books.
Ibid.
Thompson, E.P. (1993) Customs in Common, New York: The New Press. Hay edición en castellano: Costumbres en común, Crítica, 1995.
Foucault, M. (2009) Security, Territory, Population: Lectures at the College de France, 1977-1978, Basingstoke: Palgrave Macmillan. Hay edición castellana: Sociedad, territorio, población, FCE, 2006.
Publicado el 8 Nov 2016
Publicado en la Revista Alexia