La pose del juez

Esa pose de juez, que se coloca en el centro imaginario o en la testera institucional, hecha a propósito, para desde ahí juzgar; decir quien está equivocado y quien no, quien es el malo y quien es el bueno.
Las comunicaciones corporales, energéticas, vibrantes y ondulatorias, con los múltiples seres de las ecologías de la biodiversidad del planeta, no se reducen, de ninguna manera, a las narrativas místicas, peor aún a las narrativas folclóricas. Exigen fenomenologías corporales y de las percepciones sociales, capaces de interpretar evocativamente, lo que los cuerpos ya interpretan y la intuición subversiva ya supone.



La pose del juez
03.02.2017 23:39

Raúl Prada Alcoreza

Esa pose de juez, que se coloca en el centro imaginario o en la testera institucional, hecha a propósito, para desde ahí juzgar; decir quien está equivocado y quien no, quien es el malo y quien es el bueno. Esa pose del que lleva la verdad, del portador del fuego sagrado, es de monjes. Tengan el discurso que tenga, sean o no religiosos; pretendiendo mediación divina o no; mas bien, mediación de la ciencia o de la filosofía verdadera, incluso de la pureza intocada; no dejan de ser monjes, con sotana o sin sotana. Es decir, fieles expresiones de la voluntad de nada, sobrellevando en sus espaldas jorobadas el nihilismo de la historia; trágica o dramática. Hablen a nombre de los ángeles o de los hombres, hablen a nombre de las víctimas o de los explotados, hablen a nombre de los indios o de los y las discriminadas, son portadores de la verdad.

A nombre de la verdad reclaman ser escuchados; incluso, a veces se traicionan, dejando escapar alguna pretensión exacerbada, pretenden ser temidos, como los jinetes del apocalipsis. Son místicos, el universo o el mundo, para ellos, está habitado de misterios. Sobre los que o acerca de los mismos hay que tener fe o creer en la voz profética de los no-contaminados. Son misioneros de la palabra, del verbo o de la pureza; algunos se consideran misioneros de la “radicalidad”. Todos ellos se consideran estar por encima de los mortales, de los contaminados, de los mezclados, de los afectados por la ideología del mercado o de la modernidad; en contraste, de los otros, sus simétricos opuestos, que consideran a los mortales contaminados por la ideología de los “resentidos” o de los “perdedores”. Aunque parecen enfrentarse como iglesias distintas; unas que prometen la salvación por la competencia y el libre mercado; otras que prometen la salvación por la justicia, otras que prometen la salvación por la pureza natural no contaminada; repitiendo en distintas formas la ancestral promesa de la salvación de las almas.

Para todos estos monjes, el infiel es el demonio, llámese enemigo o llámese como se llame; de todas maneras, lleva la impronta del infierno. Para unos el enemigo es el “terrorista”, para otros el enemigo es el burgués, para otros el enemigo es el foráneo; hay distintas figuras de este impuro, infiel, enemigo, en plena guerra santa, disfrazada de “guerra contra el terrorismo” o, en contraste, de “guerra contra el imperialismo o el colonialismo”. No es que no los haya, imperialismos y colonialismos; los hubo y los hay, sin embargo, estas máquinas de dominación no se reducen a esquematismos simples, elementales, como si fuesen otras figuras proyectadas del demonio.

El problema radica que con estas caricaturas del “imperialismo” y el “colonialismo”, la lucha contra las dominaciones geopolíticas y las dominaciones raciales se convierten en elementales repeticiones de la guerra santa de fieles contra infieles. El problema entonces radica en que estos monjes puros, misioneros, místicos y consagrados, terminan desarmando a los pueblos, terminan castrando a las comunidades y colectividades, en la lucha efectiva, desenvuelta en territorialidades concretas y coyunturas específicas.

La cuestión crucial parece ser la cuestión colonial, matriz del mismo sistema-mundo capitalista; también substrato de la modernidad, del sistema-mundo cultural de la civilización moderna. Por lo menos, es cuestión crucial desde la perspectiva de la historia o de esta narrativa moderna, que pretende universalidad o, en el mejor de los casos, interpretaciones secuenciales o locales, o nacionales, o regionales, además de mundiales. En la trama histórica entran los humanos; pero, se deja al margen a las otras sociedades orgánicas, a los ecosistemas y a los ciclos vitales ecológicos del planeta.

Cuando decimos parece crucial, lo hacemos pues nuestra perspectiva no es histórica, si se quiere, no es solo humana, pues consideramos que es indispensable comprender o incorporar las vivencias, experiencias y memorias sensibles de las otras sociedades orgánicas y de los ciclos vitales de la biodiversidad. Estas comunicaciones inherentes en los cuerpos, en las corporeidades sociales de todas las sociedades orgánicas, no han sido asumidas por las filosofías y las ciencias modernas, que son portadoras de un prejuicio inconcebible e insostenible; el de la predestinación humana a dominar la naturaleza. Por eso, lo crucial, desde la perspectiva de la complejidad, puede ser, mas bien, el acontecimiento ecológico.

Sin embargo, si nos movemos en el espacio incierto o de transición, entre la mirada histórica y las miradas ecológicas, podemos sugerir que la cuestión colonial vincula, de mejor manera, que la cuestión económica, por ejemplo, capitalista, con la gran cuestión de la vida, de la biodiversidad, de los ciclos integrados de las ecologías del planeta. Pues la cuestión colonial tiene que ver, de manera más evidente, con las tecnologías de poder, los diagramas de poder, las cartografías políticas, en su inscripción moduladora y destructora respecto con los cuerpos. La dominación colonial funciona con el esquematismo binario de diferenciación de hombre blanco/hombre de color, que supone, de entrada, el esquematismo machista de diferenciación hombre/mujer. Convirtiendo al hombre blanco en el ideal de la civilización, convirtiendo al hombre en el ideal de la cultura moderna. Separando al ideal masculino de la corporeidad sensual y sensitiva de la mujer; separando al ideal civilizatorio de lo pre-moderno y lo pre-capitalista.

La dominación colonial, de la colonización, después, de la colonialidad, en sus distintas formas y manifestaciones, sobre los espesores territoriales y los espesores corporales de las naciones y pueblos nativos o indígenas, es indudablemente el fenómeno histórico-político-cultural de las dominaciones polimorfas de la civilización moderna, concretamente, del sistema-mundo capitalista, por excelencia. El desenvolvimiento múltiple y articulado de esta dominación colonial tiene que interpretarse y analizarse en su complejidad, en la complejidad de sus dinámicas, dispositivos y máquinas de poder; no puede reducirse a la narrativa ingenua del esquematismo moral de buenos y malos.

El problema de la pose de juez, además de la pretensión mística, es que reduce el funcionamiento maquínico y estructural de la dominación colonial y capitalista al simple esquematismo de pureza/contaminación; o, si se quiere, también, al esquematismo de naturalismo/civilización. Sin darse cuenta, que a pesar de sus pretensiones de consecuencia nativas, repiten la conjetura de Jean Jacques Rousseau, la del hombre natural. Son tan “occidentalitas” como lo “occidental” que critican.

En resumidas cuentas, estas poses, las del juez y las místicas, no son otra cosa que juegos de poder, en el cuadro variopinto de los juegos de poder. Al poseer la verdad pura, no contaminada, demandan poder. Por eso, son tan celosos, incluso y sobre todo, con otras corrientes parecidas. Están disputando prestigio, credibilidad, convocatoria y jerarquía en la alocución de la palabra o la formación discursiva de la verdad.

Se puede encontrar distintas narrativas en esta formación discursiva enunciativa juzgadora y mística; empero, lo importante no está en la variedad, incluso en el distinto uso de términos de lenguas nativas; con los cuales buscan emitir conceptos radicalmente diferentes a los conceptos de lo que llaman “occidentalismo”. Olvidan que el concepto, no se encuentra en la composición lingüística específica, sino en la estructura categorial, en la composición figurativa y lógica. Si revisamos estos conceptos, aunque sean dichos en idioma nativo, veremos que se trata de otros o los mismos conceptos modernos en disputa, debate y deliberación. No porque se diga, en idioma nativo, complementariedad o reciprocidad, dejan de connotar las irradiaciones de los conceptos de complementariedad y de reciprocidad; conceptos recurrentes, obviamente con distintas connotaciones culturales, simbologías y alegorías, en todas las culturas y sociedades humanas, ancestrales y antiguas. El pretender que se trata de una propiedad esencial, irrepetible en los demás pueblos, muestra claramente un centrismo exacerbado e insostenible, no de las sociedades y los pueblos de referencia, sino de estos intelectuales profetas.

Claro que hay singularidad, en cada pueblo, en cada sociedad, en cada localidad, en cada territorialidad, en cada coyuntura y periodo, vivido y experimentado por los pueblos y las sociedades. Pero, estas singularidades, únicas, no se reducen a las caricaturas místicas de las narrativas misioneras o milenaristas, de estos intelectuales profetas. No porque se reclamen descendientes de pueblos nativos, dejan de ser caricaturescas estas narrativas. Narrativas que se parecen muy poco a la complejidad integral y dinámica de los pueblos que resisten, luchan, de-construyen y diseminan el colonialismo. Por eso, casi nunca aparecen en las luchas concretas de las naciones y pueblos indígenas, salvo como comentaristas, que invocan que son los únicos que dicen la verdad sobre los “movimientos indígenas”.

Sin pretender decir la verdad sobre el colonialismo y la colonialidad, en las distintas formas manifestadas, algunas de ellas mencionadas por el discurso de-colonial, recogeremos algunas hipótesis interpretativas que sugerimos, sobre todo, para el debate y potenciar el activismo anticolonial y descolonizador.

Quizás uno de los hilos del tejido de nuestras interpretaciones sobre el acontecimiento colonial es el que sugiere que el nacimiento de la modernidad del sistema-mundo capitalista tiene que ver con lo que llamaremos la acumulación originaria - no de capital, que es un concepto abstracto, más de contabilidad, que de estructura cualitativa - de capturas de fuerzas vitales, de ciclos vitales. Capturas de parte de las potencias de la vida, correspondientes a espesores territoriales y espesores ecológicos; comprendiendo nichos ecológicos, donde las sociedades nativas se articulaban de otra manera, con los ciclos vitales. La apropiación efectiva no es de capital, ni de recursos naturales - otro desprendimiento del concepto contable de capital, sin comprender los atributos propios de los ciclos vitales, que atingen a los denominados recursos naturales -, sino de energías vitales concretas, arrancadas del subsuelo, de la tierra, de los cuerpos.

En este sentido, el colonialismo corresponde a los despliegues descomunales de violencias desatadas contra las formas, espesores, dinámicas, ciclos de la vida. Que los conquistadores hayan supuesto la superioridad civilizada, o la religión verdadera, tiene que ver con la ideología y las narrativas coloniales. Que lo hayan dicho de una manera o de otra, es secundario; lo que importa es el ejercicio del poder, las formas del ejercicio del poder. Estas formas del ejercicio del poder han producido separaciones, bifurcaciones, diferenciaciones, que no pueden sino sostenerse institucionalmente; en el caso, por las administraciones coloniales. Es decir, han edificado las estructuras y diagramas de poder colonial sobre la base de estas separaciones, no solo ideológicas, sino, sobre todo, institucionales.

Que estas mallas institucionales se reproduzcan, se consoliden, incluso se modifiquen, mejorando la eficacia de sus dominaciones; que estas mallas institucionales se conviertan en hábitos y habitus; que se expresen en ideologías; muestra que las dominaciones atraviesan múltiples planos y espesores de intensidad social. No solo se mueven en el plano de intensidad económico, tampoco solo en el plano de intensidad social, así como solo en el plano de intensidad cultural; incluso en los tres planos de intensidad juntos. El colonialismo y la colonialidad son acontecimientos que tienden a articular e integrar, si no todos los planos y espesores de intensidad, pues no los conocen, por lo menos, los que logran controlar. En este sentido, es menester comprender el funcionamiento complejo del diagrama colonial[1]. No se puede reducir su irradiación demoledora y sus efectos masivos, ni al extractivismo, ni a la destrucción y fragmentación cultural de los saberes, que algunos denominan, “epistemicidio”, tampoco a la expropiación de tierras comunales y desconocimiento de derechos colectivos.

La comprensión del funcionamiento complejo del colonialismo y la colonialidad, ayuda a luchar contra los diagramas de poder colonial, en todos los planos y espesores de intensidad controlados y afectados por estas máquinas de poder. La lucha anticolonial, que al mismo tiempo es anticapitalista y anti-moderna, no puede reducirse a una lucha ideológica; separarse de la irradiación ideológica “occidental” o moderna. Tampoco, aunque, en este caso, el impacto es material, a la lucha contra el extractivismo. Menos solo a la lucha contra la civilización moderna, que, en este caso, el del discurso esquemático dualista, se la reduce o al consumo, a las pautas compulsivas de consumo o, en su caso, a la industrialización, al uso desenfrenado de la tecnología al servicio de la acumulación de capital. También a pautas culturales, es decir, a pautas extravagantes de la banalidad del sistema-mundo cultural. La lucha anticolonial y descolonizadora es integral. Esto implica, no solo múltiples frentes, en los distintos planos y espesores de intensidad, que controla o afecta el sistema-mundo colonial y capitalista, sino reincorporar a las sociedades humanas a la integralidad dinámica de los ciclos vitales del planeta. Las comunicaciones corporales, energéticas, vibrantes y ondulatorias, con los múltiples seres de las ecologías de la biodiversidad del planeta, no se reducen, de ninguna manera, a las narrativas místicas, peor aún a las narrativas folclóricas. Exigen fenomenologías corporales y de las percepciones sociales, capaces de interpretar evocativamente, lo que los cuerpos ya interpretan y la intuición subversiva ya supone.

[1] Ver Horizontes de la descolonización; también Acontecimiento político, así como ¿Qué se entiende por colonialismo?

https://pradaraul.wordpress.com/horizontes-de-la-descolonizacion/. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/acontecimento-politico-i/.

https://voluntaddepotencia.wordpress.com/acontecimento-politico-i/428-2acontecimento-politico-ii/.

https://pradaraul.wordpress.com/2011/03/24/que-se-entiende-por-colonialismo/.

Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-pose-del-juez/