16.12.2016
El poder clientelar
Raúl Prada Alcoreza
El poder no es sólo relación de fuerzas, como Michel Foucault expuso, sino dominación; es decir, separación de la fuerza de lo que puede. La fuerza, separada de su potencia, es, sencillamente, una energía capturada por las mallas institucionales, puesta al servicio del poder, de la dominación. Paradójicamente, una fuerza, capturada por las mallas institucionales, es una fuerza que no puede, que no tiene potencia, una fuerza anulada. Es sobre este desperdicio que se afinca el poder.
Entonces, ¿por qué se llama poder a lo que no tiene potencia? Esta inversión del sentido en la palabra usurpadora, dice mucho acerca del poder. El poder no tiene potencia, es impotente. Sin embargo, se presenta como todo poderoso. Llamemos a esto el encubrimiento de la impotencia. El poder es una máscara que oculta el rostro de la impotencia, de la debilidad, incluso del miedo.
Sin embargo, he ahí la paradoja, el poder, que es impotencia, de todas maneras domina. ¿Por qué? Una respuesta, que parece coherente con esta situación, en los planos de intensidad de la fuerzas, es que la dominación transcurre en el imaginario. Se toma como realidad la máscara, la presentación, el encubrimiento de la impotencia; entonces, al hacerlo, se asume, la derrota. No se resiste, no se lucha, se entrega la voluntad a la máscara.
Sin embargo, la respuesta no termina de responder, de completar la interpretación de la problemática. ¿Por qué se acepta la teatralidad del poder, en vez de avizorar claramente lo que es, en realidad? En otras palabras, ¿por qué no se confía en las propias fuerzas? ¿Por qué se las entrega al supuesto vencedor? ¿No se conoce la potencia? La segunda respuesta adecuada parece ser esta: no se conoce la propia potencia.
El vínculo con el cuerpo también parece ser imaginario; es decir, se acepta las interpretaciones institucionalizadas por las mallas institucionales; concretamente, por el Estado. No es un vínculo vital; este vínculo se habría hundido en el olvido de una memoria descalificada por la versión narrada por el poder. Las fuerzas, que no pueden ser sino corporales, se las asume en su forma de representación; representación que aparece en la narrativa del poder; donde las fuerzas son conmensuradas cuantitativamente, no en su cualidad. Entonces, al aceptar esta versión nihilista de los contextos, campos, planos de intensidad, espesores, donde se mueven las fuerzas, se termina retrocediendo ante la espectacularidad de las maquinas del poder, sin atinar a desencadenar la potencia efectiva de las fuerzas; lo que pueden.
La tercera respuesta es contundente. Se renuncia a la potencia de las fuerzas; se renuncia a luchar; se entrega las armas y los cuerpos al supuesto vencedor. Esta rendición es la muestra clara del despliegue, el desenvolvimiento y la dominación del nihilismo.
En estas condiciones, diremos, todavía, histórico-políticas, se da lugar lo que se viene en llamar las genealogías del poder. El poder, como expropiación de parte de la potencia de las fuerzas, como captura de las fuerzas que se rinden, erige sus mallas institucionales, las estructuras y diagramas de poder, que se inscriben en la piel, como historia política; mallas institucionales que se sumergen en los espesores del cuerpo, constituyendo subjetividades. Se edifica la dominación en sus formas singulares como aparecen en la historia, por así decirlo.
Es cuando emergen las formas polimorfas del poder, las distintas narrativas de las dominaciones; las distintas relaciones, tecnologías, codificaciones y hermenéuticas del poder, respecto al cuerpo, como acontecimiento vital. Se edifican, también, las estructuras, los bloques y los sistemas institucionales de dominación. Se edifican las estructuras e institucionalidades patriarcales; se edifican las instituciones que garantizan el cumplimiento de los roles, acompañadas por constitución de sujetos; por ejemplo, los relativos al género, que diferencia hombre de mujer. Se edifica el Estado, en su forma simbólica, como divinidad en la Tierra, encriptada en el cuerpo del déspota. Se edifica el imperio, como extensión semántica, que representa una imposible extensión somática, la del cuerpo del déspota, en territorios y pueblos conquistados. Se inscribe, como código inicial del poder, las deudas infinitas, impagables, de los pueblos, respecto al Estado, al Imperio; institucionalizadas como los tributos adeudados al déspota, poseedor de todos los territorios.
Cuando los imperios entran en crisis, acompañados por la crisis de las narrativas imperiales y del Estado antiguo, ante la emergencia de los flujos decodificadores, de los flujos diseminadores de los mitos; flujos axiomáticos, relativos a la suspensión de valores, de instituciones, de narrativas y relatos del poder antiguo. Cuando se quiebran las máscaras del poder antiguo y se descubre la momia indefensa del déspota, de su burocracia, de su Estado e imperio, irrumpe el desborde de los movimientos corporales de los pueblos.
Ante esta subversión de la praxis, que destruye los disfraces del poder y su teatro espectacular, de la pretendida epopeya; ante el desmoramiento de las mallas institucionales del Estado antiguo y de los imperios; ante la explosión corporal de los pueblos, condición de posibilidad histórica-política-cultural de la democracia, en sentido pleno, del autogobierno; los fragmentos del antiguo Estado, de los antiguos imperios, encarnados en las castas y clases sociales destronadas, reaccionan. Rearman el Estado, en su versión moderna, la del Estado-nación. Recodifican las relaciones sociales, cristalizando nuevos valores, nuevos imaginarios, donde las jerarquías reaparecen; empero, ahora, en una versión laica. Los representantes del pueblo sustituyen a las cortes y a la nobleza.
La deuda infinita reaparece; modernamente, en la versión financiera. Es decir, el código inaugural del poder, se restaura, en la versión del crédito, del préstamo, del interés y la amortización, que convierte a los pueblos en deudores eternos.
En estos nuevos contextos, los de la modernidad, se edifican nuevas estructuras y mallas institucionales del poder, nuevas formas de dominación, sin hacer desaparecer a las antiguas formas de dominación; sino, más bien, combinando con ellas las nuevas formas, las nuevas lógicas, las nuevas relaciones, y las nuevas codificaciones. Uno de esos ámbitos sintomáticos y asombrosos es lo que llamamos las relaciones clientelares del poder.
Las relaciones clientelares de poder son relaciones basadas en el chantaje. Se trata de relaciones de complicidad, basadas no solo en el encubrimiento mutuo, sino también en un chantaje emocional. La narrativa reteje, por así decirlo, la ilusión mesiánica de la promesa. Se convierte al caudillo en el mesías moderno, configurado en su perfil político. Las masas seducidas siguen al nuevo mesías, que promete reivindicarlas.
Hay que hablar de varias modalidades o tipos de las relaciones clientelares. Se dan en variadas escalas. Las políticas y estatales tienen que ver con dos figuras elocuentes; una, el modo paternalista del funcionamiento de estas relaciones clientelares; dos, el cuoteo o reparto de privilegios concedidos a la lealtad; también a la composición clientelar del movimiento populista. En ensayos anteriores, hablamos de la primer modalidad de las estructuras de las relaciones clientelares[1]; ahora, queremos enfocarnos en la segunda modalidad, las formas de cuoteo clientelar del poder.
El poder del cuoteo
Para comenzar, pondremos en mesa una primera definición, el cuoteo tiene que ver con el reparto; en este caso, el reparto del poder, entre los asociados o coaligados. Aquí comienza el problema; el reparto del poder no es lo mismo que otros repartos; por ejemplo, de la herencia. También podríamos hablar del reparto de la tierra. Incluso, yendo más lejos, a cuestiones más complicadas, no es lo mismo que el reparto de tareas, por ejemplo, en la familia. El reparto del poder corresponde como al reparto de privilegios, respecto a la administración del poder. El problema radica en que, en este caso, en el reparto del poder, no hay referentes, ni ponderadores, sólidos, en lo que respecta a lo que se reparte y a su distribución. Lo que queda claro, en los casos de la herencia, la tierra y las tareas.
El reparto de la administración del poder no podría corresponder a la estructura de los asociados, coaligados, aliados, miembros; pues la administración del poder responde a una división de funciones, que corresponde al ejercicio de dominaciones estatales. Al engranaje de las máquinas de poder, que ocasionan la síntesis política; síntesis de las dominaciones, que se resume, modernamente, en la legitimación. Esta síntesis solo se puede lograr cuando los aparatos de poder se engranan, en función de una administración coordinada. Además, una administración que logre mínimamente ciertos resultados administrativos y de las políticas postuladas. Cuando esto no ocurre, cuando no se dan estos resultados mínimos, técnicos y administrativos, quiere decir que no hay coordinación, tampoco engranan los aparatos, menos, la burocracia cumple su papel. Contra lo esperado, el Estado no funciona, ocasionando la crisis de las dominaciones y de la legitimación.
Esta situación extrema parece darse cuando se hace depender el manejo de lo público de formas de cuoteo gremiales, corporativas y sindicales. La eficacia de una Federación sindical, más aún, nacionalmente, de una Confederación sindical, en cuanto organización social, en cuanto las demandas y resistencias, incluso, en lo que respecta a las luchas políticas desatadas, se esfuma completamente cuando se quiere aplicar esta distribución en la administración del Estado.
Esta confusión es uno de los socavamientos de la convocatoria política del gobierno del MAS. Hay dos confusiones garrafales en esta conducta política del cuoteo; una, no entender que el mapa estatal no es el mapa sindical; no comprender que el autogobierno, el ejercicio directo de la democracia, el autogobierno, no puede darse, de ninguna manera, por otorgar a la Federación sindical provincial un espacio administrativo público. Esto, dicho en palabras simples, es corrupción.
Ciertamente, no es éste, el sindical, la única forma de cuoteo; hay otros asociados, que participan en otras modalidades de cuoteo. Llamemos a otra modalidad, cuoteo institucional; nos referimos a la participación de las Fuerzas Armadas en el gobierno y en espacios del Estado. Esta forma de participación del ejército y la armada en el gobierno, se dio en las dictaduras militares. ¿Por qué se vuelve a dar en un “gobierno progresista”? ¿Necesidad de incorporar a las Fuerzas Armadas en el “proceso de cambio”? ¿Reconocimiento de una debilidad estructural en la defensa del “proceso de cambio”? Empero, cuando se desplazan las funciones de las Fuerzas Armadas, que son principalmente de defensa militar, a tareas administrativas políticas, se evidencian las profundas falencias del ejército y las fuerzas armadas. Un ejército, que se ocupa, aunque sea, en parte, de la administración pública o de la representación diplomática, evidencia que no toma en serio sus tareas militares. Peor aún, tampoco cumple eficientemente en las tareas administrativas públicas y de representación diplomática.
Hay también otros tipos de cuoteo, plasmados en la forma de gubernamentalidad clientelar, como, por ejemplo, el cuoteo de tendencias manifiestas, no tanto en el partido, pues éste, prácticamente, no existe, sino en la estructura palaciega del poder. También, en este caso, la distribución de cuoteo no responde a las necesidades administrativas públicas.
Mencionaremos una más, entre otras muchas, que se dan, efectivamente. El cuoteo regional o, si se quiere, departamental. Es cuando, recién aparece, cierta influencia del “partido” del MAS. El peso de las regiones es importante, sobre todo, en la convocatoria electoral; cuando se trata de un partido de cobertura nacional. Este cuoteo regional, tampoco se adecúa a las necesidades de la administración del Estado; aunque, en este caso, es importante considerar la adecuación de las políticas a los contextos regionales.
Sin considerar otros tipos de cuoteo político en lo que denominamos poder clientelar, lo que queremos es mostrar la inadecuación des-estructurante en lo que respecta a las modalidades de cuoteo político, como procedimientos de enganchar a sectores, sindicatos, gremios, corporaciones, instituciones tutelares y regiones, en la concomitancia del circulo vicioso del poder.
[1] Ver Gramatología del acontecimiento. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/gramatologia-del-acontecimiento-/.
Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/el-poder-clientelar/