Tristezas del análisis político
28.01.2017
Raúl Prada Alcoreza
Asombra el “análisis político” o lo que se dice ser tal. Unas veces se pierde en la elucubración de los paradigmas heredados; importándole más seguir la estructura deductiva de los paradigmas, que contrastarlos con lo que ocurre, con los sucesos, eventos y decursos políticos. Otras veces se asume de abogado de la ideología, defendiéndola a rajatabla; en estos casos, le parece preferible la verdad de la ideología, aunque no sea demostrada, pues, por lo menos apunta a finalidades, a telos, de manera teleológica. Empobreciendo su discursividad y enunciación, otras veces se encarga de justificar los vaivenes gubernamentales o las contradicciones de los partidarios. Quizás uno de los más empobrecidos estilos es cuando convierte el “análisis político” en un chismerío, en una pelea de cocina. Es cuando se ven solo pugnas internas en el gobierno, cuando se leen tendencias o cuoteos, grupos de poder de unos personajes notorios del gobierno, en constante pugna. Es cuando el “análisis político” toca fondo.
La política no puede reducirse a intrigas y peleas de cocina; mejorando un poco, a estrategias y tácticas de conspiración. La política, incluso en el sentido restringido, es decir, sin su otra parte que es la ética, en la acepción antigua de la palabra política, vale decir, como concepto del cuidado de la ciudad, que puede ser asumido, en la contemporaneidad como cuidado de la sociedad, es, en el peor de los casos, como la estrategia de la adecuación de los medios a finalidades. Considerando la acepción más chabacana, como maquiavelismo vulgar, es decir, cuando el fin justifica los medios. Entonces, se trata, en pleno sentido de la palabra, de estrategias de poder, mejor dicho, de estrategias de dominación[1]. De lo que se trata, para entender el funcionamiento de las maquinas políticas y de los aparatos ideológicos, es comprender, para decirlo fácilmente, la arquitectura de las estructuras subyacentes, que modulan los comportamientos políticos. Es más, es indispensable comprender la forma de Estado y, sobre todo, la forma de gubernamentalidad en juego. Si se quiere, se puede, si se considera no solamente pertinente, sino hasta indispensable, en los paradigmas economicistas, que no compartimos, descifrar los comportamientos políticos desde las redes y circuitos económicos, mejor aún, el modelo económico especifico; por ejemplo, en el caso boliviano y de las periferias de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, considerar la incidencia del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente.
En este contexto estructural y también histórico, si se quiere, los deslices personales, los perfiles carismáticos o no, los estilos e influencias de personajes gubernamentales, son singularidades de psicologías y de azares, en la concurrencia desalmada del poder. Estos deslices individuales no pueden explicar, de ninguna manera, el decurso político, aunque le aporten su matiz y su colorido o descolorida faceta. Las peleas de cocina en el gobierno no son otra cosa que pugnas miserables por prestigios, influencias, aproximaciones del entorno palaciego al caudillo. Habla más de la vulnerabilidad de los gobernantes, hombres ministeriales y jerarcas del poder, que del mismo proceso político, en cuestión.
Que haya entrado o salido tal personaje del gabinete, que hayan entrado o salido lo que se dice son su gente de confianza, habla de los avatares de las contingencias políticas; de ninguna manera, puede decir algo del propio funcionamiento estructural y maquínico de la gubernamentalidad. Que los “analistas” se ocupen de estos chismes y los medios de comunicación los difundan, muestra la inclinación por el sensacionalismo y no por la auscultación de las dinámicas moleculares y molares de la política.
Lo que hay que evaluar es el estado de la cuestión, es decir, el estado o la fase del proceso gubernamental; ¿dónde se encuentra? ¿Cómo se enlaza con las coyunturas anteriores? ¿Qué coyunturas probables y posibles siguen? No interesa tanto la pérdida o ganancia de la clientela de tal o cual personaje gubernamental. Al final, todos ellos, los personajes en pugna y en concurrencia, pertenecen al mismo esquema de gobierno, a la misma modalidad gubernamental, la de la forma de gubernamentalidad clientelar. Forman parte del mismo modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Es más, forman parte del mismo montaje y simulación política, el de la usurpación de la movilización prolongada (2000-2005), por parte de aprovechadores, que se subieron a la cresta de la ola de las movilizaciones sociales victoriosas.
Todos ellos avalaron las dos cruzadas de la línea permisible, cruzada que los colocan del otro lado de la acera, ya enfrentando a su pueblo, a quien dicen defender y representar. Estas cruzadas corresponden al “gasolinazo” y al conflicto del TIPNIS. En un caso, develaron su servidumbre gubernamental a las empresas trasnacionales extractivistas de los hidrocarburos, al ceder a su petición de suspender la subvención de los carburantes, revisar la Constitución en lo que corresponde a los precios internos, al abastecimiento del mercado interno, para poder invertir en la exploración y lograr las ganancias que estas empresas consiguen en el mercado internacional. En el otro caso, el llamado “gobierno indígena” develó su continuidad colonial, al desplegar en la práctica, políticas anti-indígenas y anti-constitucionales. Todos ellos, se encuentran, ahora, en la etapa decadente del gobierno; cuando los síntomas de la degradación moral, de la corrosión institucional, de la improvisación gubernamental, se hacen patentes. Sus pugnas no los sacan, a ninguno, de este baile de disfraces. Sus pugnas son expresiones elocuentes de la miseria humana.
De lo que se trata es de entender cómo se llega a esto, a estos desenlaces, si se quiere. De lo que se trata es de interpretar la marcha de los sucesos y de los decursos políticos, aunque sea de manera hipotética, poniendo a discusión las elucubraciones. Pero, de ninguna manera, reducir la problemática política a una pelea de cocina.
Tampoco se trata de caer nuevamente en los acostumbrados maniqueísmos, buscando al “hombre malo”, al perverso Maquiavelo, que está detrás de las salidas o entradas de ministros. Buscar al “malo de la película” es volver a caer en el más antiguo argumento religioso, que culpa al diablo y a los endemoniados de los males y pesares del mundo. Como corresponde a este tipo de narrativas, en contraste con el “malo de la película” hay el “bueno de la película” o alguien que se le parece, de cerca o de lejos. Ni malos ni buenos; esto está bien para películas cuyo guion no atraviesa los límites de esta simpleza. Lo que hay es hombres del poder, hombres que se encuentran en los engranajes del poder, lo gozan y lo padecen. Hombres que sufren de la enfermedad de la paranoia y del constante temor de perder el puesto privilegiado. Lo que hay es otras víctimas patéticas del poder, que creen controlarlo, cuando son simples marionetas.
Menos se trata de encontrar la monstruosidad en el gobierno, buscando matar al dragón de múltiples cabezas, con la espada de caballero, que busca enmendar errores y entuertos, devolver la libertad a la doncella. Es decir, ahora hacerlo bien, respetando las reglas institucionales, la Constitución y los derechos. Este es el discurso de todos, los unos y los otros, los de antes, los de ahora y, quizás, de los de después. Se trata de un discurso de buenas intenciones en un camino empedrado al infierno. El poder, para decirlo metafóricamente, es el infierno. No se sale del círculo vicioso del poder caballerosamente. Se sale del circulo vicioso del poder abandonando este círculo.
El problema no es que este gobierno, el inculpado, es el peor de todos, sino en que todos los gobiernos se parecen en su apego al poder, en su recurrencia reiterada en el círculo viciosos del poder; lo hagan de una manera o de otra, más sutil o más grotesca. Todos los gobiernos se parecen en el apego al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Todos, tarde o temprano, terminan cayendo en la retórica y en la demagogia; y lo peor, en las mismas prácticas clientelares, corrosivas y corruptas, lo hagan de manera elegante o torpe.
Si hay algo que se llame “análisis político”, si no es la pretensión de comentaristas, debe servir para aclarar estas cuestiones, relativas a las estructuras de poder, a la condena del círculo vicioso del poder, a la fatalidad de la economía extractivista. A la paradoja de que todas las revoluciones cambian el mundo, pero se hunden en sus contradicciones.
Quizás, entre la elucubraciones del llamado “análisis político”, una apreciación que se puede considerar aproximadamente acertada, con todas las limitaciones del caso, es la de que explica las conductas últimas del gobierno, como tácticas desesperadas de una estrategia continuista. Preparando todas sus armas, a todos sus hombres, para lograr la reelección del presidente, que parece ser el único camino posible para la continuidad. Otras alternativas parecen estar destinadas al fracaso.
Si, está bien, esta apreciación, parece adecuada, al momento de interpretar el comportamiento político gubernamental; empero, para qué la continuidad, si es que se lograra, en el hipotético caso. ¿Para alargar un poco más la agonía, la implosión de lo que parecía un gobierno popular de amplia convocatoria y dilatada trayectoria? De lo que se trata no es de quién viene después del desastre, sino de cómo salimos de los desastres, en la historia política del país.
[1] Ver Ethos y politeia. También Praxis y acontecimiento.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/ethos-y-politeia/.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/praxis-y-acontecimiento/.