31.01.2017 00:14
Balance histórico o análisis retrospectivo del presente
Raúl Prada Alcoreza
Balance histórico es un enunciado difícil de sostener, sino decimos que es insostenible. ¿Se puede hacer un balance histórico? Balance viene de balanza; instrumento que pesa, compara pesos, mide pesos; pero, ¿Qué se puede pesar en la historia? ¿Ganancias contra pérdidas, errores contra aciertos? ¿Beneficios contra perjuicios? ¿Se puede hacer esto? Por otra parte, aunque no parce posible sostener semejante balance, en todo caso, ¿cuáles serían los ponderadores históricos? Como se puede ver, lo del balance histórico es una figura de aproximación a algo parecido, por medio de analogías. Se adivina, en todo caso, lo que se quiere hacer. Se trata de sopesar la historia, para comprender lo ocurrido, para responder a preguntas como ¿por qué ocurrió de esa manera y no de otra? Sin pretender algún balance histórico, vamos a intentar responder a las últimas preguntas, en lo que respecta a la historia dramática de Bolivia.
Comencemos con las pérdidas territoriales; más de la mitad del territorio con que nace la República se pierde, sobre todo, en guerras. ¿Qué es lo que ocurrió? ¿Por dónde comenzar? Si bien, es cierto, que deberíamos comenzar por el comienzo mismo, por el nacimiento mismo de la república; pues ahí es donde nace perdida la misma república. Se renuncia a la Patria Grande y se opta por caricaturas pequeñas, las llamadas republiquetas. Sin embargo, no vamos a empezar por ahí, pues ya comenzaríamos con un derrotero, una especie de más comienzo anticipado; algo que limita, de entrada las perspectivas histórico-políticas. Dejando esto pendiente, comenzaremos con la guerra de la Confederación peruano-boliviana.
En Guerras periféricas dijimos que la guerra de la Confederación peruano-boliviana fue, de entre las últimas guerras dadas, en el siglo XIX, entre el proyecto histórico-político del interior del continente y el proyecto económico-político de los puertos[1]. El proyecto del interior emerge de adentro; es decir, del mundo de adentro, si se quiere propio. Que puede ser un mundo heredado, es cierto; pero, se trataba de una herencia que había que resolverla democráticamente; vale decir, si se quiere, para utilizar una noción conocida - aunque no compartida por nosotros, empero, ayuda a ilustrar lo que queremos decir -, la construcción de la nación. Una nación que nace, valga la redundancia, desde las entrañas mismas de la guerra anticolonial y las guerras de la independencia. En cambio, el proyecto de los puertos, corresponde al mundo de la revolución industrial, del mercado internacional, de la división del trabajo y de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, que se venía conformando.
Se puede recorrer el continente, los espacios-tiempos del continente, y encontrar las batallas de esta guerra entre el proyecto nacional del interior y el proyecto global de la mundialización capitalista. Este contraste no afirma que el proyecto del interior escapa de los códigos capitalistas del sistema-mundo, sino que se relaciona con la mundialización de manera distinta a lo que hace el proyecto de los puertos. No vamos a utilizar términos ideológicos, que descalificarían, de entrada, al proyecto de los puertos; como decir, por ejemplo, que el proyecto interior era soberano, en tanto que el proyecto de los puertos no. Conocemos estos discursos y la formación discursiva y enunciativa a la que pertenecen; tampoco nos interesa, ahora, debatir con esta ideología endogenista y nacionalista. Lo hicimos antes[2]. Lo que interesa es evaluar las dinámicas, por lo menos, algunos ejes, de los procesos, que llevaron a la victoria de los puertos sobre las resistencias del interior; que llevaron a la victoria de la mundialización sobre el proyecto de construcción nacional, en sentido continental.
Una primera impresión es de que los puertos llevaban las de ganar, pues respondían a los desafíos y las demandas del mercado internacional, configurado por la revolución industrial. Si se quiere, parece haber sido un proyecto realista; en cambio, el proyecto del interior, parece haber sido un proyecto utópico. Este es un juicio aceptado y hasta del sentido común; aceptado por casi todos, los unos y los otros, incluyendo a los marxistas. Sin embargo, a esta impresión hay que exigirle no solo argumentos sino corroboraciones. Es cuando, aparece, más bien, el aspecto ideológico de esta impresión y de esta formación enunciativa.
Para comenzar, la historia de la república de los Estados Unidos de Norteamérica, nos muestra más bien, que el proyecto interior era posible y realizable; como que se realizó efectivamente. En este caso, el interior venció a los puertos; esto se corrobora con la victoria del norte en la guerra de secesión. Dejemos, por el momento lo de la construcción de la nación. Por lo tanto, incluso podríamos decir que el proyecto del interior era, mas bien, más realista, que el proyecto de los puertos.
Al sur del Río Bravo, ganaron los puertos contra el proyecto del interior. ¿Por qué? ¿Ausencia de una burguesía nacional como dice el marxismo de la izquierda nacional? No se puede decir que, en el caso de las trece provincias norteamericanas, que entraron a la guerra con el imperio y la corona británica, había una burguesía nacional conformada. Sería, esta, una respuesta anticipada. La guerra de independencia norteamericana se inicia antes, en el siglo XVIII, a diferencia de lo que ocurre en el sur del continente, cuya guerra de la independencia se declara en el siglo XIX. Otra cosa distinta es hablar de la guerra anticolonial; la guerra anticolonial la inician las naciones y pueblos indígenas antes, casi desde el comienzo de la conquista, adquiriendo tonalidades continentales en el siglo XVIII, como cuando estalla la rebelión y subversión panandina.
La guerra de la independencia norteamericana se realiza contra el imperio británico, en tanto que la guerra de la independencia, en el sur, se efectúa con la ayuda de los británicos. Esta diferencia es importante, cuando se sopesan los dispositivos y disposiciones de las fuerzas en las guerras de la independencia. Es cierto que las trece provincias del norte contaron con el apoyo del imperio español, que ocupaba parte de la geografía del norte continental; que contaron también con el apoyo de la monarquía absoluta francesa. Esto parece aminorar la diferencia anteriormente señalada, entre norte y sur, en lo que respecta a la relación con los británicos. Sin embargo, no hay que olvidar que la potencia vanguardia la revolución industrial, que cambia la configuración del sistema-mundo capitalista, se encontraba en Gran Bretaña.
Si bien, en su momento, el de la guerra de la independencia norteamericana, Gran Bretaña no era todavía la potencia de la revolución industrial, lo va a ser, poco después. Estas circunstancias y condiciones de posibilidad históricas, sobre todo, de características de la conformación del sistema-mundo capitalista en el siglo XIX, parecen ser preponderantes cuando se requiere evaluar los acontecimientos históricos.
La guerra de la independencia en el sur emerge con el padrinazgo británico, también francés. Esto, si bien no la condena, de entrada, a la subordinación, pues el proyecto, era, más bien, para decirlo directamente, con su nombre conocido, la Patria Grande, aunque el nombre conocido por la campaña militar de Simón Bolívar fue, en principio, la Gran Colombia. De todas maneras, lo que parece indiscutible es que el padrinazgo británico pesó más en los desenlaces que lo que pesó el apoyo español y francés en la guerra de la independencia norteamericana.
Por otra parte, las alianzas sociales, que sostienen la guerra de la independencia, parecen más cohesionadas en el norte que en el sur. En el sur, son las oligarquías regionales las que boicotean el proyecto de la Patria Grande, optando, mas bien, por circunscritas geografías políticas, de repúblicas inciertas.
En tercer lugar, el referente de la república de los estados de la unión fue una utopía, The Commonwealth of Oceana de James Harrington; en cambio, el referente de las repúblicas del sur, fue la Constitución liberal de la República de los Estados Unidos de Norte América y La Constitución jacobina francesa. Exagerando, para ilustrar, la Constitución norteamericana fue una invención, en cambio, las constituciones de las repúblicas del sur parecen, en gran parte, copia.
En cuarto lugar, ambas guerras de la independencia, la del norte y la del sur, tenían como antecedente la guerra anticolonial indígena. Ambas guerras de la independencia se desentendieron de esta guerra anticolonial. En esto se parecen las dos guerras de la independencia y las repúblicas flamantes del continente.
El desconocimiento anterior premeditado, amnesia histórica, tiene que ver con la condición de posibilidad histórica-política-cultural de la construcción de la nación. Aunque la nación sea una construcción del Estado-nación, como dice Immanuel Wallerstein; aunque la nación sea una comunidad imaginaria, como dice Benedic Anderson; aunque la nación, al final de cuentas, forme parte de la ideología; de todas maneras el logro de la construcción estatal, el logro de la convocatoria de la comunidad imaginaria, el logro de la cohesión ideológica, dependen de la textura institucional, del tejido imaginario y de la trama ideológica. La textura institucional requiere estatalizar los poderes concretos, locales, incluyendo a las resistencias, sin dejar a nadie fuera. El tejido imaginario requiere construir una comunidad, donde todos participen. La trama ideológica requiere que todos se encuentren en la trama, en la narrativa nacional. Sin embargo, tanto en el norte como en el sur, la textura institucional excluye a las naciones y pueblos indígenas, después, a las poblaciones afroamericanas. El tejido imaginario solo construye una comunidad acotada, sin incluir a las naciones y pueblos indígenas. En las narrativas ideológicas no se encuentran la tragedia y el drama de las naciones y pueblos indígenas. En consecuencia, podemos decir, que la nación, como tal, como totalidad conteniente, como comunidad imaginada, como ideología articuladora, no se logra, ni en el norte, ni en el sur.
Teniendo en cuenta, en principio, estas cuatro consideraciones históricas, que muestran diferencias y analogías en las guerras de la independencia, podemos sugerir interpretaciones de los distintos decursos de las guerras de la independencia y de las repúblicas consecuentes. Se puede decir que en el norte se conforma y se consolida un Estado-nación y una república, en el sentido constitucional e institucional; en cambio, en el sur el Estado-nación parece una tarea pendiente, así como la república no termina de materializarse; si es que se lo hace en la Constitución, no se lo logra en la malla institucional, menos en el ejercicio político y la garantía de las leyes.
Sin embargo, a pesar que en el norte se consolida el Estado-nación, la nación es un hecho institucional; pero, no es una realización cultural, aunque logre ser una realización económica. Para que la nación sea un hecho cultural se requiere como de la síntesis simbólica, alegórica y metafórica, de todas las culturas dadas en los territorios de la geografía política de la república. Esta falencia, la de la no-constitución plena de la nación, escarba en los cimientos mismos la estructura del Estado-nación y de su sociedad institucionalizada.
Algo parecido sucedió en el sur; sin embargo, al no lograr conformar el Estado-nación, al dispersarse fragmentariamente en republiquetas, la cuestión nacional se hace más problemática. De todas maneras, a pesar de la amnesia histórica de las oligarquías regionales, de las burguesías locales; a pesar del desconocimiento de las naciones y pueblos indígenas, de parte de las constituciones liberales y de las repúblicas; las insurrecciones indígenas permearon, removieron las mismas estructuras estatales, ocasionando incorporaciones jurídicas ocasionales. En la modernidad tardía, a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, incluso ocasionaron su incorporación expresa en las constituciones. Hay pues una condición barroca de la incompletud de la nación, en el caso de las repúblicas del sur.
Ahora bien, ganó el proyecto de los puertos sobre el proyecto del interior, el proyecto de la mundialización, en las condiciones exigidas por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, al proyecto de la Patria Grande, no porque las condiciones internacionales, por ejemplo, relativas al mercado mundial, favorecieron al proyecto de los puertos y no al proyecto del interior, sino porque no hubo voluntad política para hacerlo. La voluntad política no es deseo, sino que se sostiene en composiciones sociales, en composiciones y asociaciones corporales. En todo caso, la voluntad política por la Patria Grande fue débil, circunscrita y hasta esporádica.
La guerra de la Confederación peruano-boliviana fue, como dijimos, una de las últimas guerras peleadas por el proyecto del interior; es decir, de la Patria Grande, contra el proyecto de los puertos. Para decirlo de manera más específica, con metáforas geográficas, peleó el proyecto de las sierras y los valles contra el proyecto de la costa. La perdió esta guerra el proyecto del interior. Este es el antecedente histórico de la guerra del pacifico.
La guerra del Pacífico (1879 y 1883) no es una guerra entre el proyecto del interior y el proyecto de los puertos; esto quedó atrás, enterrado en las tumbas de los muertos de la guerra confederada. La guerra del Pacífico fue una guerra entre las burguesías de tres países, que decidieron acoplarse a la revolución industrial y a las demandas de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, en cuanto a la transferencia y comercio de los recursos naturales. Las tres burguesías pugnaron por el puesto que les tocaría en esta división del trabajo y del mercado mundial, por el control de los recursos naturales, además de cierto control geopolítico regional. Ganó la burguesía chilena, perdieron las burguesías peruana y boliviana. Las mismas que se apresuraron a terminar la guerra, para garantizar la transferencia y el comercio de los recursos naturales, en las condiciones que definía el desenlace de la guerra; condiciones reconocidas en los tratados de paz firmados por los tres países. El problema fue, sobre todo, para la burguesía peruana, que no controló el desborde nacionalista, mestizo e indígena, de parte de su ejército, que continuó la guerra por tres años. En Bolivia no ocurrió esto; no hubo tal desborde; el ejército se retiró indignamente, dejando combatir, en las arenas de Tarapacá, a lo que quedaba en combate de los destacamentos militares de Perú y Bolivia.
Los Estado-nación de la conflagración de la guerra del Pacífico o lo que llegaron a ser en su propio inacabamiento estatal, se constituyeron, hasta donde lo hicieran, en guerra sistemática contra las naciones y pueblos indígenas. El Estado-nación de Chile desata, antes de la guerra del Pacífico, una guerra de conquista contra la nación mapuche; nación que fue reconocida por la Corona española, después de la derrota que sufrieron los ibéricos por parte de la confederación de pueblos mapuches, en pie de guerra. La guerra contra la nación mapuche continúo incluso en las primeras fases de la guerra del Pacífico. El Estado-nación boliviano reinició una especie de guerra de conquista localizada contra las comunidades indígenas del Altiplano, expropiando sus tierras comunitarias, con la Ley de Ex-vinculación, promulgada en el gobierno de Mariano Melgarejo. Cuando culminó la guerra del Pacífico, con el desastre de la derrota y la ocupación de Atacama, un tanto como efecto de irradiación, se desató la guerra federal entre liberales y conservadores, entre el norte y el sur de Bolivia, donde se encontraba la capital, Sucre, y la sede del Estado. Después de la culminación de la guerra federal, contando con la victoria liberal, los gobiernos liberales reiniciaron, en mayor escala, la expropiación de tierras comunitarias. El Estado-nación peruano, heredero de la administración del Virreinato del Perú, no abandonó su acervo colonial, continuando la expansión latifundista y el afincamiento gamonal por medio de la expropiación de tierras comunitarias. Después del desastre de la guerra del Pacífico y la firma del acuerdo de paz, de desató una mayor proyección de la expropiación de tierras comunitarias, arreciando el contenido racial del Estado, y casi como una revancha contra los mestizos e indígenas que continuaron la guerra contra el ejército chileno.
La pérdida del litoral boliviano fue como un acuerdo implícito de las tres burguesías del conflicto bélico, la chilena, la peruana y la boliviana. Mediaron, institucionalmente, los Estados y sus órganos de poder; ratificando, en los acuerdos de paz, las perdidas territoriales. Lo que le importaba a la burguesía minera boliviana es garantizar la continuidad de la economía minera; el costo fue la entrega de Atacama a un precio ridículo, el precio del ferrocarril, que transporta los minerales a los puertos del pacífico.
Antes de la guerra del Pacífico, se dio un antecedente funesto de pérdida territorial. Se perdió el parte de la Amazonia en la guerra del Acre (1899-1903). El separatismo promovido por unos aventureros, la incapacidad del Estado boliviano de establecer soberanía en los confines amazónicos, incluso de defenderlos, fue patente. El ejército boliviano tardó como un año en llegar al Acre, para perderlo. Mientras tanto, Nicolás Suarez, el empresario gomero y potentado, armó un ejército improvisado con sus peones y otra gente del lugar, para defender el Acre. Esfuerzo ponderable, por cierto; empero, al final, se perdió un inmenso territorio donde también se extendían los árboles de goma. El desenlace de la guerra del Acre fue también lamentable; se perdió un inmenso territorio amazónico y, al final, se acordó otro triste trueque, en compensación por la pérdida territorial. Es notorio el desapego de la gente de Estado, de los gobernantes, de los representantes, de la clase política y de la burguesía, para con el territorio que se pierde, que prácticamente se entregan sin mayores lamentaciones, salvo los golpes de pecho.
Lo asombroso es que no se aprende de terribles lecciones históricas. Después de semejantes derrotas y pérdidas territoriales, además de pérdidas de dignidad, se vuelven a repetir las tramas, aunque se lo haga de otra manera, en otros escenarios, con otros personajes y en otras condiciones. El gran escenario de una nueva derrota y pérdida territorial fue el Chaco Boreal; la guerra del Chaco (1932-1935) volvió a evidenciar las profundas debilidades del Estado-nación boliviano. Había más un imaginario exaltado y un desprecio por el país vecino, que una estructura institucional y un ejército para defender el Chaco. Se entró en guerra con un país que había combatido heroicamente en la guerra de la Triple Alianza; donde se enfrentó Paraguay contra Brasil, Argentina y Uruguay, prácticamente monitoreados por el imperio británico, para extirpar a una resistencia endógena, de economía propia, que desafiaba al mercado británico. La guerra del Chaco fue una guerra que se podía haber evitado, además una guerra que no debía darse contra un país que había sufrido las intervenciones mediadas del imperialismo británico.
La guerra estalló, en plena confusión de ocupaciones militares y de pugna por lagunas, en un árido Chaco, donde escaseaba el agua. El presidente Daniel Salamanca creía que se iba a llegar fácilmente a Asunción y ganar la guerra; reivindicando, de esta manera, imaginaria y delirante, la frustración nacional por las guerras perdidas y las perdidas territoriales. Esto no ocurrió, Bolivia perdió la guerra a pesar de haber detenido el avance del ejército paraguayo, al mando del general José Félix Estigarribia, en Villamontes. Se perdió la guerra porque el primer ejército boliviano fue destrozado en las acciones bélicas, durante la primera fase de la guerra. A pesar del acto heroico en la defensa del fortín Boquerón, por destacamento boliviano dirigido por el comandante Manuel Marzana. El segundo y el tercer ejército fueron improvisados, a la carrera, obligando a jóvenes aymaras y quechuas ir a combatir al lejano Chaco, arrancándolos de sus terruños. Se les dio un entrenamiento rápido, se los uniformó y se les entregó las armas, sin contar con ninguna estrategia militar coherente. Ya para entonces, el ejército paraguayo era una máquina de guerra eficiente; experimentada en el combate, además de contar con estrategias modernas de movimiento envolvente. En tanto que el ejército boliviano, se mantenía más en la estrategia de la guerra de posiciones, de la guerra de trincheras de la primera guerra mundial. El segundo ejército también fue destrozado, ante desplazamientos rápidos del ejército paraguayo, que cortaba rápidamente las rutas de suministro, y destrozaba la logística del ejército boliviano. De la misma manera, el tercer ejército fue improvisado, con la salvedad de que en Villamontes el ejército boliviano contaba con el abastecimiento garantizado, la logística funcionando, al encontrarse en territorios conocidos y de ocupación demográfica, vinculada institucionalmente. Los mandos mejoraron entonces y se corrigieron algunos errores congénitos. La desventaja del ejército paraguayo, a pesar de su experiencia y capacidad de movilidad, era que se encontraba lejos de los centros de abastecimiento; las distancias logísticas se alargaron mucho. Llegó a Villamontes ante una defensa convertida prácticamente en fortaleza, que parecía inexpugnable. De todas maneras, a pesar de las batallas ganadas en Villamontes, se perdió la guerra.
¿Cuál es el balance, mejor dicho el análisis retrospectivo? Diga lo que se diga, que se propusieron otras alternativas, en cada una de las guerras comentadas; como, por ejemplo, que se podía quedar Bolivia con Tacna y Arica, que son y fueron parte de la geografía política del Perú; son bagatelas, elucubraciones hipotéticas. Que se diga, que el tratado de 1904, al final, detiene el avance y la expansión anexionista del Estado de Chile; termina beneficiando a Bolivia, por lo menos, en el papel, son otras especulaciones justificadoras. Que se diga que al final se detuvo al ejército paraguayo justo cuando comenzaban la geología de los yacimientos hidrocarburíferos, es un consuelo de la derrota, nada más. Que se diga que el Acre estaba muy lejos y no había comunicación con este territorio amazónico; que por eso se lo perdió; es otra justificación. Los pueblos y las sociedades no pueden perder los territorios que heredaron, salvo si se desprecian a sí mismos; lo que no es exactamente el caso. Son los gobiernos de turno, a quienes les tocó los periodos de guerra, son las clases políticas, de esos entonces, son las clases dominantes, los responsables de esas derrotas y esas pérdidas. Se puede decir que son los estados, los gobiernos, las estructuras de poder, las que desprecian a sus pueblos y sociedades, las que inhiben su voluntad de potencia, las que las desorganizan y desarman. De todas maneras, a pesar de esta responsabilidad institucional, queda también la responsabilidad incontestable de los pueblos y las sociedades, que no supieron reaccionar en el momento de emergencia y convocatoria histórica.
[1] Ver Guerras periféricas. También Genealogía de la guerra. https://pradaraul.wordpress.com/2015/05/06/guerras-perifericas/. https://pradaraul.wordpress.com/2015/12/13/genealogia-de-la-guerra/.
[2] Ver Horizontes de descolonización. También Acontecimiento político; así mismo Pensamiento propio. Sugerimos también Crítica de la ideología. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/horizontes__de_la_descolonizacion.d.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimento_pol__tico.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/pensamiento_propio.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/cr__tica_de_la_ideolog__a_i.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/cr__tica_de_la_ideolog__a_ii_de57ea240bb751.
Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/balance-historico-o-analisis-retrospectivo-del-presente/